jueves, 15 de enero de 2009

Dámaso Alonso


DÁMASO ALONSO, AUTOR DE HIJOS DE LA IRA.

Dámaso Alonso no es el poeta menor que algunos piensan. Su obra crítica y ensayista es abundante y magnífica. Pero esta no desmerita su poética, todo lo contrario, la enriquece.

Claro está, vivió en una época de grandes y abundantes poetas. Toda una generación llenó el espectro literario español: el 27.

Dámaso era un profundo conocedor de las técnicas y la teoría literaria, por ende, sabía en profundidad lo que hacía, porque, además, y es bueno que se diga, inspiración no le faltaba.

Su obra no tiene el desparpajo de un García Loca o de un Alberti, pero por el contrario y así está expreso en Hijos de la ira, tiene la hondura y el esplendor necesario como para situarse dentro del concierto de voces que han revitalizado la poesía española.

Su mística, a veces desgarradora y otra desgarrante, le viene de su vocación humanística. Hombre de fe, pero también de profundas convicciones sociales, tenía una clarísima visión del mundo y del entorno en el que se movía.

Reivindicó a muchos poetas y echó luz, con su saber, sobre otros para que no quedaran en el olvido.

Su tránsito por la poesía pura “Poemas puros; poemillas de la ciudad” (1921), no fue muy feliz, que digamos y, si a esto añadimos su propia definición de “poeta segundón” o “poeta a rachas”, más fácil se lo ponía a aquellos que no le querían o que por una u otra razón le tenían a menos.

Dámaso es un poeta fundamental, autor de un libro fundamental, Hijos de la ira (1944), dentro del ámbito particular de su Generación, la del 27, y la poesía en Lengua Española.

Hijos de la ira, es un libro hecho a conciencia, para mover conciencias. Mística, lírica, épica y epopeya se entrelazan en una desgarradora simbiosis, para abortar ese estupendo entramado lingüístico que a ratos nos emociona, nos irrita y nos hace llorar, como si un viento gélido o un canto arrullador nos solventaran. A tramos, de esa celeste sinfonía, está la voz de Dámaso, el poeta mayor que pocos reconocen.

Textos como Insomnio, El último Caín, La Madre o Mujer con alcuza, son suficientes como para demostrar la valía poética que alcanzó. En ellos está el ingrediente humano, profético y divino, que sólo una inteligencia acrisolada en muy alto estadio, es capa de gestar.

Sus versos están colmados de una tierna y finísima sensibilidad que trasciende el susurro de la voz, para dársenos en notas de arpa o de violín. No son versos labrados con las manos, sino tejidos con finas agujetas de junco, que al tejer, es como si cantaran, porque la brisa es quien hace la melodía.

Desnudas han caído
Las once campanadas.
Picotean las sombras de los árboles
Las gallinas pintadas
Y un enjambre de abejas
Va rezumbando encima.

Pero todavía la melodía puede hacerse más fina, hasta forzar los pífanos del aire y entrar en nosotros, ya no sólo en el eco, sino en la visión que todo lo ajusta y dimensiona, para hacer que las cosas trasciendan. En ese claro, efectivo, corpóreo y líquido trascender. Ecos, visiones y emociones, forman una triada perfecta, que el poeta enhebra con los latidos del corazón, para que sepan que está vivo y, además, para que no le echen en olvido.

…Yo no sé si eres muerte o eres vida,
Si toco rosa en ti, si toco estrella,
Si llamo a Dios o a ti, cuando te llamo…

Insomnio, desde mi punto de vista, es uno de esos textos que todo español debía conocer y no olvidar jamás. En él está recogida la angustia y la agonía de una época que hay que intentar evitar a toda costa que vuelva a repetirse. El poema tiene un tono grave, sutil, doloroso. Es como una oración o un aldabonazo que llama y clama por el despertar de las conciencias. Muertes, frustraciones, tiempo perdido. Añoranza, Abandono absoluto, frente al absoluto que se disuelve ante el turbión de la impunidad y la desidia humana.

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres,
(Según las últimas estadísticas).
A veces, en la noche, yo me revuelvo y me incorporo,
En este nicho en el que hace 45 años que me pudro.
Y paso largas horas oyendo gemir el huracán;
O ladrar los perros,
O fluir blandamente la luz de la luna.

Y paso largas horas gimiendo como el huracán,
Ladrando como un perro furioso;
Fluyendo como la leche de la ubre caliente
De una gran vaca amarilla.

Y paso largas horas preguntándole a Dios,
Preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
Por qué se pudren más de un millón de cadáveres
En esta ciudad de Madrid.

Por qué mil millones de cadáveres
Se pudren lentamente en el mundo…
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,
Las tristes azucenas letales de tus noches?

Dámaso Alonso nació en Madrid, el 22 de octubre de 1898, año del desastre de España en América. Este es un buen momento para recordarle, para no echar en saco roto su magisterio, porque Dámaso Alonso, sigue vivo entre aquellos que no olvidan sus versos y sus lecciones de historia y literatura.

Los poetas españoles de hoy, que se mueven entre la modernidad, la mediocridad y la hecatombe, debían recuperar el legado y la memoria de Dámaso Alonso, haciendo una poesía más humana y menos fastuosa, simplona y absurda; porque teniendo un modelo como él, no hay razones para andar perdidos.
Ogsmande Lescayllers.

1 comentario:

Ele Bergón dijo...

Hola Mandy. Aún recuerdo la tertulia del año pasado donde nos enseñaste a descubrir un poco más a este gran poeta del generación del 27. A mí siempre me gustó.

Mañana no puedo ir la tertulia porque tengo otra aquí y el viernes pasado que estaba dispuesta a ir, me lo impidió la nieve. Espero que el próximo nos veamos.

Pásate por mi blog y me dejas un comentario, me hace ilusión.

Besos.

Luz