sábado, 1 de diciembre de 2012



Dr. Arsenio Rosales.


OGSMANDE LESCAYLLERS: UN POETA ENTRE LAS AGUAS Y LAS ELEGIAS

                                        Confieso la inocencia de mis credos magnánimos.
                                                        La epifanía incompleta cuando salgo del agua.
O. L.
I
Ha sido demostrado que las islas, nuestras islas bañadas por el Caribe,  este mítico Mare Nostrum plagado de leyendas, de una historia dramática, crucial para el desarrollo de la humanidad, tras propiciar de manera proteica la emergencia de una diversidad y variedad de pueblos—pueblos mestizos de africano e indoamericano, de sajón, francés, español y mozárabe, hindú y chino incluidos—, prolíferos y reverberantes como la gran retorta cósmica que le dio origen, representan una verdadera  constelación por este lado del Atlántico, contado nuestro archipiélago cubano, que abriga por igual a ultramarinos y mediterráneos de todo el país. Estas islas mágicas, al unir y concertar durante siglos sus mejores  voces, alientan e inspiran, incitan búsquedas, aventuras, utopías...
¿Acaso no lleva cada ser humano en sí mismo la réplica de ese mundo donde le ha tocado existir y desarrollarse, de conformidad con su alcance, presupuestos, experiencia personal e intenciones? Escuchad al caribeño Ogsmande Lescayllers  desgranar su quebranto:
                                  “Yo caminé descalzo,
                                  Me fui solo,
                                  Con mis meditaciones ancestrales.

                                  Viajar, en dos palabras,
                                  Es quedarse.
                                  Vivir allá y acá sin saber dónde,
                                  Como los mutilados de sentidos,
                                                      Que van sin ir,
Se quedan,
                                  Nunca vuelven...”

  Lo inquietante, ahora, sería preguntarnos, desde nuestra perspectiva  inmediata, si nos encontramos o no en condiciones de asumir este  panorama inusitado con sus múltiples desafíos, en su complejidad y exuberancia. Desafiar este universo globalizado,  sin diluirnos  en la banalidad ni sumergirnos en lo insustancial, en lo temporal como nos advirtiera Alejo Carpentier. Lo  esencial, a mi juicio, consistiría en reconocernos, en adoptar una visión cabal, desaprensiva, transgresora si desea, pero lo suficientemente auténtica y abarcadora que nos permita autorreconocernos: definirnos cubanos, jamaicanos, dominicanos, puertorriqueños, guadalupanos, martiniquenses...
 ¿Lograríamos situarnos en nuestro espacio tiempo? ¿En nuestros paralelos y meridianos exactos? ¿Y permanecer fieles a nuestros ideales de libertad, de identidad y proyección como pueblos, como  naciones? ¿Cómo corresponde  a creadores, a genuinos habitantes de estas islas?
II
  Ogsmande Lescayllers ha nacido en Bayamo y no por mero azar un 21 de agosto de 1959. Muy temprano y de manera sintomática aprendió a leer por su propio arbitrio en un viejo tratado de corte enciclopédico—“El Conflicto de los siglos”—. A sus catorce años de edad, mientras cursaba la enseñanza Preuniversitaria, fue seleccionado para realizar estudios y prácticas de aviación en la antigua Unión Soviética, una vía bastante segura para acceder a una de sus múltiples utopías juveniles, casi objeto de fervor y empecinamiento suyos por entonces: el sueño de ser Cosmonauta. Debidamente alojado y a punto de  partir, en el emblemático Hotel Jagua, en Cienfuegos, limitaciones visuales detectadas mediante el examen médico, vendrían a frustrar tan caro ensueño. Lector furibundo de todo cuanto versara y de alguna forma lo aproximara a la astronáutica, no es de extrañar que hoy por hoy otra de sus grandes vocaciones, la poesía, se permeara del encanto de las galaxias, del misterio insondable del espacio interestelar y los mundos remotos, como nos ha revelado Carl Sagan.
   La poesía lo acompañará inextricablemente desde la temprana niñez, aun cuando otros caprichos de la literatura lo condujeran al acto de escribir una novela prematura, de ambiente estudiantil, que la  precocidad y falta de técnica harían morir en el intento. Los primeros poemas los publicaría en el periódico Sierra Maestra de la vecina Santiago de Cuba. Con posterioridad y también de manera temprana habrían de producirse nuevas colaboraciones en El Caimán barbudo y otros medios del país. El hecho de ganar un Concurso regional de poesía sobre Laos y Cambodia en plena adolescencia, vendría a demostrarle que la inspiración y el talento, en rigor, siempre primarán sobre los valores preestablecidos y aquella fama de sospechoso abolengo provinciano que suele cosecharse  sin retos o un acucioso trabajo de creación.
  Cuando en 1982,  la Editorial Letras Cubanas decidió publicar su primer libro, Decir la palabra, Lescayllers, sin discusión, es un poeta que ha desbrozado ya un largo camino, apenas sin tropiezos y con bastante éxito dentro del ámbito literario, al tiempo que incursiona en diferentes territorios del saber y las artes como el teatro, la música, el magisterio, ciencias jurídicas, el periodismo, la promoción cultural, etcétera, conocimientos y habilidades que la inteligencia de que está dotado y su prodigiosa memoria, le propician acometer sin aparente esfuerzo. Desde 1979 reside en la Capital del país, lo que le permitirá relacionarse con poetas e intelectuales de toda la nación, con representantes de los medios académicos, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y otros sectores del arte y la cultura. Tal acumulación y una rica experiencia vital le han facilitado encontrar las esencias, aquellas motivaciones imprescindibles para trazar las coordenadas de una existencia ligada de modo indisoluble a la poesía, al ejercicio riguroso de la palabra impresa, al desarrollo armonioso de su personalidad.  En ese primer libro, su instinto poético estará firmemente adherido a un entorno inmediato, a su tierra,  a la historia, a la mujer   amada, a su vástago, al universo candente que le rodea. Todo un reflejo identitario, exteriorista, de encontradas impresiones; gestos o palabras empeñadas en aprehender una realidad que lo trasciende y al mismo tiempo lo ata   a sus orígenes, a sus aguas prístinas, al mar, a su topografía...
  La presencia de determinados elementos de fijeza y continuidad, atributos de naturaleza reiterativa y raigambre feliz, que proliferan en su obra literaria, que le harán volver una y otra vez sobre meandros de un río conocido, estaciones de recurrencia dentro del cauce natural, de su creatividad, trazan ese decursar incesante de metáforas, de angustiosas paradojas y reclamos de expansión y libertad; versos de enorme aliento y mantenida inspiración, vertidos hacia el exterior como un cántico, un leit motiv que lo  conducirá al reencuentro consigo mismo, con sus símbolos ancestrales y objetos  de confluencia: las aguas, el mar, el amor, las palabras...
        Yo te amo palabra
        eres mi carga de asombros frente a la vida
       La arboleda gigante de mis montes sin tala
       el primer compromiso que contraje
                                            antes de hacer poesía. 
Cuando se hurga de algún modo en antecedentes, episodios de su vida e  infancia, se constatará que ha nacido en un hogar distante, cálido, no desprovisto de amoroso entorno ni exento de una  nostálgica evocación:
        Yo nací en un hogar
                                             donde la luz bajaba temblorosa
        Un grupo de hermanos llenaban el coro familiar
        donde cada palabra era un signo de amor                                            
                                             o  un canto a la esperanza...

  A “Decir la palabra”, le seguiría “Prontuario de la inocencia” en la  propia década de los ochenta y luego “Poemas para la cara de una muchacha que me espera del otro lado de la mañana”,  al tiempo que incursiona como profesor en las cátedras de Derecho, Filosofía, Historia del Arte y en la Escuela de Periodismo. La Universidad de la Habana—en la que dirige el Departamento de Divulgación y Ediciones— le franqueará sus puertas, lo dotará de conocimientos, de la imprescindible madurez y confianza para acceder al ancho mundo y adentrarse,  a posteriori, por senderos inexplorados. De este modo, en 1985 viajará como miembro de una itinerante embajada cultural que lo llevará a Venezuela, a Argentina y México y sobre todo a Centroamérica, estableciéndose luego en la Nicaragua sandinista de la primera etapa. Tras su regreso a Cuba, a partir de 1992, Ogsmande Lescayllers formará parte de la enorme diáspora que habrá de alejarlo como a tantos y tantos de las costas cubanas, trazando así el inicio y apogeo de una extensa parábola que lo conducirá de un extremo a otro del planeta, aun cuando España fuera su meta inmediata.
  Hará cerca de veinte años,  Ogsmande Lescayllers partió hacia el viejo   mundo y su horizonte cultural, intelectual, introspectivo y creador, se ensanchó sensiblemente, herida su pupila por la riqueza y complejidad de un universo que abría nuevas posibilidades a ese afán insaciable de conocimientos, a su enorme júbilo de poeta; ser que anhela abarcar todas las experiencias, habitado por esa ambición de plenitud,  por ese Daimon que gobierna las almas, a los espíritus de la inconformidad y la búsqueda. Razón más que suficiente para atravesar regiones ásperas, caminos tortuosos, en su anhelo de interpretar una realidad objetiva, cruel la más de las veces; o bien otra región más pura e idealizada, realidad soñada,  que trasciende todo propósito  de interpretación, en medio de ese interregno casi desconocido... ¿Y el hombre que es él? ¿Permanecerá confinado, solitario frente a la hostilidad y la esperanza? Todo ello ¿no lo llevará a preguntarse cuál es la causa de tanta hostilidad? ¿A reafirmarse en lo auténtico, en ese condominio representado por la luz, el amor y la presencia del mar como un espejo?
           ¿Quiénes son esos que ni tú ni yo identificamos?
          ¿Por qué han venido a empujarme la puerta,
           A romper cerrojos  y cristales?
           Los pies del mundo se mueven  a mis pies,
                                                    Yo te acompaño
          Nuestro reino es pequeño,
          En casa hay luz y amor                                                      
          Y un espejo para ver el sueño de los hombres.
         En la tuya el mar se transparenta.
III
  Uno de nuestros grandes  problemas en discusión ha sido el tema de la  propia insularidad; la necesidad de plantearnos desde distintos ángulos la perspectiva de una experiencia social, cultural e histórica, a la luz que dimana de la misma insularidad y que apunta hacia estos territorios como tierras de paso, de encuentro y desencuentro, fundación y abandono entrañables... El viejo dilema del desarraigo del cubano, del antillano en general, la añoranza y obligado  retorno. Y de nuevo partir: la odisea interminable, la búsqueda e improbables hallazgos. Trayectoria y aventura desde lo personal hacia lo histórico-cultural, como en el presbítero Félix Varela, Heredia, Saco, Manuel del Socorro, Merchán, Tristán de Jesús Medina, Zenea, Palma, José Martí, Guillén, Piñera, Carpentier, Sarduy, otros...
¿A quién llamaríamos ahora ciudadano del mundo? ¿Al que se marcha o a quien permanece? El Totius Civis Orbis, en tránsito directo desde el Renacimiento hacia la Modernidad, ¿en qué escala lo situaríamos hoy, en un mundo interconectado por computadoras y otros artilugios, incluso más pequeños, pero igualmente efectivos y dinámicos? Ya ni se precisa  viajar necesariamente como ha expresado alguien. ¿Modificará esto de algún modo nuestra condición de cubanos, de caribeños o antillanos, interesados en mantener nuestras costumbres, identidad e idiosincrasia propia? ¿El poema, la novela, la escultura, el cuadro, el film, podrán continuar reflejando estas realidades sin negarnos ni decretar con ello la extinción? Innegablemente el mundo ha evolucionado de una manera sorprendente en los últimos cuarenta años... Y con el número varían además conceptos estéticos, artísticos, literarios, filosóficos... El prefijo post, ¿terminará por adueñarse de nuestras mentes e imponernos su impronta? ¿Un mito del siglo XX? ¿Una entelequia caprichosa? ¿Una moda? He aquí algunos cuestionamientos propios de la postmodernidad, vertidos por autores que escriben para el actual siglo.  Recuerdo haber leído hace algunos años  un hermoso  libro de Stefan Sweig, El mundo de ayer: En él deploraba su autor, el derrumbe del viejo orden burgués de entreguerras. ¿Y ahora? ¿Asistiremos a la nostálgica evocación de un pasado no tan remoto y al enfrentamiento de una realidad no imaginada antes de 1973? Mundo globalizado, unipolar, con blindaje económico, recesión económica y sucesivas crisis. Las nociones de futuro y progreso  del viejo orden burgués también caducaron. No olvidemos que la ideología postmoderna irrumpió tras el shock petrolero, a finales del XX.
Es inobjetable que nuestro mundo ha cambiado y con él las  complejas relaciones dentro de la cuales ha venido desarrollándose. La economía se desconecta de la geografía, de los recursos naturales. La historia está siendo manipulada, desnortada de la geopolítica como era antes, mientras asumimos nuevos periodos de la Postmodernidad. ¿No ha definido Douglas Crimp el arte postmoderno como “Ruinas del pasado”? Un arte caracterizado por citas de un pasado identificable, nostálgico, recurrente, entrevisto en ocasiones como fragmentación. Y por el tema del simulacro desde luego, de la simulación, el camouflage... Pérdida progresiva del contacto con la realidad, mientras la imagen simbólica sustituye a la propia realidad. A partir de 1989, con la caída del muro de Berlín sobrevendrá una segunda etapa que inaugura al menos en el plano simbólico la globalización artística. Se anuncia como discurso no ideológico. Una nueva configuración del pensamiento mediante la re-configuración de archipiélagos: reagrupamiento voluntario de “islas” en una red para constituir una entidad autónoma. Este archipiélago deviene figura dominante de la cultura contemporánea. Fin de la cultura del Post. Altermodernidad, altermundialización, con reposicionamiento respecto al hecho  moderno, en el que se precisa profundizar mientras se le considera como un espacio sin jerarquías, en tanto cultura globalizada, preocupada por nuevas síntesis. El gesto emblemático de esta modernidad otra es el éxodo, el desarraigo de las tradiciones, de las costumbres, de todo cuanto enraíza  al individuo a un territorio... 
IV
Tras asumir la faz de este complejo universo y de haber viajado  extensamente por países de la vieja Europa, Europa del Este, Canadá y los Estados Unidos de Norteamérica;  de haber desandado regiones tan dispares como Rusia, Siria, Irak, Arabia  Saudita, Emiratos Árabes, Jordania, Líbano, Israel, Palestina, Marruecos, Túnez, Argelia y otros; Ogsmande Lescayllers que ha residido en España durante casi dos décadas y habitado en regiones tan diferentes pero significativas para él como Madrid, Valencia, Barcelona y Canarias; que ha laborado para empresas editoriales tan representativas como Espasa Calpe y la Editorial Océano y ha impartido centenares de conferencias y recitales poéticos en sitios tan emblemáticos como el Ateneo de Madrid, la Universidad Complutense de esta ciudad; que ha participado en los Cursos de Verano de la Casa Real “Reina Sofía” y se ha codeado con lo más representativo de las letras españolas de hoy como, Manuel Caballero Bonald, Antonio Gamoneda, Ángel González,  Hilario Rodríguez Nebreda, Teodoro Rubio, Lucas de Tena, José Ramón Ripoll, Eladio Tundidor, Jaime Gil de Biedma, Andrés Sorel, Luís García Montero y Luís de Cuenca, Aarón García Peña, Ildefonso Ramiro Benito, María Teresa Díaz Merchams, Carlos Muquitay, por citar unos cuantos; sin rendirse a la fatiga ni emitir un gesto de aburrimiento, sin adoptar poses ni quejumbres de hombre hastiado por el éxito relativo y los sabores diversos de añejos lares ni de tierras antípodas: Tiende sus ojos de nuevo hacia horizontes y territorios que le resultan entrañables, insustituibles dentro de una geografía íntima, poblada de vibraciones, de requiebros inesperados, suaves y tajantes como la música ancestral; cuchicheos y fricciones, leves choques de palmas, de las falanges sobre la superficie de las tiernas maderas, el batir de sus aguas originales, ese tierno “glissando” de las manos sobre los parches, bajo la atmósfera de los cielos purísimos y los sones nada adventicios del Caribe...
    En el poema II de su obra “Las Ruinas de Qunaitra”, dedicado a los pueblos de Palestina y Siria, sojuzgados y agredidos por el sionismo, continúa gravitando la certidumbre y vergüenza de un hombre que ha vivido y ha rodeado el mundo con sus versos de largo aliento, sin rendirse a la maldad, a las tentaciones ni las iniquidades que transitan de un cuadrante a otro del universo como canes rabiosos. Veintiséis años después de la publicación de su primer libro, Ogsmande Lescayllers volverá a reiterarnos su amor indeclinable  y su confianza en la palabra del hombre:
                   “Abrigo de mi ser es la palabra.
                  Ella,
                 Que acaba de nacer en estas voces
                  Me llega hasta la piel,
                 Se me intercala 
                 Me anuncia nombres que estaban olvidados.

.               “Entre los bordes del mar y de la tierra.
               Soy también, fragmento de la luz
               Hecho palabras,
               Diálogo incidental de los objetos”.
        En su Prólogo magnífico para este libro de redención y confianza en el género humano, Lescayllers, sea como profesión de fe o como definitiva concreción de su ideal supremo de concordia y amor distribuido entre todos los exponentes de una humanidad amenazada, ha expresado:
  “Yo solo quiero que mis versos sean el testimonio de un hombre que anhela la paz para todos los pueblos. Un hombre cuya única religión es el amor, que no milita en ningún partido y  que solo y únicamente  está comprometido con la paz, la razón y el derecho a la libertad de todos los habitantes  del planeta. Por ellos y para ellos canto, con la convicción de que en nuestra casa, la tierra, hay espacio para todos y que la convivencia pacífica  nos dará mejores  cosechas que las que producen las discordias y las guerras”.
 
Cuando concluí la lectura de este  poemario solamente se me ocurrieron dos palabras alrededor del mismo; no tuve otra opción que callar, enmudecí, sometido a la lógica convincente de un veredicto apenas insinuado por el calor y la exactitud de sus imágenes sobrecogedoras para expresar dolorosamente: Conmovedor, eficaz...
 
    Cuánta razón le asiste a quien emergió de las islas y se aventuró al ancho mundo para encontrar una realidad otra, absolutamente diferente, sin asomos de perplejidad. Hay una raíz candente, nostálgica, en la inclinación reflexiva de su poética dada a la evocación y la melancolía, tanto como puede ocurrir en todo buen poeta, cuando parte de sus orígenes, desde su niñez sumergida, para anunciarnos: 
              “No era mi casa
               sino una sombra extraña rodeada de silencio.
               Las noches y los días
               entraban  a mi puerta como frágiles perros moribundos.
               Empapados los pájaros en sus cantos sin alas
               iban a llanto vivo por el bosque...”
  Iba intuyendo desde temprano su futuro de poeta solitario y peregrino, cuando escribía sobre las paredes del mundo y procuraba lo cierto y lo incierto de una realidad desconocida, tajante, y para contrarrestarla colocaba sus zapatos en cruz frente a la cama y destripaba sueños indefinidos que lo transportaban a la alienación, a los contrastes y desavenencias de ese universo díscolo, hostil, aun cuando encontrara determinado encanto en esa suerte de demencia y hasta le atemorizara trocar aquellos sueños abismales por una realidad más tortuosa y avasalladora. Lo ha dicho hermosamente en su poema “Júpiter y yo”:
               “Yo permanezco aquí, frente a los hombres,
                De pie, como un patriarca,
                Frente a los muros de la nada.
                Frente al Gólgota
                Áspero en mis dolores colectivos,
                Sembrador de ansiedad,
                                               Creador de lumbres,
                Hechizo de la muerte,
                                                Sin hechizos”.
V
  Y he aquí que Ogsmande Lescayllers retorna a sus islas, a su archipiélago, a su tierra ancestral, su Bayamo entrañable, como quien regresa  de un extraño Mediterráneo, ajeno o mal habido,  a sus Antillas, a su Caribe fosforescente. Nuestro Mediterráneo americano, crisol de mestizajes que nos aproxima y nos integra a otros pueblos y culturas, sin segregarnos. A una voz de timbre continental se encuentran otras islas de paso, territorios del eterno reencuentro, de la diáspora y la nostalgia. ¿Habrá llegado   de nuevo a sus costas para deleitarse en el encanto y misterio del Mare Nostrum? ¿para restaurar los atributos, sus íconos, las piedras fundacionales de una ciudad heroica que lo acoge  sin denotar su ausencia?
  Existe una constante elegíaca en determinados poetas y en determinados pueblos que poseen el sentido de la evocación y la capacidad de percibir el extrañamiento de los perdidos lares, casi desdibujados en un entorno de cenizas y añoranzas perennes. En el inconsciente colectivo y en la memoria de esos poetas se empozan las vivencias, las escenas de una infancia, de una  juventud transcurrida o desplazada hacia la majestad de un ayer cuajado de paisajes, de episodios; testimonios de vida adheridos a lo más trascendente y vívido de sus conciencias. Pienso en Heredia, en Martí, en Juan Clemente Zenea, en tanto y tanto cantor de un redescubrimiento. Ocurre con el mexicano Ramón López Velarde y su inefable composición “Para el zenzontle impávido”:       
             “He vuelto a medianoche a mi casa, y un canto
            como vena de agua que solloza, me acoge...
           es el músico célibe, es el solista dócil
           y experto, es el zenzontle que mece los cansancios
           seniles y la incauta ilusión con que sueñan
           las damitas...”

   Ocurre en otras latitudes mucho más distantes en los planos geográficos, que no en los de la poesía genuina y raigal, como acontece con Rainer María Rilke  y sus célebres Elegías de Duíno, en donde a la riqueza y complejidad del entramado poético, se añade el enorme júbilo de su autor, la plenitud y esplendor de la obra de arte definitiva, la grandeza de una interpretación majestuosa del mundo y del hombre empeñado en trascender. Escuchemos a Rilke: 
            “No sólo la unción de estas fuerzas desplegadas,
            no sólo los caminos, no sólo las praderas a atardecer,
            no sólo la claridad que se respira tras la rezagada tormenta,
            no sólo el sueño que se acerca, y su presentimiento anochecido...
            Sino las noches. Sino las altas noches del estío,
            sino las estrellas de la tierra”.  
   De manera que Lescayllers le dedica a Bayamo sus elegías. Siete elegías en verso libre y anchuroso, versos desplegados como velámenes frente a los vientos rumorosos de su tierra: alisios y contralisios grávidos, suaves brisas costeras, terrales venturosos, corrientes preñadas de polen y energías...
                             “Ay, sofocante tierra, 
                             Mapa indemne,  
                             Vengo de ti al lugar de los sucesos
                             No para verte arder desde la historia,
                             Sino para ofrecerte mis dominios
                             Como el amante que penetró en tus fábulas.”

  Síntesis proteica, creación empinada que se yergue desde las aguas marineras y las ensenadas, hasta el pozo familiar y la estancia del abuelo; por la mediatriz de las corrientes, sobre un plano de estelas y arcabuces, hasta bañar de murmullos los acentos, a un compás de guitarras, entre el hueso del aire y las preguntas... 
                           “Ser desde el agua y en el agua
                            La clara fiebre que nos da la vida;
                            La transparencia que nos invita al gozo.
                            El gozo salmodiado,
                           Tejido con las mismas suturas del milagro...”
  Tal como anuncia tempranamente la Primera Elegía.
   O Bayamo dentro del perímetro, como enuncia la Cuarta:
                          “Bayamo de perfil.
                          Bayamo al centro;
                         Entro por la derecha o por la izquierda.
                         Entro por las terrazas de mi padre,
                         Por la plaza mayor          
                        O por los cuatro puntos cardinales”.
  Bayamo multiplicado, enhiesto y sonoro como en la Quinta Elegía:
                       “De miel y terciopelo,
                       Líricas notas dejó correr Fornaris,
                      Híbrido en la estación de las plegarias,
                      Puso José Joaquín en el albur del viento.

                      “Fidelia al filo frigio del destierro,
                     De pasamanos buscó desde el calvario,
                     Juan Clemente Zenea,                                     
                    Estética respuesta,
                    Al palmeral que sueña en las arcadas.

                   “Brisas nietas de Dios y de los hombres;
                  Palomas que al volar forman escarchas.
                  Entrecortado el vuelo de mi nombre,
                  Bayamo en la estación de una guitarra”.
     Una tesitura de sueños, luces, paisajes, recuerdos y atributos, nos propone la Sexta Elegía, bajo el trinar de los pájaros silvestres y un vuelo de murciélagos:
                 “Tierra, agua, sonidos de la selva,
                 Venían de sotavento a barlovento,
                Teñidos de caguamas y lechuzas
                Sobre la costa del Guacanayabo.

                 “Bayamo entretejido sacó un brazo,
                Puso sus comisiones en la brecha,
               Entre una palma real y una yagruma:
               Mil perros mudos ladrando por las noches.
              Mil colmenas sacadas de la tierra                                                                   
              Entre yareyes y hojas de tabaco.
            
             “La luz de nuevo, volvió a palpar la idea,
             Desde las claraboyas del recuerdo”.                                                                  
Tierna y frutal como una amanecida se torna la voz del hombre cuando accede o entreabre  los ventanales de la tierra, de su propia tierra, vestido de cocuyos y polvo cenital como un aborigen mientras duerme. Es el momento de despedirse y Ogsmande Lescayllers no sabe como hacerlo desde el pórtico mismo de su Séptima Elegía:
                   “Las despedidas nunca tienen nombre.
                  No existe una razón para nombrarlas;
                  A veces sin querer hacen de fuga,
                 Otras veces queriendo se deshacen.

                 “Era la hora de partir y el tiempo
                 Con sus flautas de aguas navegables,
                Se fue a los ríos para mojar los sueños
               Sobre la eternidad de los caminos.               
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               “Cuesta entender a veces las razones
               Por las que un corazón se vuelve templo.
              Cuesta entender  que un muerto salga andando,
              Y tras él vaya un pueblo en pos del viento”.
  Acompañemos al poeta en su páramo real, transitando este angosto sendero trazado por termitas. Todos sabrán que un aluvión del sur lo trajo al centro, que un fino aliento de aguas abisales rozará su frente a la postre,  requisito esencial para que Bayamo, la Ciudad invicta—Bayamo al flexo—, resurja una vez más del incendio, bajo el conjuro mágico de estas elegías. LAS ELEGÍAS DE BAYAMO. Elegías de soles y clamores, como exige la patria.

ARSENIO J. ROSALES MORALES
Bayamo MN. 13 de octubre de 2012.