“Todo aquello que Tú de mí prefieras,
Eso sólo haré yo, tan sólo eso”.
IBN AL _ ARABÍ.
No me comparo a ti, porque soy hombre,
Y los hombres no deben compararse.
Te llamo por tu nombre como a un hermano
Que todos los días recorre el firmamento.
Tú estás, en lo alto de las frondas.
Vives como el jilguero
Anunciando el vuelo sideral de los astros.
El mundo gira en torno a tu ritual
Y te desgranas en las soleras de la tierra.
Desde tu estela se puede ver el mar y los caminos.
Ahí estás con tus soles,
Para fijar lejanas geometrías;
La pipa donde tuestan los dolores
O la nocturnidad de mis ojos de invierno.
II
Los hombres han de vivir en armonía
Para que tú no escapes de tu órbita.
Yo tengo dentro mi dolor y el dolor de otros hombres;
Precisamente, de ellos quiero hablarte:
No soy juez, ni soy Dios.
Desde mi puerta veo pasar las ánimas,
Los sueños malos de los hombres malos
Que intentan apagar la orografía de la palabra.
Hombres malos,
Que negaron a Dios negándose así mismos.
Hombres Judas.
Falsos hombres;
Como la tempestad que arrasa los sembrados.
III
Los hombres tuercen el curso de las eras.
Sus corazones pesan.
Se han vuelto fichas.
Se aferran a la muerte.
Se incineran en las mazmorras del silencio.
Los hombres se vigilan,
Se denuncian,
Se muerden.
Se adhieren a la svástica con la punta de la lengua
Y tú no los dispersas ni los rindes,
No les rompes los rumbos en la mañana de los cantos.
IV
Andas, entre nosotros,
Pensativo,
Callado.
Tu mirada precisa,
Muestra una danza en la solapa de la muerte.
Un reencuentro de números.
Un espacio donde caerá la lluvia
En la última edad de los perfiles.
Tú pasas, sin alumbrar mi tamaño ni mi sombra.
Yo permanezco aquí, frente a los hombres.
De pie, como un patriarca,
Frente a los muros de la nada.
Frente al Gólgota,
Áspero en mis dolores colectivos,
Sembrador de ansiedad,
Creador de lumbres;
Hechizo de la muerte,
Sin hechizos.
V
Y son tantas,
Tantas bravatas,
Paridoras de augurios en los hombres
Y a veces descreo hasta de mí,
De mi sombra infernal,
Y hundo mi corazón sin darme cuenta
Y me detengo aquí,
En los codos del tiempo
Para evadir esas coordenadas.
Las pencas de las dunas.
Las añoranzas que las aguas dejan
En la cola imprecisa de un relámpago.
Ya no,
Ya no será posible el ataúd
Para enterrar viejas alcancías.
La heredad de los nichos,
El tálamo que asusta,
Que detiene,
Los hilos recosidos del asombro.
VI
Compararte con otros no es posible.
Tus anillos y luminiscencia
Llenan los archipiélagos galácticos,
A contrapelo con la nocturnidad
En los desfiladeros y amazonas.
Llenas, desde la altura,
Los reductos de un orbe que se mueve a tus pies.
Y enredas, con tus mágicas manías,
Infinitas hileras de augurios y silencios.
Y esa vieja costumbre de humillar los de abajo,
Tal y como sucede entre los hombres.
¡OH, Júpiter!
Como se desencaja mi violín cuando pasas.
VII
Quién se bebió las asuras de los vientos y rompió los espejos.
Quién pulsó los pañuelos para lanzarlos a la hora del retrete.
Y se hundió en el desierto sin custodios,
Contra la voz de Ismael y Jeremías.
No me detengas nunca ni me dejes atrás.
Los caminos son tuyos y son míos,
Los enemigos de la luz nos persiguen.
VIII
Ya es tiempo de mirarnos por afuera y por dentro.
El convite anuncia un gran presagio.
Hay un declive en la lengua del zodiaco.
Un frío soliloquio y un ágape,
Para la fiesta de los caleidoscopios
Y voy rumbo al tejado de los hierros,
Allá donde te caes,
Donde caemos,
¿Dónde...?
IX
Qué escasos son los hombres con perfiles de héroes.
Qué diminuto el héroe sin perfil.
Esos dioses fabricados en certámenes y orgías,
Esas especies a veces proliferan.
Pero los héroes de tu altura, desaparecieron del planeta.
Al sol no es tan difícil taparle la sonrisa.
Toda su luz cabe en una mirada,
Cabe en el brillo equinoccial de un mediodía.
X
No hay súplica más linda que la sonrisa de mi madre.
Mi madre si conoce mis credos y mis cantos,
Hemos crecido juntos en la inocencia de las hojas.
Yo te convoco para que riegues su ternura de ángel.
Para que la ilumines con el sedal de tus palabras
Y ensortije su voz, junto a los corazones sin alientos.
Cuídala en su tamaño profético de mundos.
Cuida de sus guitarras, que ahora es mediodía
Y que ya es pájaro lento su palabra de sol y terciopelos.
XI
¿Quiénes son esos que tú ni yo identificamos?
¿Por qué han venido a empujarnos la puerta,
A romper cerrojos y cristales?
Los pies del mundo se mueven a mis pies,
Yo te acompaño.
Nuestro reino es pequeño,
En casa hay luz y amor
Y un espejo donde descansan los sueños de los hombres.
En la tuya el mar se transparenta,
Ahoga a los infieles,
Porque no quieren ser dulcificados.
Una persona infiel es un abismo.
Es un fantasma cruel, un imposible.
XII
Sólo nos sabe bien el vino que sacamos de la tierra.
El zumo perspicaz que se abreva en la copa del amor,
Los ríos.
Los caminos.
Y los ríos...
Hombres no,
Porque a los hombres les gustan apedrearse.
El dinero los hace irracionales,
Oscuras bestias que al igual que Caín,
Se comen a tajadas, el corazón sangrante del hermano.
No unas a los hombres mientras lleven por dentro
La llama tentadora de sus odios
Los hierros de sus miedos
Y sus penas inútiles.
No los reúnas nunca si en verdad no se aman.
XIII
No le abras la puerta a nadie que se ufane en apedrearte.
Cuida la luz,
Acércate a la luz.
Siempre la luz.
Estas irreverencias son los chopos del alba
Que alimentan mi cuerpo.
Son truenos y centellas abismales.
Nudos porfiados.
Porfiados nudos míos,
Que penetran en forma de arco iris,
En las perturbaciones de la mente.
¡Acalla, loco!
¡Acalla de una vez!
Si acalla el viento doblarán las campanas.
Si acallan las campanas repicarán los vientos.
No habrá resumen para los hombres ni para los dioses.
Para los mitos ni para la leyenda.
El silencio dirá la última fábula.
Se zafarán los vientos planetarios
Y en su corrida última hacia el mar,
Caerá partida en dos la bóveda celeste.
Caerán luminosos aguaceros de estrellas.
Los hombres de rodillas con las manos en cruz
Esperarán que se cumpla el milagro.
XIV
Te dolerán los ojos, María,
Te dolerán...
No lloverá jamás.
Vendrá el silencio eterno de las eras,
La radioactividad de los confines,
Las frías noches de los desfiladeros
Y los dioses dejarán de reinar
Y el reino será aquí, sobre la tierra,
Porque para entonces no habrá cielo.
¡OH, Karma!
¡Karma!
Estos peldaños no son hijos del miedo.
Escalofríos de los depredadores.
Pedúnculos del miedo;
Nunca jamás, el miedo...
XV
Ahora veo quemándose la cruz.
Se enreda mi cabeza con los vientos.
Se nos caen los párpados.
Empujo el horizonte y lo golpeo.
Se va desanillando mi sonrisa,
Pero me voy salvando en el amor.
XVI
Los agujeros negros descansan a mis pies.
Van las Enanas Blancas azules de tristeza.
Perros intergalácticos,
Archipiélagos muertos.
Galápagos volando.
Vuelan, vuelan galápagos.
Y yo te llamo:
Espérame Señor.
Detente,
Júpiter,
Detente...
Que aunque la tierra es un volcán tristísimo,
Queda una Isla flotando en el Caribe
Y en ella hay hombres buenos, todavía.
Ogmande Lescayllers.
Ciudad de La Habana, 5.07.1986.
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