jueves, 22 de enero de 2009

TEXTO SOBRE DON QUIJOTE DE LA MANCHA.

ESE LUGAR DE LA MANCHA.

Cuatrocientos años después de su aparición, la novela de Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha nos sigue emocionando, interrogándonos, creando en nosotros, sus lectores, un sin número de dudas y preguntas que por lo general nunca responderemos.

Algunos críticos e investigadores quieren hacernos entrar en sus terrenos especulativos, o análisis historiográficos sin darse cuenta que esta obra, en especial, está fuera de todas esas normas que ellos aplican a otras del género, con la que a veces convencen a cierto público acostumbrado a pensar a través de segundas personas.

El Quijote fue escrito para que cada lector hiciera su lectura y que, con ella, llegara a sus propias conclusiones, porque malos eran los maestros y peores las enseñanzas en aquellos tiempos. Eso Cervantes lo sabía y lo tenía tan claro, que los personajes más cuerdos de su obra, son un “loco”; Don Quijote y un iletrado, inculto y torpe: Sancho Panza.

El cura y el barbero, a quienes tenía por amigos y bien informados de las cosas que sucedían en el mundo, a ratos, en medio de las largas discusiones y pláticas que sostenían, les vapuleaba y les dejaba boquiabiertos con su fraseología y disquisiciones filosóficas.

Cervantes, hace literatura con la literatura. La defiende desde la raíz; la prestigia enalteciéndola y dándole el verdadero lugar que tienen y deben de tener las ideas. Para él, no había obra pequeña ni creador mediocre, la pequeñez y la mediocridad estaban en aquellos que no eran capaces de entrar en el reino de la imaginación y el artificio creador. De ahí que, su locura, no es que fuera justificada, sino justificable, lo mismo sucede con las ocurrencias e ingenuidades de Sancho Panza.

Cervantes sabía, por experiencia propia, que la verdad no es tal y que en un mundo de pícaros e inquisidores, un loco puede ser el más creíble, porque entre la realidad y la ficción hay un ancho margen de incertidumbre, que jamás será posible esclarecer.

Don Quijote de la Mancha es una obra profundamente imaginativa, porque en aquellos tiempos, el devenir de la humanidad estaba por reinventar. En Italia, donde Cervantes pasó una temporada, la llama del Alto Renacimiento prendía por todas partes; las ciencias y la filosofía marcaban sus propios derroteros, la literatura, ya tenía grandes nombres, Homero, Dantes, Virgilio, etc. La novela aún estaba huérfana, seguía sumida en su sueño medieval y un deseo de modernidad que hacía aguas por todas partes, porque entonces el mundo no era moderno. La tragedia, la comedia y la épica, eran los modelos literarios a batir. Cervantes, hizo un collage impresionante, donde estaban representados todos y ninguno, porque creó la síntesis de todo lo existente hasta entonces y anunció lo que vendría después, literariamente hablando.

El Quijote es una novela renacentista por su espíritu, aliento y genialidades idiomáticas; pero por la amalgama del tejido de sus personajes y lo revesada de su historia, es barroca. Nació entre esos dos períodos de la historia de la humanidad, cuando el primero daba sus últimos coletazos y el segundo se alzaba tanteando y construyendo nuevos contextos.

Los cinco años pasados en la cárcel de Argel, después de haber vivido en Italia, seguramente enriquecieron la visión de Cervantes acerca del mundo. Él fue un hombre forjado en la lucha por la supervivencia, era un inconforme de su tiempo, donde había más injusticia que justicia.

Las ideas del cristianismo; amor, perdón, servicio y honradez, calaron hondamente en él, así como algunas ideas del mahometanismo afines a la fe y al servicio de Dios Único y Todopoderoso.

Hay algo, en el Quijote que me produce cierta curiosidad, este detalle, desde mi punto de vista es muy serio. En Argel, según se sabe, estuvo cinco años en la cárcel, sin embargo, habla poco de ello. No dice como se la ingenió para sobrevivir ni como le trataron siendo él un cautivo. Por otro lado, cuando se refiere a los días que pasó en una prisión en Sevilla, en su país, es cuando lanza aquella frase, que más que una frase es un dardo, independientemente de la belleza poética que encierra. “Donde toda incomodidad tiene su asiento y todo triste ruido hace su habitación”.

Cervantes no fue ni pudo abrazar las ideas del rey Carlos V, a pesar de que en algunas partes del Quijote, le haga algunas alabanzas; lo mismo ocurre con la religión y en particular con la iglesia de entonces. El pensamiento cervantino pertenece a la modernidad, pero no a la modernidad inmediata, aunque también de hecho le sea a fin, sino a un mundo de más de futuro, que intuyó por la genialidad de sus pensamientos, como hizo Leonardo D’ Vince, Platón o Sócrates. Los cambios que necesitaban el mundo y, en particular, la España de Cervantes, no estaban en el diseño de la iglesia y la monarquía de entonces. Muchas de aquellas ideas, con respecto a la sociedad, al hombre y a la fe, estaban sumergidas en un medievalismo decadente y retrógrado, como quedaban pocos en el mundo.

Cervantes, era él, forjado desde él, con sus alegrías, frustraciones y dolores. No tuvo par en lengua castellana, en el acto de novelar y en el terreno de las ideas, estaba lleno de él y los contextos en los que fue recogiendo y aprendiendo las bases del conocimiento y las esencialidades de la vida.

El Quijote nos hace reír, incluso cuando nos cuenta cosas tristes y dolorosas, y es que Cervantes, sabía, que la tristeza no es un buen medicamento para el alma.

De los conflictos históricos entre españoles y moros, en la obra se habla largo y tendido, pero no hay odio, sino exaltación de estos frente a aquellos. Sin embargo, en lo tocante a las luchas intestinas entre los españoles de entonces, resaltan los celos y las maledicencias en las que afloran los primeros regionalismos, o nacionalismos más idiotas. Recordemos que la única batalla ganada por el Quijote, casi al comienzo de la obra y después de una larga refriega, fue la que sostuvo con el vizcaíno Sancho de Azpeitia.

El ideal de Cervantes es el amor, personalizado en la figura de su bien amada Dulcinea del Toboso y la justicia; contentiva de honradez, respeto, igualdad, servicio, orden, desinterés y perfección, personalizada y representada en la figura de Don Quijote de la Mancha.

La Mancha, tierra de manchegos, tan renombrados entonces, era el escenario ideal para desarrollar aquellas hazañas y aventuras; a modo de los antiguos caballeros andantes, que narraban las novelas, que imagino tan de su gusto y parecer era. Aquellas historias largamente trajinadas, ya habían tocado su fin, porque es un hecho natural que así ocurriera. Cervantes, que como lo demuestra su obra, las conocía todas al dedillo, puso mano a la obra e instrumentó, sobre la base de aquel ideal agotado y moribundo, unos nuevos ingredientes a la forma de hacer novelas. Por eso empieza diciendo: “En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…”Por que no hay mejor medicamento para la razón, que el olvido de lo superfluo y banal del mundo. Cervantes construía sobre la base del olvido, una nueva epopeya que traspasó lo inimaginable. Aunque aquella frase sólo fuera un ardid, pues bien sabemos, los que hemos tenido la ocasión de leer la novela, que su personaje se acordaba de todo con pelos y señales, aunque le tuvieran por loco y descerebrado. Por otro parte, no era que Cervantes no se acordara de ese lugar de La Mancha, lo cierto es que no quería acordarse.

Sabía también, que en aquellos tiempos, a todo el que emprendía una empresa desconocida se le tenía por loco. Su personaje, Don Quijote de La Mancha, sería el más loco de los locos y su obra la más grande de las obras jamás escritas. De hecho, acertó en el propósito.

Es sintomático también, que casi todos los personajes fundamentales de Cervantes gocen de cierta locura, locura brillante. Los cuerdos, o así pensados, la mayoría de las veces hacen de tontos o no van más allá del común de los mortales. Para Cervantes, los que trascienden son los locos, los que abren sus mentes y exponen sin cortapisas sus ideas y deseos; los que luchan por la conquista de sus ideales y sus sueños.

Hoy los “expertos”, luchan por encontrar un punto en la geografía manchega que nos indique exactamente, cual era ese “lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero ni acordarme”. O si Cervantes era de este o de este otro pueblo de España. ¿Acaso, en verdad, esto tiene mayor importancia? Cuando sabemos que Don Quijote de La Mancha, la obra, es de todos sus lectores, allí donde estén, y que Cervantes, le pertenece a la humanidad por más español que quieran hacerlo. Pues, las ideas y los sueños, no son propiedad de nadie y, mucho menos, cuando cabalgan en la mente de un loco.


Ogsmande Lescayllers.

No hay comentarios: