CREACIÓN POÉTICA: DE LO TERRENAL Y LO CÓSMICO.
Sólo existe la ley del Cielo;
Cuya acción lejana nunca cesa
LIBRO DE LAS CANCIONES.
Indudablemente, el Universo es un cuerpo global. Todos, sin distinción, somos parte del cosmos. Por ende, nuestra naturaleza es cósmica. Nuestro planeta no es un caso aislado en el Universo. Formamos parte de una galaxia y esta, a su vez, de un archipiélago galáctico, que a su vez forma una metagalaxia y así, sucesivamente, hasta conformar el infinito.
El hombre, que al mismo tiempo es el todo y la nada en ese enorme espectro que es el universo regido por la energía o fuerzas gravitatorias que actúan independientemente de su voluntad, tiene un gran papel, sobre todo, como observador observado, en el concierto existencial. Su visión del mundo, ya sea científica, religiosa, política o social, no es más que una metáfora de la realidad que nos envuelve o que nos ha envuelto a lo largo del devenir histórico, o estadios por los que ha transitado la humanidad.
Nadie, absolutamente nadie, conoce con certeza, quiénes somos, de dónde venimos, y hacia dónde vamos. Lo que sí podemos hacer y es lo que hemos estado haciendo desde que aparecimos en el mundo: es, jugar, soñar, desear, anhelar, exhibirnos, inhibirnos o intentar definirnos como seres, incluso, sin saber ciertamente qué es el ser. En estos vocablos o expresiones, está la raíz de nuestra esencia cósmica. Nuestro ser, es la célula inicial, a partir de la cual derivan o se generan todas las visiones y pronósticos acerca del cosmos.
La vida es quizás, la mayor metáfora con la que ha tropezado el hombre a lo largo de su existencia. El hombre es un símil que a instante muta o se transforma, gracias a esa ley dialéctica del cambio, es por lo que evolucionamos interior y exteriormente. En ello, lo cósmico o cosmogónico, juega un papel fundamental, cuestión esta de la que muy pocas veces nos percatamos, por la sencilla razón de que estas fuerzas o mecanismos de la evolución, actúan fuera, e independientemente de nuestra voluntad. Sin embargo, todo este fenómeno, es parte inherente de nuestra acción creada y creadora.
A eso que yo llamo catocrisis, o sea, caos de las crisis, que experimentamos casi a diario, es a lo que los físicos llaman entropía. Lo que ocurre es, que mi postulado se refiere al tejido o entramado social, psíquico; y los científicos, lo ven o lo analizan a través de la sustancia o gases que en determinados momentos eclosionan y generan un campo de destrucción. En mi caso, o sea, la catocrisis, lo que hace es poner en tensión los mecanismos de la psiquis humana, para crear y producir un nuevo elemento, o motivo en el entramado social, de ahí su proximidad cósmica.
Esa acción en el arte, es continua y alcanza su mayor expresión cada vez que un creador logra unir las partes terrenas y estelares en las que gravitamos.
El postulado estético no es nuevo, desde los tiempos védicos, ya los hombres se venían haciendo esta pregunta. Platón, con sus ensoñaciones demiúrgicas, encarna el ideal místico-poético de Occidente, quizás imitando a Filón, aunque no fue su intención darnos un instrumento conciliador entre el poeta y el filósofo, entre el artista y el hombre natural, común. Buscaba Platón más bien, delimitar qué tipo de sustancia era propia del poeta y hasta donde llegaban sus poderes o atribuciones, con relación al filósofo, que como ha de colegirse, para Platón era el todo, el único capaz y capacitado para formar y educar la sociedad. Naturalmente, se equivocaba en esta apreciación el sabio ateniense.
En el Medioevo, los hombres, ya no sólo se preguntaban, sino que se atrevían a cuestionar. Pero es en el Renacimiento, donde verdaderamente el asunto toma forma axiomática y luego se proyecta como teoría, se integran sus partes y se convierten en tesis. Los balbuceos de los hermenéuticos los pitagóricos y los propersianos, hasta llegar a las ensoñaciones socráticas y horacianas, se empinan con la epistemología y se van deslizando paulatinamente, hasta que Baumsgarten naturaliza el hecho con su visión estética, la que más adelante Hegel nos anima a continuar.
Los que hemos transitado por ahí, sabemos cuántos errores y mentices hay, en todas y cada una de las definiciones y conceptualizaciones que nos han legado. Basta una ojeada sobre esos textos, para inmediatamente percatarnos de ello. Sin embargo, son nuestra base o campo de actuación, sin los cuales, estaríamos huérfanos de un método para adentrarnos al complejo mundo del pensamiento artístico, en particular, y todas las demás formas del pensar en general.
Freud, Jung, o Wilhelm, aportan nuevas luces sobre esos hechos. Más atrevido fue Nietzche, y si no fuera por la enorme embriaguez de sus ideas y la desmesura con que las manifestaba, a lo mejor hoy sería el modelo de medición a seguir. No hay esencia sin presencia o viceversa, y cuando hablamos de cosmos y poesía, una misma razón nos hace participar, sin trasvasar el sentido hacia otra dirección más cercana, desde el punto de vista expresivo, digna o esclarecedora de dichos eventos.
Sabemos que la complejidad del arte no radica en el artista, sino en el arte mismo. La creación está ahí, eternamente. El creador es un ente transitorio sin mayor importancia, para los efectos de la naturaleza y el ritmo permanente del cosmos. Y miren si es así, que todo lo que hacen cien, mil, un millón de generaciones, pongamos por ejemplo, la naturaleza lo destruye en fracción de segundos.
Los grandes textos de la sabiduría y el conocimiento que han sentado las bases de la sociedad en una y otra orilla, tales como: Gilgamehs, El Bhagavad-Gita, El Ramayana, El Mahabharata, La Biblia, El Corán, El Tao Te King, El I Ching, El Canto de los muertos, El Kibalión, o El Poemonde de Hermes Trismegisto y otras obras como La Ilíada, La Odisea, La Eneida o Las Metamorfosis, La Divina Comedia, El Kalevala, El Hiawatha o yéndonos para atrás, los poemas de Pitágoras, las tragedias griegas, la música de Orfeo, las teorías de Sócrates sobre el arte poético, así como las de Platón y podemos decir que hasta los nuevos laboratorios de lingüística o semiótica, con Peirce, F. Saussere, U. Eco, N. Chomsky, R. Jakobson B. Malmberg y otros, todos, absolutamente todos, no hacen más que husmear en el cosmos, en busca de la verdad. Verdad, que por más que se empeñen, nadie podrá desentrañar, porque el tema de la creación es un misterio que el universo nos tiene bien guardado. Porque los dioses, y los hombres también lo saben, que si llegara el hipotético día de descubrir ese secreto, se detendría la evolución y después vendría la muerte absoluta de las cosas.
Por todo esto y muchas cosas más, es por lo que intento hacerles ver y comprender que la esencia misma del arte, y en este caso, del poema, es dada por la relación cósmica-terrenal, donde no sólo importa lo material, sino, y muy en serio, los sueños. Pero más allá de ese sueño que concebimos, está el despertar en las cosas con las que soñamos.
Los críticos literarios o los de arte en general, son como interpretadores de sueños. Y sabemos, que un sueño es un sueño, imposible de interpretar, aunque a veces acertemos o nos acerquemos a adivinar algunos de ellos; pura causalidad.
Aclaro, que no estoy negando el acto de soñar, estoy hablando de algo más profundo y complejo que eso, que puede que sí, o puede que no; entre una orilla y otra, existe una extensa área de relatividad, donde campean, a sus anchas, las especulaciones.
El pensamiento Interiorista, y aclaro, interiorismo, no significa que venga de nuestro interior, todo lo contrario, el Interiorismo, es la gran y única fusión de lo externo y lo interno; de lo cósmico y lo terreno, es una fuerza telúrica que tiene su asidero en la creación, para revelarnos el gran cosmos que habita y que se habilita dentro y fuera de nosotros. Es nuestro ser, esencia y presencia de, y en las cosas.
La realidad no hay que explicarla, está ahí, al alcance de nuestra vista y nuestro tacto. La ficción cada vez que se intenta explicar y hacerse cuerpo o campo de laboreo, pierde la mayor parte de su esencia. Todos tenemos derecho a pensar a constatar los hechos por cuenta propia. Cuando alguien duerme, no es conveniente despertarlo, pero tampoco es prudente dejarlo que duerma eternamente.
Sólo si andas despierto, tendrás consciencia de las cosas. Dormido se puede transitar, pero estoy convencido que no verás ni te enterarás de nada.
En nuestro cerebelo tenemos nervios, células, neuronas y un sin fin de cosas, que los neurólogos pueden identificar, lo que no vas a encontrar en su interior es un solo pensamiento, ni una sola idea. Es, pongamos por ejemplo, el caso de una televisión, dentro tiene cables, receptores, bombillas, transistores, pero las imágenes que vemos o que captamos en la pantalla, nos llegan de otra parte.
El Interiorismo, no es un ismo más. De él pueden decir todo lo que quieran, pero nadie le negará su esencia humana y cósmica, porque su realidad es tan natural, como la naturaleza misma de la que es todo y parte.
Creo que los primeros cosmonautas fueron los poetas. Aunque, indudablemente, el cosmos poético y el científico son ideas totalmente opuestas. El poeta con sus visiones, imágenes, e ideas, no trata de demostrar nada, más allá de sumergirnos en un mundo de subjetividades, de emociones, que abren nuevos caminos para la búsqueda de nuestra identidad.
El cosmonauta, no es un ser cósmico, y sus atribuciones tampoco, ellos van en pos de una realidad científica que se mueve o se oculta en el espacio. Por lo contrario, el poeta, como hace de espejo para visionar la realidad, se integra al sistema como un objeto estelar más, de los que componen el cosmos.
En el Poema de Gilgamesh, Enkidu y Gilgamesh, juegan y sueñan con una realidad de ficción, donde lo cósmico se va diluyendo poco a poco hasta hacerse terreno. En la Odisea sucede otro tanto con Aquiles. Esto ocurre porque el mito se revierte y deja de ser mito para convertirse en hombre, en sujeto-objeto; en realidad.
En el Nuevo Testamento, el actante central, focalizado, es Jesús de Nazaret, el hombre, pero al final su imagen se revierte, y se convierte en Dios, aquí la que se invierte es la realidad que teníamos patente, para quedar naufragando en el mito y, además, en lo místico. Dios-Hombre; Hombre-Dios, para ganar su esencia definitiva.
Las sudoraciones de Ezra Paund, sobre La tierra Baldía, de T. S. Eliot, no parten de un análisis en profundidad del concepto literario en el que está implícito el fenómeno lingüístico: tropología, simetría texto-contexto. Paund buscaba la relación cósmica que había entre el poema y el mundo evocado por Eliot. De ahí que no le resulte tan difícil trocear el texto y hacer la maravilla que hizo.
Las flores del Mal, con las que Charles Baudelaire, atizó en su tiempo la imaginería poética, o las Elegías de Duino de Reiner María Rilke, El Cementerio marino de Valery, o Muerte de Narciso de José Lezama Lima, son muestras evidentes de la búsqueda obstinada de esos persecutores de imágenes y metáforas, llamados poetas, que quieren avivar y revitalizar los resortes del cosmos.
Hegel, deambuló entre diatribas queriendo darle sentido y forma a las cosas de la imaginación. Más lejos fue Hölderlin, alineando su canto hacia una perspectiva más clara y real del fenómeno humano, sus teorías podían ser cantadas sin que el lector tuviera la necesidad de recapitular.
Fausto y Goethe, eran un mismo cosmos, lo mismo sucedió con Cervantes y El Quijote, con Hamler y Shakespeare, con Flaubert y Madame Bovary. A lo mejor ni ellos mismos supieron hasta donde habían llegado, ni en qué parte del espectro estaban, porque el horizonte, las auroras boreales, la luz, y también las sombras, ignoran lo que son.
Cuando las relaciones van, de lo particular a lo general, siempre queda un área que se hace imposible de identificar, en esa zona no vista, gravita el cosmos y en él, como es natural, el poeta, su catalizador cósmico.
Walt Whitman, el gran poeta de Norteamérica, se autodefinió como un cosmos. “Yo, Walt Whitman, un cosmos,/ un hijo de Mannhattan”. Sin embargo, en el pórtico de uno de sus libros puso como corolario estas palabras para dejar bien clara su seña diferenciadora. “Quien toca este libro está tocando a un hombre”. Su libro era el hombre, el ser, y él, su creador, el cosmos-térreo; el ser total y totalizador.
Nuestras búsquedas espirituales siempre van dirigidas hacia el cielo. La mística poética y existencial, intenta instalarse, bien fuera o dentro de nosotros, evocando, desde nuestro interior un más allá, que en verdad, es un más acá, algo intrínseco que se hace espíritu.
La metempsicosis alude a los sentidos. De una forma u otra pretende apoderarse de ellos para encontrar campos de razonamientos acordes con las actuaciones o los comportamientos humanos. Formula tesis tan diabólicas como la famosa licantropía, donde el hombre asume la actitud del lobo y bajo esa posesión es capaz de hacer las cosas más terribles del mundo. Esa formulación tiene también su esencia o parte cosmogónica, en la que actúan elementos de fuerzas, movidos por acciones psicopatológicas, donde el cosmos participa como integrador cósmico-terrenal. Bien hubiera podido Michel Foucault, entretejer, en ese mismo engarce, sus historias y sus puntos de vistas acerca de la locura, quizás inspirado por Erasmo de Rótterdam. Pero la poesía no es un estado de la mente, sino una razón, quizás, la más poderosa y sugestiva del mental.
La unicidad del universo, no se mueve por caprichos de hombres. Su infinitud no hay modo humano que sea capaz de abarcarlo. Por eso el poeta se siente envuelto en una enorme red o malla, que en la medida que corre o se mueve dentro de ella, se va haciendo más ancha hasta perder sus dimensiones.
La poesía, que contiene y está contenida en la unidad del cosmos y de lo terrenal, está hecha o compuesta, indisolublemente, de muchas más cosas que palabras. En ella hay sonidos, ritmos, armonías, medidas, paridad, consonancias, asonancias, tonos, alegorías, expresiones, impresiones, implicaciones, ecos, emanaciones, articulaciones, música, cadencias, sustancias y grandes espacios de silencios. La tierra y el cosmos, contienen esos mismos elementos, que son, los que en definitiva, les dan uniformidad y contenido. Tenemos que entender que hay muchas cosas que son sensorialmente imperceptibles: no las vemos, sentimos, oímos, ni olemos y, sin embargo, contienen la realidad de las cosas; son la cosa misma.
La poesía no se hace presente en el poeta, sino en la poesía misma. El poeta es el ente o ser creador que a su vez es creado, por otra realidad o verdad no poeta, pero que si la analizas y la conjugas terminarás percatándote de toda la poesía que encierra ese hecho tan complejo y a la vez original de la naturaleza, cósmico-terrenal.
En las Sagradas Escrituras se lee esta expresión: “Y el verbo se hizo carne”. ¿Pero qué era el verbo? Hoy gramaticalmente hablando decimos que el verbo significa, acción, pasión y estado. Sabemos, que el cosmos está constantemente en acción y que esta acción, requiere de un estado. ¿Pero dónde está la pasión? Naturalmente, la pasión está en el ser, en el hombre, el elemento terreno. Por ende la acción cósmica del verbo se manifiesta en el hombre_pasión, que es lo terrenal y por extensión, ese controvertido elemento o sujeto que es el ser, es parte integrante e integradora del flujo y el reflujo del universo.
Pero aclaremos, el poeta no es el que trasciende, lo que trasciende es la poesía. En este caso la acción del hombre. Hecha y cantada con hondos y melódicos vocablos que se hacen sustancias en el tiempo, en la mente y el corazón de los humanos.
Sería bueno aclarar que la poesía, se hace cuerpo en la palabra y en grandes zonas de silencio que son propias de la reflexión y la meditación profundas. Otra cosa es la poética.
Tenemos mucho que aprender del silencio, naturalmente, esta parte de la poesía y de nuestra realidad cósmica, no forma parte ni de la oralidad, ni de la escritura. Sin embargo, es tal vez, donde el hecho o la realidad cósmica y terrena adquieran el más exacto sentido de lo que es el universo, o la esencia misma del cosmos.
Antes de finalizar, quisiera hacer algunas consideraciones con respecto a la palabra. Creo que importa mucho para fundamentar este diálogo, que tengamos muy en cuenta esta sustancia que nos ha servido de base para enfilar estos razonamientos, que hemos desdibujado en el tiempo y el espacio.
Hasta cierto punto, coincido con Jacques Derrida. Si realmente queremos encontrar la esencia, la verdadera esencia de las cosas, tenemos que aprender a deconstruir la palabra y, además debemos saber acomodar en su espacio la expresión, pues como decía José Martí: “No hay letras que sean expresión, hasta que no halla esencia que expresar”. De la misma forma que el mapa no es el territorio, la palabra tampoco contiene el acto expresado. La palabra no es la cosa misma, como tampoco, el nombre no es la persona. La relación o separación entre significante y significado, acronía y sincronía, van en busca de una misma relación o realidad, que es la de significar algo, sin embargo, no son otra cosa más que palabras, si las desnudas, si le quitas el ropaje de intencionalidad que hay en cada una de ellas, se queda en lo que es cada vocablo o expresión en el tiempo; nada.
Hermes Trismegisto, en los albores de la humanidad nos dejó esta observación; decía Hermes:”El gran creador no hizo el mundo con sus manos, sino con la palabra”. Y sabemos que el mundo es un concierto de relaciones entre seres y objetos. Que la palabra es un caso particular en ese enorme concierto entre seres y cosas. El postulado hermético, concibe el mundo, el universo, sólo en relación con el sujeto hablante, aunque tenemos que tener en cuenta que aunque no hablemos con las cosas que nos rodean, no es menos cierto que existe un diálogo permanente con ellas. Incluso con el silencio que es la ausencia de sonidos y palabras.
Aunque parezca un poco aventurado, podemos decir que el cosmos es todo lo que está ausente, fuera de nosotros. Pero tampoco podemos perder de vista que cada uno de nosotros, es una especie de microcosmos y que somos partes integrantes e integradoras de ese gran macrocosmos, llamado universo.
La razón primero, y después la palabra, son las que nos llevan o nos motivan a abordar todos estos eventos de aproximación y/ o circunstancias, de ahí el valor esencial de la famosa frase de Descartes, “Pienso, luego existo”. Porque la vida es como una especie de laboratorio, donde a instante, estamos entrando y saliendo, vitalizando y revitalizando el camino que en ella y con ella recorremos.
“Bajo el sol no dudo nada”. Decía Engels. Yo, ni bajo ni encima del Astro Rey pongo en dudas ningún acto, porque lo que hoy es, mañana ya no es, o viceversa. De hecho, si no existe la verdad como tal, sino mi verdad, y todo ser es efímero en el tiempo y transitorio, no hay motivo o razón para sostener las cosas en el tiempo como hechos eternos, hijos del siempre y por siempre. Creo que es más prudente, observar lo que acontece en su momento, en su movimiento, haciéndose y deshaciéndose, a intervalos, como la vida misma, que va siempre de manos de la muerte.
El cosmos, lo cósmico, la gran metáfora del mundo, aún no nos ha sido revelada. De ahí que tengamos que seguir buscando, indagando, escarbando, desde lo más profundo hasta la cima, deconstruyendo y construyendo al unísono, toda la belleza y riqueza espiritual, material, objetiva y subjetiva, que envuelve nuestro ser, a pesar de Heidegger. Teniendo siempre presente, que somos una mínima partícula que forma eso que Hermes llamó la “Unidad, que lo contiene todo, pero que todo no está contenido en ella”.
El hecho cósmico, poéticamente hablando, es como el horizonte, algo que vemos, que expresamos con palabras, pero al que nunca llegamos. En la medida que nos aproximamos a él, comienza a disolverse. Se nos pierde delante sin dejar rastro de lo que fue, hasta que aparece en otra parte, en otro horizonte, siempre marcado por el sello de la distancia y de lo infinito e indefinido.
Pienso como Pitágoras, que “todo está sedado por el número”. El número gráficamente nos indica desde el cero inicial hasta el infinito, que también es un cero final, porque se nos pierde en las proporciones. De ahí que en mi pensar, cada acción, cada acto, expreso u omitido, revista gran importancia. Las mejores palabras, las mejores lecciones, el mejor discurso y la más bella sinfonía, los he escuchado y aprendido en el silencio.
El cosmos es, desde mi modesto punto de vista, la casa del silencio, el sitio donde se vertebran todos y cada uno de nuestros anhelos, sueños y esperazas; nuestros encuentros y desencuentros.
El único modo de aprehenderlo, y hacerlo nuestro, es cantándole, convirtiéndolo en poemas, creándolo y recreándolo, poéticamente en nuestra imaginación, hasta que nos devele sus canales intrínsecos, donde habitan todos los misterios y secretos que hay en él.
Al terminal, no quiero dejarlos ni quedarme en el vacío sobre el que vamos y venimos flotando. Cierro mi intervención con el fragmento de un poema de Dámaso Alonso, el autor de Hijos de la ira. Me gustaría, que todos nos sumergiéramos en esa especie de planicie etérea o marca de identidad, que Dámaso nos brinda, para que la emoción se vuelva alas y se sumerja en el cosmos de nuestras mentes y en el poeta intemporal que nos habita.
Heme aquí:
Soy hombre como un dios.
Soy hombre, dulce niebla, centro cálido,
Pasajero bullir de un metal misterioso
Que irradia la ternura.
(La injusticia)
Dr. Ogsmande Lescayllers.
Sólo existe la ley del Cielo;
Cuya acción lejana nunca cesa
LIBRO DE LAS CANCIONES.
Indudablemente, el Universo es un cuerpo global. Todos, sin distinción, somos parte del cosmos. Por ende, nuestra naturaleza es cósmica. Nuestro planeta no es un caso aislado en el Universo. Formamos parte de una galaxia y esta, a su vez, de un archipiélago galáctico, que a su vez forma una metagalaxia y así, sucesivamente, hasta conformar el infinito.
El hombre, que al mismo tiempo es el todo y la nada en ese enorme espectro que es el universo regido por la energía o fuerzas gravitatorias que actúan independientemente de su voluntad, tiene un gran papel, sobre todo, como observador observado, en el concierto existencial. Su visión del mundo, ya sea científica, religiosa, política o social, no es más que una metáfora de la realidad que nos envuelve o que nos ha envuelto a lo largo del devenir histórico, o estadios por los que ha transitado la humanidad.
Nadie, absolutamente nadie, conoce con certeza, quiénes somos, de dónde venimos, y hacia dónde vamos. Lo que sí podemos hacer y es lo que hemos estado haciendo desde que aparecimos en el mundo: es, jugar, soñar, desear, anhelar, exhibirnos, inhibirnos o intentar definirnos como seres, incluso, sin saber ciertamente qué es el ser. En estos vocablos o expresiones, está la raíz de nuestra esencia cósmica. Nuestro ser, es la célula inicial, a partir de la cual derivan o se generan todas las visiones y pronósticos acerca del cosmos.
La vida es quizás, la mayor metáfora con la que ha tropezado el hombre a lo largo de su existencia. El hombre es un símil que a instante muta o se transforma, gracias a esa ley dialéctica del cambio, es por lo que evolucionamos interior y exteriormente. En ello, lo cósmico o cosmogónico, juega un papel fundamental, cuestión esta de la que muy pocas veces nos percatamos, por la sencilla razón de que estas fuerzas o mecanismos de la evolución, actúan fuera, e independientemente de nuestra voluntad. Sin embargo, todo este fenómeno, es parte inherente de nuestra acción creada y creadora.
A eso que yo llamo catocrisis, o sea, caos de las crisis, que experimentamos casi a diario, es a lo que los físicos llaman entropía. Lo que ocurre es, que mi postulado se refiere al tejido o entramado social, psíquico; y los científicos, lo ven o lo analizan a través de la sustancia o gases que en determinados momentos eclosionan y generan un campo de destrucción. En mi caso, o sea, la catocrisis, lo que hace es poner en tensión los mecanismos de la psiquis humana, para crear y producir un nuevo elemento, o motivo en el entramado social, de ahí su proximidad cósmica.
Esa acción en el arte, es continua y alcanza su mayor expresión cada vez que un creador logra unir las partes terrenas y estelares en las que gravitamos.
El postulado estético no es nuevo, desde los tiempos védicos, ya los hombres se venían haciendo esta pregunta. Platón, con sus ensoñaciones demiúrgicas, encarna el ideal místico-poético de Occidente, quizás imitando a Filón, aunque no fue su intención darnos un instrumento conciliador entre el poeta y el filósofo, entre el artista y el hombre natural, común. Buscaba Platón más bien, delimitar qué tipo de sustancia era propia del poeta y hasta donde llegaban sus poderes o atribuciones, con relación al filósofo, que como ha de colegirse, para Platón era el todo, el único capaz y capacitado para formar y educar la sociedad. Naturalmente, se equivocaba en esta apreciación el sabio ateniense.
En el Medioevo, los hombres, ya no sólo se preguntaban, sino que se atrevían a cuestionar. Pero es en el Renacimiento, donde verdaderamente el asunto toma forma axiomática y luego se proyecta como teoría, se integran sus partes y se convierten en tesis. Los balbuceos de los hermenéuticos los pitagóricos y los propersianos, hasta llegar a las ensoñaciones socráticas y horacianas, se empinan con la epistemología y se van deslizando paulatinamente, hasta que Baumsgarten naturaliza el hecho con su visión estética, la que más adelante Hegel nos anima a continuar.
Los que hemos transitado por ahí, sabemos cuántos errores y mentices hay, en todas y cada una de las definiciones y conceptualizaciones que nos han legado. Basta una ojeada sobre esos textos, para inmediatamente percatarnos de ello. Sin embargo, son nuestra base o campo de actuación, sin los cuales, estaríamos huérfanos de un método para adentrarnos al complejo mundo del pensamiento artístico, en particular, y todas las demás formas del pensar en general.
Freud, Jung, o Wilhelm, aportan nuevas luces sobre esos hechos. Más atrevido fue Nietzche, y si no fuera por la enorme embriaguez de sus ideas y la desmesura con que las manifestaba, a lo mejor hoy sería el modelo de medición a seguir. No hay esencia sin presencia o viceversa, y cuando hablamos de cosmos y poesía, una misma razón nos hace participar, sin trasvasar el sentido hacia otra dirección más cercana, desde el punto de vista expresivo, digna o esclarecedora de dichos eventos.
Sabemos que la complejidad del arte no radica en el artista, sino en el arte mismo. La creación está ahí, eternamente. El creador es un ente transitorio sin mayor importancia, para los efectos de la naturaleza y el ritmo permanente del cosmos. Y miren si es así, que todo lo que hacen cien, mil, un millón de generaciones, pongamos por ejemplo, la naturaleza lo destruye en fracción de segundos.
Los grandes textos de la sabiduría y el conocimiento que han sentado las bases de la sociedad en una y otra orilla, tales como: Gilgamehs, El Bhagavad-Gita, El Ramayana, El Mahabharata, La Biblia, El Corán, El Tao Te King, El I Ching, El Canto de los muertos, El Kibalión, o El Poemonde de Hermes Trismegisto y otras obras como La Ilíada, La Odisea, La Eneida o Las Metamorfosis, La Divina Comedia, El Kalevala, El Hiawatha o yéndonos para atrás, los poemas de Pitágoras, las tragedias griegas, la música de Orfeo, las teorías de Sócrates sobre el arte poético, así como las de Platón y podemos decir que hasta los nuevos laboratorios de lingüística o semiótica, con Peirce, F. Saussere, U. Eco, N. Chomsky, R. Jakobson B. Malmberg y otros, todos, absolutamente todos, no hacen más que husmear en el cosmos, en busca de la verdad. Verdad, que por más que se empeñen, nadie podrá desentrañar, porque el tema de la creación es un misterio que el universo nos tiene bien guardado. Porque los dioses, y los hombres también lo saben, que si llegara el hipotético día de descubrir ese secreto, se detendría la evolución y después vendría la muerte absoluta de las cosas.
Por todo esto y muchas cosas más, es por lo que intento hacerles ver y comprender que la esencia misma del arte, y en este caso, del poema, es dada por la relación cósmica-terrenal, donde no sólo importa lo material, sino, y muy en serio, los sueños. Pero más allá de ese sueño que concebimos, está el despertar en las cosas con las que soñamos.
Los críticos literarios o los de arte en general, son como interpretadores de sueños. Y sabemos, que un sueño es un sueño, imposible de interpretar, aunque a veces acertemos o nos acerquemos a adivinar algunos de ellos; pura causalidad.
Aclaro, que no estoy negando el acto de soñar, estoy hablando de algo más profundo y complejo que eso, que puede que sí, o puede que no; entre una orilla y otra, existe una extensa área de relatividad, donde campean, a sus anchas, las especulaciones.
El pensamiento Interiorista, y aclaro, interiorismo, no significa que venga de nuestro interior, todo lo contrario, el Interiorismo, es la gran y única fusión de lo externo y lo interno; de lo cósmico y lo terreno, es una fuerza telúrica que tiene su asidero en la creación, para revelarnos el gran cosmos que habita y que se habilita dentro y fuera de nosotros. Es nuestro ser, esencia y presencia de, y en las cosas.
La realidad no hay que explicarla, está ahí, al alcance de nuestra vista y nuestro tacto. La ficción cada vez que se intenta explicar y hacerse cuerpo o campo de laboreo, pierde la mayor parte de su esencia. Todos tenemos derecho a pensar a constatar los hechos por cuenta propia. Cuando alguien duerme, no es conveniente despertarlo, pero tampoco es prudente dejarlo que duerma eternamente.
Sólo si andas despierto, tendrás consciencia de las cosas. Dormido se puede transitar, pero estoy convencido que no verás ni te enterarás de nada.
En nuestro cerebelo tenemos nervios, células, neuronas y un sin fin de cosas, que los neurólogos pueden identificar, lo que no vas a encontrar en su interior es un solo pensamiento, ni una sola idea. Es, pongamos por ejemplo, el caso de una televisión, dentro tiene cables, receptores, bombillas, transistores, pero las imágenes que vemos o que captamos en la pantalla, nos llegan de otra parte.
El Interiorismo, no es un ismo más. De él pueden decir todo lo que quieran, pero nadie le negará su esencia humana y cósmica, porque su realidad es tan natural, como la naturaleza misma de la que es todo y parte.
Creo que los primeros cosmonautas fueron los poetas. Aunque, indudablemente, el cosmos poético y el científico son ideas totalmente opuestas. El poeta con sus visiones, imágenes, e ideas, no trata de demostrar nada, más allá de sumergirnos en un mundo de subjetividades, de emociones, que abren nuevos caminos para la búsqueda de nuestra identidad.
El cosmonauta, no es un ser cósmico, y sus atribuciones tampoco, ellos van en pos de una realidad científica que se mueve o se oculta en el espacio. Por lo contrario, el poeta, como hace de espejo para visionar la realidad, se integra al sistema como un objeto estelar más, de los que componen el cosmos.
En el Poema de Gilgamesh, Enkidu y Gilgamesh, juegan y sueñan con una realidad de ficción, donde lo cósmico se va diluyendo poco a poco hasta hacerse terreno. En la Odisea sucede otro tanto con Aquiles. Esto ocurre porque el mito se revierte y deja de ser mito para convertirse en hombre, en sujeto-objeto; en realidad.
En el Nuevo Testamento, el actante central, focalizado, es Jesús de Nazaret, el hombre, pero al final su imagen se revierte, y se convierte en Dios, aquí la que se invierte es la realidad que teníamos patente, para quedar naufragando en el mito y, además, en lo místico. Dios-Hombre; Hombre-Dios, para ganar su esencia definitiva.
Las sudoraciones de Ezra Paund, sobre La tierra Baldía, de T. S. Eliot, no parten de un análisis en profundidad del concepto literario en el que está implícito el fenómeno lingüístico: tropología, simetría texto-contexto. Paund buscaba la relación cósmica que había entre el poema y el mundo evocado por Eliot. De ahí que no le resulte tan difícil trocear el texto y hacer la maravilla que hizo.
Las flores del Mal, con las que Charles Baudelaire, atizó en su tiempo la imaginería poética, o las Elegías de Duino de Reiner María Rilke, El Cementerio marino de Valery, o Muerte de Narciso de José Lezama Lima, son muestras evidentes de la búsqueda obstinada de esos persecutores de imágenes y metáforas, llamados poetas, que quieren avivar y revitalizar los resortes del cosmos.
Hegel, deambuló entre diatribas queriendo darle sentido y forma a las cosas de la imaginación. Más lejos fue Hölderlin, alineando su canto hacia una perspectiva más clara y real del fenómeno humano, sus teorías podían ser cantadas sin que el lector tuviera la necesidad de recapitular.
Fausto y Goethe, eran un mismo cosmos, lo mismo sucedió con Cervantes y El Quijote, con Hamler y Shakespeare, con Flaubert y Madame Bovary. A lo mejor ni ellos mismos supieron hasta donde habían llegado, ni en qué parte del espectro estaban, porque el horizonte, las auroras boreales, la luz, y también las sombras, ignoran lo que son.
Cuando las relaciones van, de lo particular a lo general, siempre queda un área que se hace imposible de identificar, en esa zona no vista, gravita el cosmos y en él, como es natural, el poeta, su catalizador cósmico.
Walt Whitman, el gran poeta de Norteamérica, se autodefinió como un cosmos. “Yo, Walt Whitman, un cosmos,/ un hijo de Mannhattan”. Sin embargo, en el pórtico de uno de sus libros puso como corolario estas palabras para dejar bien clara su seña diferenciadora. “Quien toca este libro está tocando a un hombre”. Su libro era el hombre, el ser, y él, su creador, el cosmos-térreo; el ser total y totalizador.
Nuestras búsquedas espirituales siempre van dirigidas hacia el cielo. La mística poética y existencial, intenta instalarse, bien fuera o dentro de nosotros, evocando, desde nuestro interior un más allá, que en verdad, es un más acá, algo intrínseco que se hace espíritu.
La metempsicosis alude a los sentidos. De una forma u otra pretende apoderarse de ellos para encontrar campos de razonamientos acordes con las actuaciones o los comportamientos humanos. Formula tesis tan diabólicas como la famosa licantropía, donde el hombre asume la actitud del lobo y bajo esa posesión es capaz de hacer las cosas más terribles del mundo. Esa formulación tiene también su esencia o parte cosmogónica, en la que actúan elementos de fuerzas, movidos por acciones psicopatológicas, donde el cosmos participa como integrador cósmico-terrenal. Bien hubiera podido Michel Foucault, entretejer, en ese mismo engarce, sus historias y sus puntos de vistas acerca de la locura, quizás inspirado por Erasmo de Rótterdam. Pero la poesía no es un estado de la mente, sino una razón, quizás, la más poderosa y sugestiva del mental.
La unicidad del universo, no se mueve por caprichos de hombres. Su infinitud no hay modo humano que sea capaz de abarcarlo. Por eso el poeta se siente envuelto en una enorme red o malla, que en la medida que corre o se mueve dentro de ella, se va haciendo más ancha hasta perder sus dimensiones.
La poesía, que contiene y está contenida en la unidad del cosmos y de lo terrenal, está hecha o compuesta, indisolublemente, de muchas más cosas que palabras. En ella hay sonidos, ritmos, armonías, medidas, paridad, consonancias, asonancias, tonos, alegorías, expresiones, impresiones, implicaciones, ecos, emanaciones, articulaciones, música, cadencias, sustancias y grandes espacios de silencios. La tierra y el cosmos, contienen esos mismos elementos, que son, los que en definitiva, les dan uniformidad y contenido. Tenemos que entender que hay muchas cosas que son sensorialmente imperceptibles: no las vemos, sentimos, oímos, ni olemos y, sin embargo, contienen la realidad de las cosas; son la cosa misma.
La poesía no se hace presente en el poeta, sino en la poesía misma. El poeta es el ente o ser creador que a su vez es creado, por otra realidad o verdad no poeta, pero que si la analizas y la conjugas terminarás percatándote de toda la poesía que encierra ese hecho tan complejo y a la vez original de la naturaleza, cósmico-terrenal.
En las Sagradas Escrituras se lee esta expresión: “Y el verbo se hizo carne”. ¿Pero qué era el verbo? Hoy gramaticalmente hablando decimos que el verbo significa, acción, pasión y estado. Sabemos, que el cosmos está constantemente en acción y que esta acción, requiere de un estado. ¿Pero dónde está la pasión? Naturalmente, la pasión está en el ser, en el hombre, el elemento terreno. Por ende la acción cósmica del verbo se manifiesta en el hombre_pasión, que es lo terrenal y por extensión, ese controvertido elemento o sujeto que es el ser, es parte integrante e integradora del flujo y el reflujo del universo.
Pero aclaremos, el poeta no es el que trasciende, lo que trasciende es la poesía. En este caso la acción del hombre. Hecha y cantada con hondos y melódicos vocablos que se hacen sustancias en el tiempo, en la mente y el corazón de los humanos.
Sería bueno aclarar que la poesía, se hace cuerpo en la palabra y en grandes zonas de silencio que son propias de la reflexión y la meditación profundas. Otra cosa es la poética.
Tenemos mucho que aprender del silencio, naturalmente, esta parte de la poesía y de nuestra realidad cósmica, no forma parte ni de la oralidad, ni de la escritura. Sin embargo, es tal vez, donde el hecho o la realidad cósmica y terrena adquieran el más exacto sentido de lo que es el universo, o la esencia misma del cosmos.
Antes de finalizar, quisiera hacer algunas consideraciones con respecto a la palabra. Creo que importa mucho para fundamentar este diálogo, que tengamos muy en cuenta esta sustancia que nos ha servido de base para enfilar estos razonamientos, que hemos desdibujado en el tiempo y el espacio.
Hasta cierto punto, coincido con Jacques Derrida. Si realmente queremos encontrar la esencia, la verdadera esencia de las cosas, tenemos que aprender a deconstruir la palabra y, además debemos saber acomodar en su espacio la expresión, pues como decía José Martí: “No hay letras que sean expresión, hasta que no halla esencia que expresar”. De la misma forma que el mapa no es el territorio, la palabra tampoco contiene el acto expresado. La palabra no es la cosa misma, como tampoco, el nombre no es la persona. La relación o separación entre significante y significado, acronía y sincronía, van en busca de una misma relación o realidad, que es la de significar algo, sin embargo, no son otra cosa más que palabras, si las desnudas, si le quitas el ropaje de intencionalidad que hay en cada una de ellas, se queda en lo que es cada vocablo o expresión en el tiempo; nada.
Hermes Trismegisto, en los albores de la humanidad nos dejó esta observación; decía Hermes:”El gran creador no hizo el mundo con sus manos, sino con la palabra”. Y sabemos que el mundo es un concierto de relaciones entre seres y objetos. Que la palabra es un caso particular en ese enorme concierto entre seres y cosas. El postulado hermético, concibe el mundo, el universo, sólo en relación con el sujeto hablante, aunque tenemos que tener en cuenta que aunque no hablemos con las cosas que nos rodean, no es menos cierto que existe un diálogo permanente con ellas. Incluso con el silencio que es la ausencia de sonidos y palabras.
Aunque parezca un poco aventurado, podemos decir que el cosmos es todo lo que está ausente, fuera de nosotros. Pero tampoco podemos perder de vista que cada uno de nosotros, es una especie de microcosmos y que somos partes integrantes e integradoras de ese gran macrocosmos, llamado universo.
La razón primero, y después la palabra, son las que nos llevan o nos motivan a abordar todos estos eventos de aproximación y/ o circunstancias, de ahí el valor esencial de la famosa frase de Descartes, “Pienso, luego existo”. Porque la vida es como una especie de laboratorio, donde a instante, estamos entrando y saliendo, vitalizando y revitalizando el camino que en ella y con ella recorremos.
“Bajo el sol no dudo nada”. Decía Engels. Yo, ni bajo ni encima del Astro Rey pongo en dudas ningún acto, porque lo que hoy es, mañana ya no es, o viceversa. De hecho, si no existe la verdad como tal, sino mi verdad, y todo ser es efímero en el tiempo y transitorio, no hay motivo o razón para sostener las cosas en el tiempo como hechos eternos, hijos del siempre y por siempre. Creo que es más prudente, observar lo que acontece en su momento, en su movimiento, haciéndose y deshaciéndose, a intervalos, como la vida misma, que va siempre de manos de la muerte.
El cosmos, lo cósmico, la gran metáfora del mundo, aún no nos ha sido revelada. De ahí que tengamos que seguir buscando, indagando, escarbando, desde lo más profundo hasta la cima, deconstruyendo y construyendo al unísono, toda la belleza y riqueza espiritual, material, objetiva y subjetiva, que envuelve nuestro ser, a pesar de Heidegger. Teniendo siempre presente, que somos una mínima partícula que forma eso que Hermes llamó la “Unidad, que lo contiene todo, pero que todo no está contenido en ella”.
El hecho cósmico, poéticamente hablando, es como el horizonte, algo que vemos, que expresamos con palabras, pero al que nunca llegamos. En la medida que nos aproximamos a él, comienza a disolverse. Se nos pierde delante sin dejar rastro de lo que fue, hasta que aparece en otra parte, en otro horizonte, siempre marcado por el sello de la distancia y de lo infinito e indefinido.
Pienso como Pitágoras, que “todo está sedado por el número”. El número gráficamente nos indica desde el cero inicial hasta el infinito, que también es un cero final, porque se nos pierde en las proporciones. De ahí que en mi pensar, cada acción, cada acto, expreso u omitido, revista gran importancia. Las mejores palabras, las mejores lecciones, el mejor discurso y la más bella sinfonía, los he escuchado y aprendido en el silencio.
El cosmos es, desde mi modesto punto de vista, la casa del silencio, el sitio donde se vertebran todos y cada uno de nuestros anhelos, sueños y esperazas; nuestros encuentros y desencuentros.
El único modo de aprehenderlo, y hacerlo nuestro, es cantándole, convirtiéndolo en poemas, creándolo y recreándolo, poéticamente en nuestra imaginación, hasta que nos devele sus canales intrínsecos, donde habitan todos los misterios y secretos que hay en él.
Al terminal, no quiero dejarlos ni quedarme en el vacío sobre el que vamos y venimos flotando. Cierro mi intervención con el fragmento de un poema de Dámaso Alonso, el autor de Hijos de la ira. Me gustaría, que todos nos sumergiéramos en esa especie de planicie etérea o marca de identidad, que Dámaso nos brinda, para que la emoción se vuelva alas y se sumerja en el cosmos de nuestras mentes y en el poeta intemporal que nos habita.
Heme aquí:
Soy hombre como un dios.
Soy hombre, dulce niebla, centro cálido,
Pasajero bullir de un metal misterioso
Que irradia la ternura.
(La injusticia)
Dr. Ogsmande Lescayllers.
2 comentarios:
Mandy, amigo:
¡Enhorabuena por tu blog! Muchos y todas estabamos esperándolo porque sabemos que precisamente tu, tienes mucho que decirle al mundo. Tanto si lo haces en prosa como si en verso, esa belleza formal que te caracteriza y tu gran calidad literaria en general, nos sigue conquistando.
Gracias por tus palabras, por tus ideas, por tu manera de ser, por tu amistad,
Elena
PD: En breve te incluiré en nuestro blog de Poekas, será un orgullo para nuestra gente.
Muy interesante el contenido de esta conferencia, donde se unen la esencia de lo cósmico, poético y espiritual con el hombre, en sí mismo y las cuestiones que se plantea en cuanto a su existencia, creación y destino.
Es toda una lección de filosofía, donde cada frase te hace pensar y sugerirte preguntas que darían lugar a una larga conversación. ¡Enhorabuena!. Nuria.
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