MARTÍ EN EL HORIZONTE.
El primer deber es el amor.
ITALO VOLPI.
José Martí, fue un iluminado. Todo lo que hizo y pensó, iba marcado por ese designio. Vivió a plenitud su tiempo y, esa misma plenitud la proyectó hacia el futuro. Era un conocedor sagaz de la existencia y ese conocimiento le permitía hablar de todo a plenitud.
Si algún defecto tiene su obra, no fue de cálculo, sino logístico, porque como es sabido, la lógica infiere más en el terreno dialéctico que en el campo de lo pragmático. Y, cuando se andan haciendo cosas juntas a la vez y a la velocidad del viento, la lógica puede hacer aguas por alguna parte.
Iba haciendo y aprendiendo. Quizás de ahí le nace esta reflexión que es todo un programa. “La hora de acción no es momento de aprender, es preciso haber aprendido antes”. Pero “antes”, y, de hecho lo es, puede ser el instante anterior. Porque su tiempo, más que por el reloj que lo anunciaba, estaba marcado por los latidos de su corazón y por la marcha de su espíritu permanentemente en acción.
Martí fue un luchador, constante y sereno. Su liderazgo en todo lo que hizo, no tiene discusión. Y, los que les juzgan, o enmarcan cobardemente sus defectos, errados ellos mismos, por la miopía de sus vistas y estrechez de mente, no nos cabe otra idea más afortunada, que lamentarlo, porque de nada sirve entrar al juego de la ignorancia contra los que ignoran y se postulan sabios.
El buen agricultor, cuando la tierra pierde fuerzas y el surco queda débil, en vez de abandonarlo, lo abona o lo deja reposar un tiempo, hasta que gane fuerzas de nuevo, para que el plantón crezca robusto.
Nadie aprende manoseando obras. Hay que leerlas. Si no vas a la raíz, siempre andarás flotando, e ignorante de lo que hay en lo profundo dirás cualquier cosa, menos lo que es. Así no se aprende a construir.
Martí forma parte de la leyenda, pero no es eso, su razón y su postulado son ley. Van más allá de la leyenda, del mito y las especulaciones. Grande fue y es. En su patria natal, nadie le ha superado. En su América, que tanto amó, no ha habido otro igual. En el mundo, muchos se pueden equiparar a él y, aunque otros nombres suenen más, no es porque hayan sido mejores, sino porque él tuvo menos prensa y menos tiempo para dejar su impronta en el camino hacia lo definitivo.
Quien todo y nada fue, siempre anda envuelto en el misterio. Por esos rumbos andan los pasos de José Martí, un hombre de su tiempo y de todos los tiempos. Quien ni la muerte misma, que todo lo borra, pudo sepultarlo en el olvido, porque en la medida que los tiempos corren, su figura majestuosa y sencilla, se va ensanchando en el horizonte.
No hay fin en la naturaleza ni en la vida. La existencia corresponde a lo perpetuo. Martí se da cuenta muy pronto de esa verdad y se apodera de ella hasta llegar a definirla. Y la anuncia así, cuando nos dice:
“Y el vivo que a vivir no tuvo miedo
Se oye que un paso más sube a la sombra”.
La sombra siempre va en representación de algo, ninguna va sola. La sombra no deja huella porque representa el otro estado de la materia, pero existe y no se puede negar su realidad. Martí va más allá, oye su paso. Ya no es sólo un hecho visible, es, además, audible.
Quiero, sin que medien escalas, entrar en el reino del poeta, con el ánimo cierto de ir midiendo, paso a paso, la anchura de sus huellas, sus destellos de luces, el eco de su voz y el coro de imágenes que le acompañan en sus soledades.
MARTÍ POETA.
La palabra poeta, para mí, como en los tiempos antiguos, va más allá del hacedor de versos. Yo lo veo como el ser total. Porque sólo quien es iluminado puede iluminar. Y la poesía de José Martí, es iluminación iluminada, que nos llena y nos asombra como cualquier otro acto de su inteligencia y pensamiento creador.
Fue, quizás, el más moderno de los modernistas, y es, sin duda, el más creador de los creacionistas, aunque para entonces, no estaba en uso este último término. Pero las cosas no radican únicamente en las palabras que las asignan o nominan, sino en su esencia. Y antes que Huidobro y otros que más tarde acuñaron el término, “Creacionista”, ya Martí lo había hecho en un discurso sobre “Nuestra América”. “Crear es la palabra de orden”. Señaló Martí. No dijo en qué, es cierto, pero creador y poeta él, bien puede pensarse que por ahí les fueran los instintos y no hay por qué negárselo.
Gloso esta idea y, adrede, la dejo al desgaire. No de base, sino como cuña para sostener la base, que en su momento, necesita la urgencia de otros en el impulso hacia arriba.
Martí fue un poeta total y totalizador y dio al género, nuevos aires y nuevos rumbos, dentro y fuera de su contexto. Color, brillo, sonoridad, sabor, elegancia y soltura tiene su poesía. Todo cuanto hizo, iba precedido por la libertad y, al cantar, de su interior brotaban himnos a la vida. Por eso cada día hallamos en su obra, nuevos ecos que anuncian la marcha hacia el conocimiento; o hacia la luz.
Grandes poetas le presidieron, otros, grandes también, viviendo en su tiempo. Él venía agasajado por la naturaleza, al ver la luz en la “siempre fiel” isla de Cuba; “la tierra más fermosa que ojos humanos vieran”, al decir de Cristóbal Colón, el Gran Navegante Genovés.
Su maestro, protector y poeta, José María Mendive, ayudó a empinar aquel retoño que como un crío recién salido del la hueva, quiere abarcar de golpe toda la luz del mundo. Primero Homero, Virgilio después y, en, Nueva Gerona, Isla de Pinos, en casa del catalán, José María Sardá de Gironella, se empieza a interesar por el Cantar de los Cantares. En el Divino Libro, fue escalando y conformando su visión mística y terrena de la vida, hasta llegar al hombre, con sus defectos y sus virtudes, hasta conformar la unicidad del ser total, pensando que esto último era lo mejor para el progreso humano.
Al partir de la isla, rumba a España, aún sin tener cumplidos los 17 años, ya ardían en él las llamas de la hoguera terrible, que dejan en el hombre las torturas, la cárcel, el destierro y la muerte. Pero en su corazón ardía también el soplo vital de la existencia, que sostenía sin frenos dentro de él, las llamas del amor.
Sobre las aguas del ancho océano por donde iba el barco que lo conducía hacia España, traza las líneas de un libro manifiesto: El presidio político en Cuba, aunque está escrito en prosa, en cada línea rezuma la poesía, porque en él, el amor y el dolor marchan como hermanados.
En España encuentra lo que necesitaba, lo que le urgía saber, conocer desde adentro. La larga y rica historia de la península ibérica, desde los fenicios, griegos, romanos, godos y visigodos; la España árabe del Al__Andaluz, el Cid, Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Meléndez, Góngora, Quevedo, Cervantes, los Krausistas; sobre esos horizontes del saber, va puesta su mirada alerta y vigilante. Ya lo tenía claro, “la hora de acción no es momento de aprender…” Como siempre y, cuando de justicia se habla, nada mejor, para hacer las bases, que el buen conocimiento de las cosas.
Algunos no lo entendieron en su momento, pongamos el caso de Unamuno o Menéndez Pelayo, pero fue porque no le conocieron. Le miraron, pero no lo observaron, de ahí lo endeble de sus juicios. Y es que a veces los grandes no suelen observarse, porque como van parejos, no buscan virtudes, sino defectos, para achicar al otro.
A Martí, como al universo, hay que contemplarlo desde el horizonte. Las cosas grandes se observan desde lejos. Desde dentro perdemos la perspectiva del radio de la circunferencia, porque, como dice el I Ching. “El ojo no se ve asimismo”.
Cuando leemos a Martí, le oímos, le seguimos; nos llenamos de él. Porque su modo de hacer y su arte se adueñan de nosotros.
Poeta en prosa y en verso, conocía sobradamente las reglas de ambos. Por tanto, intentaré usando sus propias valoraciones estéticas, ir descifrando el embrujo de su poesía.
Sabido es, que nadie puede ser crítico de su propia obra, pero en el caso que nos ocupa, podemos ir configurando, dada su recia personalidad, el perfil creador y personalísimo de este iluminador iluminado, que forjó las bases para una poesía nueva y revolucionaria. “Contra el verso retórico y ornado, / el verso natural”. Sentenció. Y seguidamente nos dio una obra libre de ripios y oropeles, ferviente y hervorosa como su sangre.
Martí elogiaba criticando. Señalaba la mancha, para dejar sentado que todos las tenemos, porque “el sol con la misma luz que alumbra quema”. Su poesía era también, sombra iluminada, instrumento de, y, para la lucha.
Sus dotes psicológicas no imitan pautas, porque él va siguiendo sus propios cauces y creando sus propios cánones, los cuales rompen los marcos estrechos de la psicología tradicional. Hoy, y de hecho, algunos así lo han visto, lo situarían en lo transpersonal o trascendentalitas, no por lo místico, sino por lo mistérico y mítico que hay en su hechura universal. Lo que sabía, lo que conocía, no le venía de la abundancia de sus lecturas, ni de las interminables horas dedicadas al estudio, sino de su natural humano.
Su universo cultural, como el de todo gran hombre, le nacía de su naturaleza observadora. Pues, tiempo libre, nunca lo tuvo, porque su escaso tiempo, todo o casi todo, se lo dedicó a la lucha por la conquista de la libertad de su patria: Cuba.
En toda su obra y, naturalmente, en la poesía se percibe ese acto.
Amor y libertad fueron sus dos caballos de batallas; de uno y otro lado, dejó perfectamente definido su más hondo sentir. “Yo sólo sé de amor. Tiemblo espantado cuando, las pasiones del hombre envuelven tercas, mi rodilla”. Así dejaba, manifiesto, su concepto sobre el amor y el desamor. Y, en un acto de pareja naturaleza, definía la libertad como “el derecho que todo hombre tiene de pensar y hablar sin hipocresía”. Creo que no dejó lugar para dudar, de cuales eran las líneas maestras de su proceder en todos los ámbitos.
Sabía tejer y destejer versos como pocos de su tiempo. Los hizo libres y en rimas, todos ellos exquisitos, elevados y novedosos, en registros que hoy nos parecen contemporáneos y, generación tras generación, vamos oyendo esos hervores formidables y anunciadores de su arte poética.
Su poesía, como las grandes cascadas, lleva el impulso, no del agua, sino de la luz. De ahí su majestad astral, su ímpetu profético, cosmogónico. Oigámoslos.
Mira esta dos, que con dolor te brindo,
Insignias de la vida: ve y escoge.
Este es un yugo: quien lo acepta, goza:
Hace de manso buey y como presta
Servicio a los señores, duerme en paja
Caliente, y tiene rica y ancha avena.
Esta, OH misterio que de mí naciste
Cual la cumbre nació de la montaña,
Esta, que alumbra y mata, es una estrella:
Como que riega luz, los pecadores
Huyen de quien la lleva, y en la vida,
Cual un monstruo de crímenes cargado,
Todo el que lleva luz se queda solo.
En este poema, cuyo título es, Yugo y Estrella, lo trascendental, lo cosmogónico, lo humano vivo, aflora y se hace ascender desde el interior al exterior, hasta forma una especie de correspondencia entre ambos polos o extremos. También afloran y se hacen visibles algunos datos biográficos del autor, que nos sirven de corolario para ahondar en su origen.
Alerta, Martí, que destino le toca al hombre sumiso, al que, “hace de manso buey”. Este no evoluciona porque su servilismo lo retrotrae de nuevo a su estado inicial. “Buey vuelve a ser”. Sin embargo, y en contraposición, el valiente, el que lucha y se sacrifica, es decir, el que “la estrella sin temor se ciñe/ como que crea crece”. Y nos dice también todos los riesgos y vicisitudes que le asisten al hombre que sale en busca de la luz. Incluso, huyen de él, como si fuera un “monstruo de crímenes cargados”. Y en un acto más que reflexivo, diría yo heroico, nos teje con sabia maestría, la escena del calvario y la crucifixión de Cristo, desde el Huerto hasta el Gólgota, cuando en estado contemplativo, evoca. “Todo el que lleva luz se queda sólo”. Pero esta soledad era también la suya, la que a duras penas iba arrastrando en su peregrinar por las calles de algunos pueblos de España, o Nueva York, entre los hombres de la emigración y los agentes de espionajes norteamericanos y españoles, los cuales, apenas le dejaban tiempo para ver la luz.
El poema sigue entretejiendo y denunciando los horrores y las miserias humanas; empujadas por esos a los que él llamaba, “sietemesinos”; pero que, como formaban parte de los suyos, él no les dejaría solos, perdidos en sus equivocaciones. Por eso hace esta magistral invocación que lo corona y lo convierte a un tiempo, en el genio que era. –“Dame el yugo, OH, mi madre, de manera/ Que puesto en él de pie, luzca en mi frente/ mejor la estrella que ilumina y mata”. Ante el desplante y las adversidades, el genio no se arredra, todo lo contrario, se crece.
Martí, que conocía profundamente el teatro y la distribución de los actos en la escena; actor él, en medio del drama, con las fuerzas quebradas, pero latentes y vivas, se asoma al proscenio y enfila hacia los espectadores. Luego, sin hacer mutis, se coloca entre las bambalinas. Tenía el mundo por telón y las circunstancias como espectadores. Sabía que la estrella del buen designio no hay que buscarla en el cielo, sino en el corazón de cada hombre, desde allí, siempre estará brillando para premiar el sacrificio cuando el precio es la libertad y la justicia.
Cambiaba de rumbo sin detenerse; no tenía tiempo que perder. Le buscaban aquí y allá, le perseguían. Su voz y sus cantos, livianos como el aire, se iban haciendo cargas. Y él, como en serio o jugando, dejaba en claro quien era y cuales eran sus modos.
Yo vengo de todas partes
Y a hacia todas partes voy.
Artes soy entre las artes,
En los montes, monte soy.
Su identidad está en una y otra parte, siempre actuando. Su hacer y su andar no tienen límites ni fronteras.
El análisis de su poética no debe hacerse entresacando palabras, o mirando éste o aquel símbolo. Para conocerlo y representarlo como es, hay que ir a la idea, en ella está la matriz de su obra y su pensamiento. Los que se empeñan en señalar palabras aisladas, a escala, más que dar luz, lo que hacen es echar sombras sobre la obra del maestro, esos nunca le comprenderán ni disfrutarán de su intenso quehacer.
Quizás, donde mejor esté representado Martí de cuerpo entero, es en sus versos libres. En ellos no sólo está el hombre de acción, sino el de la creación, que en cada acto viene como naciendo la voz nueva. El ritmo galopa bajo el torrente lingüístico que le arrastra, porque sus ecos no quieren ser sirvientes ni servidos, aspiran a algo más alto en la escala universal, o en el concierto, donde cada instrumento tiene que dar su nota sin equivocar el compás.
Martí desnudó la poesía de falsos y fútiles ornamentos. Pero también es bueno que se diga; adornó y enfatizó allí donde hacía falta hacerlo. Porque la expresión, cuando es verdadera, debe ser sublimada.
Fue un poeta universal. Aunque sentó su base en el tronco de América. Porque América tiene una historia hermosa, desde el despertar de la humanidad y había que mostrársela a los pueblos del mundo. Esa historia, la conocía al dedillo y dejó grandes testimonios en memorables páginas, que bien sirven para que, a la hora del juicio a cerca de qué fueron y son nuestros pueblos, se saquen a la luz.
Su poesía, quiere llevar el mensaje de esas tierras y de esos hombres, que de un salto se han sacudido el yugo que les oprimía y ahora quieren cantar en libertad, con versos, ideas y palabras nuevas. Porque ajenos fuimos y ahora es necesario hacer lo propio, para enseñarle al mundo, que no peleábamos por gusto, sino porque había llegado “La hora de los hornos”. “La hora de América”.
Del tiempo augusto un hombre libre asoma.
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Y al sol del alba que en la tierra rompe
Echa arrogante por el orbe nuevo.
La América nueva, necesitaba, para su construcción definitiva, un arte nuevo, otras formas de hacer y de decir, acorde con los nuevos tiempos.
Y para que nadie cejara en ir contra el empeño y el ideal que se había trazado, pone en versos esta idea, sacada del Antiguo Testamento y que tiene una profunda huella apostólica.
¡Zarza es la memoria; más la mía
Es un cesto de llamas!
Él, también, como Abraham, había visto arder la zarza, pero su zarza y su fuego tenían otros destinatarios. Y, los culpables de su destierro y el éxodo de su pueblo, eran otros también muy diferentes. Quizás, sabedor de esas circunstancias, es por lo que en vez de predicar, forzó el ánimo e hizo pedagogía con sus versos, mostrando el lado claro-oscuro de la vida. También y, para que su magisterio se hiciera más actual, instó a los hombres a que den su lugar a las mujeres, porque, “hombre recogerá quien siembra escuela”. Y esta idea la traslada al verso para que se potencie en la mente y el corazón como un acto de fe.
No es hermosa la fruta en la mujer,
Sino la estrella.
Y si con aquello, aún el pensamiento persistía en su rudeza, pone más alto el tono, y en ejercicio verdaderamente elegante, lanza esta idea, para que los que todavía no habían despertado lo hicieran de inmediato, porque:
La tierra ha de ser luz, y todo vivo
Debe en torno de sí dar luz de astro.
En el mismo poema, Martí va haciendo visible su martirologio: la soledad, el destierro, el vacío que le envuelve y le quema las ansias. Todos los sufrimientos ya eran suyos, pero no obstante, nunca ceja en su lucha.
¡Y miro el sol tan bello y mi desierta alcoba!
Y más abajo dice.
¡Y echo a andar, como un muerto que camina
Loco de amor, de soledad, de espanto!
.............................................................
Y la prestada casa cual barco en tempestad:
¡En el destierro
Náufrago es todo hombre, y toda casa
Inseguro bajel, al mar vendido!
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Grato es vivir, horrible vivir muerto.
Su poesía, como sus pasos, se va diseminando por los intrincados laberintos de la vida, como en la Comedia de Dante. Pero lo de él no es una comedia, sino una tragedia, cruenta y dolorosa. Además, él va en sentido opuesto; de la sombra hacia la luz. Aspira salir del infierno, no entrar en él. No está buscando a un amor perdido, busca la libertad y los derechos que le han arrebatado a él y a los suyos. No se atormenta, se disipa para servir mejor, para ser útil a su pueblo y a todos los que, como él, cultiven una rosa blanca.
¿Qué más se podía esperar en su tiempo, de un poeta? Martí no tuvo igual y aún hoy nos sigue emocionando. Su esplendor y su brillo no pueden ni deben enmarcarse. Su estatura creadora y humana, se escaparon de su tiempo y de sus 42 años. César Vallejo, el gran peruano, hubiera dicho, trilcemente vividos. Yo digo, que la fortuna de su infortunio, debe servirnos a todos como lección y acicate, con los cuales siempre, ante el dolor y la tragedia del mundo, luchar por la belleza, aunque en ese acto, se nos vaya toda la existencia.
Ogsmande Lescayllers.
ITALO VOLPI.
José Martí, fue un iluminado. Todo lo que hizo y pensó, iba marcado por ese designio. Vivió a plenitud su tiempo y, esa misma plenitud la proyectó hacia el futuro. Era un conocedor sagaz de la existencia y ese conocimiento le permitía hablar de todo a plenitud.
Si algún defecto tiene su obra, no fue de cálculo, sino logístico, porque como es sabido, la lógica infiere más en el terreno dialéctico que en el campo de lo pragmático. Y, cuando se andan haciendo cosas juntas a la vez y a la velocidad del viento, la lógica puede hacer aguas por alguna parte.
Iba haciendo y aprendiendo. Quizás de ahí le nace esta reflexión que es todo un programa. “La hora de acción no es momento de aprender, es preciso haber aprendido antes”. Pero “antes”, y, de hecho lo es, puede ser el instante anterior. Porque su tiempo, más que por el reloj que lo anunciaba, estaba marcado por los latidos de su corazón y por la marcha de su espíritu permanentemente en acción.
Martí fue un luchador, constante y sereno. Su liderazgo en todo lo que hizo, no tiene discusión. Y, los que les juzgan, o enmarcan cobardemente sus defectos, errados ellos mismos, por la miopía de sus vistas y estrechez de mente, no nos cabe otra idea más afortunada, que lamentarlo, porque de nada sirve entrar al juego de la ignorancia contra los que ignoran y se postulan sabios.
El buen agricultor, cuando la tierra pierde fuerzas y el surco queda débil, en vez de abandonarlo, lo abona o lo deja reposar un tiempo, hasta que gane fuerzas de nuevo, para que el plantón crezca robusto.
Nadie aprende manoseando obras. Hay que leerlas. Si no vas a la raíz, siempre andarás flotando, e ignorante de lo que hay en lo profundo dirás cualquier cosa, menos lo que es. Así no se aprende a construir.
Martí forma parte de la leyenda, pero no es eso, su razón y su postulado son ley. Van más allá de la leyenda, del mito y las especulaciones. Grande fue y es. En su patria natal, nadie le ha superado. En su América, que tanto amó, no ha habido otro igual. En el mundo, muchos se pueden equiparar a él y, aunque otros nombres suenen más, no es porque hayan sido mejores, sino porque él tuvo menos prensa y menos tiempo para dejar su impronta en el camino hacia lo definitivo.
Quien todo y nada fue, siempre anda envuelto en el misterio. Por esos rumbos andan los pasos de José Martí, un hombre de su tiempo y de todos los tiempos. Quien ni la muerte misma, que todo lo borra, pudo sepultarlo en el olvido, porque en la medida que los tiempos corren, su figura majestuosa y sencilla, se va ensanchando en el horizonte.
No hay fin en la naturaleza ni en la vida. La existencia corresponde a lo perpetuo. Martí se da cuenta muy pronto de esa verdad y se apodera de ella hasta llegar a definirla. Y la anuncia así, cuando nos dice:
“Y el vivo que a vivir no tuvo miedo
Se oye que un paso más sube a la sombra”.
La sombra siempre va en representación de algo, ninguna va sola. La sombra no deja huella porque representa el otro estado de la materia, pero existe y no se puede negar su realidad. Martí va más allá, oye su paso. Ya no es sólo un hecho visible, es, además, audible.
Quiero, sin que medien escalas, entrar en el reino del poeta, con el ánimo cierto de ir midiendo, paso a paso, la anchura de sus huellas, sus destellos de luces, el eco de su voz y el coro de imágenes que le acompañan en sus soledades.
MARTÍ POETA.
La palabra poeta, para mí, como en los tiempos antiguos, va más allá del hacedor de versos. Yo lo veo como el ser total. Porque sólo quien es iluminado puede iluminar. Y la poesía de José Martí, es iluminación iluminada, que nos llena y nos asombra como cualquier otro acto de su inteligencia y pensamiento creador.
Fue, quizás, el más moderno de los modernistas, y es, sin duda, el más creador de los creacionistas, aunque para entonces, no estaba en uso este último término. Pero las cosas no radican únicamente en las palabras que las asignan o nominan, sino en su esencia. Y antes que Huidobro y otros que más tarde acuñaron el término, “Creacionista”, ya Martí lo había hecho en un discurso sobre “Nuestra América”. “Crear es la palabra de orden”. Señaló Martí. No dijo en qué, es cierto, pero creador y poeta él, bien puede pensarse que por ahí les fueran los instintos y no hay por qué negárselo.
Gloso esta idea y, adrede, la dejo al desgaire. No de base, sino como cuña para sostener la base, que en su momento, necesita la urgencia de otros en el impulso hacia arriba.
Martí fue un poeta total y totalizador y dio al género, nuevos aires y nuevos rumbos, dentro y fuera de su contexto. Color, brillo, sonoridad, sabor, elegancia y soltura tiene su poesía. Todo cuanto hizo, iba precedido por la libertad y, al cantar, de su interior brotaban himnos a la vida. Por eso cada día hallamos en su obra, nuevos ecos que anuncian la marcha hacia el conocimiento; o hacia la luz.
Grandes poetas le presidieron, otros, grandes también, viviendo en su tiempo. Él venía agasajado por la naturaleza, al ver la luz en la “siempre fiel” isla de Cuba; “la tierra más fermosa que ojos humanos vieran”, al decir de Cristóbal Colón, el Gran Navegante Genovés.
Su maestro, protector y poeta, José María Mendive, ayudó a empinar aquel retoño que como un crío recién salido del la hueva, quiere abarcar de golpe toda la luz del mundo. Primero Homero, Virgilio después y, en, Nueva Gerona, Isla de Pinos, en casa del catalán, José María Sardá de Gironella, se empieza a interesar por el Cantar de los Cantares. En el Divino Libro, fue escalando y conformando su visión mística y terrena de la vida, hasta llegar al hombre, con sus defectos y sus virtudes, hasta conformar la unicidad del ser total, pensando que esto último era lo mejor para el progreso humano.
Al partir de la isla, rumba a España, aún sin tener cumplidos los 17 años, ya ardían en él las llamas de la hoguera terrible, que dejan en el hombre las torturas, la cárcel, el destierro y la muerte. Pero en su corazón ardía también el soplo vital de la existencia, que sostenía sin frenos dentro de él, las llamas del amor.
Sobre las aguas del ancho océano por donde iba el barco que lo conducía hacia España, traza las líneas de un libro manifiesto: El presidio político en Cuba, aunque está escrito en prosa, en cada línea rezuma la poesía, porque en él, el amor y el dolor marchan como hermanados.
En España encuentra lo que necesitaba, lo que le urgía saber, conocer desde adentro. La larga y rica historia de la península ibérica, desde los fenicios, griegos, romanos, godos y visigodos; la España árabe del Al__Andaluz, el Cid, Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Meléndez, Góngora, Quevedo, Cervantes, los Krausistas; sobre esos horizontes del saber, va puesta su mirada alerta y vigilante. Ya lo tenía claro, “la hora de acción no es momento de aprender…” Como siempre y, cuando de justicia se habla, nada mejor, para hacer las bases, que el buen conocimiento de las cosas.
Algunos no lo entendieron en su momento, pongamos el caso de Unamuno o Menéndez Pelayo, pero fue porque no le conocieron. Le miraron, pero no lo observaron, de ahí lo endeble de sus juicios. Y es que a veces los grandes no suelen observarse, porque como van parejos, no buscan virtudes, sino defectos, para achicar al otro.
A Martí, como al universo, hay que contemplarlo desde el horizonte. Las cosas grandes se observan desde lejos. Desde dentro perdemos la perspectiva del radio de la circunferencia, porque, como dice el I Ching. “El ojo no se ve asimismo”.
Cuando leemos a Martí, le oímos, le seguimos; nos llenamos de él. Porque su modo de hacer y su arte se adueñan de nosotros.
Poeta en prosa y en verso, conocía sobradamente las reglas de ambos. Por tanto, intentaré usando sus propias valoraciones estéticas, ir descifrando el embrujo de su poesía.
Sabido es, que nadie puede ser crítico de su propia obra, pero en el caso que nos ocupa, podemos ir configurando, dada su recia personalidad, el perfil creador y personalísimo de este iluminador iluminado, que forjó las bases para una poesía nueva y revolucionaria. “Contra el verso retórico y ornado, / el verso natural”. Sentenció. Y seguidamente nos dio una obra libre de ripios y oropeles, ferviente y hervorosa como su sangre.
Martí elogiaba criticando. Señalaba la mancha, para dejar sentado que todos las tenemos, porque “el sol con la misma luz que alumbra quema”. Su poesía era también, sombra iluminada, instrumento de, y, para la lucha.
Sus dotes psicológicas no imitan pautas, porque él va siguiendo sus propios cauces y creando sus propios cánones, los cuales rompen los marcos estrechos de la psicología tradicional. Hoy, y de hecho, algunos así lo han visto, lo situarían en lo transpersonal o trascendentalitas, no por lo místico, sino por lo mistérico y mítico que hay en su hechura universal. Lo que sabía, lo que conocía, no le venía de la abundancia de sus lecturas, ni de las interminables horas dedicadas al estudio, sino de su natural humano.
Su universo cultural, como el de todo gran hombre, le nacía de su naturaleza observadora. Pues, tiempo libre, nunca lo tuvo, porque su escaso tiempo, todo o casi todo, se lo dedicó a la lucha por la conquista de la libertad de su patria: Cuba.
En toda su obra y, naturalmente, en la poesía se percibe ese acto.
Amor y libertad fueron sus dos caballos de batallas; de uno y otro lado, dejó perfectamente definido su más hondo sentir. “Yo sólo sé de amor. Tiemblo espantado cuando, las pasiones del hombre envuelven tercas, mi rodilla”. Así dejaba, manifiesto, su concepto sobre el amor y el desamor. Y, en un acto de pareja naturaleza, definía la libertad como “el derecho que todo hombre tiene de pensar y hablar sin hipocresía”. Creo que no dejó lugar para dudar, de cuales eran las líneas maestras de su proceder en todos los ámbitos.
Sabía tejer y destejer versos como pocos de su tiempo. Los hizo libres y en rimas, todos ellos exquisitos, elevados y novedosos, en registros que hoy nos parecen contemporáneos y, generación tras generación, vamos oyendo esos hervores formidables y anunciadores de su arte poética.
Su poesía, como las grandes cascadas, lleva el impulso, no del agua, sino de la luz. De ahí su majestad astral, su ímpetu profético, cosmogónico. Oigámoslos.
Mira esta dos, que con dolor te brindo,
Insignias de la vida: ve y escoge.
Este es un yugo: quien lo acepta, goza:
Hace de manso buey y como presta
Servicio a los señores, duerme en paja
Caliente, y tiene rica y ancha avena.
Esta, OH misterio que de mí naciste
Cual la cumbre nació de la montaña,
Esta, que alumbra y mata, es una estrella:
Como que riega luz, los pecadores
Huyen de quien la lleva, y en la vida,
Cual un monstruo de crímenes cargado,
Todo el que lleva luz se queda solo.
En este poema, cuyo título es, Yugo y Estrella, lo trascendental, lo cosmogónico, lo humano vivo, aflora y se hace ascender desde el interior al exterior, hasta forma una especie de correspondencia entre ambos polos o extremos. También afloran y se hacen visibles algunos datos biográficos del autor, que nos sirven de corolario para ahondar en su origen.
Alerta, Martí, que destino le toca al hombre sumiso, al que, “hace de manso buey”. Este no evoluciona porque su servilismo lo retrotrae de nuevo a su estado inicial. “Buey vuelve a ser”. Sin embargo, y en contraposición, el valiente, el que lucha y se sacrifica, es decir, el que “la estrella sin temor se ciñe/ como que crea crece”. Y nos dice también todos los riesgos y vicisitudes que le asisten al hombre que sale en busca de la luz. Incluso, huyen de él, como si fuera un “monstruo de crímenes cargados”. Y en un acto más que reflexivo, diría yo heroico, nos teje con sabia maestría, la escena del calvario y la crucifixión de Cristo, desde el Huerto hasta el Gólgota, cuando en estado contemplativo, evoca. “Todo el que lleva luz se queda sólo”. Pero esta soledad era también la suya, la que a duras penas iba arrastrando en su peregrinar por las calles de algunos pueblos de España, o Nueva York, entre los hombres de la emigración y los agentes de espionajes norteamericanos y españoles, los cuales, apenas le dejaban tiempo para ver la luz.
El poema sigue entretejiendo y denunciando los horrores y las miserias humanas; empujadas por esos a los que él llamaba, “sietemesinos”; pero que, como formaban parte de los suyos, él no les dejaría solos, perdidos en sus equivocaciones. Por eso hace esta magistral invocación que lo corona y lo convierte a un tiempo, en el genio que era. –“Dame el yugo, OH, mi madre, de manera/ Que puesto en él de pie, luzca en mi frente/ mejor la estrella que ilumina y mata”. Ante el desplante y las adversidades, el genio no se arredra, todo lo contrario, se crece.
Martí, que conocía profundamente el teatro y la distribución de los actos en la escena; actor él, en medio del drama, con las fuerzas quebradas, pero latentes y vivas, se asoma al proscenio y enfila hacia los espectadores. Luego, sin hacer mutis, se coloca entre las bambalinas. Tenía el mundo por telón y las circunstancias como espectadores. Sabía que la estrella del buen designio no hay que buscarla en el cielo, sino en el corazón de cada hombre, desde allí, siempre estará brillando para premiar el sacrificio cuando el precio es la libertad y la justicia.
Cambiaba de rumbo sin detenerse; no tenía tiempo que perder. Le buscaban aquí y allá, le perseguían. Su voz y sus cantos, livianos como el aire, se iban haciendo cargas. Y él, como en serio o jugando, dejaba en claro quien era y cuales eran sus modos.
Yo vengo de todas partes
Y a hacia todas partes voy.
Artes soy entre las artes,
En los montes, monte soy.
Su identidad está en una y otra parte, siempre actuando. Su hacer y su andar no tienen límites ni fronteras.
El análisis de su poética no debe hacerse entresacando palabras, o mirando éste o aquel símbolo. Para conocerlo y representarlo como es, hay que ir a la idea, en ella está la matriz de su obra y su pensamiento. Los que se empeñan en señalar palabras aisladas, a escala, más que dar luz, lo que hacen es echar sombras sobre la obra del maestro, esos nunca le comprenderán ni disfrutarán de su intenso quehacer.
Quizás, donde mejor esté representado Martí de cuerpo entero, es en sus versos libres. En ellos no sólo está el hombre de acción, sino el de la creación, que en cada acto viene como naciendo la voz nueva. El ritmo galopa bajo el torrente lingüístico que le arrastra, porque sus ecos no quieren ser sirvientes ni servidos, aspiran a algo más alto en la escala universal, o en el concierto, donde cada instrumento tiene que dar su nota sin equivocar el compás.
Martí desnudó la poesía de falsos y fútiles ornamentos. Pero también es bueno que se diga; adornó y enfatizó allí donde hacía falta hacerlo. Porque la expresión, cuando es verdadera, debe ser sublimada.
Fue un poeta universal. Aunque sentó su base en el tronco de América. Porque América tiene una historia hermosa, desde el despertar de la humanidad y había que mostrársela a los pueblos del mundo. Esa historia, la conocía al dedillo y dejó grandes testimonios en memorables páginas, que bien sirven para que, a la hora del juicio a cerca de qué fueron y son nuestros pueblos, se saquen a la luz.
Su poesía, quiere llevar el mensaje de esas tierras y de esos hombres, que de un salto se han sacudido el yugo que les oprimía y ahora quieren cantar en libertad, con versos, ideas y palabras nuevas. Porque ajenos fuimos y ahora es necesario hacer lo propio, para enseñarle al mundo, que no peleábamos por gusto, sino porque había llegado “La hora de los hornos”. “La hora de América”.
Del tiempo augusto un hombre libre asoma.
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Y al sol del alba que en la tierra rompe
Echa arrogante por el orbe nuevo.
La América nueva, necesitaba, para su construcción definitiva, un arte nuevo, otras formas de hacer y de decir, acorde con los nuevos tiempos.
Y para que nadie cejara en ir contra el empeño y el ideal que se había trazado, pone en versos esta idea, sacada del Antiguo Testamento y que tiene una profunda huella apostólica.
¡Zarza es la memoria; más la mía
Es un cesto de llamas!
Él, también, como Abraham, había visto arder la zarza, pero su zarza y su fuego tenían otros destinatarios. Y, los culpables de su destierro y el éxodo de su pueblo, eran otros también muy diferentes. Quizás, sabedor de esas circunstancias, es por lo que en vez de predicar, forzó el ánimo e hizo pedagogía con sus versos, mostrando el lado claro-oscuro de la vida. También y, para que su magisterio se hiciera más actual, instó a los hombres a que den su lugar a las mujeres, porque, “hombre recogerá quien siembra escuela”. Y esta idea la traslada al verso para que se potencie en la mente y el corazón como un acto de fe.
No es hermosa la fruta en la mujer,
Sino la estrella.
Y si con aquello, aún el pensamiento persistía en su rudeza, pone más alto el tono, y en ejercicio verdaderamente elegante, lanza esta idea, para que los que todavía no habían despertado lo hicieran de inmediato, porque:
La tierra ha de ser luz, y todo vivo
Debe en torno de sí dar luz de astro.
En el mismo poema, Martí va haciendo visible su martirologio: la soledad, el destierro, el vacío que le envuelve y le quema las ansias. Todos los sufrimientos ya eran suyos, pero no obstante, nunca ceja en su lucha.
¡Y miro el sol tan bello y mi desierta alcoba!
Y más abajo dice.
¡Y echo a andar, como un muerto que camina
Loco de amor, de soledad, de espanto!
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Y la prestada casa cual barco en tempestad:
¡En el destierro
Náufrago es todo hombre, y toda casa
Inseguro bajel, al mar vendido!
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Grato es vivir, horrible vivir muerto.
Su poesía, como sus pasos, se va diseminando por los intrincados laberintos de la vida, como en la Comedia de Dante. Pero lo de él no es una comedia, sino una tragedia, cruenta y dolorosa. Además, él va en sentido opuesto; de la sombra hacia la luz. Aspira salir del infierno, no entrar en él. No está buscando a un amor perdido, busca la libertad y los derechos que le han arrebatado a él y a los suyos. No se atormenta, se disipa para servir mejor, para ser útil a su pueblo y a todos los que, como él, cultiven una rosa blanca.
¿Qué más se podía esperar en su tiempo, de un poeta? Martí no tuvo igual y aún hoy nos sigue emocionando. Su esplendor y su brillo no pueden ni deben enmarcarse. Su estatura creadora y humana, se escaparon de su tiempo y de sus 42 años. César Vallejo, el gran peruano, hubiera dicho, trilcemente vividos. Yo digo, que la fortuna de su infortunio, debe servirnos a todos como lección y acicate, con los cuales siempre, ante el dolor y la tragedia del mundo, luchar por la belleza, aunque en ese acto, se nos vaya toda la existencia.
Ogsmande Lescayllers.
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