LA ESTRUCTURA DEL DESEO.
Todos deseamos. Ese deseo es el que nos hace sentirnos culpables o inocentes de muchas cosas. En realidad, la culpabilidad no es más que un conflicto interno por un deseo frustrado.
Si todo sale bien termina o se disipa ese deseo y de hecho, desaparece la culpa. Si no es así, entonces comienza la lucha. El deseo no es dañino hasta tanto no se convierte en necesidad. Cuando es una simple curiosidad el deseo es pasable; como cualquier otra cosa. Aunque el deseo es único, puede manifestarse en infinidad de actos y con distintos grados de alteración. Existen deseos de carácter objetivo y subjetivo.
El deseo objetivo marca pautas en las que hay anhelos de progreso y superación: se quiere esto o aquello y el sujeto se traza metas o un fin por el cual lucha abiertamente hasta su consecución o fracaso. Este último es el que produce el trauma, el que crea el problema o conflicto. De hecho, el deseo ya es un conflicto, que consciente o inconscientemente pugna en el individuo, como si fuera parte indisoluble del ser; pero no es así.
El deseo subjetivo es un producto de la mente. Se crea una especie de delírium y, el que lo padece, enferma. Las relaciones de esa persona con los demás y, sobre todo, con el objeto o sujeto deseado se tornan enfermizas, hasta caer en la imprudencia.
Se desea lo que se quiere. Se piensa a veces. Pero no es así. También se desea sin querer, porque en el fondo lo que queremos es cubrir una necesidad o un capricho del que a veces no somos concientes. Téngase en cuenta que existen varios tipos de necesidad. Unas que nos son necesarias y otras que no lo son. En ocasiones sólo queremos llenar un cupo, entonces el placer nos conduce al exceso.
Todo deseo, crece como la turbulencia, pero también, como esa turbulencia desaparece. Es decir, se disuelve según el estado del tiempo, lo mismo ocurre con el deseo, desaparece o crece de acuerdo al estado de la mente o a los vaivenes de nuestra conciencia.
Desde luego, el asunto no es tan simple como parece, tampoco es tan complejo, y es que el deseo forma parte de nuestra naturaleza. Está en nuestro ser, como están nuestros sueños, anhelos, frustraciones, y ambiciones, en fin; nuestros apegos. Los deseos son parte de nuestra programación existencial. Están en nuestros genes, como el hecho mismo de crecer, de pensar. Desde luego, cada cosa es lo que es y, en ocasiones, no es conveniente mezclar. Porque a partir de esa mezcla se produce, no una unión, en el mejor sentido de la palabra, sino el cóctel, algo que no es una cosa ni otra. La mezcla produce un resultado, una tercera opción, diversifica la suma del proceso. El cóctel dinamiza el proceso, pero no crea esencialidades, más que la suya propia.
Para saber qué es el deseo y como actúa, lo primero que hay que hacer es conocerse. Si no te conoces jamás sabrás qué es el deseo. Si no despiertas y escarbas en tu interior, en los intríngulis de tu ser y analizas detenidamente, todas y cada una de sus partes, vivirás eternamente ignorante de quien eres. Y, como es natural, pensarás que los años y la experiencia adquirida con ellos, te enseñarán el sentido de las cosas, pero no es así, esa será una más de las tantas formas que tiene la mente de engañarse así misma.
El conocimiento de uno mismo parte de uno mismo. No confundamos el mapa con el territorio. Toda enseñanza se adquiere de la naturaleza, sólo basta con ser un buen observador de su estado. El aprendizaje o la experiencia que adquirimos de otros, son añadidos; acciones o visiones programadas. Tus vivencias son las que importan, por más descabelladas que parezcan. Esas, sólo son tuyas, no puedes trasmitirlas ni legárselas a nadie, son el patrimonio personal que te ha legado la existencia. Es la cara o la cruz que debes llevar con dignidad y amor porque es, en verdad, tu único tesoro. Si alcanzas a descubrir esa verdad, sentirás cuánta carga te quitas de encima. Comprenderás entonces, todo lo falso y cruel que es el mundo que te han legado. Descubrirás por ti mismo qué es o cual es la verdad. Y, a partir de ahí, entrarás y saldrás de la feria sin que el espectáculo de los payasos altere las proyecciones de tu mente: la esencia de tu ser. El mental será tu guía o tu maestro frente al episodio de la naturaleza de la que tú eres parte. Tú y el mundo son una misma realidad o una misma ilusión. Tú y el tiempo marchan sobre una sola línea. No te dejes engañar por los que quieran llevarte por sus caminos. Sigue el tuyo, si en verdad quiere ser tú. En definitiva, si sigues el de otro, extraviarás el rumbo y luego, más temprano que tarde, tendrás que retornar para empezar de nuevo.
Sé paciente y constante, que el mental no duerme. Reconoce en cada cosa su esencia. En la naturaleza, todo está perfectamente ordenado. El desorden sólo habita en nosotros, porque no queremos aceptar. Pero al cosmos no le interesa para nada nuestras proyecciones. Él, como tú, es el regidor regido y debes adquirir conciencia de ello. No dejes que el deseo te arrastre y te sumerjas en el maremagno de las ideas. Porque al deseo, podemos y debemos controlarlo, incluso, si se hace pernicioso, eliminarlo de nuestra mente. Para ello se requiere voluntad, fuerza interior, cultura y grandeza espiritual; dominio de sí. Porque toda estructura, externa o interna, es susceptible al cambio.
Todos deseamos. Ese deseo es el que nos hace sentirnos culpables o inocentes de muchas cosas. En realidad, la culpabilidad no es más que un conflicto interno por un deseo frustrado.
Si todo sale bien termina o se disipa ese deseo y de hecho, desaparece la culpa. Si no es así, entonces comienza la lucha. El deseo no es dañino hasta tanto no se convierte en necesidad. Cuando es una simple curiosidad el deseo es pasable; como cualquier otra cosa. Aunque el deseo es único, puede manifestarse en infinidad de actos y con distintos grados de alteración. Existen deseos de carácter objetivo y subjetivo.
El deseo objetivo marca pautas en las que hay anhelos de progreso y superación: se quiere esto o aquello y el sujeto se traza metas o un fin por el cual lucha abiertamente hasta su consecución o fracaso. Este último es el que produce el trauma, el que crea el problema o conflicto. De hecho, el deseo ya es un conflicto, que consciente o inconscientemente pugna en el individuo, como si fuera parte indisoluble del ser; pero no es así.
El deseo subjetivo es un producto de la mente. Se crea una especie de delírium y, el que lo padece, enferma. Las relaciones de esa persona con los demás y, sobre todo, con el objeto o sujeto deseado se tornan enfermizas, hasta caer en la imprudencia.
Se desea lo que se quiere. Se piensa a veces. Pero no es así. También se desea sin querer, porque en el fondo lo que queremos es cubrir una necesidad o un capricho del que a veces no somos concientes. Téngase en cuenta que existen varios tipos de necesidad. Unas que nos son necesarias y otras que no lo son. En ocasiones sólo queremos llenar un cupo, entonces el placer nos conduce al exceso.
Todo deseo, crece como la turbulencia, pero también, como esa turbulencia desaparece. Es decir, se disuelve según el estado del tiempo, lo mismo ocurre con el deseo, desaparece o crece de acuerdo al estado de la mente o a los vaivenes de nuestra conciencia.
Desde luego, el asunto no es tan simple como parece, tampoco es tan complejo, y es que el deseo forma parte de nuestra naturaleza. Está en nuestro ser, como están nuestros sueños, anhelos, frustraciones, y ambiciones, en fin; nuestros apegos. Los deseos son parte de nuestra programación existencial. Están en nuestros genes, como el hecho mismo de crecer, de pensar. Desde luego, cada cosa es lo que es y, en ocasiones, no es conveniente mezclar. Porque a partir de esa mezcla se produce, no una unión, en el mejor sentido de la palabra, sino el cóctel, algo que no es una cosa ni otra. La mezcla produce un resultado, una tercera opción, diversifica la suma del proceso. El cóctel dinamiza el proceso, pero no crea esencialidades, más que la suya propia.
Para saber qué es el deseo y como actúa, lo primero que hay que hacer es conocerse. Si no te conoces jamás sabrás qué es el deseo. Si no despiertas y escarbas en tu interior, en los intríngulis de tu ser y analizas detenidamente, todas y cada una de sus partes, vivirás eternamente ignorante de quien eres. Y, como es natural, pensarás que los años y la experiencia adquirida con ellos, te enseñarán el sentido de las cosas, pero no es así, esa será una más de las tantas formas que tiene la mente de engañarse así misma.
El conocimiento de uno mismo parte de uno mismo. No confundamos el mapa con el territorio. Toda enseñanza se adquiere de la naturaleza, sólo basta con ser un buen observador de su estado. El aprendizaje o la experiencia que adquirimos de otros, son añadidos; acciones o visiones programadas. Tus vivencias son las que importan, por más descabelladas que parezcan. Esas, sólo son tuyas, no puedes trasmitirlas ni legárselas a nadie, son el patrimonio personal que te ha legado la existencia. Es la cara o la cruz que debes llevar con dignidad y amor porque es, en verdad, tu único tesoro. Si alcanzas a descubrir esa verdad, sentirás cuánta carga te quitas de encima. Comprenderás entonces, todo lo falso y cruel que es el mundo que te han legado. Descubrirás por ti mismo qué es o cual es la verdad. Y, a partir de ahí, entrarás y saldrás de la feria sin que el espectáculo de los payasos altere las proyecciones de tu mente: la esencia de tu ser. El mental será tu guía o tu maestro frente al episodio de la naturaleza de la que tú eres parte. Tú y el mundo son una misma realidad o una misma ilusión. Tú y el tiempo marchan sobre una sola línea. No te dejes engañar por los que quieran llevarte por sus caminos. Sigue el tuyo, si en verdad quiere ser tú. En definitiva, si sigues el de otro, extraviarás el rumbo y luego, más temprano que tarde, tendrás que retornar para empezar de nuevo.
Sé paciente y constante, que el mental no duerme. Reconoce en cada cosa su esencia. En la naturaleza, todo está perfectamente ordenado. El desorden sólo habita en nosotros, porque no queremos aceptar. Pero al cosmos no le interesa para nada nuestras proyecciones. Él, como tú, es el regidor regido y debes adquirir conciencia de ello. No dejes que el deseo te arrastre y te sumerjas en el maremagno de las ideas. Porque al deseo, podemos y debemos controlarlo, incluso, si se hace pernicioso, eliminarlo de nuestra mente. Para ello se requiere voluntad, fuerza interior, cultura y grandeza espiritual; dominio de sí. Porque toda estructura, externa o interna, es susceptible al cambio.
Ogsmande Lescayllers.
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