domingo, 25 de enero de 2009

TEXTO SOBRE EL AMOR, DEL LIBRO "LA ESTRUCTURA DEL DESEO DE OGSMANDE LESCAYLLERS.


EL AMOR.

“Ahora ya lo sé. Uno es la primera cifra
de un número que no tiene fin”.
OMAR KHAYYAM.


¿Qué es el amor? Esta fue, es y será una pregunta eterna. Sin embargo, la respuesta, la única que tiene, está dentro de cada uno nosotros mismos y, que por cierto, no es la única. Nadie más que nosotros, tenemos la respuesta porque somos nosotros y no otro quien puede responder a la infinita nómina de preguntas que subyacen a lo largo de nuestra existencia.

El amor sólo tiene una definición. No existe un amor malo y otro bueno. El amor es la medida de lo exacto en el contexto de los sentimientos. Nadie da ni más ni menos amor. Cada uno da sencillamente lo que tiene. Intentar medir los sentimientos es un error. Pues, no es posible expresar con palabras este o aquel estado de la conciencia o de los sentimientos. No son niveles volumétricos ni geométricos, tampoco se puede encuestar sociológicamente o medir matemáticamente. El amor es como el viento, se siente, se perciben sus desgarramientos y destellos, su fragilidad y su crudeza, pero no se ve ni se puede palpar. Es amorfo, sereno y eficaz. Vibra, cimbra, pero se desconoce su tesitura, y la cantidad de decibelios que emiten las emociones que genera.

La psicología ofrece varias definiciones al respecto y nos habla de un amor que habita o se localiza en la materia viviente. Lo asocia a parejas y lo identifica en asociación con los sentimientos: padres, hijos, matrimonios, objetos etc. Pero este amor es frío, calculado, incluso, negociable.

Este tipo de amor no deja de ser una quimera o un patrón creado y preestablecido por las sociedades de consumo.

Las religiones también nos dan una gama de definiciones y conceptos no menos desafortunados que los que nos muestra la psicología. Las usan en su propio provecho.
El amor no tiene aristas y nace de su propia génesis. No fue creado, elaborado, ni fabricado, es un sentimiento innato en todos los seres vivos. Lo que difieren son los modos de cómo se expresa.
Los estudios de Ortega y Gasset y de Bertrand Russell, al respecto, tan paco aportan nada, más allá de algunos postulados filosóficos.

Nadie muere por amor. Nadie sufre por amor. Se sufre y se muere por sentimientos e ideales de turbia comprensión, que se manifiestan en el ser, cuando el ego es ignorante de lo que es la medida, no en sentido aritmético, sino geométrico, de una progresión axiológica, espacio-tempo que se acumula en el nódulo cerebral, donde se produce una especie de atrofia que crea campos negativos y positivos de diversas índoles.

Sólo en aquellos donde están ausentes los apegos, el acto de juzgar, recriminar, imponer, poseer, castigar y, que a su vez, tienen un gran sentido de la responsabilidad, porque han hecho de la vida, una obra creadora, libre de todo prejuicio y abierta a la comprensión del ser, es donde existe el verdadero amor.

En la naturaleza está todo, absolutamente todo, increíblemente ordenado. A lo que nosotros llamamos desorden es a la incomprensión que tenemos del orden de las cosas. La naturaleza actúa siempre en el momento preciso, ni antes ni después. Y lo hace manifestando su aprobación o desaprobación en relación con el mal o el bien que desde nuestras perspectivas le hayamos ocasionado. No hay que ser un sabio para darse cuenta de esto.

El amor no actúa de esa misma forma. Porque no es la naturaleza, sino un componente de ella.

Entre los hombres, generalmente el amor se expresa hipócritamente. No es una correlación desinteresada. Es una forma de mercancía, una especie de transacción comercial: si me amas te amo, si me das te doy, si me eres fiel te soy fiel, si me abandonas, te abandono, si me faltas te falto. Y en determinadas sociedades, el macho tiene a la hembra como a un objeto de placer. Desde luego, ni decirlo, eso no tiene nada que ver con el amor. Es una forma grosera, del más primitivo estado del individuo.

La sociedad nos impone sus miedos colectivos. Los cuales, incluso, convierte en normas. Leyes que hacen a las personas instrumentos. Limitándoles, de hecho, a amarse libremente. El amor libre, como todo acto de libertad, está sustentado sobre la base del respeto mutuo. Donde no hay respeto no hay amor. Donde no hay amor, no hay respeto. Lo que crea la tiranía del alma es el desamor. La ausencia de amor, que nunca es absoluta en los seres humanos, salvo el punto cuando se llega a la aniquilación, pero eso es producto de desórdenes psíquicos originados por el estado de la mente.

Cuando hablamos del amor, estamos evocado quizás, la palabra más hermosa, más compleja y abarcadora de todas las creadas por el hombre. Pero no todo lo que se evoca designa, ni todo lo que designa, tiene la misma amplitud de miras. Dentro o fuera del contexto donde se ubica, si una persona no es libre, no puede amar. Una persona que no ama, jamás será libre. Sólo y únicamente el amor nos hace verdaderamente libres, comprensivos, inteligentes.

Mientras sintamos miedos, mientras no sepamos controlar nuestros deseos, mientras nuestros valores estén condicionados a cosas materiales. Mientras no despertemos y comprendamos que por encima del dinero y todo lo material, están la vida y la felicidad; y que, en este trayecto donde estamos, todo es pasajero, efímero, circunstancial. Que eso no tiene nada que ver con el amor; que sí es eterno, porque se sustenta en lo más profundo de nuestro espíritu, allí donde nada se compra con dinero y los valores no pueden cotizar en bolsa y el mercado no existe, porque la luz es quien gobierna; entonces, sólo entonces, estaremos en posesión del amor.

Lo que mueve el deseo es la satisfacción de los instintos. Cuando aprendamos a unir amor y deseos o a separarlos para poner cada uno en su lugar, nuestras vidas serán mejores.

Muchos animales nos dan lecciones increíbles de entrega, respeto y fidelidad. Son actos de amor sin precedentes. Viven en un connubio perpetuo, en el que, sólo la muerte los separa. Pero el hombre es egoísta por naturaleza. Quiere dominar, poseer, ejercer sus fuerzas sobre los demás. El hombre posee una rara inteligencia. Se desconoce el mismo, pero quiere o cree conocer a los demás. Desconoce su presente y está constantemente indagando su pasado. Ignora su futuro y hace proyectos demoledores, que luego desecha para hacer otros y así, sucesivamente, se va hundiendo en el ocaso, hasta que desaparece envuelto en las mismas preguntas que todos nos hacemos: Quién soy, de dónde vengo y hacia dónde voy. Cuando intenta recuperar el tiempo perdido ya es tarde porque se detuvo a contemplar o a incitar otras cosas que por ley natural, caminan solas por la senda asignada.

No debe confundirse amor y sexo. Nada tienen que ver una cosa y otra. Ni sentimental, fisiológica o socialmente. El sexo o la sexualidad, como el amor, tienen sus propias leyes y están regidos por los efectos de su propia naturaleza.

Vivir en el amor, es vivir en la conciencia de que tu presente, como el de los demás, no está condicionado a mediciones de tiempo y espacia, ni de posesiones o cadenas de intereses, para ello hay que tener muy claro que las circunstancias de cada individuo, merece el más absoluto respeto y la más sincera atención, sin que el conflicto atenúe lo que demanda el otro.



Ogsmande Lescayllers.
(Texto tomado del libro La estructura del deseo)




1 comentario:

Ele Bergón dijo...

El amor, se sabe cuando se tiene y se nota cuando te falta. No hay más definición para él.

Luz