DESDE EL CONO DE UMBRA.
(El arte de Nuestra América en la transición al Siglo XXI).
América es una realidad viva y pujante. Cualquier criterio u opinión que cuestione este aserto, va en contra de la verdad. Allí todas las expresiones y razones de la existencia bullen a la par que otros pueblos y naciones del mundo.
Ya hace mucho tiempo que Calibán puso en su sitio a Próspero. Ahora ambos son quizás, un mismo y particular sujeto. Todo está en penetrar de lleno en el ombligo, configurar en una o varias perspectivas, los pocos y los cuántos que afloran bajo nuestros pies o ante nuestros ojos, como un nuevo capítulo de crianza, donde, como la luz del rayo, uniendo en ella la estampida, hace que afloren las simientes.
El Final del Eclipse: El Arte de América Latina en la Transición al Siglo XXI. Debe observarse y cuestionarse desde diversos ángulos, nunca mirándolo como un conjunto, sino como realidades y motivos particulares, donde cada expresión busca su derrotero. El Arte de América es mucho más que eso. Y, por qué no, también es eso. Pero hay que saber observar, indagar en lo ancho del plantel, el punto exacto, la esencia misma de las cosas. Los sueños y deseos y, con ellos, las realizaciones de los artistas o creadores de Nuestra América, son los mismos que el de los europeos, asiáticos o hindúes, pero el ente psicológico que media entre una y otra latitud; las herramientas de trabajo y realidades de ambos, relativizadas o programadas y que van a comportar o a conformar un abanico de razones diferenciadas de todos o cada uno de los aspectos de la vida que les serán ajenos y comunes y que, de acuerdo a lo que es, serán expresados con menor o mayor fortuna. A partir de ahí, el mercado vendrá a poner, imponer o a disponer sus normas. Pero si hablamos de arte pensando en el mercado como referente o punto de vista diferenciador, expresémonos entonces en términos de mercancía, aunque es justo reconocer que también ese aspecto es válido para su difusión.
El arte y los artistas de Nuestra América ha padecido, a través de los tiempos, una especie de olvido voluntario. A tal efecto, muchos creadores se rebelaron por ser tenidos como menores y formularon un arte de denuncia con el que intentaron romper el bloqueo u olvido al que eran sometidos. A partir de ahí, surgieron voces, nombres, imágenes, reflexiones, argumentos que pujaban, como la lava de los volcanes bajo tierra, por alcanzar la superficie.
No comprendieron algunos, que el arte debe de ser anuncio, antes que denuncia. Por que el arte transformador es el que anuncia en qué tramo del camino nos encontramos. Desde las cavernas, hasta nuestros días, el arte anunciaba y se hacía propiciatorio, e indicaba, de paso, el punto vulnerable del animal y el acto de aprehenderlo en el instante mismo de su aparición. Con este simple gesto, entraba de lleno, al dominio de la naturaleza. El pescador de entonces, no dejó reflejado sus actos, porque las huellas se disolvieron en el agua. Por otro lado, el pez iba a entrar como anuncio en el sueño de las vasijas.
(El arte de Nuestra América en la transición al Siglo XXI).
América es una realidad viva y pujante. Cualquier criterio u opinión que cuestione este aserto, va en contra de la verdad. Allí todas las expresiones y razones de la existencia bullen a la par que otros pueblos y naciones del mundo.
Ya hace mucho tiempo que Calibán puso en su sitio a Próspero. Ahora ambos son quizás, un mismo y particular sujeto. Todo está en penetrar de lleno en el ombligo, configurar en una o varias perspectivas, los pocos y los cuántos que afloran bajo nuestros pies o ante nuestros ojos, como un nuevo capítulo de crianza, donde, como la luz del rayo, uniendo en ella la estampida, hace que afloren las simientes.
El Final del Eclipse: El Arte de América Latina en la Transición al Siglo XXI. Debe observarse y cuestionarse desde diversos ángulos, nunca mirándolo como un conjunto, sino como realidades y motivos particulares, donde cada expresión busca su derrotero. El Arte de América es mucho más que eso. Y, por qué no, también es eso. Pero hay que saber observar, indagar en lo ancho del plantel, el punto exacto, la esencia misma de las cosas. Los sueños y deseos y, con ellos, las realizaciones de los artistas o creadores de Nuestra América, son los mismos que el de los europeos, asiáticos o hindúes, pero el ente psicológico que media entre una y otra latitud; las herramientas de trabajo y realidades de ambos, relativizadas o programadas y que van a comportar o a conformar un abanico de razones diferenciadas de todos o cada uno de los aspectos de la vida que les serán ajenos y comunes y que, de acuerdo a lo que es, serán expresados con menor o mayor fortuna. A partir de ahí, el mercado vendrá a poner, imponer o a disponer sus normas. Pero si hablamos de arte pensando en el mercado como referente o punto de vista diferenciador, expresémonos entonces en términos de mercancía, aunque es justo reconocer que también ese aspecto es válido para su difusión.
El arte y los artistas de Nuestra América ha padecido, a través de los tiempos, una especie de olvido voluntario. A tal efecto, muchos creadores se rebelaron por ser tenidos como menores y formularon un arte de denuncia con el que intentaron romper el bloqueo u olvido al que eran sometidos. A partir de ahí, surgieron voces, nombres, imágenes, reflexiones, argumentos que pujaban, como la lava de los volcanes bajo tierra, por alcanzar la superficie.
No comprendieron algunos, que el arte debe de ser anuncio, antes que denuncia. Por que el arte transformador es el que anuncia en qué tramo del camino nos encontramos. Desde las cavernas, hasta nuestros días, el arte anunciaba y se hacía propiciatorio, e indicaba, de paso, el punto vulnerable del animal y el acto de aprehenderlo en el instante mismo de su aparición. Con este simple gesto, entraba de lleno, al dominio de la naturaleza. El pescador de entonces, no dejó reflejado sus actos, porque las huellas se disolvieron en el agua. Por otro lado, el pez iba a entrar como anuncio en el sueño de las vasijas.
Los frescos de las cuevas de América no corrieron la misma suerte que los de Altamira.
Las brutalidades a los que fueron sometidos, incluso el oro, no hay modo humano, por que también perecieron los humanos, de repararlos.
El arte sucesivo que representa a estos pueblos, sigue pujando por salir del olvido; o por escapar del eclipse. Pero el camino no es ese, porque falta lo autóctono o marca de identidad que es la que lo convierte en verdadera expresión, de un continente rico en expresiones naturales, frente a un mundo que se globaliza para ser uno, pero no único.
De lo que hay en esta muestra, no he oído el rugir del Popocatpetl, ni el Amazonas. Ni matizan los chopos de la orilla, las lloviznas perpetuas de Iguazú. Ni veo el Quetzal sobre las ramas de árboles centernarios, ni los milenarios seres de Las Galápagos. o la llama, que mira erguida en sus patas traseras la cumbre enhiesta de la ciudad de Machu Picchu. El Cóndor no aflora en su vuelo ancestral para entrar en la quena y ser cantado o salmodiado. Y no escucho el kirial, la zampoña, ni los tambores africanos, que en su día, anunciaron un nuevo amanecer y, porqué no, la huella del sincretismo entre lo nativo y lo exótico; o lo doblemente exótico. Huellas imborrables, permanentes y diferenciadoras de una cultura y de un arte que por derecho, tienen su sentido de identidad y que es Leit motiv de una realidad, que aunque a veces se nos presenta nueva, es tan antigua como el hombre mismo.
Los artistas de Nuestra América, ayer como hoy, sólo tienen que alzar la vista ante el inmenso plantel de la naturaleza de la que son parte, para formular el lienzo “más hermoso que ojos humanos hayan visto”, para expresarlo con palabras de Cristóbal Colón.
Si vamos a indicar un hecho diferenciador. Hagámoslo desde una perspectiva diferenciadora. La mirada hacia el clon es válida, porque es parte de una realidad que está latente. Por otra parte, el arte y el artista deben de estar libres de prejuicios. Por eso la mirada del artista de Nuestra América, despejada y liberada de todos los prejuicios, ha de ser la que propicie el encuentro entre el centro y los márgenes, para que cuando el todo se haga uno, la línea que lo sustenta sea visible.
Las brutalidades a los que fueron sometidos, incluso el oro, no hay modo humano, por que también perecieron los humanos, de repararlos.
El arte sucesivo que representa a estos pueblos, sigue pujando por salir del olvido; o por escapar del eclipse. Pero el camino no es ese, porque falta lo autóctono o marca de identidad que es la que lo convierte en verdadera expresión, de un continente rico en expresiones naturales, frente a un mundo que se globaliza para ser uno, pero no único.
De lo que hay en esta muestra, no he oído el rugir del Popocatpetl, ni el Amazonas. Ni matizan los chopos de la orilla, las lloviznas perpetuas de Iguazú. Ni veo el Quetzal sobre las ramas de árboles centernarios, ni los milenarios seres de Las Galápagos. o la llama, que mira erguida en sus patas traseras la cumbre enhiesta de la ciudad de Machu Picchu. El Cóndor no aflora en su vuelo ancestral para entrar en la quena y ser cantado o salmodiado. Y no escucho el kirial, la zampoña, ni los tambores africanos, que en su día, anunciaron un nuevo amanecer y, porqué no, la huella del sincretismo entre lo nativo y lo exótico; o lo doblemente exótico. Huellas imborrables, permanentes y diferenciadoras de una cultura y de un arte que por derecho, tienen su sentido de identidad y que es Leit motiv de una realidad, que aunque a veces se nos presenta nueva, es tan antigua como el hombre mismo.
Los artistas de Nuestra América, ayer como hoy, sólo tienen que alzar la vista ante el inmenso plantel de la naturaleza de la que son parte, para formular el lienzo “más hermoso que ojos humanos hayan visto”, para expresarlo con palabras de Cristóbal Colón.
Si vamos a indicar un hecho diferenciador. Hagámoslo desde una perspectiva diferenciadora. La mirada hacia el clon es válida, porque es parte de una realidad que está latente. Por otra parte, el arte y el artista deben de estar libres de prejuicios. Por eso la mirada del artista de Nuestra América, despejada y liberada de todos los prejuicios, ha de ser la que propicie el encuentro entre el centro y los márgenes, para que cuando el todo se haga uno, la línea que lo sustenta sea visible.
Me refiero al conjunto de la muestra sin diferenciar o individualizar a un artista determinado. Nuestra América, en esta muestra, está representada por Brasil, Argentina, Uruguay, Cuba, México, Venezuela y Colombia. Desde luego, esta no es la expresión plástica de todo un continente, sería más prudente decir que es una vaga muestra que vale celebrarse y, si es posible, aplaudir. Pero son más las ausencias que las presencias y eso no es bueno cuando queremos representar a esa parte del mundo, que por lo general siempre ha estado en el olvido.
Nuetra América, tuvo y tiene verdaderos artistas a los cuales, nada tienen que ofrecerles los de otras latitudes; sino el respecto y la admiración en conjunto. Ya lo fueron: Ribero, Siqueiros, Víctor Manuel, Amelia Peláez, Ponce de León, Wilfredo Lam, Cundo Bermúdez, Guayasamín, Mendive, hasta hacer una lista interminable de ellos, bien se merecen estar en los mejores museos, galerías y colecciones personales del mundo. Pero liberada o deliberadamente, la ignorancia puede jugarnos una mala pasada, porque tiende a prejuzgar, olvidando que la creación no es obra de los privilegiados, sino de ciertos elegidos, que la naturaleza dota con el don creador de la belleza.
Nuetra América, tuvo y tiene verdaderos artistas a los cuales, nada tienen que ofrecerles los de otras latitudes; sino el respecto y la admiración en conjunto. Ya lo fueron: Ribero, Siqueiros, Víctor Manuel, Amelia Peláez, Ponce de León, Wilfredo Lam, Cundo Bermúdez, Guayasamín, Mendive, hasta hacer una lista interminable de ellos, bien se merecen estar en los mejores museos, galerías y colecciones personales del mundo. Pero liberada o deliberadamente, la ignorancia puede jugarnos una mala pasada, porque tiende a prejuzgar, olvidando que la creación no es obra de los privilegiados, sino de ciertos elegidos, que la naturaleza dota con el don creador de la belleza.
La exposición está llena de aires y ruidos por todas partes, también hay movimientos, expresiones tardías de un cinetismo que fue la novedad de otra época. Matta lo hacía más divertido, creando escenas lúdicas.
Se echa de menos el color y el calor del trópico, la mirada atenta y vigilante, que es parte de la vida y esencia el hombre de América. Falta el cordaje de la luz, porque el sol sigue ahí sobre la tierra verde y acuosa donde crecieron las grandes civilizaciones de los Incas, los mayas y los aztecas. Bajo ese mismo sol y, en esas mismas tierras, las transnacionales clavan sus garfios, chupan el líquido primario de la vida y hacen florecer, o ponen a parir en parto grave, los horrores y errores de una voluntad jerárquica y devastadora llamada capitalismo. Que a tenor con los actos que fomenta y comete, bien pudiera llamarse cataclismo.
Pero el conjuro también es parte primaria del olvido, por eso, en estos pueblos conjurados, para confirmarlos y sustentar sus realidades y verdades, hay que ir a la historia, o mejor todavía, a la génesis, al soplo primigenio o al primer latido. Porque, como señalara magistralmente el pensador cubano, José Martí: “Nuestra América es preferible a la América que no es Nuestra”. Y, como ha de colegirse, la América del siglo XXI, que es un crisol de pueblos y culturas, tiene mucho que darle y que ofrecerle al mundo en todos los órdenes de la vida. En el arte, como en las ciencias y en la naturaleza, los hombres de aquel lado del Océano, si van con ojos avisados y mentes bien despiertas, encontrarán tesoros infinitos de superior valía que los que los conquistares le arrebataron a los nativos de Potosí y los templos de Moctezuma.
Enséñennos un proyecto plástico de Nuestra América, donde lo auténticamente americano refleje sus ritmos y colores. Donde el gran arco iris que envuelve el continente, haga su aparición desde la Patagonia al Bravo y fije sus colores al compás del tambor que hace danzar los cocoteros y las palmeras del Caribe, como si un mismo edén brotara de un gran sueño, o de esa realidad de la que somos parte.
Se echa de menos el color y el calor del trópico, la mirada atenta y vigilante, que es parte de la vida y esencia el hombre de América. Falta el cordaje de la luz, porque el sol sigue ahí sobre la tierra verde y acuosa donde crecieron las grandes civilizaciones de los Incas, los mayas y los aztecas. Bajo ese mismo sol y, en esas mismas tierras, las transnacionales clavan sus garfios, chupan el líquido primario de la vida y hacen florecer, o ponen a parir en parto grave, los horrores y errores de una voluntad jerárquica y devastadora llamada capitalismo. Que a tenor con los actos que fomenta y comete, bien pudiera llamarse cataclismo.
Pero el conjuro también es parte primaria del olvido, por eso, en estos pueblos conjurados, para confirmarlos y sustentar sus realidades y verdades, hay que ir a la historia, o mejor todavía, a la génesis, al soplo primigenio o al primer latido. Porque, como señalara magistralmente el pensador cubano, José Martí: “Nuestra América es preferible a la América que no es Nuestra”. Y, como ha de colegirse, la América del siglo XXI, que es un crisol de pueblos y culturas, tiene mucho que darle y que ofrecerle al mundo en todos los órdenes de la vida. En el arte, como en las ciencias y en la naturaleza, los hombres de aquel lado del Océano, si van con ojos avisados y mentes bien despiertas, encontrarán tesoros infinitos de superior valía que los que los conquistares le arrebataron a los nativos de Potosí y los templos de Moctezuma.
Enséñennos un proyecto plástico de Nuestra América, donde lo auténticamente americano refleje sus ritmos y colores. Donde el gran arco iris que envuelve el continente, haga su aparición desde la Patagonia al Bravo y fije sus colores al compás del tambor que hace danzar los cocoteros y las palmeras del Caribe, como si un mismo edén brotara de un gran sueño, o de esa realidad de la que somos parte.
Ogsmande Lescayllers.
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