sábado, 31 de enero de 2009

VOCES QUE ESCUCHO FORMA PARTE DEL LIBRO DEL MISMO NOMBRE, DE OGMANDE LESCAYLLERS.




“Voces que escucho es un texto apasionante, vertical y desestructurado. Es un juego con la palabra apoyado por una imaginación portentosa. Es un fresco de la vida, un ejercicio poético al que pocos, salvo algunos iluminados logran construir.
Voces que escucho es un texto mágico, hasta se puede pensar que es un sinsentido, donde están presentes y alertas todos los sentidos, a través de él descubrí la esencia de la poesía, que había sido mi oficio desde siempre.”

Jacque Derrida
París, 23.04.02


VOCES QUE ESCUCHO.

“las generaciones muertas oprimen como
una pesadilla el cerebro de los vivos”.
KARL MARX.


Comienzo este poema evocando los días de mi infancia.
En él canto a la vida, a la luz y a la sombra,
Al tarro de la muerte
Y a las evocaciones del camino.

Estoy a salvo de todos los pecados,
De todos los dolores
Y de los improperios de los hombres.

Estoy libre de mí y de mis actos.
Entro y salgo de la multitud.
Ando las calles, sin detenerme en ninguna parte.
No disimulo que estoy enamorado,
Y mientras más la olvido más la amo.
Unos y otros me miran;
Yo los miro también,
Pero nos distancian los silencios.

El silencio es la primera enmienda
Para no definir ni definirse.
La muchedumbre ladra.
Desconfían los unos de los otros;
Se tuercen el camino, se distancian.
Miro a los lados, para no caerme.
Yo sé quien soy, y me pregunto:
¿Cuántos podrán decir lo mismo?
Algunos quieren que me haga cómplice
De sus miedos y sus rabias.
Que me prostituya como ellos.
Pero yo no hago caso de sus maquinaciones,
De la trampa feroz
Que intentan colocar sobre mis pasos.

Subo y bajo, entro y salgo.
Soy un ser solitario.
Aún no sé, cuando será el final;
No sé cuando el comienzo.
Todavía no he buscado el último versículo,
La última estación,
La última palabra en el discurso.

Mi origen, como todos,
Es tan incierto como nuestras vidas.
Nadie sabe quién es, ni a qué ha venido.
Creemos saberlo todo y no sabemos nada.
Buscas aquí y allá,
Sin saber en qué punto nos hallamos.
El tiempo es esto,
Pero también, puede que no lo sea.
Hay una raya larga que nos marca los rumbos,
Una luz que viene entre las sombras.

Los hombres, inventan artificios.
Construyen naves, parques, cárceles, cementerios,
Ciudades, aeropuertos, palacios, catedrales,
Inmensas avenidas, lagos artificiales,
Leyes para matar, reinar y gobernar,
Y sin embargo, ninguno se conoce.

Un perro y yo, un día nos encontramos.
Él desconfió de mí, y yo de él.
Si el perro hablara,
No sería para el hombre su mejo amigo.

Nadie viene gratis a este mundo.
La desconfianza y la confianza son hermanas.
Gemelas, la virtud y la deshonra.
Todos vamos en pares,
Unos lo saben y otros no, esa es la diferencia.

Juego a solas, con mis pensamientos.
Los hago del tamaño de mis sueños.
Leo en ellos la historia de mis antepasados,
Los coloco debajo de mi almohada.
Después, me voy a cualquier parte.

Nacer es un milagro.
Es el primer milagro.
El último milagro es la muerte.
La muerte perdura más allá de los tiempos.
No hay muerte sin vida o viceversa.
Yo sé lo que te digo.
No pienses que estoy loco.

El tiempo te lo inventaste tú.
Entras y sales de él sin darte cuenta.
Donde me siento,
Están sentados miles como yo.
Ellos viajan conmigo,
Yo con ellos.
Siempre hay unos que van
Y otros que vienen.

La mujer que yo amo,
Tiene miles de hombres que la aman.
Ella me eligió a mí,
Porque andábamos juntos en otro tiempo.
Cuando nos vimos, recordé que era ella;
Ella no se atrevía confesarlo.
Después se echó en mis brazos
Y nos dijimos cosas que parecían nuevas,
Pero el olor del tiempo nos iba delatando poco a poco.

A veces huyes,
Porque piensas que huyendo te liberas,
Pero lo cierto es, que nadie escapa de sí mismo;
Si te liberas hoy, vuelves mañana.

Nací de una partícula invisible.
Ahora estoy a la luz de lo que están conmigo.
Mañana volveré de donde vine.
Nadie hallará mis pasos ni quedará el recuerdo.
Lo que dice la historia, son palabras vacías,
Para que se alimenten aquellos que no saben,
Que ellos también son partes de la historia.

No sé si soy de antes o de ahora,
Eso no lo he preguntado todavía.
Algo hay en mí, que me recuerda los primeros tiempos;
Cuando íbamos juntos, los dioses y los hombres
Y nadie era distinto y nos asistía un mismo sueño.
Sospecho que todo sigue igual,
Pero no comprendemos el mensaje.

La mujer que yo amo, se asusta de ella misma,
Porque piensa que ahora es diferente.
Se pasa el día metida en sus problemas,
Invocando a los dioses;
Llena de sensaciones y de hechizos,
Olvida, que nada es antes ni después,
Y que sólo es posible lo posible.
Así son las trampas de la vida;
Si no hay misterios,
Tampoco habrá verdades ni mentiras.

Observo la raíz y la copa del árbol.
Las salidas y las puestas de sol.
Miro el mar y me sumerjo en sus tranquilas aguas;
Tiendo mis brazos sobre ellas,
Hasta que el mar se vuelve irreverente.

Busco el camino y empiezo a descubrir la soledad,
Entonces me doy cuenta que es todo lo que tengo.

El silencio y la soledad,
Son nuestros compañeros de camino.

¿Por qué buscas el centro?
¿Sabes qué es el centro,
La esquina, las orillas, lo de adentro o afuera,
Lo de arriba o abajo?
La ignorancia nos hace ver visiones.

Cuando cierro los ojos,
Sigo viendo las cosas que había visto.
Los recuerdos a veces me acompañan.
Los números están en mis recuerdos.
El triángulo es el signo de la vida.
La Unidad, la razón y la existencia.
Los pares, son las alas del camino.
Entre un peldaño y otro,
Abren sus puertas las especulaciones.
Los sueños forman parte de esa misma escalera:
Nubes grises y blancas,
Cielos inalcanzables,
Cábalas, sortilegios;
La runa y los espejos,
Más allá, casi tocando fin, el horizonte.

Yo iba con mi padre por los caminos,
Seguíamos las huellas de los caballos,
Pero en la oscuridad a veces se hacen invisibles.
De pronto salía el sol y era tremendamente hermoso
Ver la Aurora boreal como entraba en mis ojos.
Yo me encerraba en un silencio misterioso,
Como si en mí, también amaneciera de repente.

Íbamos más allá de las profundidades,
Mojados de rocío;
En silencio los dos,
Haciéndonos quizás, una misma pregunta.
En el silencio,
Hice sonoros versos que jamás escribí;
Mi padre me miraba y sonreía.
Yo bajaba la vista, porque sentía vergüenza,
Que fuera a adivinar lo que estaba pensando.

Un día mi padre y yo nos despedimos.
Él continuó el camino con los jornales.
Me marché a la universidad.
Estudiaría las leyes y los códigos,
Para evitar que los de arriba,
Les quitaran el pan a los de abajo.

Mi padre sabía que era un soñador;
Que me quedaba absorte, en las mañanas,
Cuando juntos los dos, por el camino,
Nos envolvía el resplandor de la Aurora Boreal.

Sigo viendo las luces de otros tiempos,
Los hombres de otros tiempos,
La cruz y las tijeras.
El gran establo
Donde dejaba por las tardes mi caballo amarillo.

Sigo viendo las nubes que cercenaron mi corazón,
El río donde me zambullía
Y le mordía los pies a la vecina,
Que después fue mi novia.

Sigo viendo a mi padre,
Juntos, los dos, en el camino,
Adivinándonos los pensamientos
Y la Aurora Boreal, enrojeciendo el cielo.

¡Qué fiesta de crepúsculos y auroras,
Para este corazón que apenas comprendía,
El origen más tierno de las cosas!

El día más triste de mi vida,
Fue cuando supe que mi hermano y mi padre
Habían ido a la guerra.
Que hubo veinte mil muertos en el campo batalla.

También mi bisabuelo,
General de tres guerras,
Había usado las armas para expulsar a los colonialistas.

Juré jamás usar un arma.
Quizás por eso me fui a estudiar las leyes,
Para encontrar el modo, de defender a los de abajo.

Vi a los haitianos y a sus hijos,
Entrar bien de mañana al cañaveral
Y regresar casi a la medianoche.
Vi a los isleños de canarias, mugrientos bajo el sol,
Recolectando hojas de tabaco.
Los chinos de Cantón, encorvados y tristes,
Cuidando la hortaliza.
Los jamaiquinos, altos y membrudos,
Mocha en la mano, arrancando las cañas.
Vi al español que iba en alpargatas,
Semidesnudo, a veces, la boca desdentada,
Semiahogado, por el calor del trópico.
Oí como charlaban mis abuelos;
En árabe y francés.
Oí el tambor de los haitianos,
Evocando sus dioses ancestrales.
Los negros congos, mandingas, carabalíes,
Negros de cualquier parte, eso no importa,
Golpeaban sin descanso los tambores Batá;
La noche era un lamento,
Ellos formaban parte de la noche.
Oí la quena del aborigen de Perú,
Que invocaba también la Pachamama.

Vi a los americanos,
Conversar con los jamaicanos en una misma lengua.
Negros y blancos en un abismo de razas y recuerdos.
Vi al perro, al gato y al ratón,
Durmiendo juntos en el mismo granero.
Vi las estrellas y el firmamento
Que parecían una ciudad remota.

Oí mi nombre por primera vez,
Cuando mi bisabuelo de Burdeos,
Les suplicó a mis padres que me nombraran como a él.
Subí de pronto al cielo,
Escuché las canciones de poetas antiguos.
Quedé suspenso sobre las pirámides.
En Jericó lavé mis osamentas,
En Tikal mis recuerdos.
Caminé por la ruta de los mayas,
Invité a Quetzalcoatl a sentarse a mi mesa.
Oí voces lejanas, más allá de los tiempos.
Voces que son ahora,
Sonidos de maracas y tambores.

¿Quién seré yo, que aún sigo danzando en el camino?
Llevo cuarenta años desandando la tierra,
Cantando mi dolor y mis amores.
Amando, solamente amando.
Cuando me canso, me lavo el corazón con agua fresca.
Alimento con música mi cuerpo
Y hago una raya sobre la tierra,
Para que sepan que un día estuve aquí,
Que sigo amando a la misma mujer,
Que conocí una tarde en la calle más larga de París.

Me alimento con hierba de los bosques.
Camino solo, por las ciudades y los campos,
En compañía de los recuerdos.
Uso el teléfono, monto en aviones,
Navego en Internet, leo los diarios,
Me informo de la bolsa en Wall Street;
No me interesa el fútbol ni las carreras de autos,
Las corridas de toros, ni la crónica roja.
Hay demasiados hambrientos en la tierra,
Demasiados parados, para que dos o tres,
Se llenen los bolsillos, pegándoles patadas a un balón;
Y hay otros que no digo, otros que están ahí,
Hablando de justicia y derechos humanos.
Otros que se amotinan y echan su hiel,
En la paciente calma,
De los hombres que sueñan en silencio.

Miro el abismo,
El ancho abismo que separa a los hombres.
Leo en ellos sus culpas y sus miedos,
La intolerancia que les asiste.
Leo en sus rostros la pesadilla de los tiempos,
La sombra que los cubre, la tempestad que les invade.
Leo la muerte que viene y le saluda, los marca,
Los deja ahí, para después llevárselos.

Me invade el don divino de la espera.
La ternura del aire y el surtidor de amor,
Que la brisa echa sobre mí.

Soy amigo del hombre, su mejor compañero.
Guardián de los caminos y los puertos,
Redes del pescador, árbol del bosque.
Sé salir y entrar en la tormenta.
Conozco la dura envestida de sus brazos,
Los mordiscos de sus mandíbulas deformes.

Voy desnudo y libre de artificios.
Broto de los recuerdos, de la nada, del éter,
De los pilares de la luz,
De los pareados del agua y el amor,
Que a veces son espuma o formidables olas.
Broto de mí, es lo que importa.
De todos modos, yo también soy Dios.
Soy el sol y la tierra,
La madre mar y la naturaleza.
Por eso el fuego es mío,
Y cuando ardo en él, nunca me quemo.
Soy tierno y dulce,
Como las flores que liban las abejas.
Soy una abeja; la más pequeña de todas.
Construí mí colmena en medio de los bosques,
Y voy por las alturas zumbando mis canciones,
Endulzando los labios de los enamorados.

¿Qué hace un hombre sentado,
Bebiéndose un cóctel que desconoce?
¿Y ese hueso que roe su propio hueso?
¿De qué manera suelto mi columpio,
Lavo mi estrella y detengo el aire?

Sigo a solas, cantándole a la vida.
Busco altura,
La marea baja, la esquina de los parques.
La desolada soledad del hombre.
Entro en el remolino,
Nos vamos juntos por las anchas sabanas;
Salgo del remolino,
Y me abrazo a una rama que tirita.

Alzo la voz, porque me duele el pecho.
Mi madre está escuchando mis lamentos.
Mi madre se preocupa
Porque no sabe dónde puedo estar.
Mi madre llora por mí todos los días.
Las madres siempre lloran por los hijos.
Los buscan en la sombra y en la luz;
No se fían de nadie,
Porque sólo ellas saben lo que es Amor.

Yo conozco el amor,
El necesario amor que alienta al hombre.
Vivo dentro de él todos los días;
Dormimos juntos para confesarnos nuestras penas,
Para darnos calor uno y el otro;
Para que no nos maten.
Así es la espiga.
La blanca espiga.
La espiga de todos los colores.
De ahí venimos,
De los brotes que el tiempo pone bajo la lluvia.
La lluvia hace grande la cosecha.
La mies soy yo, y tú también lo eres.
Y tú, yo y la mies, somos una sola cosa.
Lo importante es saber y comprender.
No irse por las ramas, ni perderse en el fondo.
Vayas a donde vayas,
O estés a donde estés, tu final será el mismo;
Creas o no en los designios.

Mi madre me contempla a través de sus sueños.
Me llena de caricias,
Inventa todas las fórmulas del mundo para hacerme feliz.
Mi madre es mi guardián,
Que reza y pide a Dios que me acompañe.
Mi madre y yo, somos los artesanos de esta melancolía,
Que llena de canciones mi corazón y hace pifar los vientos,
Y los jardines y los pájaros anidan en mi pecho,
Y juntos todos, desde lo más profundo, cantamos a la vida.

Lo sé, todo lo sé, acerca de la vida y de la muerte.
Nada las diferencia, sólo el tiempo;
Cuando una es, la otra ya no es.

El latido es eterno y ebullente,
Está en el tiempo,
Más allá de todas las cosas permisibles.
Es la raíz quien arde, la que nos da sustento.
Las manos que se cruzan,
La yema del dedo que acaricias
Y dices: aquí estoy yo, pasión desenfrenada,
Cárcel mía, sólo un diluvio nos alejaría.

Frecuento esos lugares de la pasión que quema.
Del amor que atormenta, sin curas ni remedios;
Porque el amor no es una enfermedad, sino una dicha.
¡Dichosos los que aman,
Los que odian y se atormentan por amor!
Desdicha grande es no saber amar;
No dolerse así mismo,
Ni comprender la candidez de un beso.
El inmenso poema que envuelve el misterio de un, te quiero.
Y el bien que le hace al alma,
No confundir las luces y las sombras.

Todo está en ti y en mí, esperando la hora,
Dibujando el sendero;
Manando desde la eternidad,
Para la Eternidad que nos sustenta.
Configuro los viejos anaqueles en los que fui guardado.
Sé que otros vendrán a cantarle al amor y a festejar conmigo.
Sé que ya están aquí, absortos,
Como yo, sin comprender,
Por qué se ha formado este jolgorio.
Pero ellos vinieron a cantar y a celebrar el día;
El día del Hombre, que es el día del Amor:
Donde altos y bajos, amos y esclavos,
Ricos y pobres,
Culpables e inocentes,
Ignorantes y sabios.
Los potentados y los no potentados,
Los vivos y los muertos,
Los de antes y ahora,
Los que vendrán y los que ya se fueron,
Los negros y los blancos,
Los amarillos y los rojos;
Los que odian, los mismos que se odian.
Los que se aman, los que siempre aman…
En la columna,
El mismo signo con su inscripción eterna,
Desde la Eternidad; para la eternidad;
Alfa y Omega,
Bajo la luz del sol, o en cualquier parte,
Son los afluentes los que van predicando.
El río entra a la mar, mezclan sus aguas,
Sin decir esta es tuya y esa es mía.
La obra, está en nuestras manos.
Acepta la Verdad, que es una sola.
Záfate los apegos y los miedos;
Aunque te dejen solo para siempre,
En medio del Camino.
Ogsmande Lescayllers.

martes, 27 de enero de 2009

TEXTO TOMADO DEL LIBRO DE ENSAYOS, LA ESTRUCTURA DEL DESEO ( EDIC 2001) DE OGSMANDE LESCAYLLERS,




LA ESTRUCTURA DEL DESEO.

Todos deseamos. Ese deseo es el que nos hace sentirnos culpables o inocentes de muchas cosas. En realidad, la culpabilidad no es más que un conflicto interno por un deseo frustrado.

Si todo sale bien termina o se disipa ese deseo y de hecho, desaparece la culpa. Si no es así, entonces comienza la lucha. El deseo no es dañino hasta tanto no se convierte en necesidad. Cuando es una simple curiosidad el deseo es pasable; como cualquier otra cosa. Aunque el deseo es único, puede manifestarse en infinidad de actos y con distintos grados de alteración. Existen deseos de carácter objetivo y subjetivo.

El deseo objetivo marca pautas en las que hay anhelos de progreso y superación: se quiere esto o aquello y el sujeto se traza metas o un fin por el cual lucha abiertamente hasta su consecución o fracaso. Este último es el que produce el trauma, el que crea el problema o conflicto. De hecho, el deseo ya es un conflicto, que consciente o inconscientemente pugna en el individuo, como si fuera parte indisoluble del ser; pero no es así.

El deseo subjetivo es un producto de la mente. Se crea una especie de delírium y, el que lo padece, enferma. Las relaciones de esa persona con los demás y, sobre todo, con el objeto o sujeto deseado se tornan enfermizas, hasta caer en la imprudencia.

Se desea lo que se quiere. Se piensa a veces. Pero no es así. También se desea sin querer, porque en el fondo lo que queremos es cubrir una necesidad o un capricho del que a veces no somos concientes. Téngase en cuenta que existen varios tipos de necesidad. Unas que nos son necesarias y otras que no lo son. En ocasiones sólo queremos llenar un cupo, entonces el placer nos conduce al exceso.

Todo deseo, crece como la turbulencia, pero también, como esa turbulencia desaparece. Es decir, se disuelve según el estado del tiempo, lo mismo ocurre con el deseo, desaparece o crece de acuerdo al estado de la mente o a los vaivenes de nuestra conciencia.

Desde luego, el asunto no es tan simple como parece, tampoco es tan complejo, y es que el deseo forma parte de nuestra naturaleza. Está en nuestro ser, como están nuestros sueños, anhelos, frustraciones, y ambiciones, en fin; nuestros apegos. Los deseos son parte de nuestra programación existencial. Están en nuestros genes, como el hecho mismo de crecer, de pensar. Desde luego, cada cosa es lo que es y, en ocasiones, no es conveniente mezclar. Porque a partir de esa mezcla se produce, no una unión, en el mejor sentido de la palabra, sino el cóctel, algo que no es una cosa ni otra. La mezcla produce un resultado, una tercera opción, diversifica la suma del proceso. El cóctel dinamiza el proceso, pero no crea esencialidades, más que la suya propia.

Para saber qué es el deseo y como actúa, lo primero que hay que hacer es conocerse. Si no te conoces jamás sabrás qué es el deseo. Si no despiertas y escarbas en tu interior, en los intríngulis de tu ser y analizas detenidamente, todas y cada una de sus partes, vivirás eternamente ignorante de quien eres. Y, como es natural, pensarás que los años y la experiencia adquirida con ellos, te enseñarán el sentido de las cosas, pero no es así, esa será una más de las tantas formas que tiene la mente de engañarse así misma.

El conocimiento de uno mismo parte de uno mismo. No confundamos el mapa con el territorio. Toda enseñanza se adquiere de la naturaleza, sólo basta con ser un buen observador de su estado. El aprendizaje o la experiencia que adquirimos de otros, son añadidos; acciones o visiones programadas. Tus vivencias son las que importan, por más descabelladas que parezcan. Esas, sólo son tuyas, no puedes trasmitirlas ni legárselas a nadie, son el patrimonio personal que te ha legado la existencia. Es la cara o la cruz que debes llevar con dignidad y amor porque es, en verdad, tu único tesoro. Si alcanzas a descubrir esa verdad, sentirás cuánta carga te quitas de encima. Comprenderás entonces, todo lo falso y cruel que es el mundo que te han legado. Descubrirás por ti mismo qué es o cual es la verdad. Y, a partir de ahí, entrarás y saldrás de la feria sin que el espectáculo de los payasos altere las proyecciones de tu mente: la esencia de tu ser. El mental será tu guía o tu maestro frente al episodio de la naturaleza de la que tú eres parte. Tú y el mundo son una misma realidad o una misma ilusión. Tú y el tiempo marchan sobre una sola línea. No te dejes engañar por los que quieran llevarte por sus caminos. Sigue el tuyo, si en verdad quiere ser tú. En definitiva, si sigues el de otro, extraviarás el rumbo y luego, más temprano que tarde, tendrás que retornar para empezar de nuevo.

Sé paciente y constante, que el mental no duerme. Reconoce en cada cosa su esencia. En la naturaleza, todo está perfectamente ordenado. El desorden sólo habita en nosotros, porque no queremos aceptar. Pero al cosmos no le interesa para nada nuestras proyecciones. Él, como tú, es el regidor regido y debes adquirir conciencia de ello. No dejes que el deseo te arrastre y te sumerjas en el maremagno de las ideas. Porque al deseo, podemos y debemos controlarlo, incluso, si se hace pernicioso, eliminarlo de nuestra mente. Para ello se requiere voluntad, fuerza interior, cultura y grandeza espiritual; dominio de sí. Porque toda estructura, externa o interna, es susceptible al cambio.
Ogsmande Lescayllers.

lunes, 26 de enero de 2009

CONFERENCIA SOBRE LENGUAJE Y RECITAL POÉTICO, JABLÉ LATTAQUIÉ SIRIA.


Firma del libro, Las ruinas de Qnaitra o libro de los epígrafes, de Ogsmande Lescayllers, en el festival Internacional de Jablé, Lattaquié. Siria.




EL TRÁNSITO HACIA EUROPA DEL ESPAÑOL DE AMÉRICA.

Con el paso del tiempo y con los nuevos cambios que en este se producen, la Lengua Española se ha ido enriqueciendo poderosamente. Al tronco ibérico le fueron saliendo nuevas y sustanciosas ramas que a veces, por la abundancia del follaje cubrieron al viejo tronco, que en ocasiones, quedó varado en su evolución hacia la modernidad.

Larga y agotadora fue la lucha por sostener una lengua que intrusamente se había convertido en instrumento de dominación, diezmando las existentes e incorporando, en sus anhelos colonizadores, a otras lenguas a las que también les imponían las mismas normas. Hablo específicamente del caso africano; o mejor, el de los negros africanos llevados como esclavos a Nuestra América, para trabajar en las plantaciones cafetaleras, tabacaleras, o azucareras. Por otro lado, con la llegada de colonos italianos, franceses, e ingleses, árabes y judíos y a raíz de las luchas por la independencia, una vez alcanzadas estas, el español se enriqueció de manera impresionante. Lo que para algunos se anunciaba como la destrucción o el Apocalipsis de una lengua, vino a significar ganancia y esplendor, juventud y vitalidad.

Sudamérica, todo un continente, pasó de receptor a emisor, de oyente pasivo a hablante activo, productor de nuevos signos, giros, voces y sonidos, que con el transcurrir del tiempo han ido adquiriendo carta de ciudadanía en el concierto de la Lengua Española.

Hoy por hoy, ha quedado, desde mi punto de vista, cerrado para siempre el debate de quién tenía la razón, gramaticalmente hablando: Nebrija o Bello, porque esos tiempos de baldías gramáticas o gramaticalismos han sido relegados al baúl de la historia.

No andaba muy desviado Noam Chomsky, cuando lanzó allá por la década de los sesenta sus ideas generativas, porque como todos sabemos, la lengua es un organismo vivo, de límites indeterminados y posibilidades infinitas que va más allá de una estructura, y no todo se agota entre el significante y el significado saussuriano, tan traídos y llevados a través de los tiempos en los forum donde connotados lingüistas han querido poner sitio y precio al lenguaje, haciéndolo ascender y descender entre las acciones diacrónica y sincrónica, que con el uso y abuso de uno y otro, buscaban poner límites en los predios de la palabra. “El idioma, como decía Ángel Rosenblat, no es sólo el molde de la cultura, sino además su productor”. Los signos, como la lengua, mutan, porque son partes del ciclo de la vida.

En esa mutación, producida por causas del intercambio, entre las colonias y la metrópoli, y, más cercano ahora, entre la región ya no colonizadora y los países libres de Nuestra América se ha producido, como es propio de toda acción liberadora, un intercambio de igual a igual, donde siempre ganan las ideas, que en redes, sirven para unificar y enriquecer las relaciones interpersonales.

El poder de la palabra es más fuerte que la fuerza del viento, o el empuje de un tsunami, o la visión desenfocada de la caída de Ícaro. O como decía Fritz Mauthner: “Los molinos del lenguaje muelen también despacio, pero con seguridad”.

La palabra es sustancia y alimento de la comunicación. Consciencia de comunión, que a intervalos, forma redes de intencionalidad, para adquirir categoría propia, fuera de las ideas de los especialistas y académicos, a los que se les hace casi imposible el hecho de sembrar y sólo sirven de recolectores, para luego normar, o sea, apodar lo que el pueblo o los pueblos, con natural sabiduría, sabiamente han nombrado.

Con la aparición, en 1882 de El Ismaelillo, del cubano José Martí, Sudamérica alza su voz, para mostrar su presencia en el concierto de la Lengua Española en los escritores americanos. El Modernismo, que no significó sólo un movimiento literario en América, abrió nuevos horizontes a la imaginación y al cultivo de las artes, la política, el periodismo, la ciencia y la filosofía, pero, sobre todo, a la poesía. Martí se desmarcó, del verso “retórico y ornado” y del discurso abocado siempre al español tradicional llevado desde la Península Ibérica hasta el nuevo continente por los conquistadores, pero manteniendo siempre la base fundamental de la Lengua Española.




Nuevos giros, ecos, formas, espíritu, y aliento, conformaron redes de identidad americana que hasta entonces otros escritores no habían logrado. Martí era un genio y, sus genialidades, contagiaron al continente: alzando a los vencidos, animando a los cansados, indicando que “ya no podemos ser el pueblo de hojas que vive en el aire”. O postulando como hizo en su libro Nuestra América, que “la palabra de orden es crear”.

El Español de América, no significó la anulación del español de España, sino su refundación, como he dicho; al tronco viejo les salieron nuevas y poderosas ramas y estas echaron mejores y sazonados frutos; lo enriquecieron. El exuberante paisaje americano, la fuerza de sus huracanes, el rico y enorme reservorio cultural que dejan ver sus ruinas, no podían ser cantados, nombrados, significados o enaltecidos en los anales de la historia, con las mismas voces o vocablos, que habían provocado su caída o desaparición. Se hacía necesario instrumentalizar nuevos canales o ideas para narrar y poetizar la dimensión del desastre y el reencuentro.

Los escritores de Nuestra América: Sarmiento, Bello, Martí, Darío, Neruda, Borges, García Márquez, Lezama Lima, Alejo Carpentier, y una lista infinita de grandes hombres, han hecho que la Lengua Español salga de sus estrechos márgenes peninsulares a cabalgar, junto con el Quijote, por muchas tierras del mundo.

Con la entrada a la escena global, la lengua española ha realizado un proceso migratorio inverso. Ya a finales del siglo XIX y principios del XX, el poeta nicaragüense, Rubén Darío, había hecho algo parecido, es decir, trasladarse desde América del Sur, hasta la Península Ibérica, para fundirse desde su misma base, con el aporte de nuevas palabras y modismos, a la lengua común progenitora. Y hoy, en casi todos los pueblos y ciudades de España, una misma cosa u objeto puede tener diversos nombres, pero todos significan lo mismo. Naturalmente no entramos a analizar todo lo que implica o lo que tienen de significados, las expresiones traídas por otros grupos migratorios provenientes, por ejemplo: de los países del Magreb, Asia, Oriente Medio, Europa del Este o África continental.
Pues, estas nuevas comunidades hispanos-parlantes, que indudablemente aportan también nuevos elementos a la lengua autóctona, lo que hacen, más bien, es aprehender y asimilar los aportes que se van produciendo en la fusión con lo recién llegados de Nuestra América.

Es sintomático, por ejemplo, como en algunas partes, se produce una especie de intercambio fónico y en algunos hablantes, el sonido de la s, muy pronunciada en Sudamérica, pasa a ocupar el lugar de la z española y el lo/s por le/s creando una rítmica interna en la fonética que enriquecen profundamente las expresiones en una y otra zona o región; de una u otra orilla del Atlántico. O también dándoles más, en algunos casos, o menos velocidad al discurso hablado. Por ejemplo, los colombianos de Cartagena, los argentinos de Buenos Aire, los sudamericanos de las regiones andinas, los cubanos de Holguín y Bayamo, de hablar lento y pausado, con los habaneros, dominicanos y portorriqueños, de hablar rápido y estruendoso, como los sevillanos. En otro caso el uso del pleonasmo o el redundar en palabras, doblando la acción de las mismas, como es el caso del, sal para fuera o entra para dentro, tan al uso en España, por la expresión correcta de sal o entra, sin más añadiduras. O al dar las gracias decir de nada, en vez de por nada y cosas así que harían una lista interminable.

El español de América aunque tiene ya más de medio siglo, cuestión esta que no es demasiado para le evolución de una lengua, que además, fue impuesta por la fuerza sobre otras lenguas, alrededor de 410 que existían en el continente a la llegada de los conquistares, está poblado de vocablos y expresiones de las actuales y antiguas lenguas que se hablan y las que se siguen hablando en la región, como es el Náhuatl, quechua, Arahuaco, inca, quiché, taíno, rama, sumo, guaraní, maya, tairona, mapuche etc., esa rica suma fonética y morfológica, muchas veces se escapa de los círculos intelectuales, de las páginas de los diccionarios y las enciclopedias y forma un nuevo cosmos de expresiones e ideas a fines, en consonancia con las necesidades, o realidades de los ciudadanos recién llegados a la Península, y una vez se instalan aquí ponen en marcha: en revistas, periódicos, comercios, discotecas, centros de trabajo o en el habla común de la calle.

La lengua no es patrimonio de nadie más que de los pueblos que la crean y la emplean en sus quehaceres cotidianos, como vehículo o medio de comunicación. Cuanto más ingeniosos sean los pueblos, más rica será su lengua; pues, ella tiene un infinito abanico de posibilidades en el terreno de la comunicación, que en redes crean y dan sentidos a las cosas que expresamos.

Antes, cuando no existía una gran comunidad de sudamericanos en España, no obstante hablar una misma lengua, era más incómoda y retraída la comunicación entre uno y otro lado del océano, al no saberse bien qué se quería expresar con ciertos vocablos, que a lo mejor ya estaban en desusos en la Península, o algunos patronímicos que entonces nos parecían exóticos. Ahora por el uso y la cercana relación que tenemos con ellos, nos parecen algo normal. Así de caprichoso es el lenguaje, sobre todo, cuando se le abre la puerta al entendimiento siempre busca asiento donde acomodarse sin perturbar, porque su función, al estar construida en redes intencionales, es integrarse, en vez de dispersarse en campos; áreas a veces imposibles de focalizar; porque el habla es un fenómeno interno de base colectiva. Es decir, está en función de uno y todos los individuos que conforman la comunidad parlante.

Esto hoy es entendible, si nos retrotraemos en el tiempo y vamos a las fuentes que los padres iniciadores hicieron para nosotros: Saussere abre el camino, S. Karcevskij, Roman Jakobon, Trubetzky, Martinet, Viggo Brödal, Hjelmslev, Leonard Bloomfield, Noam Chomsky, Bajtin, Roland Barthes, Fritz Mauthner, y una espléndida nómina de autores, que entendiendo y queriendo hacer más entendible aún el proceso de la lengua, fueron aportando su granito de arena, para que el hombre, único ser, hasta hoy, en los mundos conocidos que usa de la palabra, pueda seguir comunicado y comunicándose, para hacer que las cosas sean más entendibles o comprensibles, en este plano de la existencia terrenal.

Más allá de toda norma o fórmula, lo esencial es que el mensaje llegue nítido e ininterrumpido por las vías o canales que se trasmita, para llevar la expresión de los pueblos. La voz del hombre no tiene par, porque en ella habla lo humano. Discurre en la voz del tiempo, que es donde habita lo perdurable, y, sólo los que saben oír pueden escucharla.
Por eso hoy la Lengua Española es cada vez más rica: se alimenta, bebe y respira, de igual a igual, la rica sabia de dos continentes, asume y hace suyos, los aportes que les traen otros pueblos.



Ogsmande Lescayllers.


FOTOS Y LUGARES


Con un amigo periodista sirio, en Damasco.

Con el gobernador de Qnaitra, El Golán, Siria, frente a un plano de la zona.

Con el Gobernador de Qnaitra, El Golán Siria.


En l ciudad de Nizhny Novgorod, 260 kms de Moscú. Rusia.












En las ruinas de la Ciudad de Qnaitra, El Golán Siria.
Galería de arte Tretiakov. Moscú











NOTA INFORMATIVA SOBRE EL ESCRITOR CUBANO, ALEJO CARPENTIER


ALEJO CARPENTIER.

Aquel hombre callado y de aspecto bondadoso y reflexivo, se llamaba Alejo Carpentier. Cuando le conocí, me sentí como una hormiga al lado de un elefante. Compartíamos mantel y cubiertos en un hermoso restaurante del Hotel Habana Libre. Se celebraba el Primer Congreso Internacional de Escritores y Artistas de Cuba. Entonces yo era un adolescente lleno de curiosidad, anheloso de saberlo todo. Pensaba que si hablaba, perdía la oportunidad de oír y aprender, por eso prefería hacer silencio.

Mi mesa estaba ocupada por tres grandes hombres, desde mi punto de vista: Alejo Carpentier, el arquitecto cubano y entonces viceministro de cultura, Rafael Almeida, y el dramaturgo guatemalteco, Manuel Galich. Recuerdo que aquel día me ocurrió una cosa muy curiosa. Yo que era muy tímido, cosa que aún no he superado del todo, desde la mesa donde me hallaba no encontraba forma humana de como coger los cubiertos para no hacer el ridículo delante de aquellas personalidades, por que soy ambidextro y regularmente, me inclino a tomar los cubiertos con la mano izquierda, y mis padres me habían enseñado que era de mal gusto. Cuidadosamente les observé, pero enzarzados en la charla como estaban, nadie se animaba a iniciar la cena. Ya era tarde y, como es natural, teníamos hambre. Yo le seguía el hilo a la conversación y no me percaté del momento en que se dispusieron a tomar los cubiertos y empezaron a degustar la cena. Pero, cual no sería mi sorpresa ¡Los cuatro éramos zurdos! Y ya pueden imaginarse ustedes el alegró que me vino al cuerpo.

En la sección de la tarde, Alejo Carpentier, impartió una Conferencia Magistral, como nunca he vuelto a escuchar otra. Habló sobre narrativa durante más de dos horas, señalando autores, obras, fechas, estilos, técnicas; todo de memoria, parecía como si declamara un texto. Al final, dijo como Gustav Frabert cuando le preguntaron quien era madame Bovary: en fin, la novela soy yo. Una ovación interminable llenó el recinto y luego nos comentó, con una especie de temor y asombro, preguntó: ¿Qué dije que han aplaudido tanto? E intentando justificarse, explicó que todo aquello eran cosas muy básicas que todo escritor debía conocer, porque para escribir de veras una buena novela se necesitaba mucho más que eso.

Aquella fue quizás, la mejor lección sobre literatura que he escuchado en mi vida y, a partir de aquella tarde, aquel hombre se convirtió en uno de mis mayores referentes intelectuales.

Alejo Carpentier nace en La Habana, Cuba, el 26 de diciembre de 1904. Hijo de un arquitecto francés y de una enfermera rusa. Hizo sus primeras letras en La Habana y a la edad de 12 años se traslada con su familia a París.

De regreso a Cuba, matricula en La Universidad de La Habana la carrera de arquitectura, la cual dejó inconclusa. Trabaja como periodista y participa en los movimientos políticos de izquierda de la época. Entre 1923 y 1924, forma parte del Grupo Minorista, que abogaba por una renovación de los valores nacionales.

Por sus actividades políticas es encarcelado. En la prisión escribe su primera novela, Écue-Yamba-Ó, publicada en España en 1933. Se exilia en Francia donde permanece hasta 1939. Se involucra en el Movimiento Surrealista y, a petición de André Bretón, escribe algunos textos en la revista “Revolution Surréaliste.

Luego marcha a Cuba, pero no se queda mucho tiempo en la isla y parte hacia México, Haití, Jamaica y Venezuela. A partir de ahí comienza la elaboración de su obra y la búsqueda y descubrimiento de los orígenes y evolución de las culturas de Nuestra América y el Caribe.

Desde la aparición de su novela, El reino de este mundo (1949), su obra estará marcada, por los sueños y realidades del Continente Americano.

Alejo Carpentier fue uno de los creadores del Realismo Mágico y el máximo exponente de Lo Real Maravilloso.

Su obra narrativa es rica en matices y tonalidades. Poseedor de una técnica exquisita y depurada, aportó al género narrativo, obras como: Écue-Yamba-Ó, El Reino de este mundo, Los pasos perdidos, El siglo de las luces, Viaje a la semilla, Concierto Barroco, La consagración de la primavera, El arpa y la sombra y un sin número de cuentos, ensayos y conferencias, además una interesantísima obra sobre temas musicales: Ese músico que llevo dentro, con la que se convirtió en un referente obligado en el ámbito musical internacional.
En 1976 fue galardonado con el Premio Miguel de Cervantes.

Estuvo vinculado a la revolución cubana, aunque pasaba la mayor parte de su vida en París, ciudad donde murió en 1980, lejos, aunque no ausente, de los conflictos reales que se vivían en la isla.

Ciento ocho años después de su nacimiento, el mundo entero conmemora y celebra la grandeza de un hombre ejemplar, sabio, prudente y honrado, hacedor de sueños y descubridor de las raíces más profundas de Nuestra América. De esa América real y maravillosa, hechizada y hechizadora, embrujada y embrujadora, envuelta en luces y de sombras, tal y como él la dejó reflejada en sus escritos.
Ogsmande Lescayllers.


NOTA CRÍTICA SOBRE PLÁSTICA LATINO AMERICANA


DESDE EL CONO DE UMBRA.
(El arte de Nuestra América en la transición al Siglo XXI).


América es una realidad viva y pujante. Cualquier criterio u opinión que cuestione este aserto, va en contra de la verdad. Allí todas las expresiones y razones de la existencia bullen a la par que otros pueblos y naciones del mundo.

Ya hace mucho tiempo que Calibán puso en su sitio a Próspero. Ahora ambos son quizás, un mismo y particular sujeto. Todo está en penetrar de lleno en el ombligo, configurar en una o varias perspectivas, los pocos y los cuántos que afloran bajo nuestros pies o ante nuestros ojos, como un nuevo capítulo de crianza, donde, como la luz del rayo, uniendo en ella la estampida, hace que afloren las simientes.

El Final del Eclipse: El Arte de América Latina en la Transición al Siglo XXI. Debe observarse y cuestionarse desde diversos ángulos, nunca mirándolo como un conjunto, sino como realidades y motivos particulares, donde cada expresión busca su derrotero. El Arte de América es mucho más que eso. Y, por qué no, también es eso. Pero hay que saber observar, indagar en lo ancho del plantel, el punto exacto, la esencia misma de las cosas. Los sueños y deseos y, con ellos, las realizaciones de los artistas o creadores de Nuestra América, son los mismos que el de los europeos, asiáticos o hindúes, pero el ente psicológico que media entre una y otra latitud; las herramientas de trabajo y realidades de ambos, relativizadas o programadas y que van a comportar o a conformar un abanico de razones diferenciadas de todos o cada uno de los aspectos de la vida que les serán ajenos y comunes y que, de acuerdo a lo que es, serán expresados con menor o mayor fortuna. A partir de ahí, el mercado vendrá a poner, imponer o a disponer sus normas. Pero si hablamos de arte pensando en el mercado como referente o punto de vista diferenciador, expresémonos entonces en términos de mercancía, aunque es justo reconocer que también ese aspecto es válido para su difusión.

El arte y los artistas de Nuestra América ha padecido, a través de los tiempos, una especie de olvido voluntario. A tal efecto, muchos creadores se rebelaron por ser tenidos como menores y formularon un arte de denuncia con el que intentaron romper el bloqueo u olvido al que eran sometidos. A partir de ahí, surgieron voces, nombres, imágenes, reflexiones, argumentos que pujaban, como la lava de los volcanes bajo tierra, por alcanzar la superficie.

No comprendieron algunos, que el arte debe de ser anuncio, antes que denuncia. Por que el arte transformador es el que anuncia en qué tramo del camino nos encontramos. Desde las cavernas, hasta nuestros días, el arte anunciaba y se hacía propiciatorio, e indicaba, de paso, el punto vulnerable del animal y el acto de aprehenderlo en el instante mismo de su aparición. Con este simple gesto, entraba de lleno, al dominio de la naturaleza. El pescador de entonces, no dejó reflejado sus actos, porque las huellas se disolvieron en el agua. Por otro lado, el pez iba a entrar como anuncio en el sueño de las vasijas.
Los frescos de las cuevas de América no corrieron la misma suerte que los de Altamira.
Las brutalidades a los que fueron sometidos, incluso el oro, no hay modo humano, por que también perecieron los humanos, de repararlos.

El arte sucesivo que representa a estos pueblos, sigue pujando por salir del olvido; o por escapar del eclipse. Pero el camino no es ese, porque falta lo autóctono o marca de identidad que es la que lo convierte en verdadera expresión, de un continente rico en expresiones naturales, frente a un mundo que se globaliza para ser uno, pero no único.

De lo que hay en esta muestra, no he oído el rugir del Popocatpetl, ni el Amazonas. Ni matizan los chopos de la orilla, las lloviznas perpetuas de Iguazú. Ni veo el Quetzal sobre las ramas de árboles centernarios, ni los milenarios seres de Las Galápagos. o la llama, que mira erguida en sus patas traseras la cumbre enhiesta de la ciudad de Machu Picchu. El Cóndor no aflora en su vuelo ancestral para entrar en la quena y ser cantado o salmodiado. Y no escucho el kirial, la zampoña, ni los tambores africanos, que en su día, anunciaron un nuevo amanecer y, porqué no, la huella del sincretismo entre lo nativo y lo exótico; o lo doblemente exótico. Huellas imborrables, permanentes y diferenciadoras de una cultura y de un arte que por derecho, tienen su sentido de identidad y que es Leit motiv de una realidad, que aunque a veces se nos presenta nueva, es tan antigua como el hombre mismo.

Los artistas de Nuestra América, ayer como hoy, sólo tienen que alzar la vista ante el inmenso plantel de la naturaleza de la que son parte, para formular el lienzo “más hermoso que ojos humanos hayan visto”, para expresarlo con palabras de Cristóbal Colón.

Si vamos a indicar un hecho diferenciador. Hagámoslo desde una perspectiva diferenciadora. La mirada hacia el clon es válida, porque es parte de una realidad que está latente. Por otra parte, el arte y el artista deben de estar libres de prejuicios. Por eso la mirada del artista de Nuestra América, despejada y liberada de todos los prejuicios, ha de ser la que propicie el encuentro entre el centro y los márgenes, para que cuando el todo se haga uno, la línea que lo sustenta sea visible.
Me refiero al conjunto de la muestra sin diferenciar o individualizar a un artista determinado. Nuestra América, en esta muestra, está representada por Brasil, Argentina, Uruguay, Cuba, México, Venezuela y Colombia. Desde luego, esta no es la expresión plástica de todo un continente, sería más prudente decir que es una vaga muestra que vale celebrarse y, si es posible, aplaudir. Pero son más las ausencias que las presencias y eso no es bueno cuando queremos representar a esa parte del mundo, que por lo general siempre ha estado en el olvido.

Nuetra América, tuvo y tiene verdaderos artistas a los cuales, nada tienen que ofrecerles los de otras latitudes; sino el respecto y la admiración en conjunto. Ya lo fueron: Ribero, Siqueiros, Víctor Manuel, Amelia Peláez, Ponce de León, Wilfredo Lam, Cundo Bermúdez, Guayasamín, Mendive, hasta hacer una lista interminable de ellos, bien se merecen estar en los mejores museos, galerías y colecciones personales del mundo. Pero liberada o deliberadamente, la ignorancia puede jugarnos una mala pasada, porque tiende a prejuzgar, olvidando que la creación no es obra de los privilegiados, sino de ciertos elegidos, que la naturaleza dota con el don creador de la belleza.
La exposición está llena de aires y ruidos por todas partes, también hay movimientos, expresiones tardías de un cinetismo que fue la novedad de otra época. Matta lo hacía más divertido, creando escenas lúdicas.

Se echa de menos el color y el calor del trópico, la mirada atenta y vigilante, que es parte de la vida y esencia el hombre de América. Falta el cordaje de la luz, porque el sol sigue ahí sobre la tierra verde y acuosa donde crecieron las grandes civilizaciones de los Incas, los mayas y los aztecas. Bajo ese mismo sol y, en esas mismas tierras, las transnacionales clavan sus garfios, chupan el líquido primario de la vida y hacen florecer, o ponen a parir en parto grave, los horrores y errores de una voluntad jerárquica y devastadora llamada capitalismo. Que a tenor con los actos que fomenta y comete, bien pudiera llamarse cataclismo.

Pero el conjuro también es parte primaria del olvido, por eso, en estos pueblos conjurados, para confirmarlos y sustentar sus realidades y verdades, hay que ir a la historia, o mejor todavía, a la génesis, al soplo primigenio o al primer latido. Porque, como señalara magistralmente el pensador cubano, José Martí: “Nuestra América es preferible a la América que no es Nuestra”. Y, como ha de colegirse, la América del siglo XXI, que es un crisol de pueblos y culturas, tiene mucho que darle y que ofrecerle al mundo en todos los órdenes de la vida. En el arte, como en las ciencias y en la naturaleza, los hombres de aquel lado del Océano, si van con ojos avisados y mentes bien despiertas, encontrarán tesoros infinitos de superior valía que los que los conquistares le arrebataron a los nativos de Potosí y los templos de Moctezuma.

Enséñennos un proyecto plástico de Nuestra América, donde lo auténticamente americano refleje sus ritmos y colores. Donde el gran arco iris que envuelve el continente, haga su aparición desde la Patagonia al Bravo y fije sus colores al compás del tambor que hace danzar los cocoteros y las palmeras del Caribe, como si un mismo edén brotara de un gran sueño, o de esa realidad de la que somos parte.

Ogsmande Lescayllers.

domingo, 25 de enero de 2009

TEXTO TOMADO DEL LIBRO "LA ESTRUCTURA DEL DESEO" DE OGSMANDE LESCAYLLERS.


HORIZONTES MENTALES

La mente es el sitio donde se alojan o se archivan los recuerdos. Al recordar retrotraemos el pasado a nuestra imaginación, pero esos recuerdos son fragmentados; es la idea de algo que fue.
Durante la acción o el acto mental, entran a la imaginación a gran velocidad, infinidad de imágenes, sonidos y sensaciones que en determinados momentos percibimos. Pero nada de eso está en nuestra mente, llegan cuando se activan los canales perceptivos.
De ahí que, si queremos, podemos apartar los malos pensamientos o las ideas perturbadoras.
Las ideas no son parte de mí. No viven en mí. Sólo aparecen cuando las buscamos y se hacen fuertes, cuando las somatizamos y las convertimos en sustancia de nuestra acción mental cotidiana.
Si tomamos una idea y la dirigimos a nuestro campo de percepción, la estamos convirtiendo en ideal. Ese ideal será el encargado de desarrollar el recuerdo que nos hacen felices o desgraciados. Desde luego, esto será así, si aplicamos en el supuesto caso, los calificativos de agradable o desagradable, bueno o malo, mejor o peor, etc.
Pero si en vez, de sostener ese recuerdo, o ese ideal, le hacemos fluir. Lo liberamos y le aplicamos los purificadores del consciente, percibiremos entonces, como una idea o un pensamiento nocivo se convierte en algo útil y vital. Ese será el resultado de la meditación, la observación y el análisis. Porque al estar despierto y alerta, la acción cósmica no da opción al pensante para cuestionar lo que es o no es, porque en ese instante todo es.
Cuando meditas, la mente queda en blanco; liberada de todo ideal. Es entonces cuando entra en acción el mental o conciencia cósmica, es decir, soy uno con el cosmos y el cosmos es uno conmigo. No existe entre ambos, división ni fragmentación, el ser es uno y, a la vez, es el todo indivisible. La nada es la totalidad del todo. El vacío es el continente de la materia. Lo incorpóreo contendrá a lo corpóreo. Pero todo es resultado de una única realidad o verdad, no absoluta sino existente.
El meditador no busca ese instante, llamémosle mágico, que lo pone en relación directa con la unidad cósmica. Como todo es mental, somos la esencia de eso. Pero debido a nuestra programación, bifurcamos los rumbos y nos posesionamos en la tríada del tiempo, sin percatarnos, que ese tiempo, es también indivisible e intemporal, como nosotros mismos.
Toda acción antes fue pensada aunque no se tenga conciencia de ello. La acción es un acto mecánico. Por el contrario, el pensamiento es un acto que emana de la voluntad. Surge del propósito o despropósito de la percepción que registra o estimula la mente.
Cuando la mente está dormida, cuando no está alerta y vigilante frente a los estímulos recibidos, sigue los dictados de la programación y eso la hace ser ignorante del mundo en el que está. Ahí no hay observador. Si el observador no observa no es observado y cae en un punto muerto de la existencia. Es como si miráramos y no viéramos nada. Tengamos en cuenta que toda realidad es virtual. Que a través de los tiempos hemos ido nombrando los elementos de la naturaleza, viviendo en ellos, habitándoles sin conocerles.
Les damos nombres y los codificamos y a tenor con lo visto, reproducimos nuevos elementos a imitación de aquellos. Reproducimos intelectualmente, garantizando así, el proceso de aprendizaje. Este aprendizaje es memorístico, y si no se usa o se practica, corre el riesgo de caer en olvido. Esto ocurre, porque la información recibida sólo y únicamente queda registra en la mente y no se tiene en cuenta para nada el mental o la conciencia cósmica que es la que produce el contenido del conocimiento.
La naturaleza es un perpetuo caos, es además, el orden perfecto. Ambos extremos o estados, no están divididos ni polarizados, es un único sistema, sin aristas, sin puntos ni líneas divisorias.
La energía es la esencia y la conciencia cósmica del Universo.
La mente intenta confundirnos, y de hecho lo logra; En primer lugar, por la programación que habita en ella. En segundo lugar, por la incapacidad de nuestros sentidos para percibir el conjunto, es decir, no estamos capacitados o no nos hemos capacitados para recibir varias informaciones a la vez; como unidad que somos, en lo aparente, tendemos a ella, sin tener en cuenta para nada que somos múltiples.
Si somos uno con el cosmos es sencillamente porque somos cosmos, desde luego, esto no significa que seamos cósmicos, la estructura que nos envuelve es parte de nosotros, pero no somos la estructura misma. Lo particular y lo general tienen aspectos diferentes.
Cuando percibimos una parte imaginamos el todo. Con esa carencia informativa, no hacemos otra cosa que actuar como máquinas. Y es en esa lucha permanente por acumular conocimiento para satisfacer el ego, donde se consume nuestro efímero paso por la tierra.
Llevar el control de la mente no es tarea fácil, como tampoco es fácil vivir en un mundo lleno de contradicciones, ignorante de sus leyes y sus realizaciones primarias. Y es que no vinimos a este mundo a acumular nada, pero es lo primero que hacemos. Vinimos para comprender que somos uno con la Unidad y que sólo existe una y única Conciencia Cósmica, que no es privativa de nadie y de la que, por ende, nadie puede escapar.
El logro de la mente está en producir bienestar y felicidad para hoy. En no buscar límites, trazando metas absurdas. En despertar y estar alerta para comprender la acción y la reacción del Universo.
A esto se llega cuando desprogramas al ego, y arrancas los apegos que pugnan en la memoria, atrapados en el inconsciente, que a instante, aflora en el consciente, acelerando o retardando el encuentro o descubrimiento de la Acción Cósmica Universal.

Ogsmande Lescayllers.

(Texto tomado del libro "La estructura del deseo)




TEXTO SOBRE EL AMOR, DEL LIBRO "LA ESTRUCTURA DEL DESEO DE OGSMANDE LESCAYLLERS.


EL AMOR.

“Ahora ya lo sé. Uno es la primera cifra
de un número que no tiene fin”.
OMAR KHAYYAM.


¿Qué es el amor? Esta fue, es y será una pregunta eterna. Sin embargo, la respuesta, la única que tiene, está dentro de cada uno nosotros mismos y, que por cierto, no es la única. Nadie más que nosotros, tenemos la respuesta porque somos nosotros y no otro quien puede responder a la infinita nómina de preguntas que subyacen a lo largo de nuestra existencia.

El amor sólo tiene una definición. No existe un amor malo y otro bueno. El amor es la medida de lo exacto en el contexto de los sentimientos. Nadie da ni más ni menos amor. Cada uno da sencillamente lo que tiene. Intentar medir los sentimientos es un error. Pues, no es posible expresar con palabras este o aquel estado de la conciencia o de los sentimientos. No son niveles volumétricos ni geométricos, tampoco se puede encuestar sociológicamente o medir matemáticamente. El amor es como el viento, se siente, se perciben sus desgarramientos y destellos, su fragilidad y su crudeza, pero no se ve ni se puede palpar. Es amorfo, sereno y eficaz. Vibra, cimbra, pero se desconoce su tesitura, y la cantidad de decibelios que emiten las emociones que genera.

La psicología ofrece varias definiciones al respecto y nos habla de un amor que habita o se localiza en la materia viviente. Lo asocia a parejas y lo identifica en asociación con los sentimientos: padres, hijos, matrimonios, objetos etc. Pero este amor es frío, calculado, incluso, negociable.

Este tipo de amor no deja de ser una quimera o un patrón creado y preestablecido por las sociedades de consumo.

Las religiones también nos dan una gama de definiciones y conceptos no menos desafortunados que los que nos muestra la psicología. Las usan en su propio provecho.
El amor no tiene aristas y nace de su propia génesis. No fue creado, elaborado, ni fabricado, es un sentimiento innato en todos los seres vivos. Lo que difieren son los modos de cómo se expresa.
Los estudios de Ortega y Gasset y de Bertrand Russell, al respecto, tan paco aportan nada, más allá de algunos postulados filosóficos.

Nadie muere por amor. Nadie sufre por amor. Se sufre y se muere por sentimientos e ideales de turbia comprensión, que se manifiestan en el ser, cuando el ego es ignorante de lo que es la medida, no en sentido aritmético, sino geométrico, de una progresión axiológica, espacio-tempo que se acumula en el nódulo cerebral, donde se produce una especie de atrofia que crea campos negativos y positivos de diversas índoles.

Sólo en aquellos donde están ausentes los apegos, el acto de juzgar, recriminar, imponer, poseer, castigar y, que a su vez, tienen un gran sentido de la responsabilidad, porque han hecho de la vida, una obra creadora, libre de todo prejuicio y abierta a la comprensión del ser, es donde existe el verdadero amor.

En la naturaleza está todo, absolutamente todo, increíblemente ordenado. A lo que nosotros llamamos desorden es a la incomprensión que tenemos del orden de las cosas. La naturaleza actúa siempre en el momento preciso, ni antes ni después. Y lo hace manifestando su aprobación o desaprobación en relación con el mal o el bien que desde nuestras perspectivas le hayamos ocasionado. No hay que ser un sabio para darse cuenta de esto.

El amor no actúa de esa misma forma. Porque no es la naturaleza, sino un componente de ella.

Entre los hombres, generalmente el amor se expresa hipócritamente. No es una correlación desinteresada. Es una forma de mercancía, una especie de transacción comercial: si me amas te amo, si me das te doy, si me eres fiel te soy fiel, si me abandonas, te abandono, si me faltas te falto. Y en determinadas sociedades, el macho tiene a la hembra como a un objeto de placer. Desde luego, ni decirlo, eso no tiene nada que ver con el amor. Es una forma grosera, del más primitivo estado del individuo.

La sociedad nos impone sus miedos colectivos. Los cuales, incluso, convierte en normas. Leyes que hacen a las personas instrumentos. Limitándoles, de hecho, a amarse libremente. El amor libre, como todo acto de libertad, está sustentado sobre la base del respeto mutuo. Donde no hay respeto no hay amor. Donde no hay amor, no hay respeto. Lo que crea la tiranía del alma es el desamor. La ausencia de amor, que nunca es absoluta en los seres humanos, salvo el punto cuando se llega a la aniquilación, pero eso es producto de desórdenes psíquicos originados por el estado de la mente.

Cuando hablamos del amor, estamos evocado quizás, la palabra más hermosa, más compleja y abarcadora de todas las creadas por el hombre. Pero no todo lo que se evoca designa, ni todo lo que designa, tiene la misma amplitud de miras. Dentro o fuera del contexto donde se ubica, si una persona no es libre, no puede amar. Una persona que no ama, jamás será libre. Sólo y únicamente el amor nos hace verdaderamente libres, comprensivos, inteligentes.

Mientras sintamos miedos, mientras no sepamos controlar nuestros deseos, mientras nuestros valores estén condicionados a cosas materiales. Mientras no despertemos y comprendamos que por encima del dinero y todo lo material, están la vida y la felicidad; y que, en este trayecto donde estamos, todo es pasajero, efímero, circunstancial. Que eso no tiene nada que ver con el amor; que sí es eterno, porque se sustenta en lo más profundo de nuestro espíritu, allí donde nada se compra con dinero y los valores no pueden cotizar en bolsa y el mercado no existe, porque la luz es quien gobierna; entonces, sólo entonces, estaremos en posesión del amor.

Lo que mueve el deseo es la satisfacción de los instintos. Cuando aprendamos a unir amor y deseos o a separarlos para poner cada uno en su lugar, nuestras vidas serán mejores.

Muchos animales nos dan lecciones increíbles de entrega, respeto y fidelidad. Son actos de amor sin precedentes. Viven en un connubio perpetuo, en el que, sólo la muerte los separa. Pero el hombre es egoísta por naturaleza. Quiere dominar, poseer, ejercer sus fuerzas sobre los demás. El hombre posee una rara inteligencia. Se desconoce el mismo, pero quiere o cree conocer a los demás. Desconoce su presente y está constantemente indagando su pasado. Ignora su futuro y hace proyectos demoledores, que luego desecha para hacer otros y así, sucesivamente, se va hundiendo en el ocaso, hasta que desaparece envuelto en las mismas preguntas que todos nos hacemos: Quién soy, de dónde vengo y hacia dónde voy. Cuando intenta recuperar el tiempo perdido ya es tarde porque se detuvo a contemplar o a incitar otras cosas que por ley natural, caminan solas por la senda asignada.

No debe confundirse amor y sexo. Nada tienen que ver una cosa y otra. Ni sentimental, fisiológica o socialmente. El sexo o la sexualidad, como el amor, tienen sus propias leyes y están regidos por los efectos de su propia naturaleza.

Vivir en el amor, es vivir en la conciencia de que tu presente, como el de los demás, no está condicionado a mediciones de tiempo y espacia, ni de posesiones o cadenas de intereses, para ello hay que tener muy claro que las circunstancias de cada individuo, merece el más absoluto respeto y la más sincera atención, sin que el conflicto atenúe lo que demanda el otro.



Ogsmande Lescayllers.
(Texto tomado del libro La estructura del deseo)




sábado, 24 de enero de 2009

ANÁLISIS CRÍTICO A LA OBRA DEL PINTOR FÉLIX MUYO.



LOS SIGNOS
CONFLUYENTES:
ENTROPÍA EN
MANHATAN.
ANÁLISIS CRÍTICO
.

La obra de arte no nace de la búsqueda obstinada del artista, sino de la huida sin tiempo del Demiurgo. De la insensatez o sensatez de los demonios. En dicho don, o dones, sólo hay una línea; mejor dicho, una línea explícita o un punto de partida. Ese elemento, media, interactúa en el consciente y en el subconsciente. Todo arte es utilidad de algo, propuesta y sobre todo anuncio. El arte es ese algo, definido o indefinido, en el que todos penetramos o salimos, con la sospecha, o el asombro de que algo mágico nos ha visitado. Por cierto, hasta ese que pretende ser arte por arte. Porque los mecanismos de realización o conformación de una obra, incluso, cuando intentamos que a sí sea, escapa, por lo general, de la intención creadora para entrar a formar parte del misterio, la mimesis o el sueño. Fuera de ahí, surgen otras razones, otros roles que pueden ser de orden éticos o formales, económicos o contextuales, pero no por ello escapa de la realidad o quimera de la vida.

El arte, que está sesgado por las sustancias o ingredientes de la imaginación, no es un producto a catalogar, en primera instancia, porque no siempre los cortes son visibles.
Toda gran obra, nace de un gran sueño que luego es, o que antes había sido una realidad. Pero esa realidad está difuminada como los colores que forman el espectro. Ignoramos, muchas veces, que en las secuencias de la realidad que tenemos por real o aparente, hay una versión o inversión de cosas que no están dentro ni afuera; arriba ni abajo. La ubicación de los elementos en la naturaleza están dispuestos de acuerdo al precedente o antecedente que a término luz, es decir, de camino, van a ser focalizados en función de los conceptos o códigos que les apliquemos al fenómeno.

Si la acción se desacraliza o, al contrario, se quiere enmarcar dentro de una tendencia, registro o escuela, entonces como en un parto, se le pondrá fecha de aparición o nacimiento. Pero esa propuesta ya no pertenece al sueño del artista, porque lo demoniaco pierde su realidad o sentido de poder y pasa a ser domesticado, como algo dúctil y pasajero. Pero si se resiste y entra a formar parte de otra realidad, entonces es cuando persiste, porque ha pasado la prueba del tiempo.

Toda obra tiene su fundamento y su historia de origen. Ahora bien, lo que entraña en ella es su realización o entrada en el gran cosmos del reino de la expresión visual y hablada o escrita. Antes de ser metáfora o después de serlo, quedará para convertirse en una especie de testimonio, crónica o tesis, donde cada uno encontrará o dará el sentido o explicación, que de acuerdo a sus luces irá dejando sobre ella.

Hay sitios, tan remotos a veces, donde la explicación no llega. Porque toda gran contingencia tiene su cosmogonía que sólo algunos privilegiados son capaces de descubrir. Esos se instalan por derecho propio en la cima, desde donde siguen la huella de los tiempos.

Como si algo apremiara y, para indicar la novedad revelada, surgió el número. Un número cifrado, mejor dicho, una cifra sin mayor importancia en el terreno de la numerología. En el transcurrir, fue adquiriendo título de identidad. Un número que ha pasado a convertirse en el indicador de un suceso, historia, leyenda, premonición, encuentro y aparición de un nuevo signo. Un significante que de anuncio pasó a ser instrumento: luz, fecha y referencia. A partir de ahí, comienza la entropía. Y así, como es de abarcador el significado lo es el significante. Y para que el análisis no sea fortuito y la intención no se pierda, los símbolos o signos que representan el acto, son 2, pero para indicarlos y sustanciarlos, tomando por separado la existencia real de los elementos, nos llevaría a otra propuesta. Sería 1.1, es decir, las Torres Gemelas. El 11, que es también el día del suceso indicaría fenomenológicamente una verdad incuestionable, sin importar lo que hay de lógico o ilógico en el análisis. La progresión matemática sería: más, por, entre, menos, igual a. Todo esto es posible, lo que daría lugar a un gran aserto, pero de todo ello lo que persiste es el caos y este es lo no lógico, el no-planteamiento de un estado de cosas dominado por las circunstancias, es decir, por una nueva realidad ignorada hasta entonces y que como es natural, el modo de superarla aún se desconoce.

Entropía en Manhattan, pasa del testamento al testimonio. Es el anuncio de un despertar, no apocalíptico, sino una especie de catocrisis. Es decir, la crisis de una época, o caos de crisis, surgido de la necesidad de encontrar un punto de encuentro entre las diferentes ideologías, credos y puntos de mira entre todos los hombres de la tierra. Atrás, como recuerdos de la historia, deben quedar los reinos y reinados, las dictaduras y dictadores, los terrorismos y terroristas. Un mundo global para ser compartido no un mundo globalizado para ser repartido. El encuentro se ha de hacer de adentro hacia afuera y no a la inversa. Borrar las diferencias y las fronteras, los caldos de cultivos que se gestan a espaldas a la sociedad, que el poder instrumentaliza, utilizando so pretextos la democracia. Creando las alianzas de las armas, punto de partida para la guerra, que incrementa el hambre, el dolor, el sufrimiento, la miseria; en fin, todos los males del planeta.

Las distintas culturas deben de encontrarse para fusionarse y enriquecerse, no para destruirse. El concierto de las ideas debe girar en sentido creador, no destructor. El arte ha de regir como focalizador de campos, porque es el que anuncia; ese ha de ser su compromiso. La política juega en el otro bando. Busca agregados y añadidos a la demencia. De hecho ya lo es. El arte equilibra, anuncia y actúa, luego trasciende, porque su acción iluminadora es la que nos indica el rumbo.

Félix Muyo es un artista surgido de sí mismo. No está en las fronteras ni en el horizonte de las cosas, anda en el centro, en el vórtice de los sucesos que afectan a la humanidad. Él es parte de esa humanidad que a marcha de vértigo reclama un mundo mejor, por eso: mirando, observando, avizorando, diría yo, a través del tiempo, descubrió e hizo suyo el lamento de otros o de todos, quizás. Muerte, destrucción, gozos y sombras; la humanidad entrando y saliendo en la escena fatídica; insegura, temerosa, tenebrosa, vengadora y enferma, prisionera por las cadenas de la ignorancia o la ignominia de otros, de esos, los dueños del poder.

Su paleta gira en busca de un orden estético fuera de toda eventualidad, porque no niega ni afirma nada, con eso ratifica y programa lo que hay de plausible en la expresión o conjunción creadora, que parte de la propia dinámica del ser. Su obra es una fiesta de luz, un canto a la vida y una declaración de paz. Nos llama a la cordura, al uso de la razón, a enmendar y enaltecer la justicia.

Color y asombro se emancipan de todos los augurios, porque es el augurio mismo, que va de la cábala al sueño y de ahí a conformar, desde lo inverosímil, el techo de la realidad. Son líneas anunciadoras, donde el color se anima a entrar para marcar los límites que les anuncia la luz.

Los soportes de fe: Islam y Cristianismo, acuden en planos superpuestos para enfrentarse y conducirse ha un destino incierto y a esa fe se anteponen las armas; marcas convulsas de la psiquis del poder. Y aunque subyacen en uno y otro lado los opuestos, y aquí y allá el caos hace su reino, en el fondo hay una expresión o un canto a la esperanza.

Muyo hace una diferencia, pero no separa ni pondera, sabe que todos somos una misma cosa. Que existe una igualdad sin igualitarismo y que la razón no puede ser absorbida por la ambición.
Espera del hombre y de la vida, un encuentro desde y con el amor, donde se hagan gemelas la paz y la igualdad, teniendo en cuenta que, el respeto al derecho ajeno es la esencia de todo proceso. La equidad y la luz conforman los resortes. El equilibrio genera el fuego, no como elemento, sino como actante, y es ahí, donde el aserto se convierte en hallazgo. La expresión es el hombre. No hay antes ni después, todo es ahora. Pero no está mal señalar desde el centro o desde los extremos los cuántos, que pretenden entrar en el horizonte.

Entropía en Manhattan, fue gestada y creada en la mente del artista mucho antes que ocurriera el suceso, esto hace grandes a ambos: al creador y su obra. Él la intuyo, la soñó, la visualizó. Ella, la obra, vivió con él, lo perturbó, durmió dentro de su propio sueño y salió a la luz, como todo nacimiento. La nombró Entropía, pero en el fondo no sabía por qué. Y él, tan agnóstico, se preguntaba a veces, ¿será posible que esto haya nacido de mí por obra y gracia del divino paráclito? Después fue el gran silencio y vino la respuesta o parte de ella, porque aún faltan muchas cosas por descubrir. De momento, esperamos el reconocimiento. La puesta en marcha de esa esperanza, de esa luz avizora, de la que, para mal o para bien; todos formamos parte.



Ogsmande Lescayllers.
Madrid, 20.09.02



jueves, 22 de enero de 2009

COMENTARIO CRÍTICO AL POEMARIO ÍNDICE EXTENDIDO DEL POETA GONZALO MELGAR.

GONZALO MELGAR: LA OTRA FORMA DE LA FUENTE.


Considerando ahora lo que se entiende por poesía habría que caminar muchas jornadas para hallar a un poeta. Pero si además, lo que buscamos es a un poeta místico, tendríamos que doblar ese trayecto. Eso puede ocurrir o pensarse. En realidad los tiempos no están para mística, porque el mito ha suplantado con su acción maniquea, la búsqueda hacia dentro que habita en todo ser. Ahora que la ciencia lo va derrumbando todo y el ideal poético cada día se corrompe más y más, no a causa del ideal mismo, sino por la acción, o más bien por la inacción de los que dicen formar parte de ese gremio.

Cuando Firdusis (943-1020), escribió su famoso Schah-nameh (el paraíso) intentaba, como Salomón, indagar en los resquicios de las almas, aquel espacio consagrado a Dios, que en lo adelante cumpliría la función de fuente; objeto del espíritu. Otros, antes que ellos, buscaban tras las sombras del demiurgo los paramentos en los cuales el alma, como cuerpo, florecería y daría lugar a una estancia que serviría de asiento y asidero a la vida. Desde luego, no tenían claro entre ellos, que el sentido de la vida es la propia vida, o que el sueño que no se sueña tampoco existe. Pero aquella idea estaba bien como metáfora y, sobre todo, si era posible ser cantada llegaría el momento en que se convertiría en sujeto de la existencia misma.

Rumoreando, quizás, por algunas de las esquinas de la idea se cimentó un ideal mayor. Dentro de él, crecieron las voces que salieron al rescate del Altísimo, para desde Él, trasmitirnos con palabras Sus señales.

Ibn Al´Arabi, (1165-1240) el gran poeta árabe de Murcia, desde su bello libro, El tabernáculo de las luces, sabedor profundo del misterio de Dios y del drama del hombre sobre la tierra, intentó poner luces a lo desconocido de las sombras y temperar las almas para que alcanzaran y tomaran el camino de la fe desde una más profunda visión o acción espiritual, directamente en Dios y no por Dios, porque de lo que se trataba era de alcanzar el mayor número de fieles o de hombres felices bajo el manto de la divinidad.

Dante Alighieri (1265-1321), el Creador de la Divina Comedia, bebió de allí y, en el intento de fundar, refundó, con nuevos motivos el gran paráclito, donde Dios, y todos los demás dioses diseñarían un estadio de luces y de sombras: Paraíso, Infierno, Purgatorio. Ya el ser, el hombre no era dual, ahora en el horizonte se abría una triada, o más bien una especie de atajo que sustentaba la visión del Concilio de Calcedonia en el 451 d. C. donde la Trinidad se convertiría en un hecho. San Juan de la cruz (1542-1591), Santa Teresa de Jesús (1515-1582), Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), esta última, tal vez un poco más rebelde en sus procederes, abrirían a partir de entonces otros canales o puertas para entrar al mundo mágico de la mística. Sobre esas marcas quedaba expuesto Rabindranath Tagore (1861.1941) que, como San Francisco de Asís, regaba florecillas por todas partes.

Pero son estos tiempo, y ya no sólo el hombre de estos tiempos, apremiados en otros menesteres que no les dejan espacio para asimilar y confirmar la fuga hacia delante en los espacios: la manifestaciones del ser y la razón, que revertidos, quién sabe por qué raro misterio de faetón, pretenden cabalgar como ruedas de molinos, en vez de serenarse, confiar y apercibirse de sí mismos.

Una voz nueva, voz con tino y vocación mística y poética, quizás era lo que hacía falta, o lo que se demandara por la naturaleza misma de las cosas, para crear sobre la base de la nueva ciencia del lenguaje, un canto que fuera representativo de esa voz ausente que le hacía falta, desde mi punto de vista, a la nueva liturgia.

La epifanía era la nueva ola que debía romper el viejo acantilado, donde en pose de sombra dormía la idea de que todo debía seguir siendo como antes, pero sabemos que eso no es así, porque después de dos mil años, Dios no puede ser el mismo dios y, por ende, la visión y comprensión del culto deben ser otras.

A lo mejor sin saberlo, porque si lo supiera ya no sería misterio, nos llega, para llenar ese espacio vacío Gonzalo Melgar, que nos trae con su mística nueva, el nuevo y más pleno sentido del misterio, donde el actor no es otro que Dios mismo, en la versión certera de estos tiempos que corren.

Su poesía es de una frescura impresionante, donde, ya no desde lo dual, sino desde la misma acción y proyección de la Trinidad, el juego se sustenta hacia un mundo real, que se yergue hacia afuera una vez sabido lo de adentro. Porque ahí afuera es donde está el camino y, donde, una vez alcanzado el encuentro con Dios y consigo mismo, se sale al encuentro o a la búsqueda de y, con los demás.

Gonzalo Melgar ha construido, con feliz acierto su propia poética. Su propia mística. Una poética y una mística nueva que van a la captura de los sentidos o del sentido de las cosas que están dentro y fuera del agua; es decir, de las fuentes que sustentan la unión matrimonial del hombre con Dios y con la vida.

En su bellísimo libro, Índice Extendido, Gonzalo Melgar teje y desteje el sentido de la vida frente al sinsentido de la muerte. Las dudas lógicas que lo invaden salen a la luz proyectadas desde un profundo desgano de ausencias y presencias consumidas por tiempo. “Tiempo anhelante que se extiende ahora”, es decir en este presente caótico en el que nunca sabemos, a ciencia cierta, que nos traerá el mañana.

Oigámoslos y así nos daremos perfecta cuenta de cual o cuáles son las dudas o los abismos a los se aproxima este magnífico poeta.

Más muerte que la Muerte es el sombrío
tiempo anhelante que se extiende ahora
y siempre, sin espejo, sin aurora
ni ocaso, ni calor, ni sol, ni frío.

La negación negada, o contrapartida del suceso, crea una especie de dicotomía, que a pesar del desgarramiento interno que ello provoca en el lector, da un soplo de aliento y vitalidad al cuadro que se difumina desde lo trascendental que lo trasciende.

Esta visión centrada y ajena al juego, formula pares, pero no en la unidad del sentido al que están superpuestas las cosas, sino dentro de un compuesto seriado para la perfección del juego. Del juego dinámico que sirve de cuadratura al actante.

En sus magníficos estudios sobre San Juan de la Cruz, el crítico y pensador francés Jean Barozzi, hablaba de esas visiones ocultas de lo trascendentes, que sólo son visualizadas por una mente poética capaz de desdibujar en las alturas, el fondo de la idea o el ideal que funda y se sustenta en lo finito eterno.

El ejemplo siguiente nos muestra el rastro de lo dimensional, sobre la ilación de una idea que se centra en la a-temporalidad de un hecho o suceso equis, que bajo la luz, objeto o sujeto de la búsqueda, construye el formato perfecto, donde se proyecta una especie de deixis de lo sicológico o psicologística, que emerge, entre bastidores, del sombrío mundo de la nada, que sirve de trasfondo para una leitmotiv de lo posible.

Mucho ha llovido desde entonces. Llueve
constantemente desde entonces, tanto
que el tiempo es lluvia y pasa borrascoso
en una procesión de nubes grises,
cegando al sol, al mundo, dando tumbos.

Tiempo de lluvia. Tiempo borrascoso: nubes grises, sol cegado, mundo dando tumbos. Es decir el caos sobre instalado en una especie de catrocrisis espiritual que a la larga nos conducirá hacia el Apocalipsis nuevo testamentario que nos anunciara el apóstol San Juan.

Técnicamente o, quizás más allá de las técnicas tradicionales, que algunos escasos o estrechos de mentes aún insisten en mantener, Gonzalo abre nuevas vías o canales a la expresión poética, aportando una técnica nueva en la ruptura o segmentación voluntaria, para que el verso, en su caso personalísimo, adquiera su propia identidad, más allá de los entresijos y extrañamientos tradicionales. En el verso de Gonzalo Melgar, la voz es quien manda y gobierna todos los ciclos de la escala. Nada hace de preferente, por que el Único preferido es Dios.

Para que pase algo espero. Espero
desde hace tanto. Espero tontamente
un signo. En la clausura de mi mente,
circunvolucionando, nada: cero;

Circunvolando fuera: nada. Huero,
sin fecundar, mi tiempo pasa y siente
pasarse el corazón. Sólo es simiente
para este secarral, ya sin tempero,

la Poesía que fluye: ese hilo fino
de luz desnuda y dulce, derretida,
que cae; sólo con ella algo ilumino

esta senda jamás preconcebida.
¿Es un signo? Yo espero ante un camino
que va a dar a la mar… quizás a la vida.

Aquí queda especificado todo lo dicho y, lo que, desde luego, falta por decir de este exquisito poeta, que no funda, desde el desgarramiento místico una mística más, sino su propia mística; que es y debía de ser la mística de todos.


Dr. Ogsmande Lescayllers.
Madrid. 25 de septiembre de 2008.

TEXTO SOBRE DON QUIJOTE DE LA MANCHA.

ESE LUGAR DE LA MANCHA.

Cuatrocientos años después de su aparición, la novela de Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha nos sigue emocionando, interrogándonos, creando en nosotros, sus lectores, un sin número de dudas y preguntas que por lo general nunca responderemos.

Algunos críticos e investigadores quieren hacernos entrar en sus terrenos especulativos, o análisis historiográficos sin darse cuenta que esta obra, en especial, está fuera de todas esas normas que ellos aplican a otras del género, con la que a veces convencen a cierto público acostumbrado a pensar a través de segundas personas.

El Quijote fue escrito para que cada lector hiciera su lectura y que, con ella, llegara a sus propias conclusiones, porque malos eran los maestros y peores las enseñanzas en aquellos tiempos. Eso Cervantes lo sabía y lo tenía tan claro, que los personajes más cuerdos de su obra, son un “loco”; Don Quijote y un iletrado, inculto y torpe: Sancho Panza.

El cura y el barbero, a quienes tenía por amigos y bien informados de las cosas que sucedían en el mundo, a ratos, en medio de las largas discusiones y pláticas que sostenían, les vapuleaba y les dejaba boquiabiertos con su fraseología y disquisiciones filosóficas.

Cervantes, hace literatura con la literatura. La defiende desde la raíz; la prestigia enalteciéndola y dándole el verdadero lugar que tienen y deben de tener las ideas. Para él, no había obra pequeña ni creador mediocre, la pequeñez y la mediocridad estaban en aquellos que no eran capaces de entrar en el reino de la imaginación y el artificio creador. De ahí que, su locura, no es que fuera justificada, sino justificable, lo mismo sucede con las ocurrencias e ingenuidades de Sancho Panza.

Cervantes sabía, por experiencia propia, que la verdad no es tal y que en un mundo de pícaros e inquisidores, un loco puede ser el más creíble, porque entre la realidad y la ficción hay un ancho margen de incertidumbre, que jamás será posible esclarecer.

Don Quijote de la Mancha es una obra profundamente imaginativa, porque en aquellos tiempos, el devenir de la humanidad estaba por reinventar. En Italia, donde Cervantes pasó una temporada, la llama del Alto Renacimiento prendía por todas partes; las ciencias y la filosofía marcaban sus propios derroteros, la literatura, ya tenía grandes nombres, Homero, Dantes, Virgilio, etc. La novela aún estaba huérfana, seguía sumida en su sueño medieval y un deseo de modernidad que hacía aguas por todas partes, porque entonces el mundo no era moderno. La tragedia, la comedia y la épica, eran los modelos literarios a batir. Cervantes, hizo un collage impresionante, donde estaban representados todos y ninguno, porque creó la síntesis de todo lo existente hasta entonces y anunció lo que vendría después, literariamente hablando.

El Quijote es una novela renacentista por su espíritu, aliento y genialidades idiomáticas; pero por la amalgama del tejido de sus personajes y lo revesada de su historia, es barroca. Nació entre esos dos períodos de la historia de la humanidad, cuando el primero daba sus últimos coletazos y el segundo se alzaba tanteando y construyendo nuevos contextos.

Los cinco años pasados en la cárcel de Argel, después de haber vivido en Italia, seguramente enriquecieron la visión de Cervantes acerca del mundo. Él fue un hombre forjado en la lucha por la supervivencia, era un inconforme de su tiempo, donde había más injusticia que justicia.

Las ideas del cristianismo; amor, perdón, servicio y honradez, calaron hondamente en él, así como algunas ideas del mahometanismo afines a la fe y al servicio de Dios Único y Todopoderoso.

Hay algo, en el Quijote que me produce cierta curiosidad, este detalle, desde mi punto de vista es muy serio. En Argel, según se sabe, estuvo cinco años en la cárcel, sin embargo, habla poco de ello. No dice como se la ingenió para sobrevivir ni como le trataron siendo él un cautivo. Por otro lado, cuando se refiere a los días que pasó en una prisión en Sevilla, en su país, es cuando lanza aquella frase, que más que una frase es un dardo, independientemente de la belleza poética que encierra. “Donde toda incomodidad tiene su asiento y todo triste ruido hace su habitación”.

Cervantes no fue ni pudo abrazar las ideas del rey Carlos V, a pesar de que en algunas partes del Quijote, le haga algunas alabanzas; lo mismo ocurre con la religión y en particular con la iglesia de entonces. El pensamiento cervantino pertenece a la modernidad, pero no a la modernidad inmediata, aunque también de hecho le sea a fin, sino a un mundo de más de futuro, que intuyó por la genialidad de sus pensamientos, como hizo Leonardo D’ Vince, Platón o Sócrates. Los cambios que necesitaban el mundo y, en particular, la España de Cervantes, no estaban en el diseño de la iglesia y la monarquía de entonces. Muchas de aquellas ideas, con respecto a la sociedad, al hombre y a la fe, estaban sumergidas en un medievalismo decadente y retrógrado, como quedaban pocos en el mundo.

Cervantes, era él, forjado desde él, con sus alegrías, frustraciones y dolores. No tuvo par en lengua castellana, en el acto de novelar y en el terreno de las ideas, estaba lleno de él y los contextos en los que fue recogiendo y aprendiendo las bases del conocimiento y las esencialidades de la vida.

El Quijote nos hace reír, incluso cuando nos cuenta cosas tristes y dolorosas, y es que Cervantes, sabía, que la tristeza no es un buen medicamento para el alma.

De los conflictos históricos entre españoles y moros, en la obra se habla largo y tendido, pero no hay odio, sino exaltación de estos frente a aquellos. Sin embargo, en lo tocante a las luchas intestinas entre los españoles de entonces, resaltan los celos y las maledicencias en las que afloran los primeros regionalismos, o nacionalismos más idiotas. Recordemos que la única batalla ganada por el Quijote, casi al comienzo de la obra y después de una larga refriega, fue la que sostuvo con el vizcaíno Sancho de Azpeitia.

El ideal de Cervantes es el amor, personalizado en la figura de su bien amada Dulcinea del Toboso y la justicia; contentiva de honradez, respeto, igualdad, servicio, orden, desinterés y perfección, personalizada y representada en la figura de Don Quijote de la Mancha.

La Mancha, tierra de manchegos, tan renombrados entonces, era el escenario ideal para desarrollar aquellas hazañas y aventuras; a modo de los antiguos caballeros andantes, que narraban las novelas, que imagino tan de su gusto y parecer era. Aquellas historias largamente trajinadas, ya habían tocado su fin, porque es un hecho natural que así ocurriera. Cervantes, que como lo demuestra su obra, las conocía todas al dedillo, puso mano a la obra e instrumentó, sobre la base de aquel ideal agotado y moribundo, unos nuevos ingredientes a la forma de hacer novelas. Por eso empieza diciendo: “En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…”Por que no hay mejor medicamento para la razón, que el olvido de lo superfluo y banal del mundo. Cervantes construía sobre la base del olvido, una nueva epopeya que traspasó lo inimaginable. Aunque aquella frase sólo fuera un ardid, pues bien sabemos, los que hemos tenido la ocasión de leer la novela, que su personaje se acordaba de todo con pelos y señales, aunque le tuvieran por loco y descerebrado. Por otro parte, no era que Cervantes no se acordara de ese lugar de La Mancha, lo cierto es que no quería acordarse.

Sabía también, que en aquellos tiempos, a todo el que emprendía una empresa desconocida se le tenía por loco. Su personaje, Don Quijote de La Mancha, sería el más loco de los locos y su obra la más grande de las obras jamás escritas. De hecho, acertó en el propósito.

Es sintomático también, que casi todos los personajes fundamentales de Cervantes gocen de cierta locura, locura brillante. Los cuerdos, o así pensados, la mayoría de las veces hacen de tontos o no van más allá del común de los mortales. Para Cervantes, los que trascienden son los locos, los que abren sus mentes y exponen sin cortapisas sus ideas y deseos; los que luchan por la conquista de sus ideales y sus sueños.

Hoy los “expertos”, luchan por encontrar un punto en la geografía manchega que nos indique exactamente, cual era ese “lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero ni acordarme”. O si Cervantes era de este o de este otro pueblo de España. ¿Acaso, en verdad, esto tiene mayor importancia? Cuando sabemos que Don Quijote de La Mancha, la obra, es de todos sus lectores, allí donde estén, y que Cervantes, le pertenece a la humanidad por más español que quieran hacerlo. Pues, las ideas y los sueños, no son propiedad de nadie y, mucho menos, cuando cabalgan en la mente de un loco.


Ogsmande Lescayllers.