miércoles, 14 de enero de 2009

TERAPIA.

Sólo en mi y sólo para el alma mía.
Paul Valéry.

La línea azul, es la de los párpados.
En la vertiente izquierda
Se inicia el cortejo de los peces.
Debajo, en los apliques,
Anidan las luciérnagas
Que van a celebrar
El octavo solsticio de verano.

La luz se mueve, entre los tenedores
Y los manteles de la tarde.
Un sainete.
Una danza.
Todo se mueve junto,
En una ola de zanga y zangaranga.

Por la quilla del viento se arrastran dos licántropos.
Decrece, como el viento, la majestad del mármol.
La brisa zarandera entra en el remolino
Y este se estira hasta hacerse tornado.

Todo parece en paz.
El sol está de gris bajo las sedas.
El cielo está de rojo acuarelado,
Sobre una conjunción de hojas huracanadas,

Enyuntadas a un bosque de yagrumas.
La tierra se ha parado en un punto del tiempo.
La luna dejó de parpadear
Y hurgó la mediatriz,
Con esta coa amarilla,
Hecha de dos maderos,
En el instante que el sinclinal
Depositó la aguja en la entrada del huerto.

No hay conjunción,
O sí,
Todas las conjunciones se agigantan,
Con los encuestadores
Que hacen púas y torpedos
Y vuelven donde ahora la danza no termina.

Los pies;
Siempre los pies.
Un compás y una trompa,
Un paso doble que termina en tres.
Un contoneo con otro contoneo
Y el remolino vuelve,
Se ralentiza con el sol de agosto,
Entra en el agua para hacerse salmueras,
Y marca un paso doble terminado en tres.

La mano queda.
La mano sube;
Pasa sutil entre los algodones,
Y vuelve a contonearse
Bajo el dorsal izquierdo,
Casi en la misma línea de la fruta.

Se cruzan las miradas,
Y el pie lanza un traspié de locerías.
La mano se agiganta
Y deja la cintura.
Sube a la vertical donde afloran ansiosas
Las puntas de los senos.
Penetra en ellos, como un feroz tornado,
Y las puntas terminan insertas en la boca.

La noche huele a cal;
Que no, que son jazmines,
Que no, que a itamorreal,
Que no, que huele a tierra.
Tierra es.
Somos tierra;
Pero yo voy nadando en una balsa de agua.
Y yo.
Yo voy en ti,
En tu boca de mango y alcachofas.

Dos pasos más abajo,
Ahora uno,
Ahora...
OH, sí, la tierra.
Al fin ya se juntó la tierra con el cielo.
Estoy sobre tus pies,
Y tu boca y la mía es una sola en un ritual de carnes.
En un ritual de sexos
En un ri…
Es decir, en un río.
Uno,
Miles de amazónicas corrientes,
Maremotos,
Cascadas sudorosas,
Iguazules caídas pendiente abajo,
Hasta inundar mis pies,
Hasta reverenciarme como a un dios,
Ahora que mi don de navegante me convirtió en grumete.
Y sí que hay muchas horas por delante.
Y qué decirte, si tenemos unidos los ombligos,
Por la desembocadura de la vida.

Me están llamando para que vuelva al ruedo.
Quietito sol.
Quietito mar.
Quietita luna.
Quietesísima tierra,
Ilusión de dioses y argonautas.
Quies, quies, quies.....
¿Qué están haciendo ahora?
Estamos navegando en un océano de sudor.
Que sólo ha sido visto por los dioses.
Se nos rompió la brújula,
Y andamos, digo yo, como una tabla,
Por este mar añil,
Que me solfea como a Orfeo el corazón.
Y oigo voces,
Voces que van y vienen traídas por el viento,
Por esta suave brisa marinera,
Que nos acuna con una danza celestial.

¿Dónde estás, mujer del sinclinal?
Acodo tus cabellos sobre mi pecho.
Saco tu paladar de lo profundo.
Entro en tu paladar,
En tu perfil de fuego,
En la canal inseparable de tus piernas.
De ahí vuelvo a la tierra,
Para contarle al mundo,
Como se unieron tu corazón y el mío.
Para decirle,
Que ya dejaste de ser pez.
Que estás entrampada como un árbol,
Encomparsada en un versículo,
Frutal, como la noche de San Telmo.
Vívida, bífica, liviana.
Marea de dos aguas,
Mujer del sinclinal,
Ave nocturna.
En esta huida incierta de los canes,
Bajo un techo de estrellas,
Que sólo ha sido visto por los dioses.

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