JOSÉ MARTÍ, EL HOMBRE DE LA ROSA BLANCA.
América es tierra de promisión, en ella han nacido hombres pródigos, pero ninguno como el cubano José Martí. Él encarnaba el genio. No imitaba la luz, por que lo era. Su inteligencia estaba por encima de todos, sin embargo, vivía humildemente entre los humildes y, entre los grandes era el más elevado de ellos. “Arte soy entre las artes/ en los montes monte soy”, escribiría en sus Versos sencillos, no con la intensión de distanciarse o separarse de los demás, sino con la idea de unirse y hermanarse con todos aquellos que por una razón u otra se separaron de él.
Aquel hombre, “el más puro de la raza”, según Gabriela Mistral, cayó abatido por una bala española, de cara al sol, como él quería, en Dos Ríos, Cuba, el 19 de mayo de 1895.
A esa distancia en el tiempo, en vez de apagarse su figura se yergue enhiesta, por encima de cualquier idea y más allá de las pretensiones de los que quisieron o pensaron que con su muerte acallarían su voz.
Con su desaparición física, Cuba, América y la humanidad toda, perdían un caudal irreparable, porque Martí era la síntesis perfecta de todos o casi todos los ideales que encarnan la paz, la justicia, la libertad y el amor. Su obra ejemplar debía ser lectura obligada en todas las escuelas, porque, a través de ella, se crece y se aprende a crecer. Se vive y se aprende a vivir. Se sueña y se aprende a soñar, y es entonces cuando el hombre descubre toda la riqueza que significa serlo.
“Al venir a la tierra todo hombre tiene derecho a que se le eduque y, después, en pago, el deber de contribuir a la educación de los demás…” escribió. Su pensamiento abarcó todos los campos del saber: ciencia, arte, política, filosofía, deporte, pedagogía, periodismo, literatura, historia, sociología, religión, etc. y en todos, fue certero y visionario, porque habló de sus orígenes, sus presentes y futuros destinos. Fue un hombre compasivo y bueno, quizás de ahí les nacen los diversos calificativos con que unos y otros suelen ponderarlo: santo, mártir, apóstol, maestro, torrente, genio, poeta, y muchos más, sin embargo él sólo creía que era “un hombre bueno” y por tal razón, tenía derecho de a morir de cara al sol.
Hijo de Mariano Martí Navarro, un oficial español nacido en Valencia y enviado muy joven a la isla de Cuba, por el gobierno de España y de una emigrante tinerfeña, Leonor Pérez Cabrera, nació en La Habana, el 28 de enero de 1853. Su vida, desde niño, fue un terrible calvario, tanto por el trato que le dieron sus progenitores, como por la crueldad con que lo trataron las autoridades coloniales de entonces. Sólo un genio y un ser superior como lo era él, pueden soportar y salir ilesos de semejante hecatombe.
Nadie hasta hoy ha podido explicar cómo Martí pudo sobrevivir a tantas adversidades sin convertirse en un monstruo, ni cómo fue capaz de producir una obra tan voluminosa y de tan profundo humanismo estando sometido constantemente, desde su infancia, hasta el día de su muerte, a los flagelos de la insidia, el dolor, el desamor, la maldad, el odio, la persecución, las torturas y la sinrazón humanas. Quizás, sabedor y conocedor profundo de todas las tragedias y miserias que les perseguían, fue por lo que escribió estas bellas palabras. “Dos patrias tengo yo, Cuba y la noche”. Cuba, su gran ideal, la noche, su patria compañera donde y, desde donde podía ocultarse para echar a volar sus pensamientos.
Sólo 42 años vivió aquel hombre genial. Precursor del Modernismo en América, antes que Darío, revolucionario sin par, poeta como pocos, político sin que hasta hoy haya otro que le supere en toda Hispanoamérica y en España, padre e hijo ejemplar, periodista como pocas veces ha existido otro. Hablaba, además del castellano, latín, griego, inglés, francés, hebreo, árabe y conocía, como nadie, la historia y evolución de la humanidad. Según los que les oyeron, ni Cánovas, ni Sagasta, ni Castelar, tenían un discurso tan fino y elocuente. Sus palabras les arrancaban el aplauso a admiradores y adversarios, porque aquella voz parecía como venida del cielo.
Cristino Martos, le conoció cuando Martí tenía 18 años se quedó asombrado de su talento, dijo el jurista español, que jamás en su vida había oído y visto otro hombre tan inteligente. Juan Ramón Jiménez se lamentaba de no haberlo entendido hasta que no llegó a Cuba. Adriano Páez, su primer crítico en 1881, escribió estas palabras. “No vemos en España ni en Sudamérica un prosista mejor dotado ni más brillante…” Faustino Domingo Sarmiento, el ilustre argentino, consideraba que en lengua española no existía nada igual a José Martí. Rubén Darío le llamó maestro y él, catorce años mayor que el nicaragüense le respondió: ¡hijo! Unamuno habló de él, no con mucha alegría, pero tampoco con desdén. Quienes lo ignoraron y lo ignoran no hay por qué recriminarlos, no todos están capacitados, por más ilustres que sean, para entender al genio.
En España Martí escribió páginas brillantes: versos, prosas, discursos, ensayos, dramas y críticas de arte. Se formó intelectualmente en las universidades de Madrid y Zaragoza, donde se licenció en letras y artes y se doctoró en Filosofía y Derecho, sólo en cuatro años de estudios. De España salió con pasaporte falso hacia Francia para conocer y entrevistarse con Víctor Hugo, uno de los grandes hombres de su tiempo. De Francia pasó a Inglaterra donde se embarcó hacia América. En New York, pasó la mayor parte de su vida. Y desde allí denunció cuáles eran las verdaderas intenciones del naciente imperio de Norteamérica para el sur del continente que él llamó Nuestra América. Y consideró a aquel nación, porque la conocía perfectamente, como “el monstruo revuelto y brutal que nos desprecia”. Recorrió casi todos los países de centro y sur de América. En todos ellos dejó una huella imborrable. Representó como cónsul a la Argentina, Paraguay, Uruguay y otros. Escribió para los más importantes diarios de su tiempo y fundó para él y su causa, la libertad de Cuba, el periódico Patria y la revista para niños La edad de oro, de la que fueron editados 3 números que son una joya.
Hoy Cuba, la América toda y la humanidad entera necesitan un José Martí. Pero los genios como las estrellas, pocas veces podemos verlos desde cerca, porque, como “el sol, con la misma luz que alumbran nos queman”.
En contra de los que piensan muchos, amó a España, pero se opuso firmemente a la monarquía que desangraba a Cuba y demás pueblos del continente Americano. Consideró a Cervantes “el primer amigo del hombre”. De Dante dijo que si hubiera estado en la cárcel jamás hubiera escrito el Infierno, porque el infierno está aquí, creado y alimentado por esos seres que llamamos humanos.
No obstante la tragedia de su vida y el calvario que le tocó vivir, no quiso para los hombres cardo ni ortiga, sino una rosa blanca. Esa rosa blanca que la paloma de la paz bien pudiera llevar en su pico, como mensaje de amor y solidaridad para todos los hombres de la tierra.
Ogsmande Lescayllers.
América es tierra de promisión, en ella han nacido hombres pródigos, pero ninguno como el cubano José Martí. Él encarnaba el genio. No imitaba la luz, por que lo era. Su inteligencia estaba por encima de todos, sin embargo, vivía humildemente entre los humildes y, entre los grandes era el más elevado de ellos. “Arte soy entre las artes/ en los montes monte soy”, escribiría en sus Versos sencillos, no con la intensión de distanciarse o separarse de los demás, sino con la idea de unirse y hermanarse con todos aquellos que por una razón u otra se separaron de él.
Aquel hombre, “el más puro de la raza”, según Gabriela Mistral, cayó abatido por una bala española, de cara al sol, como él quería, en Dos Ríos, Cuba, el 19 de mayo de 1895.
A esa distancia en el tiempo, en vez de apagarse su figura se yergue enhiesta, por encima de cualquier idea y más allá de las pretensiones de los que quisieron o pensaron que con su muerte acallarían su voz.
Con su desaparición física, Cuba, América y la humanidad toda, perdían un caudal irreparable, porque Martí era la síntesis perfecta de todos o casi todos los ideales que encarnan la paz, la justicia, la libertad y el amor. Su obra ejemplar debía ser lectura obligada en todas las escuelas, porque, a través de ella, se crece y se aprende a crecer. Se vive y se aprende a vivir. Se sueña y se aprende a soñar, y es entonces cuando el hombre descubre toda la riqueza que significa serlo.
“Al venir a la tierra todo hombre tiene derecho a que se le eduque y, después, en pago, el deber de contribuir a la educación de los demás…” escribió. Su pensamiento abarcó todos los campos del saber: ciencia, arte, política, filosofía, deporte, pedagogía, periodismo, literatura, historia, sociología, religión, etc. y en todos, fue certero y visionario, porque habló de sus orígenes, sus presentes y futuros destinos. Fue un hombre compasivo y bueno, quizás de ahí les nacen los diversos calificativos con que unos y otros suelen ponderarlo: santo, mártir, apóstol, maestro, torrente, genio, poeta, y muchos más, sin embargo él sólo creía que era “un hombre bueno” y por tal razón, tenía derecho de a morir de cara al sol.
Hijo de Mariano Martí Navarro, un oficial español nacido en Valencia y enviado muy joven a la isla de Cuba, por el gobierno de España y de una emigrante tinerfeña, Leonor Pérez Cabrera, nació en La Habana, el 28 de enero de 1853. Su vida, desde niño, fue un terrible calvario, tanto por el trato que le dieron sus progenitores, como por la crueldad con que lo trataron las autoridades coloniales de entonces. Sólo un genio y un ser superior como lo era él, pueden soportar y salir ilesos de semejante hecatombe.
Nadie hasta hoy ha podido explicar cómo Martí pudo sobrevivir a tantas adversidades sin convertirse en un monstruo, ni cómo fue capaz de producir una obra tan voluminosa y de tan profundo humanismo estando sometido constantemente, desde su infancia, hasta el día de su muerte, a los flagelos de la insidia, el dolor, el desamor, la maldad, el odio, la persecución, las torturas y la sinrazón humanas. Quizás, sabedor y conocedor profundo de todas las tragedias y miserias que les perseguían, fue por lo que escribió estas bellas palabras. “Dos patrias tengo yo, Cuba y la noche”. Cuba, su gran ideal, la noche, su patria compañera donde y, desde donde podía ocultarse para echar a volar sus pensamientos.
Sólo 42 años vivió aquel hombre genial. Precursor del Modernismo en América, antes que Darío, revolucionario sin par, poeta como pocos, político sin que hasta hoy haya otro que le supere en toda Hispanoamérica y en España, padre e hijo ejemplar, periodista como pocas veces ha existido otro. Hablaba, además del castellano, latín, griego, inglés, francés, hebreo, árabe y conocía, como nadie, la historia y evolución de la humanidad. Según los que les oyeron, ni Cánovas, ni Sagasta, ni Castelar, tenían un discurso tan fino y elocuente. Sus palabras les arrancaban el aplauso a admiradores y adversarios, porque aquella voz parecía como venida del cielo.
Cristino Martos, le conoció cuando Martí tenía 18 años se quedó asombrado de su talento, dijo el jurista español, que jamás en su vida había oído y visto otro hombre tan inteligente. Juan Ramón Jiménez se lamentaba de no haberlo entendido hasta que no llegó a Cuba. Adriano Páez, su primer crítico en 1881, escribió estas palabras. “No vemos en España ni en Sudamérica un prosista mejor dotado ni más brillante…” Faustino Domingo Sarmiento, el ilustre argentino, consideraba que en lengua española no existía nada igual a José Martí. Rubén Darío le llamó maestro y él, catorce años mayor que el nicaragüense le respondió: ¡hijo! Unamuno habló de él, no con mucha alegría, pero tampoco con desdén. Quienes lo ignoraron y lo ignoran no hay por qué recriminarlos, no todos están capacitados, por más ilustres que sean, para entender al genio.
En España Martí escribió páginas brillantes: versos, prosas, discursos, ensayos, dramas y críticas de arte. Se formó intelectualmente en las universidades de Madrid y Zaragoza, donde se licenció en letras y artes y se doctoró en Filosofía y Derecho, sólo en cuatro años de estudios. De España salió con pasaporte falso hacia Francia para conocer y entrevistarse con Víctor Hugo, uno de los grandes hombres de su tiempo. De Francia pasó a Inglaterra donde se embarcó hacia América. En New York, pasó la mayor parte de su vida. Y desde allí denunció cuáles eran las verdaderas intenciones del naciente imperio de Norteamérica para el sur del continente que él llamó Nuestra América. Y consideró a aquel nación, porque la conocía perfectamente, como “el monstruo revuelto y brutal que nos desprecia”. Recorrió casi todos los países de centro y sur de América. En todos ellos dejó una huella imborrable. Representó como cónsul a la Argentina, Paraguay, Uruguay y otros. Escribió para los más importantes diarios de su tiempo y fundó para él y su causa, la libertad de Cuba, el periódico Patria y la revista para niños La edad de oro, de la que fueron editados 3 números que son una joya.
Hoy Cuba, la América toda y la humanidad entera necesitan un José Martí. Pero los genios como las estrellas, pocas veces podemos verlos desde cerca, porque, como “el sol, con la misma luz que alumbran nos queman”.
En contra de los que piensan muchos, amó a España, pero se opuso firmemente a la monarquía que desangraba a Cuba y demás pueblos del continente Americano. Consideró a Cervantes “el primer amigo del hombre”. De Dante dijo que si hubiera estado en la cárcel jamás hubiera escrito el Infierno, porque el infierno está aquí, creado y alimentado por esos seres que llamamos humanos.
No obstante la tragedia de su vida y el calvario que le tocó vivir, no quiso para los hombres cardo ni ortiga, sino una rosa blanca. Esa rosa blanca que la paloma de la paz bien pudiera llevar en su pico, como mensaje de amor y solidaridad para todos los hombres de la tierra.
Ogsmande Lescayllers.
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