martes, 22 de diciembre de 2009

Fotos y texto Ogmande Lescayllers.( tarja Plaza del Himno Nacional, Bayamo, Cuba, Venecia, Italia)




































SECUENCIAS.

En lunes llega el día y todos al trabajo.
En lunes, como siempre, una vez por semana
se mueven los objetos,
caminamos en líneas
para entrar donde el tiempo nos precede.
Retornamos a casa,
pasadas las seis de la tarde.
La vida retrocede,
bajo el concubinato de las sombras.

En lunes, todo es movimiento,
todo va en apariencias,
aunque a veces,
nos concuerden los pasos.

En martes,
el brusco salto de un día sobre otro;
hace saltar todas las estadísticas;
sube el precio del pan y de la leche,
el jornal codiciado termina siendo nada
y nadie se percata que dejó de ser lunes.

Hoy duele más el día,
a penas, los que pasan,
ratifican de nuevo sus memorias,
hay un vacío de hojas y cartones
mientras se va borrando otra jornada,
sin que llegue la tarde,
donde los sueños comienzan a romperse.

Los martes, como siempre,
los hombres labran sangre.
Sobre fichas,
el lunes ha marcado su silueta,
y el martes sin saber, se tambalea,
con temor a caer,
en las rendijas de un día laminado.

Miércoles, día de sombras
en oídos, ojos y gargantas.
Día típico del viaje que no llega
después de tres jornadas,
bogando en el vacío de los fogones.

Miércoles, meridiano de cenizas.
Tapiz de un almanaque
que se inclina detrás de la semana,
sin augurio, sin alas,
sin anuncios de muerte o nacimiento;
cuando todos sospechan,
que detrás de ese sol va la caída.

Miércoles memorable de mercurio.
Día difuminado en su esqueleto,
que en el próximo impulso
dará lugar al jueves.

Desde el comienzo, o desde el fin,
donde todo absoluto
se desprende del tedio y de la calma;
se ven pasar las horas,
hasta quedar a oscuras y en silencio.

Jueves, despiertan las antorchas:
el cielo se puebla de colores,
la vida reverbera, crece al centro,
para dar nacimiento a nuevos soles,
en la cresta del mar, cuando las olas,
rompen la estela azul en pos del viento.

Jueves cuadriculado en el espejo;
rama verde al fondo de la noche,
bajo la sombra de las constelaciones,
para llenar de luz del horizonte.

Jueves de laterales, telarañas;
cuatro puntas,
danzando hacia la puerta,
para un día de amores que te dejan,
en una paz menuda y nobiliaria,
que al viernes queda inserta,
antes que den comienzos las auroras.

Apelmazado viernes, día de combas,
vaticinio final que ya no cabe
donde van a soñar, esos desamparados,
desprotegidos de todo cuanto existe.

Viernes, día venal de espumas blondas:
tocas fin en la barba del mendigo,
en las cejas del ciego,
en el belfo del buey,
en la cachimba asmática,
de un anciano que tose sin aliento.

Viernes ferial, de bancos y tambores,
donde empieza a romperse la semana,
para dejarnos un sábado sin nortes,
ahogado en los sudores de la bruma,
que cae desde lo alto entre dos sábanas,
cansado al descubrir, que ya está en sábado.

Fin y comienzo es un mismo dilema.
Se mide el paso que sale hacia la calle.
Se vuelve donde ayer,
las sombras eran,
tarjas oscuras, como en los cementerios.

En sábado de nuevo, medio abierto,
el broche que la luz dejó en la puerta
y el mismo transcurrir hace de escolta;
de llama mi dolor,
mi colofón de asiento.
Y de tanto esperar el tiempo ladra.
Las misses levantan sus catálogos;
entra el viento, en forma de soplido,
y se queda en domingo, merodeando,
inserto en los cristales del paisaje.

Domingo:
hasta te duele el alma, las amígdalas,
de paso te visitan pesadillas,
sombras que vuelan del cigarrillo al viento;
nubes brocadas, que se dispersan olas.

Entre días, no es fácil detenerse.
De pronto y sin saber,
termina la semana,
y hay que empezar de nuevo haciendo cuentas.

Poema y foto de Ogsmande Lescayllers. (Foto, Ciudad de Bayamo, Cuba.

ESO Y UN POCO MÁS.

Yo, nacido en el caribe,
en la isla de Cuba;
de origen o ascendencia franco-siro,
además, tuve una abuela catalana.
He vivido en más de cien ciudades
y aprendí, después de tantas vueltas,
que la libertad es lo primero.

Aprendí que para amar hay que ser libre,
y que si no eres libre,
no puedes amarte ni a ti mismo.

Mi religión y mi filosofía es el amor.
Para mí, un poeta es alguien que se entrega
y convierte sus sueños en poemas.
Alguien que va seriando las ráfagas del viento
y convierte las nubes en terciopelos blancos,
para dárselas hechas un pañuelo,
a la mujer amada.

En La Habana,
en Bayamo o en Calcuta,
en Damasco, en Doha,
en Porto o en Coimbra,
en Managua o en Delhi,
en París o en Bordeo,
en New York o en Ohio,
en Petra o Capadocia,
en Quito, en Fez o en Cádiz,
en Lesotho o en Roma;
un mismo aire me soplaba el alma,
un canto incidental me acariciaba:
la mano era la misma,
también la comisura de sus labios
y el mismo tacto,
queriendo tocar mi corazón,
me anunciaba en la noche la próxima partida.

De idas y vueltas está repleto mi equipaje.
Al hombre le conozco por sus actos
y no por sus palabras.
Para mí, el presente es lo que importa.
Lo que hagan los demás, no es mi problema.
Intento caminar sin dar tropiezos;
ir a mi aire,
tan sereno y feliz como la brisa
reverdeciendo en cada amanecer,
o hecho trino en el pico de los pájaros.

Yo, poeta y penalista,
ciudadano del mundo y desterrado,
periodista de grandes rotativos,
editor trasnochado,
filósofo a destajo seis días a la semana,
hombre de paz,
a veces sueño con la guerra.

Mis sueños van conmigo a todas partes
y no quiero soñar,
porque las guerras, sólo traen destrucción
y yo deseo regenerar el mundo.

Soy un híbrido de azúcar y mostaza.
Toda la sangre de la tierra es mía.
Soy descendiente del eje de la tierra;
nunca su dueño.

La tierra no es de nadie,
sin embargo,
hay quien quiere apropiársela.
Nadie es de nadie,
y la tierra tampoco.

Pero yo soy Ogsmande Lescayllers,
hijo de Armando y Doralina;
sin otra identidad,
que la que a veces,
me conceden las sombras y el silencio.

viernes, 18 de diciembre de 2009

TEXTO DE LA CONFERENCIA DEL DR. OGSMANDE LESCAYLLERS PARA EL CONGRESO INTERNACIONAL SOBRE JERUSALÉN CAPITAL CULTURAL DE LA HUMANIDAD.



VISIÓN POÉTICA DE JERUSALÉN, AL-QUDS, LA
CAPITAL PALESTINA,


El dolor, mi dolor, mis sensaciones y emociones por esta ciudad y por su gente, emerge en mi poesía, porque mis versos, como las aguas de los manantiales que bajan por las laderas del Ofel hasta Guijón, son también un himno de vida y esperanza.

Jerusalén no es sólo una ciudad, sino un símbolo. Un símbolo que por su polisemia, por sus implicaciones semánticas y ortológicas está más allá de algo que es, para convertirse en un algo intemporal que se ubica entre la realidad, la ficción, la mística y el mito. Semiológicamente Jerusalén, ya no sólo por la acción sígnica que representa escapa a todo compromiso material concreto, para integrarse en el mundo de lo sueños, de ahí que, sólo con mencionarla, ya estamos envueltos en una infinita red de intencionalidad a la que sólo se puede llegar a través de la poesía.

Cuna de profetas, reyes, poetas y patriarcas, Jerusalén ha sido siempre y lo seguirá siendo, a pesar de los dioses, cuna y casa del hombre. Una ciudad de ciudadanos, donde se han mezclados infinidad de razas, credos religiosos, filosóficos, exégesis históricas, usureros y banqueros, luces y sombras, como ha ocurrido, ocurre y ocurrirá en todo sitio de renombre, habitado por seres humanos.

La grandeza de la ciudad de Jerusalén estriba en Jerusalén misma. No importa ya quiénes hayan sido el grupo o colectividad humana que haya vivido en ella. Unos la han magnificado, enriquecido, ilustrado y fortalecido; otros la han hundido en el más terrible de los fracasos y en el más oscuro de los oprobios: crímenes y bajezas humanas. Pero ante todo, el nombre de Jerusalén sigue enhiesto, levantando pasiones por todos los rincones de la tierra.

Cuando aún el sol de Oriente no calentaba tanto, ni las arenas del desierto se movían tan ágilmente sobre los valles y montañas de esa región del mundo, por allí iban los beduinos con sus sueños acuestas. Cuando hizo falta descansar para reponer las fuerzas, a los pies de la montaña de Sión, se encendieron las primeras antorchas para festejar alguna Saturnalia, candelaria u otro evento de la naturaleza, en las que los antiguos veían y sentía la mano y la inteligencia de los dioses.

Unos antes y otros después, en fin, entonces no existían las fronteras y los caminos y los campos eran de todos: el hombre era hermano del hombre. El hijo era hijo del padre y los lobos, que merodeaban por allí, ante semejante fuerza, no se atrevían atacar a los humanos.

Las eras, como todos sabemos, no son tiempos muertos, son espacios de vida que nos ilustran los períodos, entre uno y otro ciclo de la existencia, donde de algún modo, el hombre va dejando su impronta.

Creo que es oportuno señalar, que no todas las religiones son de inspiración divina. Y que por esa misma razón se han cometido y se comenten tantos crímenes e injusticias evocando el nombre de Dios. La fe que es el alambre que une o ata los credos más hermosos alimentados por la imaginación humana, nace de los más profundo, humilde y amoroso que puede originar el ser. Este ser imbuido en su fe, jamás hará daños a nadie y, por lo contrario intentará, lejos de toda conquista o espíritu de pertenencia, dar paz y cobijo al hombre, tenga o no una religión, porque el primer deber es el hombre.

En este espacio cierto, pero de nadie, brotó Jerusalén, para las sucesivas oleadas de pueblos, comunidades y naciones que la fueron habitando a lo largo de la historia.

Por la general, cuando consultamos los múltiples y disímiles libros u otros textos de historia o leyendas sobre Jerusalén, nos encontramos con el mismo dilema, la falta de imparcialidad y de objetividad con la que los historiadores, salmistas, o fabuladores han tratado este asunto. De ahí que, yo, que no soy historiador, ni fabulador, sino un poeta gobernado, hasta cierto punto por el libre albedrío, me uniré a los profetas, en el mejor sentido de la palabra, para exponer, con y, desde la poesía mi basa de amor y de ternura hacia ese pedacito de tierra del planeta, que algunos consideran la casa de Dios, Tierra Santa, Puerta del cielo o Ciudad Eterna.

Les voy a trasmitir mis emociones, mis sensaciones y mi dolor, porque como ser humano, vivo y actuante, que hoy se enfrenta libremente a las miserias humanas que nos envuelven, a mí también “me duele el mundo”.

A veces me pregunto: que por qué habiendo en los salmos, en las canciones, en los cantares, en la leyenda y en la historia, tonto bíblicas, prebíblicas, talmúdicas, coránicas, torácicas y en una diversidad de textos de los más variopintos, tan extraordinarias enseñanzas, sobre el amor, la paz y la justicia etc. Cómo es posible que a estas alturas del siglo XXI, todavía hayan hombres que se hagan la guerra, que maten y destruyan, que destierren y exterminen a un pueblo o a un hombre, porque tenga otro modo de pensar y ver la vida, o de actuar ante la vida sin hacerle daño a nadie. El primer compromiso del hombre es la vida. Y vida es amor y, antes los ojos de Dios, todos somos iguales, y del mismo modo que todos tenemos la muerte, también de todos es la vida, y nadie, absolutamente nadie, tiene el derecho de mancillar al otro.

¿Poesía, verdad? Pueden pensar algunos, sobre todo, esos que sólo les importa el dinero y ejercer el poder sobre los demás a todas costas, sin importarles sin van al cielo o al infierno. Piensan y creen que han sido el pueblo elegido y que ese legado, quizás un poco materialista y egoísta de la leyenda, es parte de eso que hay que conquistar sin importarles a quien ni a cuantos haya que llevarse por delante.

Los símbolos de la zarza ardiendo, o las tablas de la ley que fueron dadas a Moisés, el tabernáculo y la Tierra Prometida, no hacían a nadie propietario de nada. Y si algo hubiera que buscar, para refrescarnos la memoria, debíamos irnos hasta la Península del Sinaí, donde posiblemente esté el origen del pueblo israelí, fungiendo siempre como colonos y nunca como dueños de nada; porque prometer no es dar. Pero dado el caso que así fuera, a qué viene ahora ese reclamo, si como nos dice el novelita peruano, Ciro Alegría, “el mundo es ancho y ajeno”. ¿Acaso es tan supina la ignorancia de los colonos judíos que ahora vienen tomando territorios a sangre y fuego, y piensan que su destino o el de Jerusalén está cifrado sempiternamente en las Santas Escritura?

A lo largo de la historia y de los tiempos los palestinos, hombres nobles y laboriosos, siempre han permanecido ahí. Allí han visto nacer y morir a los suyos. Han soportado la opresión y la tiranía de otros pueblos intrusos e invasores. Han sobrevivido al intento de cambiar sus costumbres y destruir su cultura. Como están poseídos por esa tierra, Palestina, allí nacen y mueren y no emigran ni organizan un éxodo más que les que imponen los mercenarios que toman sus tierras y usurpan sus derechos.

Palestina es la madre de Jerusalén. En un estado natural, la hija no puede ser más poderosa ni más importante que la madre, pues, sólo la hija reinará cuando la madre deje de hacerlo. Y, si una madre siempre ha sido fiel al mandato o a la demanda de los suyos, la hija debe guardar respeto por la madre que la amamantó y le dio cuerpo, para que el mundo sepa que nos es bueno ni de hombre honrado, romper los pactos con la naturaleza.

Cuando los israelitas llegaron a Jerusalén ya existía el nombre, si como ellos piensan dios los había guiado hasta allí para instaurar su reino, en nombre de ese díos debían crear un hogar de paz para todos los seres humanos, pero nunca ha sido así. Los cortos períodos de paz que se han vivido en esa tierra ha sido cuando los judíos han estado en minorías y el resto ha permanecido errante en el exilio.

Como todos sabemos, en Palestina han convivido en paz, civilizadamente, árabes, judíos, jebuseos, sirios, macabeos, coptos, cananeos, cristianos, ortodoxos etc. Y, para bien o para mal, jamás dios se ha lamentado por ello.

Los que han querido conservar la Ley mosaica, la religión judía y las costumbres que según las escrituras son propias del pueblo de Israel, donde quiera que han ido, en lo social, por lo general han fracasado, sencillamente porque se han aislado ellos mismos, sobre todo, cuando han querido imponer su voluntad a otros.

Hoy el mundo ha cambiado. Los israelíes lo saben. Pero parece que no les ha servido de nada las lecciones de la historia y las duras experiencias que les ha tocado vivir en épocas sucesivas. Nada de eso los hace desistir de su arrogancia y de unos ideales que no se sostienen a la luz de la verdad y de la ciencia.

No se entiende cómo es posible que los israelíes odien a los árabes, cuando posiblemente los árabes, los palestinos, ese pueblo al que intentan borrar de la faz de la tierra por medio del genocidio, hayan siendo sus verdaderos salvadores, su defensores más inmediatos.

Tres religiones monoteístas allí se dan la mano. Desde el dios Baal de Ugarit, hasta los profetas, reyes y patriarcas: Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, David, Salomón, etc., durante los tiempos bíblicos, o Jesucristo y Mahoma, las luces del cielo vinieron para poner sus rayos de amor y paz sobre el cielo de Jerusalén, que no en el suelo, porque allí nunca ha dejado de correr la sangre. Quizás algunos iluminados quieran interpretar que ese es el tributo o la ofrenda que reclama Yahveh a su pueblo elegido.

Hoy es el Sionismo, que no es una religión ni una filosofía, sino una ideología racista, de corte neofascista y de origen occidental, que ha sido aderezada con lo peores ingredientes del colonialismo, el fascismo, el imperialismo y el neocolonialismo, ideado e instrumentalizado para apropiarse de la “Casa de Dios, de la Ciudad Santa o de la Puerta del cielo y todo lo que encuentren en su alredor.

De todos modos, fuere como fuere, la humanidad no puede permitir, bajo ningún concepto, semejante afrenta contra los verdaderos ciudadanos de la ciudad de Jerusalén: el pueblo palestino. Ella es su capital y la de todos los hombres de buena voluntad que, vengan de donde vengan, siempre y cuando lo hagan en son de paz y de concordia, allí tendrán, como fue en el pasado, casa y cobijo, porque según las Sagradas Escrituras, Dios no desampara ni desamparará, bajo ningún concepto a ningunos de sus hijos que, por antonomasia, somos todos los hombres de la tierra.

Desde hace mucho tiempo lo vengo repitiendo: será hermoso que un día podamos construir y vivir en un mundo global; un mundo con todos y para todos. Lo que no es justo ni se justifica es vivir en un mundo globalizado, donde los poderosos de siempre elijan y dirijan tu modo de vivir, tu libertad de pensamiento, la eticidad de tu gente, ni las maneras y modos que cada pueblo tiene de construir, intuir y hacer sus cosas. De igual modo, digo y me reitero que no existe ni existirá jamás, una lucha de civilizaciones; los civilizados no pelan, no se agreden, no destierran ni separan a nadie, no masacran ni discriminan. El hombre civilizado se busca, dialoga, se educa, sale en pos de la igual y la libertad en defensa del otro sea o no hijo de su misma casa, pueblo o nación. El hombre civilizado es altruista, que como nos indica la expresión es un hombre civil con indiscutibles valores morales y humanos, alguien así jamás pelea, sencillamente ama, construye y lega todo lo mejor que haya en él en pos del triunfo de la humanidad toda.

Lo cierto es que hay una lucha encarnizada de incivilizados contra civilizados. De fuertes contra los débiles. De fanáticos irreligiosos contra los verdaderos religiosos. De ignorantes contra letrados; como siempre, los fantasmas del averno intentando destruir el sol. Como siempre, los apocalipsistas imaginando el día que aparezcan de nuevo los dioses Yam_Nahar, o Mot., para hundir a todos aquellos que claman por justicia en el Hades donde Baal fue hecho prisionero, para instaurar los dioses nuevos, de la nueva alianza, que apuran y disparan sus mortíferas armas, contra todos aquellos que constituyan paz, justicia, amor y libertad.

Sobre esos hervores de la vida y esos batientes de la realidades que vivimos salen ungidos mis versos para Jerusalén, animados por la intemporalidad de la palabra anhelosa de que todos construyamos puentes o partículas de unión capaces de sellar en un mismo haz, a judíos y palestinos, al templo, la sinagoga, la mezquita y la iglesia; a la verdad y la ficción, las luces y las sombras, la fe y la confianza, a sabiendas, que los dioses no pelean; si han venido al mundo es para darnos vida, curar enfermedades y salvarnos del miedo y de los odios, y para exigirnos a todos por igual, que nuestro deber y obligación antes de ir a la guerra para empujar a alguien hacia la muerte o el destierro, es “amar al prójimo como a uno mismo”; el verso no puede ser más exacto ni la demanda más justa, porque lo que nos proponen las leyes divinas y la de los hombres, es caminar juntos, por los siglos de los siglos hasta el fin de los días, cuando otras luces vengan a clarificar los cielos de nuestras memorias, en la Casa de Dios, en Jerusalén Capital de Palestina, o allí donde estemos cantando las alabanzas de los tiempos o el despertar sin tiempo de la humanidad.

AL-QUDS.

Ella en el aire:
hiberna,
flota,
vive.

Ella,
la sempiterna,
a pie juntillas.

Ella,
vida enjaulada,
pájaro del desierto,
piel del bosque.
corazón palestino desangrado;
Al-Quds, bailando al sol
la danza de los árabes.

Al-Quds
la desterrada,
la prohibida,
la niña celestial de Dios y el hombre.

Jerusalén,
aquí,
míranos bien.
Me llego ahora
porque ya estuve antes
cuando la luz aún era pequeña
y el camino una huella en las arenas.

Al-Quds,
motéanos la frente
que el viento del desierto nos golpea
y las aguas del bien caminan lentas.

Jerusalén,
Despégate.
No hagas de mí un cadáver.
Que nadie te convierta en una morgue.
No hagas de mí una lápida,
ni permitas,
que te conviertan en sepulturera.

Allí florece un sol;
aquí una estrella,
la luna está mirándote indecisa,
ella es, un poco de este sueño
que viene a alimentar tu sed de madre.

Al-Quds,
conciencia Palestina en el naciente:
Moisés,
David,
Abraham
bebieron de Guijón aguas benditas.
Contemplaron a Ofel
y levantaron puertas,
hasta hacer un enorme tabernáculo.
Antes habían llegado
los hijos de Canaán,
los yabusies,
y otros pueblos,
que trajeron sus dioses y costumbres.

Palestina, la madre,
te amamantó Al-Quds,
te puso los pañales de la infancia
hasta que vino el Ángel,
a protegerte del frío de la noche
y la maldición de los judíos.

Cristo pasó llorando por aquí.
Subió llorando al monte
y bajó maniatado.
Y luego con la cruz,
subió hasta el Gólgota,
donde sin más, fue crucificado.
Los judíos hasta hoy,
según Josefo,
jamás reconocieron sus milagros.
Según la vida,
el Mesías sigue vivo
y los judíos calados por la muerte.

Al-Quds
tú no eres el ojo de Israel.
Eres la espiga de los labradores,
la voz del campesino y la sonrisa
de los niños de Gaza y de Ramalah
las palabras de Omar,
el son del viento.
La mujer hecha miel,
la rosa eterna;
las enseñanzas que nos legó el Profeta,
con las que juega la brisa del desierto.

Al-Quds
novia de Dios y de los dioses.
No te quedes ahí,
sigue tejiendo, amada,
para los esponsales con tu pueblo.

Si los sionistas vienen y disparan,
dispárales con dátiles, desde los minaretes,
con las cenizas de tus hijos muertos,
con el tejido de tus sentimientos,
o con los aquelarres de tus sueños.

Jerusalén,
Al-Quds;
capital Palestina;
Casa de Dios,
del hombre,
y de todos los pueblos del planeta.





















TEXTO DE OGSMANDE LESCAYLLERS SOBRE JERUSALÉN.









JERUSALÉN, JERUSALÉN.

Qué fue, qué es y qué será Jerusalén. La ciudad santa, por antonomasia está insertada en la leyenda, la historia, el mito, la mística y en la realidad. Lo cierto es que allí, hasta hoy, jamás ha dejado de correr la sangre, algo que es profundamente contradictorio. Pero todo tiene su explicación y, Jerusalén, una ciudad de vida, está signada por la muerte. Una ciudad de fe, está marcada por el fanatismo. Una ciudad plural de encuentros y alianzas, es prisionera de las bajas pasiones y el segregacionismo. Una ciudad de amor, está lastrada por el odio.

A veces estos contrastes para el común de los mortales se hacen incomprensibles, pero si entramos al fondo de las cosas inmediatamente nos percataremos de por qué, en Jerusalén, la ciudad de Dios, es un sitio tan complejo y de tan difícil solución para convertirla en un lugar de paz.

La disputa no es de Dios, sino de los hombres: fanáticos, viciosos, incrédulos, carentes de fe, de cultura y, sobre todo, movidos por sus ambiciones y faltos de voluntad para alcanzar un acuerdo que satisfaga a todos.

Jerusalén, si nos ceñimos a las leyendas: bíblica, talmúdica o coránica, no debía ser de nadie y, a la vez, sería de todos los hombres de la tierra, porque todos, sin excepción, de acuerdo a lo que dicen las Escrituras, somos hijos de Dios, hechos a imagen y semejanza de Él, por lo tanto, todos los seres que habitan el universo somos herederos o dueños de ese territorio. De no ser así, o Dios no es mi padre o, de lo contrario; ¿quien sin mi autorización se adueñó de la parte que me corresponde de mi casa?

Naturalmente los hombres no actúan con arreglo a la razón y mucho menos de acuerdo a los preceptos de fe que a veces, cuando les conviene, quieren inculcarnos.

Jerusalén es un gran negocio y, los poderosos, tanto religiosos, como políticos y mercaderes influyentes, quieren instaurar allí, una especie de mercado, sin recordar que ya una vez el “Hijo de Dios” los echó a todos del templo.

La verdadera historia de Jerusalén se pierde en la noche de los tiempos. Centenares de grupos humanos la han habitado y dejado allí sus huellas. Los profetas, por voluntad y deseos de los hombres la eligieron como la “Casa de Dios” y cuna de tres religiones y alguna que otra secta, que aprovechando las características naturales del enclave, su relevancia histórica y mística, también se disputan su heredad.

En todo eso hay muchas verdades, medias verdades y un catálogo infinito de mentiras, extorsiones, imposiciones, actos de fuerza y violencia y contubernios políticos. Ahí está el meollo del asunto y, hasta tanto éste no se resuelva civilizadamente, Jerusalén seguirá siendo para los creyentes la “Casa de Dios”, para los ignorantes, egoístas y oportunistas, la “Tierra prometida” y también, seguirá siendo, para el común de los mortales, hasta tanto no se aclaren bien las cosas en la región, la antesala del infierno.

La leyenda nos cuenta cosas extraordinarias ocurridas en ese lugar. La mística nos narra una serie casi infinitas de milagros realizados aquí en pos de la felicidad del hombre. Las religiones entronizan a sus dioses y profetas ahí, sobre la tierra de Jerusalén, construyendo sus mejores obras, dictando leyes y alentándonos hacia la búsqueda de la vida eterna; tan es así, que incluso el mismo Dios eligió el sitio como su casa.

La verdad es otra muy distinta y dicta mucho de lo que se nos dice, nos cuentan o narran al respecto.

Por lo visto, mientras los hombres se pelean, se agreden o se matan, Dios vive ajeno a todo lo que dicen y hacen en su propia tierra y dentro de su residencia o morada. Pero repito, el conflicto que allí se vive no es de Dios, sino entre los hombres contra Dios; entre los hombres contra los hombres, entre incivilizados contra civilizados, violentos contra pacíficos, poderosos contra débiles, fanáticos religiosos contra laicos, es decir, la estupidez humana campeando a sus anchas. La realidad es esa. Intentar dar otra explicación sobre el asunto o pretender buscar otros atajos para mostrarnos esa aseveración, es sencillamente pretender dilatar las cosas en el tiempo, pero el tiempo, en cosas como estas, también tiene su sello de caducidad.

Lo cierto es que, árabes, drusos, judíos, hebreos, arameos, macabeos, beduinos, cananeos, celotes, camitas y semitas, cristianos, musulmanes, ortodoxos, egipcios, griegos, romanos, otomanos, ingleses y sionistas, maronita, laicos y ateos han visto las aguas del mar muerto, han contemplado el lago Tiberiades, han sembrado y pastoreado sus ganados, alimentado y creado a sus descendientes sobre esa tierra. Por allí han florecido tres grandes religiones, se han escrito obras imperecederas que les han servido y sirven de guía y estandarte a la humanidad.

Jerusalén de un sitio de peregrinación se convirtió, por voluntad del sionismo y sus halcones, en un lugar de confrontación.

En las iglesias, las mezquitas, el templo o la sinagoga se ha pasado, de la mirada compasiva a la mirada vigilada, del clamor de la oración al estampido de las armas; del recorrido paciente y reposado, a la marcha forzada, de la cruz en alto, al fusil en ristre; todo eso pasa en Jerusalén, “Ciudad Santa”. Mientras, la humanidad sigue sin despertar bajo el tableteo de los fusiles y los arsenales nucleares del ejército judío, alimentados, permanentemente, desde el Pentágono, con la anuencia de los Estados Unidos que niega el derecho a los palestinos a residir pacíficamente en sus tierras y, de acuerdo a las Escrituras, en la de todos.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Texto Ogsmande Lescayllers. En la foto con el poeta sirio, Alí Ahmad Said Esber (Adonis) en su casa de Al Qassabin, Latakia, Siria.






HAY QUE SER.

Yo no puedo quedarme aquí
de espaldas al mundo,
mientras este se hunde
y los que están en él se despedazan:
se despiden soplados como el viento.


Los que están;
esos llamado hombres,
seres de media talla
que caminan despacio bocabajo.
Señores pueden ser,
dicen algunos.
Yo prefiero esperar para nombrarlos
porque de pronto,
esta aguas pudridas donde habitan
se emponzoñan al filo de la muerte.


El mundo allí
y aquí,
todo en mi hombro,
coleando a pasos de un ciclo de partidas,
yendo hacia atrás,
calmado en el remanso
de mi piel custodiada por las sombras.


No podemos seguir mirando en sepia,
pregonando mutantes de pasiones,
fisgoneando el andar de la vecina
bajo los impermeables de la noche.


Hay que ser
entender,
saltar al ruedo
y sin disimular tus credos,
si los tienes,
hablarle al hombre en serio
de esta realidad que nos avienta,
nos zurce tentadora los instintos
hasta dejarnos mudos frente al mundo.


Hay que tener humanidad
y alzar la voz en medio de las plazas.
Lanzar flechas de luces al vacío,
y conformar los llenos con aliento.


No se puede escribir textos al miedo,
con miedos y aderezos de mentiras,
por temor a que vengan los matones
y te corten de un tajo la existencia.


Hoy el poema entraña someterte
al juicio original de la política,
a la jauría de locos que hacen versos
contemplativos,
sin contemplar las injusticias de este mundo.


Entraña dar la vida;
ser ella si es preciso en el combate
y no un cantor de espárragos y trufas
o un niñato indeciso,
Bukowskiano,
con un puñado de versos sicalípticos.


Por lo visto
es lo que hay,
nos dan,
y se publica
por editores tránsfugas y arietes,
cálamo verde en papel lumínico.


De mil modos y formas,
el mundo se sostiene a pie jutillas.
Al que desea hablar se le hace tarde.
Los que se callan nunca dicen nada.
Cuando llega la hora de la siembra,
todo el campo se llena de rastrojos.


Aquí yo no me quedo;
Apesta el mundo.
Los que se callan pecan de silencio.
A los que hablan los echan al exilio.
Los que mienten,
asfixian,
destruyen,
contaminan,
son los representantes del poder;
los intocables que nadie fiscaliza.


Yo no me quedo aquí,
apesta el mundo.
Si me juego la vida,
es porque llevo mis versos de estandartes.






Texto y fotos de Ogsmande Lescayllers, Ciudad de Bayamo, Cuba.



ESTE ES MI MODO DE PENSAR.

Soy el dueño de esto
que yo,
como si nada
te regalo.

Y esta nada
que está hecha de nada
no nos sirve de nada,
porque ya no es lo que era antes;
ahora está vacía de contenido
y el continente,
que a pocos les importa
si es adentro o afuera,
ha perdido su peso y no se ve.


Simplemente me he quedado pensando,
porque escuché a unos hombres
discutiendo acaloradamente
acerca de la historia;
las verdades históricas
que hay en las religiones,
en la filosofía y en la historia
y sentí mucho miedo
al oír tantas obscenidades;
formulaciones sin ninguna
base demostrable
que cada día son modificadas
por los que se aventuran
a decir exactamente
dónde están
y el tamaño que tienen las verdades,
que se han de sopesar,
y poner sobre la balanza
para que todos quedemos tan felices.


Hombres que van y vienen
buscando fundamentos
para fundamentar una mentira
que a través de los tiempos
se ha ido repitiendo
sorbo a sorbo,
como un buche de agua
que nos calma la sed.


Algunos creen tener la última palabra
sobre esto o aquello
se alzan en sus cátedras
para magnificar
y echarse al ruedo
catedraliciamente enamorados
del áncora y el ágora,
al filo de un dictamen que no existe.

Por suerte para todos
el tiempo pone las cosas en su sitio
y aquel de mente abierta
que no se tira al ruedo
y va calmosamente
sopesando las cosas de este mundo,
al doblar de la esquina se percata
que no en todo momento
hay que ir a la historia,
a la filosofía
ni a los tratados bíblicos,
porque la urgencia requiere
de resolver las cosas,
aunque haya que nombrarlas de otro modo.


Tener sed de saber
a veces te puede llevar a la ignorancia
porque saber es conocer,
tener conciencia;
pero, si sabes mucho y no te sabes,
es ser como un reloj que da la hora,
pero él, como tal,
jamás se percata qué hora es;
o como el pez que pasa sed
estando bajo el agua.


También, algunos saben tanto
que no saben:
freírse un huevo
zurcir los calcetines,
tener buenos modales
o simplemente ser una persona.


Yo opto por callar,
desaprender y aprender;
estar alerta,
porque,
para algo existen los instantes.