Un patio de Damasco.
IDILIOS DE LAS SOMBRAS.
Pero yo no pregunto por el soplo inicial,
Ni qué es lo divino realizable.
Alberto Rocasolano.
Ni qué es lo divino realizable.
Alberto Rocasolano.
La huella de los pies,
Diminuta corriente del arpa entre los dedos.
La cáscara infla espermas,
Músculo de las profundidades del Océano.
Y se queda,
Se queda tan callada
En su silencio de pájaro mortuorio.
Todo, cuanto he escrito hasta este instante,
Puede ser un enigma,
Pero he pensado en descolgar el tiempo,
Codificar el tenedor y el iris de la lengua
Y no sintetizar el viejo itinerario de las nubes.
Entre el árbol y el mar
Se vuelca un tren de músculos sin nortes.
La hilaridad se comba,
Se desencaja el filo de la lluvia
Y hay furias lentas;
Lentas furias del mundo,
Donde los genesiacos,
O la preñez medular de la impaciencia,
Inauguran el nido,
Pájaro o la rama;
O la segunda etapa,
Etapas de húmedas planicies,
O de los más gastados empalmes de las sombras,
Y falseada,
Falseada como un guiño,
La concisa conjunción de la insolencia
Comienza a acomodarse las pestañas,
Y la lombriz de tierra pica el himno del viento
Y el marco menos lúcido es la muerte.
Los hombres, siempre cantan.
Los hombres van cantando.
Los hombres cantarán.
Así serán sus lenguas desmentidas,
Sus proféticas lenguas,
Cortadora de acechos e inmundicias.
Ya llega la fragancia.
Bajo la cola imperial de un pez de luna,
A un lado, o en su dolor más infinito,
Suda su cola individual la “pajarita” triste,
La primera porción de una madeja insólita.
La punta de una espada,
Vigila el corazón de ese lagarto.
La concisa razón de un animal se duerme,
Se duermen los aleros.
La comisura, no está para quedarse,
En su pechera de agua,
De agua y techumbre;
Los calos,
Los injertos
O la voz que despeina la faena en la casa,
Borra página a página
La confianza del pájaro,
Del pájaro y la rama,
Y se hinca en la rótula del mar,
La sinrazón de un estribillo en solfas.
Mira,
Desde este puerto donde no hay culebras,
Dice Julio Metanos,
Que el área de los gritos ha perdido la lengua.
Y se duerme Serafio,
El noble escalador de la intemperie.
En mis manos, no hay armas.
Todas las armas del bien están en mi conciencia.
Los himnos de mi piel se han hecho enormes.
¿Y es que acaso se puede hacer el amor con una sombra?
Se puede,
Seguro que se puede.
Porque el amor es una sombra,
Que se acurruca debajo de otra sombra,
Y no le duele el sexo,
Ni la agonía del sexo;
Él reparte la vida,
Multiplica su casa
Y hace tierna la flor
Más allá del color y su fragancia.
Definitivamente me incorporo.
La ondulación se enmarca
Sobre los costillares de la tierra,
Y entre la florescencia,
La lluvia y el desmedro,
La epidermis, es la muerte,
Y en ella están las sombras.
Mira, desde esta peña,
Como secunda el río las hojas que se marchan.
Raudo,
Como collares fugitivos,
Todo el amor del mundo se anida en mi sonrisa.
Soy tu arma;
Lo sabes.
Los relámpagos duermen.
II.
Yo no finjo quedarme,
Pero soy un atleta del amor.
Mis hijos están pintando sus tardes con crayolas
Y mi mujer se desgajó sin dejarnos noticias.
Tengo cántaro abierto en cada mano
Y mi cuerpo es un faro incidental
Con un aullido largo,
Como un trueno.
Ayer me vinieron a buscar los alarifes;
Pedro, el más comedido,
Se suicidó dos días antes de nacer
Y Federico Combas,
Era menos valiente y se sacó los ojos.
¿Por qué mis amigos, Pedro y Federico,
Tan híbridos de andarse sacándose sus cuentas,
Empezaron a irse,
Antes de levantarse frente al mundo?
Combas, era mi amigo,
Seis meses antes de mi padre conocer a mi madre.
Y Federico era vecino de mis tatarabuelos,
Cuando la institutriz de mis ancestros,
Bañaba a mis hermanos.
Limpia mi vida estaba
Cuando aparecí sobre el planeta.
Leonela y Magdalena,
Las hermanas de mis antepasados,
Son como los calambres de mis manos.
Antes de las dos guerras que asolaron el mundo,
Mi padre se hizo comunista.
Mi madre estaba lejos en un punto de Siria
Y un día sin sospecharlo,
Se hallaron uno frente al otro,
Hablando un mismo idioma,
Pero con acentos diferentes.
Las dos raíces mías, están vivas.
Casa es la sonrisa de mis cotiledones.
Del mar me llegan las fábulas del tiempo
Y todavía recuerdo a mis viejos patines,
A mi carriola azul,
Al camino de piedras,
Por donde en otra edad
Mi abuelo trajo sus maletas de Marsella.
Abuelo me decía
Que el tiempo es un romántico
Con poderes proféticos,
Pero entonces, yo no pensaba en eso.
Yo pensaba en la lluvia
Y en las puestas de sol,
Cuando María Nemesia me lleva con ella
Para darme tostadas.
Cualquier golpe en el pecho, es una maldición.
Cualquier soplo de vida,
Puede llenar, de ánimas la noche.
III.
Diminuta corriente del arpa entre los dedos.
La cáscara infla espermas,
Músculo de las profundidades del Océano.
Y se queda,
Se queda tan callada
En su silencio de pájaro mortuorio.
Todo, cuanto he escrito hasta este instante,
Puede ser un enigma,
Pero he pensado en descolgar el tiempo,
Codificar el tenedor y el iris de la lengua
Y no sintetizar el viejo itinerario de las nubes.
Entre el árbol y el mar
Se vuelca un tren de músculos sin nortes.
La hilaridad se comba,
Se desencaja el filo de la lluvia
Y hay furias lentas;
Lentas furias del mundo,
Donde los genesiacos,
O la preñez medular de la impaciencia,
Inauguran el nido,
Pájaro o la rama;
O la segunda etapa,
Etapas de húmedas planicies,
O de los más gastados empalmes de las sombras,
Y falseada,
Falseada como un guiño,
La concisa conjunción de la insolencia
Comienza a acomodarse las pestañas,
Y la lombriz de tierra pica el himno del viento
Y el marco menos lúcido es la muerte.
Los hombres, siempre cantan.
Los hombres van cantando.
Los hombres cantarán.
Así serán sus lenguas desmentidas,
Sus proféticas lenguas,
Cortadora de acechos e inmundicias.
Ya llega la fragancia.
Bajo la cola imperial de un pez de luna,
A un lado, o en su dolor más infinito,
Suda su cola individual la “pajarita” triste,
La primera porción de una madeja insólita.
La punta de una espada,
Vigila el corazón de ese lagarto.
La concisa razón de un animal se duerme,
Se duermen los aleros.
La comisura, no está para quedarse,
En su pechera de agua,
De agua y techumbre;
Los calos,
Los injertos
O la voz que despeina la faena en la casa,
Borra página a página
La confianza del pájaro,
Del pájaro y la rama,
Y se hinca en la rótula del mar,
La sinrazón de un estribillo en solfas.
Mira,
Desde este puerto donde no hay culebras,
Dice Julio Metanos,
Que el área de los gritos ha perdido la lengua.
Y se duerme Serafio,
El noble escalador de la intemperie.
En mis manos, no hay armas.
Todas las armas del bien están en mi conciencia.
Los himnos de mi piel se han hecho enormes.
¿Y es que acaso se puede hacer el amor con una sombra?
Se puede,
Seguro que se puede.
Porque el amor es una sombra,
Que se acurruca debajo de otra sombra,
Y no le duele el sexo,
Ni la agonía del sexo;
Él reparte la vida,
Multiplica su casa
Y hace tierna la flor
Más allá del color y su fragancia.
Definitivamente me incorporo.
La ondulación se enmarca
Sobre los costillares de la tierra,
Y entre la florescencia,
La lluvia y el desmedro,
La epidermis, es la muerte,
Y en ella están las sombras.
Mira, desde esta peña,
Como secunda el río las hojas que se marchan.
Raudo,
Como collares fugitivos,
Todo el amor del mundo se anida en mi sonrisa.
Soy tu arma;
Lo sabes.
Los relámpagos duermen.
II.
Yo no finjo quedarme,
Pero soy un atleta del amor.
Mis hijos están pintando sus tardes con crayolas
Y mi mujer se desgajó sin dejarnos noticias.
Tengo cántaro abierto en cada mano
Y mi cuerpo es un faro incidental
Con un aullido largo,
Como un trueno.
Ayer me vinieron a buscar los alarifes;
Pedro, el más comedido,
Se suicidó dos días antes de nacer
Y Federico Combas,
Era menos valiente y se sacó los ojos.
¿Por qué mis amigos, Pedro y Federico,
Tan híbridos de andarse sacándose sus cuentas,
Empezaron a irse,
Antes de levantarse frente al mundo?
Combas, era mi amigo,
Seis meses antes de mi padre conocer a mi madre.
Y Federico era vecino de mis tatarabuelos,
Cuando la institutriz de mis ancestros,
Bañaba a mis hermanos.
Limpia mi vida estaba
Cuando aparecí sobre el planeta.
Leonela y Magdalena,
Las hermanas de mis antepasados,
Son como los calambres de mis manos.
Antes de las dos guerras que asolaron el mundo,
Mi padre se hizo comunista.
Mi madre estaba lejos en un punto de Siria
Y un día sin sospecharlo,
Se hallaron uno frente al otro,
Hablando un mismo idioma,
Pero con acentos diferentes.
Las dos raíces mías, están vivas.
Casa es la sonrisa de mis cotiledones.
Del mar me llegan las fábulas del tiempo
Y todavía recuerdo a mis viejos patines,
A mi carriola azul,
Al camino de piedras,
Por donde en otra edad
Mi abuelo trajo sus maletas de Marsella.
Abuelo me decía
Que el tiempo es un romántico
Con poderes proféticos,
Pero entonces, yo no pensaba en eso.
Yo pensaba en la lluvia
Y en las puestas de sol,
Cuando María Nemesia me lleva con ella
Para darme tostadas.
Cualquier golpe en el pecho, es una maldición.
Cualquier soplo de vida,
Puede llenar, de ánimas la noche.
III.
He tatuado mis huesos
Como a una estrella
Que estremece la corteza caliente de la madera.
Y este modo mío, familiar,
De buscar los colores;
De unir la cola del pavo real
Con la cola del cometa.
Estos faroles tibios,
La piedra que volcó la casamata.
Pero sellé los paredones con mi sangre
Y se han roto mis labios
De rebuznar la cuerda de los ecos.
Los de allá, se quedaron amasando la muerte.
Yo quería una centella
Para limar la soledad y mi silencio.
Yo iba de cuclillas,
Como la enredadera que abastece mi sombra.
En la alberca, los hombres van de pie.
Del otro lado nos esperan las aguas turbulentas.
La tierra quebrada por los rayos del sol
Y una espuela melliza,
Hundida en el tatuaje de las carnes,
Ahora está de pie, sobre un cartel de fondo.
Cuando los animales y la muerte,
Vinieron a cantarme sus versículos,
Se me llenó la mano de dolores y espermas.
El mar, congeló las superficies.
Tú me quieres, paloma. Tú me quieres.
Pero de bajo de tu sombra,
Ladran enfurecidas las marmotas;
Las maderas sin siestas,
Los camastros vacíos
Y esas ansias de cegar al hombre.
Hoy vino a buscar el enjambre de Kafka.
José K, no quiso traerme su enfermera,
Ni su cuenta bancaria,
Ni la plomiza manía de sus ojos.
Hoy pueden ocurrirme,
Los más insospechados menesteres.
El sol bajó la guardia.
Papá tejió una profunda geografía sobre mi casa pobre
Y Salomón, el amigo irredento de mi infancia,
Se llenó de cristales el cuenco de sus ojos
Y la lenta preñez de su mirada.
Cuando veo esas sombras,
Casa me da sus frutos.
Las aguas de los ríos se gastan en mis manos.
Y siento tu canción morder los intersticios,
Como escalera grande que me comprime el rostro.
¿Qué te está lastimando, corazón?
En tu casa,
Las margaritas han quemado sus pétalos.
La rabia ha perdido la lengua
Y es una maldición acorralada.
Tenme, nostalgia;
Tenme en tus encantos.
La casa del amigo ha cerrado sus puertas
Y los perros me inyectan
Con sus fabulaciones metafísicas.
La luz, me está quemando.
Me está quemando el aire.
La tierra me lastima, como a un duende.
IV.
Como a una estrella
Que estremece la corteza caliente de la madera.
Y este modo mío, familiar,
De buscar los colores;
De unir la cola del pavo real
Con la cola del cometa.
Estos faroles tibios,
La piedra que volcó la casamata.
Pero sellé los paredones con mi sangre
Y se han roto mis labios
De rebuznar la cuerda de los ecos.
Los de allá, se quedaron amasando la muerte.
Yo quería una centella
Para limar la soledad y mi silencio.
Yo iba de cuclillas,
Como la enredadera que abastece mi sombra.
En la alberca, los hombres van de pie.
Del otro lado nos esperan las aguas turbulentas.
La tierra quebrada por los rayos del sol
Y una espuela melliza,
Hundida en el tatuaje de las carnes,
Ahora está de pie, sobre un cartel de fondo.
Cuando los animales y la muerte,
Vinieron a cantarme sus versículos,
Se me llenó la mano de dolores y espermas.
El mar, congeló las superficies.
Tú me quieres, paloma. Tú me quieres.
Pero de bajo de tu sombra,
Ladran enfurecidas las marmotas;
Las maderas sin siestas,
Los camastros vacíos
Y esas ansias de cegar al hombre.
Hoy vino a buscar el enjambre de Kafka.
José K, no quiso traerme su enfermera,
Ni su cuenta bancaria,
Ni la plomiza manía de sus ojos.
Hoy pueden ocurrirme,
Los más insospechados menesteres.
El sol bajó la guardia.
Papá tejió una profunda geografía sobre mi casa pobre
Y Salomón, el amigo irredento de mi infancia,
Se llenó de cristales el cuenco de sus ojos
Y la lenta preñez de su mirada.
Cuando veo esas sombras,
Casa me da sus frutos.
Las aguas de los ríos se gastan en mis manos.
Y siento tu canción morder los intersticios,
Como escalera grande que me comprime el rostro.
¿Qué te está lastimando, corazón?
En tu casa,
Las margaritas han quemado sus pétalos.
La rabia ha perdido la lengua
Y es una maldición acorralada.
Tenme, nostalgia;
Tenme en tus encantos.
La casa del amigo ha cerrado sus puertas
Y los perros me inyectan
Con sus fabulaciones metafísicas.
La luz, me está quemando.
Me está quemando el aire.
La tierra me lastima, como a un duende.
IV.
Yo sabía que la tierra no es tan triste.
Que los que anuncian el derrumbe total del Universo,
Está en la parálisis de insospechados sueños,
Bebiéndose la vida en un segundo de agua.
Ayer pasó volando por mi casa un moscardón azul.
Con su voz tartamuda, hincaba la sonrisa de los niños
Y su rostro bicéfalo se diluyó en las sombras.
Lluvia, fue el apeadero que borró las sombras.
De tormentas y espermas
Es la baranda de los infranqueables.
Y como doce puntas menudas de tijeras,
Azuzaron la piel a punta de cuchillos.
De puerta en puerta, o de calle en calle,
Los profetas vinieron cantando de alegría.
Y los profetas abrieron sus calles la amar
Y de la mar nos llegó la luz y el canto.
¿Por cuántas calles, ha descendido el hombre;
Esa raíz versátil, que se esquilma el corazón
Cuando anuncian su muerte?
¿Por cuántas calles, digo yo, cuando me marcho?
Que los que anuncian el derrumbe total del Universo,
Está en la parálisis de insospechados sueños,
Bebiéndose la vida en un segundo de agua.
Ayer pasó volando por mi casa un moscardón azul.
Con su voz tartamuda, hincaba la sonrisa de los niños
Y su rostro bicéfalo se diluyó en las sombras.
Lluvia, fue el apeadero que borró las sombras.
De tormentas y espermas
Es la baranda de los infranqueables.
Y como doce puntas menudas de tijeras,
Azuzaron la piel a punta de cuchillos.
De puerta en puerta, o de calle en calle,
Los profetas vinieron cantando de alegría.
Y los profetas abrieron sus calles la amar
Y de la mar nos llegó la luz y el canto.
¿Por cuántas calles, ha descendido el hombre;
Esa raíz versátil, que se esquilma el corazón
Cuando anuncian su muerte?
¿Por cuántas calles, digo yo, cuando me marcho?
ODA A LA TIERRA.
Muerde el hombre la tierra
Y esta le devuelve su arrogancia.
O.L.
Muerde el hombre la tierra
Y esta le devuelve su arrogancia.
O.L.
Día tras día, mis pies tocan tus yemas.
Entiéndeme que estoy sobre tu vientre.
Tus duros huesos, están ante mis ojos
Y no puedo escapar de tu cintura.
Tu eternidad se ha fundido en el tiempo,
Te enciendes y te apagas, te derrumbas, te alzas,
Tus pies se han enterrado y andan lejos.
Después vendrán los duendes del silencio.
Los tibios dinosaurios y las yerbas,
La noche con sus párpados cerrados,
El tiempo con su carga y su cadencia.
La lluvia ha de venir, de espaldas al trueno,
Con la frente mordida por el viento
Y hasta el eco es posible que te ladre.
Cuando fijen tu edad, dile que hay agua,
Para regar el mundo y darle aliento.
Dile, que tú eres dueña, de las raíces y los días,
Dueña de la madera y las piedras.
Dueña, de todos los caminos,
Y hasta del ideal y la materia.
Háblale de tu edad y de tus sueños.
Hay un hilo, un resorte, una semblanza,
De nubes, grietas y arco iris,
Hélices, empalmes y caminos,
Eterna incubadora de la vida.
Tú reinas, porque en ti la sangre se levanta,
Ahí tienes tus viejos anfitriones;
La luz entre la luz, la luz sobre la noche.
Sigue volando, paloma confidente.
Aguarda a las hormigas.
Sigue, no te detengas, el sol guía tus pasos.
El sol ilumina y engrandece.
Los montes son tus hijos más hermosos.
El mar, tu seno informe sobre rieles.
La eternidad, el cielo de boca.
En ti cabalgan viejas melodías y recuerdos,
Diafragmas de las nubes que pasan por mis ojos.
¿Pero quién sabe dónde se remonta el empuje de tu cuerpo,
O un leve soplo, de coplas y jazmines?
Un susto de espirales y semillas;
Un lento azul, porque el mar es azul,
Y en su vientre descansan las estrellas.
Ahí estás, en tu lecho.
Que tiene ríos, derrumbes y orificios,
Y largas cicatrices que le infligió la lluvia.
¿Cómo eres? ¿Cómo vives? ¿Cómo andas?
Eso no estaba escrito en el poema.
En la cáscara insípida del tiempo.
Ni en el dolor del rudo timonel sin pesadillas.
Y si la noche cayera un día sobre ti.
Y si el día cayera un día sobre ti.
¿Qué recomiendas para limpiar tu cuerpo?
¿Cómo poder decirte, diciendo, sin decirlo?
¿Acaso seré yo, o es nada más la sombra de mi yo?
¿Puedes recomendarnos, todo lo que tu sabes de las eras,
O a no dormir la eternidad de un día?
Está ahí, rendida y a veces medio oculta,
Detrás de esos contornos de paredes.
¿Puedes dejar la fusta con que juegan de noche las lombrices.
La caída del verde, o del azul intenso de tu cielo?
¿Puedes hablarnos, de tus habitantes?
Porque después, de tantos golfos y ensenadas,
Debes acariciar, toda la paz del mundo.
Entiéndeme que estoy sobre tu vientre.
Tus duros huesos, están ante mis ojos
Y no puedo escapar de tu cintura.
Tu eternidad se ha fundido en el tiempo,
Te enciendes y te apagas, te derrumbas, te alzas,
Tus pies se han enterrado y andan lejos.
Después vendrán los duendes del silencio.
Los tibios dinosaurios y las yerbas,
La noche con sus párpados cerrados,
El tiempo con su carga y su cadencia.
La lluvia ha de venir, de espaldas al trueno,
Con la frente mordida por el viento
Y hasta el eco es posible que te ladre.
Cuando fijen tu edad, dile que hay agua,
Para regar el mundo y darle aliento.
Dile, que tú eres dueña, de las raíces y los días,
Dueña de la madera y las piedras.
Dueña, de todos los caminos,
Y hasta del ideal y la materia.
Háblale de tu edad y de tus sueños.
Hay un hilo, un resorte, una semblanza,
De nubes, grietas y arco iris,
Hélices, empalmes y caminos,
Eterna incubadora de la vida.
Tú reinas, porque en ti la sangre se levanta,
Ahí tienes tus viejos anfitriones;
La luz entre la luz, la luz sobre la noche.
Sigue volando, paloma confidente.
Aguarda a las hormigas.
Sigue, no te detengas, el sol guía tus pasos.
El sol ilumina y engrandece.
Los montes son tus hijos más hermosos.
El mar, tu seno informe sobre rieles.
La eternidad, el cielo de boca.
En ti cabalgan viejas melodías y recuerdos,
Diafragmas de las nubes que pasan por mis ojos.
¿Pero quién sabe dónde se remonta el empuje de tu cuerpo,
O un leve soplo, de coplas y jazmines?
Un susto de espirales y semillas;
Un lento azul, porque el mar es azul,
Y en su vientre descansan las estrellas.
Ahí estás, en tu lecho.
Que tiene ríos, derrumbes y orificios,
Y largas cicatrices que le infligió la lluvia.
¿Cómo eres? ¿Cómo vives? ¿Cómo andas?
Eso no estaba escrito en el poema.
En la cáscara insípida del tiempo.
Ni en el dolor del rudo timonel sin pesadillas.
Y si la noche cayera un día sobre ti.
Y si el día cayera un día sobre ti.
¿Qué recomiendas para limpiar tu cuerpo?
¿Cómo poder decirte, diciendo, sin decirlo?
¿Acaso seré yo, o es nada más la sombra de mi yo?
¿Puedes recomendarnos, todo lo que tu sabes de las eras,
O a no dormir la eternidad de un día?
Está ahí, rendida y a veces medio oculta,
Detrás de esos contornos de paredes.
¿Puedes dejar la fusta con que juegan de noche las lombrices.
La caída del verde, o del azul intenso de tu cielo?
¿Puedes hablarnos, de tus habitantes?
Porque después, de tantos golfos y ensenadas,
Debes acariciar, toda la paz del mundo.
PRELUDIO XXI.
“En verdad, me sobran palabras,
Yo estoy ahogado por un soplo interno”.
JOB.32.
En todas partes se abren los abismos,
No tengo dirección donde poner mi brújula
Y tengo la mirada como una maldición
Que dejara sin piel los tiempos viejos.
Tu nombre junto al mío
Y mi nombre y tu nombre,
Eran petardos para matar la soledad;
Otras veces, inventamos juegos,
Que en el silencio fueron escopeteros indeseables.
Lissette Martín, juró que me quería,
Juntó palabras difíciles de oír
Y construyó risible la tristeza.
Eso dijo después,
Porque en las playas solamente había turistas.
En los hoteles, solamente había turistas,
Y en todas partes, sólo cabrían turistas.
Lissette Martín, juró que me quería,
Pero yo no podía ser turista.
Ella necesitaba un hotel de lujo,
Pasearse en tangas,
Por las blancas arenas de las azules playas,
Disfrutando la soledad
Y el silencio indiferente de los dólares.
Pero las piedras no procrean;
Son olas bizcas que no pueden calmar el corazón,
Ni sostener la luz de los cocuyos
En las noches oscuras,
O el hilo casi imperceptible de un relámpago sur.
Estas no son palabras que te digo,
Son nombres que te nombro
Porque quiero evocar los dolores del tiempo,
Anunciando párpados gimientes,
Gimientes divisiones,
Incompetentes números,
Figuras intocadas,
Que vuelan en la ausencia y las repeticiones.
No son barcos de trueques
Si no fantasmas que ladran en las sombras.
Lo sé, porque lo sé,
Y no porque me han dicho que lo sepa.
Aquí tengo sus huellas,
Sus grandes esqueletos;
Dormidos.
Dominados.
Sin vida.
Tengo aquí sus atrezzos,
Sus manos procelosas
Y una larga comparsa de jaurías.
Pero no he dicho nada,
Sólo quería poner algún ejemplo,
Para que cuando salgan volando las chicharras
Los perros ladren seguros que algo está ocurriendo.
Los sin tierra, estamos de este lado.
No somos sabios,
Tontos ni engreídos;
Simplemente miramos y tomamos nota.
Los que no son, no son...
Las columnatas de un estadio
Dividen este mundo de aquel.
Son estos y son aquellos.
Hijos de las tinieblas.
Sonoras ramas arrancadas del árbol.
Árbol torcido que la luz no redime.
Voces taladas, que aún después de viejas,
Hieren el paladar y la sonrisa.
Somos nosotros.
Así nos inculpas de las culpas.
Somos nosotros.
Y no hacemos otra cosa que negarnos,
Repetir y decir maquinalmente
El ronroneo que nos viene de allá;
De acá, o de ti mismo,
Como si el fuego escapara de la pira.
Y todos,
Menos uno,
Ese que viene ahí con su linterna,
Caminamos a oscuras
Y hablamos mudamente
Filosóficamente,
Endemoniadamente,
Como los perros que ladran a la luna.
¡OH, mi Dios!
Cómo nos vas a hogar en esas aguas,
Con esta indumentaria
Y estos pies de plomo,
Que ignoran el sentido de un buen paso.
Y hasta puedo caerme de rodillas
Por usar demasiados esta lengua de lata.
También puedo;
Pero no voy a levantar la voz,
Porque allá arriba un señor nos vigila.
Aquí adentro hay un hilo que puede amordazarnos
Y al otro lado, los caídos no tienen sustitutos.
Duele entonces, mirarse y no saberse.
Los concursos terminan
Unos minutos antes,
De entregarle el diploma a los premiados.
Ogsmande Lescayllers.
“En verdad, me sobran palabras,
Yo estoy ahogado por un soplo interno”.
JOB.32.
En todas partes se abren los abismos,
No tengo dirección donde poner mi brújula
Y tengo la mirada como una maldición
Que dejara sin piel los tiempos viejos.
Tu nombre junto al mío
Y mi nombre y tu nombre,
Eran petardos para matar la soledad;
Otras veces, inventamos juegos,
Que en el silencio fueron escopeteros indeseables.
Lissette Martín, juró que me quería,
Juntó palabras difíciles de oír
Y construyó risible la tristeza.
Eso dijo después,
Porque en las playas solamente había turistas.
En los hoteles, solamente había turistas,
Y en todas partes, sólo cabrían turistas.
Lissette Martín, juró que me quería,
Pero yo no podía ser turista.
Ella necesitaba un hotel de lujo,
Pasearse en tangas,
Por las blancas arenas de las azules playas,
Disfrutando la soledad
Y el silencio indiferente de los dólares.
Pero las piedras no procrean;
Son olas bizcas que no pueden calmar el corazón,
Ni sostener la luz de los cocuyos
En las noches oscuras,
O el hilo casi imperceptible de un relámpago sur.
Estas no son palabras que te digo,
Son nombres que te nombro
Porque quiero evocar los dolores del tiempo,
Anunciando párpados gimientes,
Gimientes divisiones,
Incompetentes números,
Figuras intocadas,
Que vuelan en la ausencia y las repeticiones.
No son barcos de trueques
Si no fantasmas que ladran en las sombras.
Lo sé, porque lo sé,
Y no porque me han dicho que lo sepa.
Aquí tengo sus huellas,
Sus grandes esqueletos;
Dormidos.
Dominados.
Sin vida.
Tengo aquí sus atrezzos,
Sus manos procelosas
Y una larga comparsa de jaurías.
Pero no he dicho nada,
Sólo quería poner algún ejemplo,
Para que cuando salgan volando las chicharras
Los perros ladren seguros que algo está ocurriendo.
Los sin tierra, estamos de este lado.
No somos sabios,
Tontos ni engreídos;
Simplemente miramos y tomamos nota.
Los que no son, no son...
Las columnatas de un estadio
Dividen este mundo de aquel.
Son estos y son aquellos.
Hijos de las tinieblas.
Sonoras ramas arrancadas del árbol.
Árbol torcido que la luz no redime.
Voces taladas, que aún después de viejas,
Hieren el paladar y la sonrisa.
Somos nosotros.
Así nos inculpas de las culpas.
Somos nosotros.
Y no hacemos otra cosa que negarnos,
Repetir y decir maquinalmente
El ronroneo que nos viene de allá;
De acá, o de ti mismo,
Como si el fuego escapara de la pira.
Y todos,
Menos uno,
Ese que viene ahí con su linterna,
Caminamos a oscuras
Y hablamos mudamente
Filosóficamente,
Endemoniadamente,
Como los perros que ladran a la luna.
¡OH, mi Dios!
Cómo nos vas a hogar en esas aguas,
Con esta indumentaria
Y estos pies de plomo,
Que ignoran el sentido de un buen paso.
Y hasta puedo caerme de rodillas
Por usar demasiados esta lengua de lata.
También puedo;
Pero no voy a levantar la voz,
Porque allá arriba un señor nos vigila.
Aquí adentro hay un hilo que puede amordazarnos
Y al otro lado, los caídos no tienen sustitutos.
Duele entonces, mirarse y no saberse.
Los concursos terminan
Unos minutos antes,
De entregarle el diploma a los premiados.
Ogsmande Lescayllers.
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