JARA BEDMAR EN LA QUIETUD DEL VERSO.
Del mismo modo que hay textos corregibles y otros incorregibles, también los hay criticables y otros imposibles de entrar en ellos. La fuente, entre la transparencia de sus aguas, a veces oculta sus misterios. Desde luego, en el misterio radica el desafío que esconde toda obra.
Franz Brentano sería el primero, luego, más informado, Luis Althusser, quienes se fijaron e intentaron con mayor seriedad despejar el misterio de la intencionalidad de la palabra. Pero no acertaron porque tanto uno como el otro cayeron, sin darse cuenta, en las mismas trampas de las redes que tejían, mejor dicho, que ideaban. Brentano siguiendo a San Agustín y Hegel, se hundió demasiado en la fenomenología, hasta perderse en un psiquismo vacío y trasnochado, hasta quedar en nada. Althusser, ahondó más, pero terció el rumbo hacia la hermenéutica, sin percatarse que la axiología del fenómeno o del cuestionamiento sobre el lenguaje, tiene, por encima o por debajo de todas las cosas, un profundo calado social, donde sólo una ínfima cantidad pasa a formar parte del texto o de los libros. Tampoco se quedó atrás Ludwig Wittgenstein, uno de los inspiradores del famoso Círculo de Viena, con El Tractatus Lógico-Fhilosophicus, donde las frecuencias numéricas o axiomas cuánticos, lo convirtió más allá de un ensayo sobre el lenguaje, en una especie de manual de lógica hermenéutica.
Hablar de poesía o hacer crítica de ella es una tarea arduo difícil y, además, complicada. Por la sencilla razón que no estamos juzgando o cuestionando palabras o un discurso determinado, sino imágenes que, en ocasiones, están volando en los espacios o capacidad asociativa del lector.
El poeta nos manda un aviso, nos indica una señal de algo que es, o nos sugiere que sea, pero es el lector o el receptor, el encargado de decodificar o descifrar el mensaje.
El poeta es y será el gran anunciador. Él trasmite sus impresiones y emociones personales; las adorna con la sabia de su mente y la exporta o transporta a través de redes y canales hasta que el receptor las asume como suyas, si no les merecen el rechazo.
Para entrar al registro de una voz que se convierte en poesía necesitamos tener conocimiento de la poesía, de la voz o los timbres que esta tiene y, como es natural, saber el tiempo y el espacio donde se mueve el poeta. Quede claro que no estoy hablando de versos, sino de poesía, ese cuerpo indócil que se corona o que termina siendo libro.
El panorama “literario” español de hoy está plagado de hacedores de versos. Poetas hay pocos; muy pocos. Algunos piensan que escribir poesía, o que lo de ser poeta es una broma. No se percatan que en realidad entre los oficios dentro del arte y por qué no, dentro de la vida, el de poeta es uno de los más difíciles. Porque no todo el mundo puede ser profeta y el poeta, en mayor o menor medida lo es.
Miles de libros salen todos los años al mercado. Eso no estaría mal si en realidad fueran libros. Pero tener la forma de un libro, encuadernado o maquetado, no es suficiente para que se le considere como tal, es decir, un cuerpo de escritura o un ser que perdura en el tiempo, hecho de pensamientos y letras. Por eso se hace tan difícil escribir sobre un libro y, sobre todo, si es el primer libro de un autor y, si además, ese autor es un poeta ya podemos imaginar todo el riesgo y sacrificio que tiene la tarea.
Naturalmente, voy a hablar de un libro, un libro de poesía, de una poeta joven por demás y que está enraizada en el panorama literario español actual.
Quizás no sea todo lo justo que quisiera con esta autora y su libro. Pero deseo de todo corazón es que las equivocaciones sólo caigan sobre mis pocas luces, para vislumbrar toda la grandeza que a lo mejor otros pueden descubrir en estas páginas y en los poemas que encierran, de los que me enamoré y quise hacerlos míos en una tercera lectura, porque en la primera me supieron a poco.
La razón era clara, creo estaba exigiendo demasiado y haciendo comparaciones con algunos textos sueltos que le había escuchado a la autora y que también he encontrado dispersos por el libro, Ven ¿Eh? No. Desde luego, el título no me convence, porque el contenido interno supera las expectativas de un título hasta cierto punto frío, o un tanto como de juego, para un primer libro de poesía.
Jara Bedmar Pecellín comienza apostando por un lenguaje coloquial sencillo y sugerente.
Estiro el brazo izquierdo.
Extiendo la mano,
La abandono;
La dejo palma abajo
Mirando el suelo
Que pisan mis pies.
La acción o el gesto de tender el brazo y poner la mano palma abajo, no está negando la firmeza del sujeto que en son de paz inaugura un nuevo modo de contemplar las cosas, y ese modo no se hace en claves masónicas o evocación mística sufí, colocando la mano derecha sobre la izquierda, sino al revés. Todo un logro intencional de la sinestesia, o de la deixis, diría Roman Jakobson.
En el poema Sombras, podemos descubrir otras de las tantas excelentes reflexiones e imágenes poéticas, diría yo, sobresalientes, que aparecen en este breve libro de Jara Bedmar.
Quedemos,
En alguna parte,
Pero no permanezcamos para siempre.
La idea del encuentro para esta poeta es algo esencial, por eso no elige un sitio o lugar determinado. Puede ser en cualquier parte, siempre y cuando ese encuentro, no sea para siempre. Sabe que lo cotidiano crea el cansancio y el tedio; que la fijeza de las cosas impiden su evolución y ella prefiere el movimiento: el cambio.
No pretendo ni quiero glosar todo el libro de Jara Bedmar, cuestión ésta que tiene bien merecida, pero eso será en una crítica posterior en la que estoy trabajando con varios poetas españoles jóvenes o ya no tan jóvenes, porque algunos ya cumplen o sobrepasan los 30 años.
Lo que sí quiero sugerirles a los lectores y poetas que lean este libro, VEN ¿EH? NO, que no se dejen arrastrar por la pasión y analicen las nuevas claves que nos propone esta jovencísima poeta, que poco a poco va aproximando su voz hacia nosotros.
Como ha de colegirse, la poesía española necesita de voces nuevas que expresen el sentido y nos muestren una visión fresca y limpia de la España actual, alejada de la sensiblería irrisoria de la rima, de la declamación chabacana y la fraseología prosaica y simplista de la mal llamada Poesía de la Experiencia.
Jara nos propone lo nuevo, nos da pautas para que le sigamos los pasos en el tiempo; insertando, como en una especie de latido, los instantes que vive; los que quiere y los que no quiere.
Inacabados los versos
Abandono la súplica de mi instinto
Y voy muriendo como una rosa
En un desierto: lenta, segura.
……………………………………………..
……………………………………………..
…………………………………………….
Escribo para morir mejor. Ya nada me detiene.
Esperamos que así sea, que nadie ni nada detenga a Jara Bedmar en su quehacer poético, incluso ni los malintencionados que nunca faltan y que en vez de observar insidian. Por que ellos incapaces de descubrir el misterio de la palabra, para zaherir, lanzan sus rebuznos en son de guerra, mientras Jara construye y sueña en versos.
Del mismo modo que hay textos corregibles y otros incorregibles, también los hay criticables y otros imposibles de entrar en ellos. La fuente, entre la transparencia de sus aguas, a veces oculta sus misterios. Desde luego, en el misterio radica el desafío que esconde toda obra.
Franz Brentano sería el primero, luego, más informado, Luis Althusser, quienes se fijaron e intentaron con mayor seriedad despejar el misterio de la intencionalidad de la palabra. Pero no acertaron porque tanto uno como el otro cayeron, sin darse cuenta, en las mismas trampas de las redes que tejían, mejor dicho, que ideaban. Brentano siguiendo a San Agustín y Hegel, se hundió demasiado en la fenomenología, hasta perderse en un psiquismo vacío y trasnochado, hasta quedar en nada. Althusser, ahondó más, pero terció el rumbo hacia la hermenéutica, sin percatarse que la axiología del fenómeno o del cuestionamiento sobre el lenguaje, tiene, por encima o por debajo de todas las cosas, un profundo calado social, donde sólo una ínfima cantidad pasa a formar parte del texto o de los libros. Tampoco se quedó atrás Ludwig Wittgenstein, uno de los inspiradores del famoso Círculo de Viena, con El Tractatus Lógico-Fhilosophicus, donde las frecuencias numéricas o axiomas cuánticos, lo convirtió más allá de un ensayo sobre el lenguaje, en una especie de manual de lógica hermenéutica.
Hablar de poesía o hacer crítica de ella es una tarea arduo difícil y, además, complicada. Por la sencilla razón que no estamos juzgando o cuestionando palabras o un discurso determinado, sino imágenes que, en ocasiones, están volando en los espacios o capacidad asociativa del lector.
El poeta nos manda un aviso, nos indica una señal de algo que es, o nos sugiere que sea, pero es el lector o el receptor, el encargado de decodificar o descifrar el mensaje.
El poeta es y será el gran anunciador. Él trasmite sus impresiones y emociones personales; las adorna con la sabia de su mente y la exporta o transporta a través de redes y canales hasta que el receptor las asume como suyas, si no les merecen el rechazo.
Para entrar al registro de una voz que se convierte en poesía necesitamos tener conocimiento de la poesía, de la voz o los timbres que esta tiene y, como es natural, saber el tiempo y el espacio donde se mueve el poeta. Quede claro que no estoy hablando de versos, sino de poesía, ese cuerpo indócil que se corona o que termina siendo libro.
El panorama “literario” español de hoy está plagado de hacedores de versos. Poetas hay pocos; muy pocos. Algunos piensan que escribir poesía, o que lo de ser poeta es una broma. No se percatan que en realidad entre los oficios dentro del arte y por qué no, dentro de la vida, el de poeta es uno de los más difíciles. Porque no todo el mundo puede ser profeta y el poeta, en mayor o menor medida lo es.
Miles de libros salen todos los años al mercado. Eso no estaría mal si en realidad fueran libros. Pero tener la forma de un libro, encuadernado o maquetado, no es suficiente para que se le considere como tal, es decir, un cuerpo de escritura o un ser que perdura en el tiempo, hecho de pensamientos y letras. Por eso se hace tan difícil escribir sobre un libro y, sobre todo, si es el primer libro de un autor y, si además, ese autor es un poeta ya podemos imaginar todo el riesgo y sacrificio que tiene la tarea.
Naturalmente, voy a hablar de un libro, un libro de poesía, de una poeta joven por demás y que está enraizada en el panorama literario español actual.
Quizás no sea todo lo justo que quisiera con esta autora y su libro. Pero deseo de todo corazón es que las equivocaciones sólo caigan sobre mis pocas luces, para vislumbrar toda la grandeza que a lo mejor otros pueden descubrir en estas páginas y en los poemas que encierran, de los que me enamoré y quise hacerlos míos en una tercera lectura, porque en la primera me supieron a poco.
La razón era clara, creo estaba exigiendo demasiado y haciendo comparaciones con algunos textos sueltos que le había escuchado a la autora y que también he encontrado dispersos por el libro, Ven ¿Eh? No. Desde luego, el título no me convence, porque el contenido interno supera las expectativas de un título hasta cierto punto frío, o un tanto como de juego, para un primer libro de poesía.
Jara Bedmar Pecellín comienza apostando por un lenguaje coloquial sencillo y sugerente.
Estiro el brazo izquierdo.
Extiendo la mano,
La abandono;
La dejo palma abajo
Mirando el suelo
Que pisan mis pies.
La acción o el gesto de tender el brazo y poner la mano palma abajo, no está negando la firmeza del sujeto que en son de paz inaugura un nuevo modo de contemplar las cosas, y ese modo no se hace en claves masónicas o evocación mística sufí, colocando la mano derecha sobre la izquierda, sino al revés. Todo un logro intencional de la sinestesia, o de la deixis, diría Roman Jakobson.
En el poema Sombras, podemos descubrir otras de las tantas excelentes reflexiones e imágenes poéticas, diría yo, sobresalientes, que aparecen en este breve libro de Jara Bedmar.
Quedemos,
En alguna parte,
Pero no permanezcamos para siempre.
La idea del encuentro para esta poeta es algo esencial, por eso no elige un sitio o lugar determinado. Puede ser en cualquier parte, siempre y cuando ese encuentro, no sea para siempre. Sabe que lo cotidiano crea el cansancio y el tedio; que la fijeza de las cosas impiden su evolución y ella prefiere el movimiento: el cambio.
No pretendo ni quiero glosar todo el libro de Jara Bedmar, cuestión ésta que tiene bien merecida, pero eso será en una crítica posterior en la que estoy trabajando con varios poetas españoles jóvenes o ya no tan jóvenes, porque algunos ya cumplen o sobrepasan los 30 años.
Lo que sí quiero sugerirles a los lectores y poetas que lean este libro, VEN ¿EH? NO, que no se dejen arrastrar por la pasión y analicen las nuevas claves que nos propone esta jovencísima poeta, que poco a poco va aproximando su voz hacia nosotros.
Como ha de colegirse, la poesía española necesita de voces nuevas que expresen el sentido y nos muestren una visión fresca y limpia de la España actual, alejada de la sensiblería irrisoria de la rima, de la declamación chabacana y la fraseología prosaica y simplista de la mal llamada Poesía de la Experiencia.
Jara nos propone lo nuevo, nos da pautas para que le sigamos los pasos en el tiempo; insertando, como en una especie de latido, los instantes que vive; los que quiere y los que no quiere.
Inacabados los versos
Abandono la súplica de mi instinto
Y voy muriendo como una rosa
En un desierto: lenta, segura.
……………………………………………..
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Escribo para morir mejor. Ya nada me detiene.
Esperamos que así sea, que nadie ni nada detenga a Jara Bedmar en su quehacer poético, incluso ni los malintencionados que nunca faltan y que en vez de observar insidian. Por que ellos incapaces de descubrir el misterio de la palabra, para zaherir, lanzan sus rebuznos en son de guerra, mientras Jara construye y sueña en versos.
Dr. Ogsmande Lescayllers.
Madrid. 27.01.09.
Madrid. 27.01.09.
1 comentario:
... ¿qué hacer cuando la palabra ¡¡¡gracias!!!! se queda corta? Buscar otra/s, inventarla/s si hace falta.
Así pues: Silberia te da las "cielos y estrellas para todo tu universo".
Silberia
Pd: con tu permiso, la cuelgo también en mi blog y pongo un enlace directo al tuyo.
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