martes, 10 de febrero de 2009

COMENTARIO CRÍTICO SOBRE LA VIDA Y LA OBRA DEL POETA COLOMBIANO JOSÉ ASUNCIÓN SILVA.


MIRANDO A JOSÉ ASUNCIÓN SILVA.

Abordar la vida de un hombre, de un poeta como José Asunción Silva, es arduamente complicado. Primero, por el perfil psicológico del personaje. Segundo, por el entorno social donde vivió. Tercero, la época. Y cuarto, las circunstancias en la que se vio envuelto. De cada uno de estos aspectos tomaremos algunos elementos para intentar conformar el perfil de este hombre y, naturalmente, de este poeta, cuya obra, a pesar del tiempo transcurrido, todavía hoy sigue sorprendiéndonos y entusiasmándonos, como si en cada una de sus líneas hubiera una invitación implícita, que nos convida a volver una y otra vez sobre sus huellas.


Una noche,Una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas,Una noche,En que ardían en la sombra nupcial y húmeda las luciérnagas fantásticas,A mi lado, lentamente, contra mí ceñida toda,Muda y pálidaComo si un presentimiento de amarguras infinitas,Hasta el más secreto fondo de tus fibras te agitara,Por la senda florecida que atraviesa la llanuraCaminabas,Y la luna llenaPor los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,Y tu sombraFina y lánguida,Y mi sombraPor los rayos de la luna proyectadaSobre las arenas tristesDe la senda se juntabanY eran unaY eran una¡Y eran una sola sombra larga!¡Y eran una sola sombra larga!¡Y eran una sola sombra larga...!

No es su obra un dechado de perfección, como no lo es la de nadie. El hecho mismo que nos identifica como seres humanos, nos marca los límites a los que todo mortal está sujeto. Pero es bueno señalar que en torno a esos batientes, se mueven las sustancias del distanciamiento y las aproximaciones, donde la sensibilidad y el gusto forman un hábeas de menor o mayor calado en la comunidad de intereses.

Nace José Asunción Silva en 1865, muere en 1896. Su vida es breve, como un relámpago, pero su eco, que aún perdura en el tiempo, llega en ese período del nuevo despertar de los pueblos de América.

Procede de una familia acomodada perteneciente a la naciente burguesía criolla, que con el tiempo conformaría el perfil pequeño burgués de los nativos del continente mestizo, que produjo el cruzamiento de europeos, africanos, árabes, judíos y chinos, que es lo que da naturaleza a la parte sur del territorio, que José Martí, llamara cariñosamente, Nuestra América.

América, recién salía de las garras y ataduras del colonialismo. La impronta de Simón Bolívar, Juárez, Morelos, Hidalgo, San Martín, Sucres, Córdobas y toda una legión de generales y caudillos criollos, aún se respira en los campos y ciudades de los países de esa región del mundo.

Los vientos de rebeldías e insurrección necesitaban ser aquietados por la lira romántica, primero, y luego, la modernista, para integrarse, por derecho propio, en el ámbito internacional, alejados de los pesares de las guerras y escaramuzas, que casi desde el instante mismo de la conquista, se fueron sucediendo, intermitentemente en esos territorios.

Asunción Silva, tenía un alma romántica. En su poesía está presente ese aliento que escapa de su fuero interno. Su ego hacía honor a la expresión becqueriana de quien había dicho: ¿“Quién que es, no es romántico? O iba más allá, para aposentarse con aires nuevos, junto al nicaragüense Rubén Darío. Y haciendo uso de esa misma intención, que no es otra cosa que la expresión de los primeros balbuceos al despertar del ser, remarcaba con esta frase que aún se sigue usando como estandarte, frente a lo inservible y añoso: “Juventud, divino tesoro...”. Asunción sigue las huellas del maestro, lo asimila y hace su propio huerto, donde planta semillas de otras plantas, las que, con el tiempo, darán el fruto imperecedero de su obra.

Modernita tardío, pero no por ello menos valioso, supo embridar el verso con gran elegancia y llenarlo en profundidad, con los mejores ecos de la hora, por lo cual ha trascendido a otros poetas como él. Ellos querían poner voz nueva a la América nueva, que despertaba del letargo al que el colonialismo feroz la había amancebado, entre cortinas de humo y silencio.

Sus viajes al viejo continente, más que aportarles, les mostraron los modos que en esta y aquella orilla iban resurgiendo y producción las nuevas sociedades.

Asunción Silva, estaba dotado de una extraordinaria capacidad para captar los elementos armónicos del medio y la naturaleza.

Tenía un excelente dominio del lenguaje, hecho este que le permitía expresar, con naturalidad y soltura, los vaivenes de los sentidos, a tiempo que evolucionaba hacia una realidad de profundo calado humano, que es donde el Modernismo atesoró su verdadera esencia.

Los claroscuros de su obra no tienen haz de sombras, sino espectros de luz.

Sus fracasos y decepciones en el terreno económico, les robaron el brío poético y artístico que eran su natural, hasta convertirlo en objeto de su propia desintegración. Su autodestrucción parte de la incapacidad de no poder soportar la carga que se le avenía encima, frente a sus congéneres y a su propio yo. Olvidó que la vida es un complejo juego de abalorios, donde unos ganan y otros pierden y, donde a veces, perder tiene su trascendencia, si sabes mover y combinar con tiento las barajas.

Sus nocturnos archifamosos, le dieron carta de ciudadanía y no podía ser de otro modo, porque en ellos hay sustancia de novedad e inspiración divina, ecos y luces de un mundo que renace.



El proyecto de la recopilación de su poesía, es una muestra, más que fehaciente, de que el poeta colombiano, José Asunción Silva, aún está latiendo en nuestras almas, más allá del tiempo y la distancia que nos separan de su impecable magisterio.



Ogsmande Lescayllers.












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