LA BANCADA FURIOSA.
El día de los muertos,
Los creyentes van al cementerio.
Van a ver a sus muertos,
A reunirse con ellos,
Esos que dejaron un día en un hospicio,
O en una residencia al cuidado de otros,
Que perciben un sueldo miserable.
Los creyentes van al cementerio.
Van a ver a sus muertos,
A reunirse con ellos,
Esos que dejaron un día en un hospicio,
O en una residencia al cuidado de otros,
Que perciben un sueldo miserable.
De ese modo se teje el rol del hombre;
De las buenas familias fiel a la religión,
Y a los preceptos de la iglesia católica,
Que orada cada día la dignidad humana.
Ellos, naturalmente, no están en la bancada,
No forman partes de la juerga,
Ni arbitran, ni gobiernan los nuevos moldes,
Que se erigen en forma de dictámenes,
Como garantes del orden y la paz.
Todo insumo es un trozo de metal,
De duda y sombra.
A la derecha, ruge el populacho,
A la izquierda,
Y en torno al podium,
Ladran los mercachifles,
Animando las voces del concierto.
En el estrado,
Unos dicen que sí y otros que no.
Van y vienen comiéndose la piel,
Intentan sostenerse,
Para que el pueblo entienda sus “verdades”.
El pueblo sabe más de lo que piensan ellos.
Pero en sus fantasías, confirman sus creencias,
Sus ganas y sus modos,
Para que no los echen a la hora de las urnas.
Y salen a mirarse, o a observar la balanza;
A leer el dictamen de los diarios,
Esos que testifican:
Si este es el mejor y este otro el peor,
Para seguir viviendo del sobresalto ajeno.
La bancada está llena de impostores.
No saben si reír o si llorar,
O si abstenerse,
La hora de pulsar el botón cuantitativo,
Cuando alguna locura se convierte en ley.
Pero ahí están los legos, los feriantes,
Los elegidos para representarnos,
Como si el hombre fuera tan inútil,
Que alguien tenga que decidir por él.
Esos es el parlamento:
Palabra que viene de palabra;
Pero no se oye nada,
Porque todos se insultan al unísono.
Y los deseos del pueblo se quedan en la calle;
Y como bien sabemos,
La calle es de todos
Y a la vez no es de nadie.
La bancada derecha es un nido de víboras.
Para hacer más creíble su misión,
Nadie guarda silencio.
Pero entre la bancada
Hay perros de todos los tamaños,
Buitres evanescentes
Que se evaporaran en medio del debate.
Arriba, en el estrado,
Hay un escudo real,
Una espada, una cruz,
Una bandera en rojo y amarillo,
Que representa al sol,
La sangre y sus misterios,
Pero que no nos habla de la esencia del hombre,
Que es lo importa en estos tiempos reales;
Cuando decir nación, o autonomía,
Tiene más importancia que denunciar la muerte
De cien mil iraquíes que han sido masacrados
Por los mercenarios del pentágonos.
La bancada derecha no quiere ni enterarse
De lo que están diciendo los demás.
Ella se oye a si misma y eso basta.
Tiene al vaticano de su parte;
A las grandes empresas,
A los diarios retrógradas,
Y a los defensores de la constitución;
A esos, que en su día, se negaron,
Poner con letras claras
Los derechos del pueblo.
Ese pueblo,
Al que hoy dicen pertenecer y defender,
Como es natural, a su manera.
Y el pueblo, alborotado,
Sumido en el miedo y la ignorancia,
Aplaude entusiasmado,
Una enmienda de mínimos,
Que algún día, si dios quiere, irá a las Cortes.
Y de las Cortes, de nuevo a la bancada,
Para que todos firmen y Confirmen,
El texto general del Statut.
Ese dragón que asusta a nativos y extraños,
Según las tesis de los opositores.
Nadie debe permanecer al margen,
A fuera, ni en el centro;
Hay que estar a la izquierda;
A la derecha,
O desaparecer del hemiciclo.
Hay que escuchar al dogo,
O al señor presidente,
Por algo ellos son los que gobiernan:
Los que mandan y ordenan,
Y los demás, son anacoretas,
Que lanzan voces,
Para que los elegidos los corrijan.
¿Cómo es posible hablar de democracia,
De libertad, concilio, orden y tolerancia,
Cuando de un lado y otro de la bancada,
Todos rebuznan, vociferan,
Defendiendo una tesis que no existe?
A esa conjunción de estruendos y ladridos,
¿Es a lo que llaman parlamento?
Porque ahí nadie parla ni platica,
Y lo peor de todo, nadie escucha…
Ya sé que no es posible,
Porque yo soy el pueblo.
Pero me gustaría sentarme en la bancada,
En la última fila,
Naturalmente,
En la fila del centro,
Donde todavía, se nota un poco de paciencia,
Y las ideas fluyen con deseos de cumplir,
El sagrado mandato
Que les ha otorgado el pueblo soberano.
Texto de Ogsmande Lescayllers.
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