PARA VIVIR EN PAZ.
Ogsmande Lescayllers.
Escritor e xornalista.
Si queremos hacer, o vivir en una mundo mejor, tenemos que empezar por ser mejores personas. ¿Recordáis aquella frase de Jesús de Nazaret, en la que demandaba que, “el que esté limpio de culpa lance la primera piedra? Ese debiera ser el primer postulado ético de cada hombre. Antes de hablar, opinar, juzgar o criticar debiéramos revisar nuestros archivos mentales y luego, muy luego, después de hacernos un profundo examen de conciencia, entonces y no antes, debiéramos emitir juicio alguno contra nada ni nadie.
Las críticas y las autocríticas, si tienen un fin pedagógico para la sociedad o para el individuo, han de hacerse, si proceden, con sensatez y cordura, siempre dejando en claro que el objeto de la misma no es herir, sino sanar o hacer despertar a quien o a quienes, dormidos en el subsuelo de su conciencia, necesita o necesitan que les inviten a reflexionar, sobre un asunto o situación determinada que afecta, personalmente a/o la colectividad.
Nadie tiene el derecho sobre la tierra, de convertirse en dios o en juez en particular, sobre los individuos o la sociedad, defenestrando todo lo que se le cruza por delante. Todo hombre tiene la obligación de respetar al otro, de medir sus palabras y sus actos antes de proceder o emitir un juicio de valor.
La cobardía y los miedos, son unos de los peores enemigos del hombre. Cuando se le teme a los demás y asimismo, es porque se está en posesión de una dosis muy alta de cobardía. El que teme perder lo que tiene o lo que aspira alcanzar, suele convertirse en un ser peligroso, sin el más mínimo escrúpulo y, por eso ataca inmisericordemente, todo lo que se le pare delante o se le cruce en su camino.
La justicia, la educación, el Estado, las instituciones a todos los niveles y el individuo, por más solitario que este sea, tienen su rol dentro de la comunidad. A partir del individuo, desde la base, hasta la cima de la pirámide que forma la sociedad, debe erigirse la escala de valores, porque independientemente que formemos parte de un colectivo y que como tal actuemos, no podemos perder de vista que, ante todo, somos individuo, es decir persona; eso y sólo eso que ya es bastante.
Las personas que se juntan u organizan en grupos, sociedades, sectas, partidos u otro tipo de colectividades: económicas, religiosas, política o social, como están sujetas a unas normas o requerimientos a los que responden o han de responder como conjunto, tienen una doble responsabilidad en el entramado social, por eso, quien o quienes estén en esta situación deben ser aún más cautelosos o precavidos a la hora de emitir un juicio, porque ya no sólo hablan en nombre de su persona, sino en el suya y el colectivo que representa o que le representa.
Acusar sin pruebas, es aún más ofensivo que cuando teniéndolas se ponen las cartas sobre la mesa, porque la prueba es lo que le permite a la ley actuar libremente sin prejuicio. La justicia debe castigar severamente a quien o quienes llenen sus bocas de cizañas o difamaciones contra otros. “Criticar no es morder”, pero difamar es eso y mucho más.
Hoy, quienes se llevan el palmaré de la extorsión y la difamación son los políticos; por tal de alcanzar algún escalón son capaces de todo, absolutamente de todo. Mienten, falsifican, malversan, manipulan, extorsionan, comente cohecho, prevarican y luego se quedan tan panchos, como si la sociedad no sintiera el tufo maloliente de sus mentes putrefactas.
“Las semillas que se machacan no sirven para sembrar”. Decía Oskar Kokoschka. De ese mismo modo, los políticos corruptos, instigadores, inmorales y sin ética, tampoco sirven para gobernar.
El buen gobierno corresponde a la lógica y responde a la razón, quien o quienes actúan supinamente movidos por sus miedos y sus intereses personales, evocando permanentemente la patria, al ciudadano y todas esas migas humanas, ha de ser inmediatamente puesto en manos de los psiquiatra, por que del temor a la locura no hay más que un paso.
Cuando se abren los periódicos o cuando escuchamos los telediarios no hacemos más que oír barbaridades emitidas por los políticos. Se dicen y se acusan de todo y luego no ocurre nada. Lo único que logran con eso, más allá de mostrar la ignorancia en la que viven, es crispar al ciudadano que lo único que desea es que esas personas a las eligió, sean buenos gestores. Pero no, los países se hunden, las sociedades se desintegran por sus culpas y ellos miran desde la cima o desde la otra orilla, como diciendo, “allá ustedes, sálvese quien pueda…” eso está ocurriendo hoy en el mundo, pero los ciudadanos agobiados, por los calores, las deudas, la escasez, las enfermedades, la Crisis Económica Internacional y el Cambio Climático, están como tullidos y amordazados sin apenas poder moverse.
Ya nadie se preocupa, y, sobre todo, los políticos, si están o no libres de culpas. Creen que el primero que lanza la piedra es quien tiene la razón o, al menos, que será quien saldrá mejor parado cuando se produzca la quema de la historia.
Ogsmande Lescayllers.
Escritor e xornalista.
Si queremos hacer, o vivir en una mundo mejor, tenemos que empezar por ser mejores personas. ¿Recordáis aquella frase de Jesús de Nazaret, en la que demandaba que, “el que esté limpio de culpa lance la primera piedra? Ese debiera ser el primer postulado ético de cada hombre. Antes de hablar, opinar, juzgar o criticar debiéramos revisar nuestros archivos mentales y luego, muy luego, después de hacernos un profundo examen de conciencia, entonces y no antes, debiéramos emitir juicio alguno contra nada ni nadie.
Las críticas y las autocríticas, si tienen un fin pedagógico para la sociedad o para el individuo, han de hacerse, si proceden, con sensatez y cordura, siempre dejando en claro que el objeto de la misma no es herir, sino sanar o hacer despertar a quien o a quienes, dormidos en el subsuelo de su conciencia, necesita o necesitan que les inviten a reflexionar, sobre un asunto o situación determinada que afecta, personalmente a/o la colectividad.
Nadie tiene el derecho sobre la tierra, de convertirse en dios o en juez en particular, sobre los individuos o la sociedad, defenestrando todo lo que se le cruza por delante. Todo hombre tiene la obligación de respetar al otro, de medir sus palabras y sus actos antes de proceder o emitir un juicio de valor.
La cobardía y los miedos, son unos de los peores enemigos del hombre. Cuando se le teme a los demás y asimismo, es porque se está en posesión de una dosis muy alta de cobardía. El que teme perder lo que tiene o lo que aspira alcanzar, suele convertirse en un ser peligroso, sin el más mínimo escrúpulo y, por eso ataca inmisericordemente, todo lo que se le pare delante o se le cruce en su camino.
La justicia, la educación, el Estado, las instituciones a todos los niveles y el individuo, por más solitario que este sea, tienen su rol dentro de la comunidad. A partir del individuo, desde la base, hasta la cima de la pirámide que forma la sociedad, debe erigirse la escala de valores, porque independientemente que formemos parte de un colectivo y que como tal actuemos, no podemos perder de vista que, ante todo, somos individuo, es decir persona; eso y sólo eso que ya es bastante.
Las personas que se juntan u organizan en grupos, sociedades, sectas, partidos u otro tipo de colectividades: económicas, religiosas, política o social, como están sujetas a unas normas o requerimientos a los que responden o han de responder como conjunto, tienen una doble responsabilidad en el entramado social, por eso, quien o quienes estén en esta situación deben ser aún más cautelosos o precavidos a la hora de emitir un juicio, porque ya no sólo hablan en nombre de su persona, sino en el suya y el colectivo que representa o que le representa.
Acusar sin pruebas, es aún más ofensivo que cuando teniéndolas se ponen las cartas sobre la mesa, porque la prueba es lo que le permite a la ley actuar libremente sin prejuicio. La justicia debe castigar severamente a quien o quienes llenen sus bocas de cizañas o difamaciones contra otros. “Criticar no es morder”, pero difamar es eso y mucho más.
Hoy, quienes se llevan el palmaré de la extorsión y la difamación son los políticos; por tal de alcanzar algún escalón son capaces de todo, absolutamente de todo. Mienten, falsifican, malversan, manipulan, extorsionan, comente cohecho, prevarican y luego se quedan tan panchos, como si la sociedad no sintiera el tufo maloliente de sus mentes putrefactas.
“Las semillas que se machacan no sirven para sembrar”. Decía Oskar Kokoschka. De ese mismo modo, los políticos corruptos, instigadores, inmorales y sin ética, tampoco sirven para gobernar.
El buen gobierno corresponde a la lógica y responde a la razón, quien o quienes actúan supinamente movidos por sus miedos y sus intereses personales, evocando permanentemente la patria, al ciudadano y todas esas migas humanas, ha de ser inmediatamente puesto en manos de los psiquiatra, por que del temor a la locura no hay más que un paso.
Cuando se abren los periódicos o cuando escuchamos los telediarios no hacemos más que oír barbaridades emitidas por los políticos. Se dicen y se acusan de todo y luego no ocurre nada. Lo único que logran con eso, más allá de mostrar la ignorancia en la que viven, es crispar al ciudadano que lo único que desea es que esas personas a las eligió, sean buenos gestores. Pero no, los países se hunden, las sociedades se desintegran por sus culpas y ellos miran desde la cima o desde la otra orilla, como diciendo, “allá ustedes, sálvese quien pueda…” eso está ocurriendo hoy en el mundo, pero los ciudadanos agobiados, por los calores, las deudas, la escasez, las enfermedades, la Crisis Económica Internacional y el Cambio Climático, están como tullidos y amordazados sin apenas poder moverse.
Ya nadie se preocupa, y, sobre todo, los políticos, si están o no libres de culpas. Creen que el primero que lanza la piedra es quien tiene la razón o, al menos, que será quien saldrá mejor parado cuando se produzca la quema de la historia.
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