martes, 22 de enero de 2013



EL COMPROMISO EN LA IDEA.

Por. Ogsmande Lescayllers.

Concuerdo con Ivis Michaud que el arte de hoy está en “estado gaseoso”. El arte flota. Va por los aires, no como las figuras de Chagall que iban rítmicamente al compás del sentido surrealista del artista. Hoy se flota en la decepción y la incomprensión de muchos que, considerándose creadores, no son más que malos ornamentadores de los espacios y el sentido de una realidad que cada día se nos hace más huidiza, casi imposible de aprehender o delinear con sus variables mercantilistas, enfoques cósmicos y visiones estéticas desenfocadas.

Para el intelectual lo importante es aportar o trasmitir a la sociedad los fueros de su obra. Contribuir al desarrollo del pensamiento y las ideas. Formular o reformular el sistema de cosas mediante los cuales, el mundo puede progresar y superarse en la esperanza de alcanzar una vida mejor.

El intelectual debe aportar a la sociedad ideas y conocimiento, además, debe combatir, fuera de cualquier comportamiento o conducta partidista todo lo negativo y grosero que no aporte valores a la comunidad en la que vive. El intelectual tiene que ser un espejo modélico, un excelente y responsable animador cultural; promocionando y promocionándose en su quehacer, para ser sentido y respetado por sus congéneres.

Lo creado o recreado, artísticamente hablando, siempre tiene como destinatario al pueblo, y es él quien lo convierte en expresión colectiva o lo sepulta en el olvido.

Hoy está de moda criticar. Según se dice, se hace necesario romper esquemas. Desacralizar, desmitificar y decodificar un mundo que se niega a ser visto ante los ojos de los que, desde la administración central, las instituciones y los estamentos del poder, dada su inoperancia, no se preocupan o les importa nada el incuestionable valor que tiene la cultura en general y el arte en particular.

Por lo general, la crítica o las críticas no van dirigidas, como es lógico que se haga, sobre la obra creada o el creador en cuestión, sino contra el estado de cosas que son permitidas o no permitidas por los mecanismos de represión del Estado. El favoritismo hacia algunos creadores, la incapacidad de los funcionarios encargados de promover y facilitar las vías y mecanismos para que el artista pueda crear en libertad, libre de toda atadura, alejado del cuestionamiento partidista y las exigencias de los que algunos consideran, debe ser un arte políticamente correcto.

En una sociedad plural y culta como es, o pretende ser la nuestra, ha de entenderse que el arte también debe expresar ese sentido de pluralidad. Las obras, necesariamente, son la expresión de ese sentido polisémico que en todas las esferas de la vida tienen las cosas. Esto es, la rica gama de matices que han de pervivir y percibirse por encima del conjunto de cuestiones que, obligatoriamente, tienen que abordarse o ser abordadas en el país.

Se habla de miedo a expresarse en libertad, cosa que hasta cierto punto me parece un sin sentido, o paranoia por parte de los que así se expresan, pues, el creador, el intelectual, o el artista, en definitiva, si lo es, debe abandonar sus miedos, reales o ficticios, en pos de su obra creadora. No se puede ser padre si luego vamos a vivir en el temor de haber engendrado, o temerosos por lo engendrado.

No existiría una sociología del arte, en sus más diversas variantes, si no existiera una cultura artística bien fundamentada en un espectro y otro de la sociedad.

No veo descabellado, que en nuestro país se empiece a hablar de una cultura de lo marginal, independientemente que aquí no exista una sociedad marginada. Pues, si atendemos y nos atenemos al reclamo que hacen en su mayoría los intelectuales y artistas y otros entes de la sociedad en la que vivimos, sería bueno poner atención a esas exigencias, ya sean ciertas o  infundadas. Sabido es que cuando el río suena, no nos engañemos, es porque trae piedras. Estoy convencido que más vale un diagnóstico a tiempo que después intentar parchear con soluciones draconianas un asunto que puede ser dilucidado y solucionado a tiempo con el análisis sincero y el diálogo abierto entre hermanos.

Los que intentan acallar al artista y sepultar sus obras actúan de manera irresponsable ante el dictado de la ley, que pide y requiere protección, orden y respecto para aquellos que aportan su saber y conocimiento en beneficio de la sociedad, y lo que necesariamente debe ser garantía se convierte, a la vista y el sentir de los censores en prejuicio.

El patrimonio nacional también se defiende desde la diferencia, porque, de lo que se trata es que, desde la diversidad podamos alcanzar un más claro objetivo de la pluralidad, lejos de las amenazas y los miedos que pudieran coexistir: por ignorancia, desconfianza o sospechas reales e infundadas.

No es prudente, bajo ningún concepto, mandar a callar al que habla o expone sus ideas, acertadas o desacertadas. Expresarse es un derecho del ciudadano, de la misma manera que le es afín el derecho a la educación y la libertad al hombre.

Somos una sociedad moderna y civilizada, profundamente laica, donde no deben existir ataduras de ningún tipo, pues, el hecho mismo de ser lo que somos, nos está normando para la vida civilizada y sin prejuicios. Quien no lo entienda así y actúe contra uno de sus hermanos sencillamente se está contravencionando las leyes que nos han legado nuestros derechos legales y naturales.

La defensa de lo nuestro no está en prohibir aquello que es bueno o malo, desde un punto de vista particular, ni en decir y decidir para poner en tela de juicio lo que me gusta o no, pues, la crítica no radica en eso y, mucho menos, permitir que la razón se convierta en el imperio de unos pocos que a lo mejor son ellos los equivocados.

Dese y sírvase lo que se tenga, porque a veces es preferible el riesgo a equivocarnos, que pensar que todo está bien y que es por ahí, por donde se ha de ir sin tener una definición clara y exacta de las cosas que se llevan y se traen por este mundo.

Naturalmente, no confundamos arte con cultura. La cultura es el hecho general que refleja de una manera u otra, el rastro que el hombre ha ido dejando sobre la tierra a lo largo de los tiempos. El arte, necesariamente, tiene que responder a valores estéticos. Pretender otra cosa es quitarle o despojarlo de su función esencial, que es: emocionar, ser útil y bello, divertir, impresionar, servir, hacer sentir y, a su vez, sentirlo como creador, en la necesidad imperiosa de crearlo.

El creador o el intelectual sólo es libre, en la medida que sean capaz de formular ideas, que surjan libres y fértiles desde el vientre de la imaginación creadora, fuera de todo compromiso que no sea con los suyos o el suyo mismo. Pues, la acción de la libertad se ejerce en el compromiso de uno con sus ideas, su obra y el público lector, oyente u observador. Lo que hagan o aspiren las instituciones  sólo es parte del compromiso que estas contraen con aquellos a los que les sirven desde los estamentos de poder.

Ciertamente, el arte puede ser politizado, pero este no es político. La política tiene su propia esencia y fundamento dentro del campo general de la cultura.

El arte, desde su génesis, ya tiene su propio compromiso consigo mismo. En tanto idea generada o generadora de ideología, en su estructura semántica y semiológica siempre tendrá un espacio abierto a la contigüidad o ambigüedad hermenéutica, sobre el necesario tejido de la polisemia.

Mezclar arte y política, por lo general, puede ser pernicioso, tanto para la obra como para el artista. No es una mezcla agradable, sino un coctel repugnante no acto para pensamientos abiertos y mentes lúcidas. Pero tampoco es bueno, para aquellas mentes estrechas, donde las cosas no discurren, pues, allí todo se estanca sin evolución posible. En mentes así, los dardos pueden convertirse en columnas o en muros que imposibilitan la libre vía del tránsito.

El intelectual debe estar por encima de los servilismos políticos e institucionales. Se ha de crear, pensando en la manera de cómo la obra ha de servir a todos; porque el primero y principal objetivo de la cultura es servir, ser útil, mostrar los modos y modas de cómo viven los pueblos, ajenos al maniqueo de la política y las instituciones de las que se sirven estos estamentos para imponerles, en vez de proponerles,  sus gustos a la sociedad a la que se pertenece.

El intelectual aporta valores culturales y artísticos, en tanto que su producción creada y creadora sirve de guía y horizonte a las presentes y futuras generaciones, sin distinción de clases, ideologías o credos.

Sin una definición clara y ajustada sobre lo que se quiere, ningún artista o intelectual puede diseñar y definir el sentido de su obra. Las instituciones pueden ser la base expositora de lo que el intelectual o el artista logra con sus obras, pero que nadie espere que ellas sean el sustento de nada de eso, porque de serlo, el creador, inevitablemente, tendría que someterse a la tiranía o a la esclavitud del que le aporta los medios.

En arte, las cosas han de hacerse sin que me digan cómo hacerlas, porque de lo contrario, no actuaré en libertad. La creación artística no puede ni debe ser planificada. Cada obra nace cuando tiene que hacerlo; surge de lo inesperado o de eso que algunos llaman inspiración creadora. Lógicamente, el trabajo y la constancia son sus verdaderos artífices.

No se puede escribir un Don Quijote por encargo, por más caballero andante que te creas. Y mucho menos, obligar al pueblo que lo acepte como suyo, por más poderoso que sea el reino.

Ningún artista tiene conciencia crítica de lo que hace. Pues, por más sabio que sea y, si de hecho, en verdad lo es, se percatará, inmediatamente, que sus creaciones no tienen por qué responder al gusto o interés de la generalidad. Cuando andamos por caminos desconocidos o conocidos solamente por nosotros, podemos llegar donde queramos, pero eso no quiere decir que el rumbo que hayamos elegido sea el mejor y del gusto de todos, hasta tanto no se ha confrontado con nuestros destinatarios: el pueblo; lector, espectador u oyentes. Es decir, el receptor a quien va dirigida nuestra acción creadora.

Cada artista debe tener o buscar el modo de diseñar su obra. Cada intelectual debe crear conforme a su cultura el diseño de su acción creadora con vista a deslindar las fronteras entre el texto y el panfleto, evitando con ello, que la propaganda y la publicidad de esas acciones no se conviertan en simples instrumentos de la moda, o reacciones de paso.

Toda obra verdadera tiene, necesariamente, que pasar por el tamiz crítico de la exposición, recepción y el análisis. El intertexto ciertamente abre campos, pero pocas veces aporta valores de peso con respecto a la autenticidad de una obra determinada. 

La búsqueda y creación de lo auténticamente original y propio, ha de ser el reto de todo intelectual, artista o creador de un arte y una cultura genuinamente personal.

El intelectual o artista verdadero es el que vive para su arte, no de su arte, que de hecho, tampoco estaría mal si fuese capaz de lograrlo libre de toda atadura o compromiso.

El miedo no ha de ser, bajo ningún concepto, a la adquisición de riqueza por las vías y medios naturales acorde con las leyes y el esfuerzo particular o colectivo. No nos engañemos, el temor se le ha de tener a la pobreza, tanto de los recursos como de la mente. El capital bien gestionado y organizadamente compartido es la base del desarrollo. La pobreza, por muy bien intencionado que estemos, no nos deja espacio para gozar de la felicidad, la alegría y el bienestar a los que aspira cada hombre y toda sociedad que se respete y quiera salir por y con sus medios, de la profunda laguna del subdesarrollo.

Quienes persiguen la cultura o a los creadores por expresarse en libertad, diciendo lo que sienten, piensan y padecen, son enemigos de la sociedad y contravienen el derecho que “todo hombre tiene de pensar y hablar sin hipocresía”. Y, sobre todo, cuando se salta a la torera el postulado que “crear es la palabra de orden”. Como nos enseñara nuestro José Martí.

Cuando más profunda y diversa es la cultura y el arte de una nación, más rico y fuerte es su pueblo.
Intentar detener la acción creadora del hombre es detener el curso de la naturaleza que es, en definitiva, la que nos pauta los sentidos y, la que a su vez, nos abre los escenarios donde crecer.

La sociedad con sus políticos, intelectuales, artistas, filósofos, educadores, economistas, científicos y, en fin, todos sus hijos, ya sean actores activos o pasivos, ha de ser, para alcanzar su objetivo final, que es el triunfo pleno de la igualdad, una unidad monolítica, donde nada ni nadie esté o se sienta marginado, discriminado ni excluido. Porque, en el fondo y como nos enseñara José Martí: “La patria no es de nadie: y si es de alguien, será, y esto sólo en espíritu, de quien la serva con mayor desprendimiento e inteligencia”.  A la hora de contar y aportar todos somos necesarios y, si no lo fuéramos, tendremos que buscar y crear la necesidad de sellar con acciones genuinas y útiles, las estructuras abiertas.







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