sábado, 3 de abril de 2010

Poema tomado del libro de Ogsmande Lescayllers, El ritmo del silencio. foto: Catle-romeo

MAREA ATÓMICA.

Todos quieren ser fuertes;
todos quieren.
Descuelgan las marañas de este mundo.
Hacen de un parpadeo la vida eterna.
Llegan y te convierten en objeto,
sujeto a ellos y a sus pretensiones.

Alarmas por las armas
van de muerte.
Alarmas por un paso hacia la cumbre
del arsenal atómico que guardan,
los poderosos debajo de la cama.

Tres,
con todo el poder
y algunos cuantos,
que guardan unas cuantas pesadillas.

Ellos sí pueden
los demás,
tienen prohibidos
tener refugios debajo de la almohada.

Ellos,
los poderosos,
quieren seguir guardando los poderes
y amenazan con asfixiar a otros,
que intentan potenciar sus arsenales.

Nadie, jamás,
ha prohibido las guerras.
Sin embargo, prohíben cruzar una frontera.
prohíben que proteste y que te exhibas,
en contra de la guerra y los poderes.

Las armas destructoras de los grandes
son para aniquilar a los pequeños.

Cada veinte mil niños desnutrido,
tiene una bomba atómica guardada,
en los arsenales del pentágono.
Cada niño asfixiado por el hambre
tiene un misil guardado en los Urales,
en la China, otro tanto
o en la India.
En Inglaterra o Pakistán, presentan armas.

En Israel,
el gran mutilador de palestinos,
las ojivas nucleares se almacenan
bajo las arenales del desierto.
Cada sionista, lleva un misil
pintado en la sonrisa.
Cada sonrisa es una marca de Caín que salta.

La Casa Blanca, como un ala de muerte,
Protege a sus incondicionales.
La casa menos blanca,
más oscura,
entre un hangar y otro se relame,
apostillando y descalificando
como un señor francés, que aspira al mando,
bacteriológicamente enamorado.

Por qué lanzarse encima del que busca
entrar al reino atómico y alzarse
como un dios, enriqueciendo uranio.

Por qué no desistir grandes y chicos,
de alimentar la industria de la guerra.
Con tanto mar por medio
y tanta tierra.
Con tanto cielo y tantos horizontes,
con tanta desvergüenza por persona
que ejercen el poder en este mundo,
tener que estar aquí,
desvencijado,
viéndoles levantarse en las tribunas,
para exigirles contención a un desgraciado,
que, como ellos,
quiere hacer de este mundo un basurero.

¿Con qué moral, un buitre carroñero,
puede pedirle a la carroña que no se arme?

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