martes, 22 de diciembre de 2009

Fotos y texto Ogmande Lescayllers.( tarja Plaza del Himno Nacional, Bayamo, Cuba, Venecia, Italia)




































SECUENCIAS.

En lunes llega el día y todos al trabajo.
En lunes, como siempre, una vez por semana
se mueven los objetos,
caminamos en líneas
para entrar donde el tiempo nos precede.
Retornamos a casa,
pasadas las seis de la tarde.
La vida retrocede,
bajo el concubinato de las sombras.

En lunes, todo es movimiento,
todo va en apariencias,
aunque a veces,
nos concuerden los pasos.

En martes,
el brusco salto de un día sobre otro;
hace saltar todas las estadísticas;
sube el precio del pan y de la leche,
el jornal codiciado termina siendo nada
y nadie se percata que dejó de ser lunes.

Hoy duele más el día,
a penas, los que pasan,
ratifican de nuevo sus memorias,
hay un vacío de hojas y cartones
mientras se va borrando otra jornada,
sin que llegue la tarde,
donde los sueños comienzan a romperse.

Los martes, como siempre,
los hombres labran sangre.
Sobre fichas,
el lunes ha marcado su silueta,
y el martes sin saber, se tambalea,
con temor a caer,
en las rendijas de un día laminado.

Miércoles, día de sombras
en oídos, ojos y gargantas.
Día típico del viaje que no llega
después de tres jornadas,
bogando en el vacío de los fogones.

Miércoles, meridiano de cenizas.
Tapiz de un almanaque
que se inclina detrás de la semana,
sin augurio, sin alas,
sin anuncios de muerte o nacimiento;
cuando todos sospechan,
que detrás de ese sol va la caída.

Miércoles memorable de mercurio.
Día difuminado en su esqueleto,
que en el próximo impulso
dará lugar al jueves.

Desde el comienzo, o desde el fin,
donde todo absoluto
se desprende del tedio y de la calma;
se ven pasar las horas,
hasta quedar a oscuras y en silencio.

Jueves, despiertan las antorchas:
el cielo se puebla de colores,
la vida reverbera, crece al centro,
para dar nacimiento a nuevos soles,
en la cresta del mar, cuando las olas,
rompen la estela azul en pos del viento.

Jueves cuadriculado en el espejo;
rama verde al fondo de la noche,
bajo la sombra de las constelaciones,
para llenar de luz del horizonte.

Jueves de laterales, telarañas;
cuatro puntas,
danzando hacia la puerta,
para un día de amores que te dejan,
en una paz menuda y nobiliaria,
que al viernes queda inserta,
antes que den comienzos las auroras.

Apelmazado viernes, día de combas,
vaticinio final que ya no cabe
donde van a soñar, esos desamparados,
desprotegidos de todo cuanto existe.

Viernes, día venal de espumas blondas:
tocas fin en la barba del mendigo,
en las cejas del ciego,
en el belfo del buey,
en la cachimba asmática,
de un anciano que tose sin aliento.

Viernes ferial, de bancos y tambores,
donde empieza a romperse la semana,
para dejarnos un sábado sin nortes,
ahogado en los sudores de la bruma,
que cae desde lo alto entre dos sábanas,
cansado al descubrir, que ya está en sábado.

Fin y comienzo es un mismo dilema.
Se mide el paso que sale hacia la calle.
Se vuelve donde ayer,
las sombras eran,
tarjas oscuras, como en los cementerios.

En sábado de nuevo, medio abierto,
el broche que la luz dejó en la puerta
y el mismo transcurrir hace de escolta;
de llama mi dolor,
mi colofón de asiento.
Y de tanto esperar el tiempo ladra.
Las misses levantan sus catálogos;
entra el viento, en forma de soplido,
y se queda en domingo, merodeando,
inserto en los cristales del paisaje.

Domingo:
hasta te duele el alma, las amígdalas,
de paso te visitan pesadillas,
sombras que vuelan del cigarrillo al viento;
nubes brocadas, que se dispersan olas.

Entre días, no es fácil detenerse.
De pronto y sin saber,
termina la semana,
y hay que empezar de nuevo haciendo cuentas.

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