LAS ARTES DEL PODER.
Desciendes, desciendes lentamente,
Por las anchas cornisas de la tierra.
Se apoderan de todo
Mientras pasan volando
Interminables trenes amarillos,
Hileras de camellos,
Ejércitos de mulas,
Grandes aviones blancos,
Estridentes jaurías de pájaros y perros labradores
Y un metálico ruido de naves supersónicas.
Todo es aquí, en la pechina izquierda de la puerta.
Los vencejos también guardan sus nombres,
Se insertan como el viento a los desfiladeros
Y empiezan a remar pendiente abajo.
Hoy comienza la criba sobre la pista de agua.
Un hombre con sahumerio y con morral,
Entra a los canisteles y se lava las manos con una extraña pócima.
El aire es sólo vidrio.
Son las dos de la tarde y una intensa canícula
Nos cuece el paladar y la mirada.
Sobre el camino, ya no quedan huellas.
A lo lejos, se ven peces coleando,
Olas de cuatro vértices,
Inciensos que pestañan
Al compás de una nota musical.
Afuera llueve poco
Y reparten el mundo a pedacitos.
Te venden medio metro por un millón de dólares
Y luego te lo quitan sin que te lo indemnicen,
Porque por ahí va una autopista.
La ciencia escarba, duerme y se atormenta.
A contraluz caminan los científicos,
Hombres sin pertenencias,
Que han pasado sus días en los laboratorios.
Tú permaneces en el mismo sitio.
Contempla ensimismado,
El ancho ventanal por donde van los sueños.
Aquí, nos queda todavía un por si acaso.
Hace un mes, llenaron los embalses de serpientes.
Y sobre el muelle, un escuadrón de ánimas
Mueve la luz del faro que vigila el peñón,
No vaya a ser que lleguen los piratas.
Hoy o ayer, en Haití, cayó un periodista acribillado.
El hombre caminaba por la calle
Y la metralla se hizo cargo de él,
Para que no contara los pasos de la historia.
Los periodistas,
Son píldoras amargas para los poderosos.
Siempre los poderosos van en busca de ellos,
Para cegar la voz de los que hablan;
Esos hombres de paz, que les cuentan al pueblo
Las enormes tragedias de las guerras.
El reino poco a poco se está quedando a oscuras.
Los ojos y las manos tienen que convertirse
En cámaras infrarrojos.
La voz tiene que hacerse luz y espada,
Para que no la dejen pudrirse en los pantanos.
Todos, sin darnos cuenta, somos comisionados.
Apenas si nos queda un pedazo de piel,
O un poquito de risa,
Para fregar la noche con nuestros propios labios.
Te asomas a la puerta
Y te percatas que eres un tiovivo
Que estás más solitario que una hostia.
El siglo XXI dejó sus argumentos en el XX.
Hoy la verdad se pierde
Entre los matorrales del recuerdo,
Bajo la enorme bota
Que arrastran sobre el mundo las finanzas.
El siglo XXI acaba de nacer y lo han dejado huérfano;
Indefenso en la horquilla
Que separa la vida de la muerte,
Amordazado y ciego
Frente al filo insaciable de la espada;
Nadando bocabajo,
Bajo el hierro candente de la guerra.
Todo, incluso las sombras,
Ha sido desmembrado en un segundo.
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