viernes, 6 de agosto de 2010

Textos y fotos de Ogsmande Lescayllers: Valle del Jerte. España y Río Eúfrates, Siria. Los poemas pertenecen al libro " Cuando arde la madera".

















ME LLUEVEN VOCES.
Me llueven voces largas y minúsculas:
líneas a medio hacerse
altares cenagosos;
púas del viento.

Me llueven arquetipos,
sombras,
cábalas,
ágapes de tijeras compungidas,
leña recién cortada,
tierra firme,
esquejes de preguntas
medio secos.

Me llueven algodones sediciosos
enfrascados en vestir de seda fina.
Rayos arborescentes como el viento,
cumbres que se entrelazan en mis dedos.

Me están lloviendo amores,
sinsabores,
olores perniciosos
que no entienden
que mi casa es la tierra y no la luna.

Me lluevo en mí,
por mí,
voy hacia adentro;
entonces me persiguen las caídas,
fallas intemporales de mis sueños,
ensenadas y golfos que no existen
en ningún hemisferio del planeta.

Me llueven:
la apatía,
el desengaño,
las pulgas que el dolor me echa en la sopa,
la muerte con sus páginas revueltas,
la vida entre cuclillas,
bajo vientre,
sin saber dónde ir;
o si quedarse.

REENCUENTRO.
Sin decir lo que somos,
porque uno nunca sabe lo que es,
descuelgo mi apariencia de los grandes tejados,
pongo los pies en tierra,
y salgo a caminar sin importarme
si este o aquel se enteran de quien soy.

Si vivo la poesía, es porque ella y yo somos hermanos.
Nos hermanamos un día que nos vimos
empujados de golpe en el destierro
tiritando de frío y soledad,
sin más aditamentos
que unas pocas palabras
y el silencio.
Ella confío de mí y yo de ella
y allí nos abrazamos
sin conocernos, sin identificarnos,
porque ambos veníamos de la sombra
acusados de parias
por cantar la verdad en todas partes.

Con un lenguaje interno, como el fuego,
iluminados por signos y metáforas
fuimos saliendo de la región de Umbra,
al parque de los vivos,
donde los hombres relatan sus memorias.

Inconformes, nos distanciamos
por senderos prohibidos y diversos,
donde la tierra ardía, como las espirales,
que el Edna empuja de paso hacia las nubes.

A veces nos negamos,
no quisimos sentarnos donde otros
prefieren ser premiados,
antes de ser oídos.
Estos nos distanció de mucha gente
que buscan oropeles,
títulos que no tienen,
fama a costa de nada
para engordar el ego.

Ayer,
después de tantos años
volvimos a encontrarnos.
Todo había muerto ya,
menos el gran amor que nos teníamos
y la confianza que en forma de poema,
la vida nos legó para los tiempos.

RETÓRICA.

Hablar de un sueño con pelos y señales
como si fuera algo indiscutible.
Hablar así de ganas, por hablar,
soltero de uno mismo,
sin otro compromiso que recordar un sueño.

Hablar de las medidas,
siempre diferenciando
el espacio que existe
entre el hoy y el mañana.
Estar así diez lustros,
ajeno a lo que es el mundo real,
intentando decir que dios existe
porque me he convencido,
que para ser quien soy
tiene que existir algo.

En términos, ganados o perdidos,
alguien puede decir que existen cosas,
que de noche nos cuentan
que esta vida es un sueño,
pero que la verdad está del otro lado,
donde nos esperan los arcángeles,
ataviados de sedas
y un espacio de luz,
del que jamás nadie ha retornado.

Teniendo en cuenta que la existencia es
una especie de aliento o de latido,
que viaja como el humo hacia los puertos;
paso a revindicar mi pensamiento,
porque existir, no es sólo estar de paso,
sino ser,
en activo o en pasivo,
un rayito de luz que parpadea,
dentro o fuera del soplo,
que dio vida,
a un extraño engranaje de neutrinos.

Ayer fue todo,
y hoy, según nos cuentan,
seguimos sin hallar nuestros orígenes.
Y siempre ayer,
y más allá de ayer,
en lo profundo,
de un tiempo que no fue,
que nunca ha sido,
porque nada nos dicen las estrellas:
de dios,
del mar,
del soplo
o el camino,
que labraron mis pies,
yendo y viniendo.

Voy a vivir en paz
conmigo y con mi sombra.
Voy a olvidar las jergas que nos lanzan
los vivos y muertos.
Voy a diferenciar el arco iris
de otros elementos de colores,
sabiendo que es la luz
quien purifica,
los vacíos de sombras de tu mente
Y los llenos tan claros como el aire,
tan musical la brisa que no es vida;
ni dios,
ni pan,
ni luz,
ni melodías;
pues,
como todo ser
diferenciado,
estaré allí en el punto de caída,
en el lugar exacto
donde el tiempo,
desdibuja todos los misterios
que el miedo dispersó,
por mis sentidos,
para hacernos creer que existen cosas
y que es dios quien gobierna el universo.

SI LA IMAGINACIÓN.

Si la imaginación hecha retazos
se nos agrietara un poco más.
Si al escuchar las mágicas palabras
que a veces nos recuerdan a los poetas muertos,
a los viejos filósofos que no dijeron nada
y fueron perseguidos hasta la extenuación
y que luego,
buscando entre los libros,
descubrimos que imaginaron sueños
siempre irrealizables,
y que sólo por eso fueron desterrados,
y después sepultados en el anonimato.
Así de contundentes son las dictaduras,
los extremistas de aquel y de este lado;
de nos y con nosotros,
que descatalogamos
todo intento de asfixia a la razón.

A los de té, con hambres y burbujas;
a los mismos de siempre
que deploran e imploran,
los días negros,
cuando la oscuridad,
ajena a la razón estira sus tentáculos
y empuja bocabajo
la luz que se avecina sin comercio,
para poner sosiego
allí donde el plantío
florece tiernamente a la luz de la luna.

Vuelves de pie.
Vuelto al sitio de antes,
ahora despejado de todo poderío
sabedor que la causa de los hombres,
no puede construirse con discursos,
sino con la estación de una palabra
que surge de los labios del poeta
o de la voz de un niño,
que despierta a las puertas de la vida.

A veces,
desde lejos,
oigo cimbrar los pífanos del aire.
Veo calcomanías en las paredes,
enjambres de deseos que vuelan solos
hacia los meridianos,
donde el día se ha hecho una canción,
en busca de otro día con horas nuevas.

Si la imaginación,
después de ir y volver por esos fundos
anillara la idea de los proscriptos,
entonces el mar,
daría la bienvenida a las palabras;
los ecos al silencio,
los que pueden, a esos que no pueden,
y el más allá,
que pasa a veces, acongojado y triste,
le daría al más acá su luz de agosto.

Todo el que nace,
irremediablemente tiene que morir.
Todo el que muere, tiene que haber nacido,
o al menos,
debe de haber tenido un instante de vida.

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