EL COMPROMISO EN LA IDEA.
Por. Ogsmande
Lescayllers.
Concuerdo con Ivis
Michaud que el arte de hoy está en “estado gaseoso”. El arte flota. Va por los
aires, no como las figuras de Chagall que iban rítmicamente al compás del
sentido surrealista del artista. Hoy se flota en la decepción y la
incomprensión de muchos que, considerándose creadores, no son más que malos
ornamentadores de los espacios y el sentido de una realidad que cada día se nos
hace más huidiza, casi imposible de aprehender o delinear con sus variables mercantilistas,
enfoques cósmicos y visiones estéticas desenfocadas.
Para el intelectual lo
importante es aportar o trasmitir a la sociedad los fueros de su obra.
Contribuir al desarrollo del pensamiento y las ideas. Formular o reformular el
sistema de cosas mediante los cuales, el mundo puede progresar y superarse en
la esperanza de alcanzar una vida mejor.
El intelectual debe
aportar a la sociedad ideas y conocimiento, además, debe combatir, fuera de
cualquier comportamiento o conducta partidista todo lo negativo y grosero que
no aporte valores a la comunidad en la que vive. El intelectual tiene que ser
un espejo modélico, un excelente y responsable animador cultural; promocionando
y promocionándose en su quehacer, para ser sentido y respetado por sus
congéneres.
Lo creado o recreado,
artísticamente hablando, siempre tiene como destinatario al pueblo, y es él
quien lo convierte en expresión colectiva o lo sepulta en el olvido.
Hoy está de moda
criticar. Según se dice, se hace necesario romper esquemas. Desacralizar,
desmitificar y decodificar un mundo que se niega a ser visto ante los ojos de
los que, desde la administración central, las instituciones y los estamentos
del poder, dada su inoperancia, no se preocupan o les importa nada el
incuestionable valor que tiene la cultura en general y el arte en particular.
Por lo general, la crítica
o las críticas no van dirigidas, como es lógico que se haga, sobre la obra
creada o el creador en cuestión, sino contra el estado de cosas que son
permitidas o no permitidas por los mecanismos de represión del Estado. El
favoritismo hacia algunos creadores, la incapacidad de los funcionarios
encargados de promover y facilitar las vías y mecanismos para que el artista
pueda crear en libertad, libre de toda atadura, alejado del cuestionamiento
partidista y las exigencias de los que algunos consideran, debe ser un arte
políticamente correcto.
En una sociedad plural
y culta como es, o pretende ser la nuestra, ha de entenderse que el arte
también debe expresar ese sentido de pluralidad. Las obras, necesariamente, son
la expresión de ese sentido polisémico que en todas las esferas de la vida
tienen las cosas. Esto es, la rica gama de matices que han de pervivir y
percibirse por encima del conjunto de cuestiones que, obligatoriamente, tienen
que abordarse o ser abordadas en el país.
Se habla de miedo a
expresarse en libertad, cosa que hasta cierto punto me parece un sin sentido, o
paranoia por parte de los que así se expresan, pues, el creador, el
intelectual, o el artista, en definitiva, si lo es, debe abandonar sus miedos,
reales o ficticios, en pos de su obra creadora. No se puede ser padre si luego
vamos a vivir en el temor de haber engendrado, o temerosos por lo engendrado.
No existiría una
sociología del arte, en sus más diversas variantes, si no existiera una cultura
artística bien fundamentada en un espectro y otro de la sociedad.
No veo descabellado,
que en nuestro país se empiece a hablar de una cultura de lo marginal,
independientemente que aquí no exista una sociedad marginada. Pues, si
atendemos y nos atenemos al reclamo que hacen en su mayoría los intelectuales y
artistas y otros entes de la sociedad en la que vivimos, sería bueno poner
atención a esas exigencias, ya sean ciertas o
infundadas. Sabido es que cuando el río suena, no nos engañemos, es
porque trae piedras. Estoy convencido que más vale un diagnóstico a tiempo que
después intentar parchear con soluciones draconianas un asunto que puede ser
dilucidado y solucionado a tiempo con el análisis sincero y el diálogo abierto entre
hermanos.
Los que intentan
acallar al artista y sepultar sus obras actúan de manera irresponsable ante el
dictado de la ley, que pide y requiere protección, orden y respecto para
aquellos que aportan su saber y conocimiento en beneficio de la sociedad, y lo
que necesariamente debe ser garantía se convierte, a la vista y el sentir de
los censores en prejuicio.
El patrimonio nacional
también se defiende desde la diferencia, porque, de lo que se trata es que,
desde la diversidad podamos alcanzar un más claro objetivo de la pluralidad,
lejos de las amenazas y los miedos que pudieran coexistir: por ignorancia,
desconfianza o sospechas reales e infundadas.
No es prudente, bajo
ningún concepto, mandar a callar al que habla o expone sus ideas, acertadas o
desacertadas. Expresarse es un derecho del ciudadano, de la misma manera que le
es afín el derecho a la educación y la libertad al hombre.
Somos una sociedad
moderna y civilizada, profundamente laica, donde no deben existir ataduras de
ningún tipo, pues, el hecho mismo de ser lo que somos, nos está normando para
la vida civilizada y sin prejuicios. Quien no lo entienda así y actúe contra
uno de sus hermanos sencillamente se está contravencionando las leyes que nos
han legado nuestros derechos legales y naturales.
La defensa de lo
nuestro no está en prohibir aquello que es bueno o malo, desde un punto de
vista particular, ni en decir y decidir para poner en tela de juicio lo que me
gusta o no, pues, la crítica no radica en eso y, mucho menos, permitir que la
razón se convierta en el imperio de unos pocos que a lo mejor son ellos los
equivocados.
Dese y sírvase lo que
se tenga, porque a veces es preferible el riesgo a equivocarnos, que pensar que
todo está bien y que es por ahí, por donde se ha de ir sin tener una definición
clara y exacta de las cosas que se llevan y se traen por este mundo.
Naturalmente, no
confundamos arte con cultura. La cultura es el hecho general que refleja de una
manera u otra, el rastro que el hombre ha ido dejando sobre la tierra a lo
largo de los tiempos. El arte, necesariamente, tiene que responder a valores
estéticos. Pretender otra cosa es quitarle o despojarlo de su función esencial,
que es: emocionar, ser útil y bello, divertir, impresionar, servir, hacer
sentir y, a su vez, sentirlo como creador, en la necesidad imperiosa de
crearlo.
El creador o el intelectual
sólo es libre, en la medida que sean capaz de formular ideas, que surjan libres
y fértiles desde el vientre de la imaginación creadora, fuera de todo
compromiso que no sea con los suyos o el suyo mismo. Pues, la acción de la
libertad se ejerce en el compromiso de uno con sus ideas, su obra y el público
lector, oyente u observador. Lo que hagan o aspiren las instituciones sólo es parte del compromiso que estas
contraen con aquellos a los que les sirven desde los estamentos de poder.
Ciertamente, el arte
puede ser politizado, pero este no es político. La política tiene su propia
esencia y fundamento dentro del campo general de la cultura.
El arte, desde su
génesis, ya tiene su propio compromiso consigo mismo. En tanto idea generada o
generadora de ideología, en su estructura semántica y semiológica siempre
tendrá un espacio abierto a la contigüidad o ambigüedad hermenéutica, sobre el
necesario tejido de la polisemia.
Mezclar arte y
política, por lo general, puede ser pernicioso, tanto para la obra como para el
artista. No es una mezcla agradable, sino un coctel repugnante no acto para
pensamientos abiertos y mentes lúcidas. Pero tampoco es bueno, para aquellas mentes
estrechas, donde las cosas no discurren, pues, allí todo se estanca sin
evolución posible. En mentes así, los dardos pueden convertirse en columnas o
en muros que imposibilitan la libre vía del tránsito.
El intelectual debe
estar por encima de los servilismos políticos e institucionales. Se ha de
crear, pensando en la manera de cómo la obra ha de servir a todos; porque el
primero y principal objetivo de la cultura es servir, ser útil, mostrar los
modos y modas de cómo viven los pueblos, ajenos al maniqueo de la política y
las instituciones de las que se sirven estos estamentos para imponerles, en vez
de proponerles, sus gustos a la sociedad
a la que se pertenece.
El intelectual aporta
valores culturales y artísticos, en tanto que su producción creada y creadora
sirve de guía y horizonte a las presentes y futuras generaciones, sin distinción
de clases, ideologías o credos.
Sin una definición
clara y ajustada sobre lo que se quiere, ningún artista o intelectual puede
diseñar y definir el sentido de su obra. Las instituciones pueden ser la base
expositora de lo que el intelectual o el artista logra con sus obras, pero que
nadie espere que ellas sean el sustento de nada de eso, porque de serlo, el
creador, inevitablemente, tendría que someterse a la tiranía o a la esclavitud
del que le aporta los medios.
En arte, las cosas han
de hacerse sin que me digan cómo hacerlas, porque de lo contrario, no actuaré
en libertad. La creación artística no puede ni debe ser planificada. Cada obra
nace cuando tiene que hacerlo; surge de lo inesperado o de eso que algunos
llaman inspiración creadora. Lógicamente, el trabajo y la constancia son sus
verdaderos artífices.
No se puede escribir
un Don Quijote por encargo, por más caballero andante que te creas. Y mucho
menos, obligar al pueblo que lo acepte como suyo, por más poderoso que sea el
reino.
Ningún artista tiene
conciencia crítica de lo que hace. Pues, por más sabio que sea y, si de hecho,
en verdad lo es, se percatará, inmediatamente, que sus creaciones no tienen por
qué responder al gusto o interés de la generalidad. Cuando andamos por caminos
desconocidos o conocidos solamente por nosotros, podemos llegar donde queramos,
pero eso no quiere decir que el rumbo que hayamos elegido sea el mejor y del
gusto de todos, hasta tanto no se ha confrontado con nuestros destinatarios: el
pueblo; lector, espectador u oyentes. Es decir, el receptor a quien va dirigida
nuestra acción creadora.
Cada artista debe
tener o buscar el modo de diseñar su obra. Cada intelectual debe crear conforme
a su cultura el diseño de su acción creadora con vista a deslindar las
fronteras entre el texto y el panfleto, evitando con ello, que la propaganda y
la publicidad de esas acciones no se conviertan en simples instrumentos de la
moda, o reacciones de paso.
Toda obra verdadera
tiene, necesariamente, que pasar por el tamiz crítico de la exposición,
recepción y el análisis. El intertexto ciertamente abre campos, pero pocas
veces aporta valores de peso con respecto a la autenticidad de una obra
determinada.
La búsqueda y creación
de lo auténticamente original y propio, ha de ser el reto de todo intelectual,
artista o creador de un arte y una cultura genuinamente personal.
El intelectual o
artista verdadero es el que vive para su arte, no de su arte, que de hecho,
tampoco estaría mal si fuese capaz de lograrlo libre de toda atadura o
compromiso.
El miedo no ha de ser,
bajo ningún concepto, a la adquisición de riqueza por las vías y medios
naturales acorde con las leyes y el esfuerzo particular o colectivo. No nos
engañemos, el temor se le ha de tener a la pobreza, tanto de los recursos como
de la mente. El capital bien gestionado y organizadamente compartido es la
base del desarrollo. La pobreza, por muy bien intencionado que estemos, no nos
deja espacio para gozar de la felicidad, la alegría y el bienestar a los que
aspira cada hombre y toda sociedad que se respete y quiera salir por y con sus
medios, de la profunda laguna del subdesarrollo.
Quienes persiguen la
cultura o a los creadores por expresarse en libertad, diciendo lo que sienten,
piensan y padecen, son enemigos de la sociedad y contravienen el derecho que
“todo hombre tiene de pensar y hablar sin hipocresía”. Y, sobre todo, cuando se
salta a la torera el postulado que “crear es la palabra de orden”. Como nos
enseñara nuestro José Martí.
Cuando más profunda y
diversa es la cultura y el arte de una nación, más rico y fuerte es su pueblo.
Intentar detener la
acción creadora del hombre es detener el curso de la naturaleza que es, en
definitiva, la que nos pauta los sentidos y, la que a su vez, nos abre los
escenarios donde crecer.
La sociedad con sus
políticos, intelectuales, artistas, filósofos, educadores, economistas,
científicos y, en fin, todos sus hijos, ya sean actores activos o pasivos, ha
de ser, para alcanzar su objetivo final, que es el triunfo pleno de la igualdad,
una unidad monolítica, donde nada ni nadie esté o se sienta marginado,
discriminado ni excluido. Porque, en el fondo y como nos enseñara José Martí:
“La patria no es de nadie: y si es de alguien, será, y esto sólo en espíritu, de quien la serva con mayor desprendimiento e inteligencia”. A la hora de contar
y aportar todos somos necesarios y, si no lo fuéramos, tendremos que buscar y
crear la necesidad de sellar con acciones genuinas y útiles,
las estructuras abiertas.