Dr. Arsenio Rosales.
OGSMANDE LESCAYLLERS: UN POETA ENTRE LAS AGUAS
Y LAS ELEGIAS
Confieso
la inocencia de mis credos magnánimos.
La epifanía incompleta cuando salgo del agua.
O. L.
I
Ha sido demostrado que las
islas, nuestras islas bañadas por el Caribe,
este mítico Mare Nostrum
plagado de leyendas, de una historia dramática, crucial para el desarrollo de
la humanidad, tras propiciar de manera proteica la emergencia de una diversidad
y variedad de pueblos—pueblos mestizos de africano e indoamericano, de sajón,
francés, español y mozárabe, hindú y chino incluidos—, prolíferos y
reverberantes como la gran retorta cósmica que le dio origen, representan una
verdadera constelación por este lado del
Atlántico, contado nuestro archipiélago cubano, que abriga por igual a
ultramarinos y mediterráneos de todo el país. Estas islas mágicas, al unir y
concertar durante siglos sus mejores voces,
alientan e inspiran, incitan búsquedas, aventuras, utopías...
¿Acaso no lleva cada ser
humano en sí mismo la réplica de ese mundo donde le ha tocado existir y desarrollarse,
de conformidad con su alcance, presupuestos, experiencia personal e
intenciones? Escuchad al caribeño Ogsmande Lescayllers desgranar su quebranto:
“Yo caminé
descalzo,
Me fui solo,
Con mis
meditaciones ancestrales.
Viajar, en
dos palabras,
Es quedarse.
Vivir allá y
acá sin saber dónde,
Como los
mutilados de sentidos,
Que van sin ir,
Se quedan,
Nunca vuelven...”
Lo inquietante, ahora, sería preguntarnos,
desde nuestra perspectiva inmediata, si
nos encontramos o no en condiciones de asumir este panorama inusitado con sus múltiples
desafíos, en su complejidad y exuberancia. Desafiar este universo globalizado, sin diluirnos
en la banalidad ni sumergirnos en lo insustancial, en lo temporal como nos advirtiera Alejo
Carpentier. Lo esencial, a mi juicio,
consistiría en reconocernos, en adoptar una visión cabal, desaprensiva,
transgresora si desea, pero lo suficientemente auténtica y abarcadora que nos
permita autorreconocernos: definirnos cubanos, jamaicanos, dominicanos,
puertorriqueños, guadalupanos, martiniquenses...
¿Lograríamos situarnos en nuestro espacio
tiempo? ¿En nuestros paralelos y meridianos exactos? ¿Y permanecer fieles a
nuestros ideales de libertad, de identidad y proyección como pueblos, como naciones? ¿Cómo corresponde a creadores, a genuinos habitantes de estas
islas?
II
Ogsmande Lescayllers ha nacido en Bayamo y no
por mero azar un 21 de agosto de 1959. Muy temprano y de manera sintomática
aprendió a leer por su propio arbitrio en un viejo tratado de corte
enciclopédico—“El Conflicto de los
siglos”—. A sus catorce años de edad, mientras cursaba la enseñanza
Preuniversitaria, fue seleccionado para realizar estudios y prácticas de aviación
en la antigua Unión Soviética, una vía bastante segura para acceder a una de sus
múltiples utopías juveniles, casi objeto de fervor y empecinamiento suyos por
entonces: el sueño de ser Cosmonauta. Debidamente alojado y a punto de partir, en el emblemático Hotel Jagua, en
Cienfuegos, limitaciones visuales detectadas mediante el examen médico,
vendrían a frustrar tan caro ensueño. Lector furibundo de todo cuanto versara y
de alguna forma lo aproximara a la astronáutica, no es de extrañar que hoy por
hoy otra de sus grandes vocaciones, la poesía, se permeara del encanto de las
galaxias, del misterio insondable del espacio interestelar y los mundos
remotos, como nos ha revelado Carl Sagan.
La poesía lo acompañará inextricablemente
desde la temprana niñez, aun cuando otros caprichos de la literatura lo condujeran
al acto de escribir una novela prematura, de ambiente estudiantil, que la precocidad y falta de técnica harían morir en
el intento. Los primeros poemas los publicaría en el periódico Sierra Maestra de la vecina Santiago de
Cuba. Con posterioridad y también de manera temprana habrían de producirse
nuevas colaboraciones en El Caimán
barbudo y otros medios del país. El hecho de ganar un Concurso regional de
poesía sobre Laos y Cambodia en plena adolescencia, vendría a demostrarle que
la inspiración y el talento, en rigor, siempre primarán sobre los valores
preestablecidos y aquella fama de sospechoso abolengo provinciano que suele
cosecharse sin retos o un acucioso
trabajo de creación.
Cuando en 1982, la Editorial Letras
Cubanas decidió publicar su primer libro, Decir
la palabra, Lescayllers, sin discusión, es un poeta que ha desbrozado ya un
largo camino, apenas sin tropiezos y con bastante éxito dentro del ámbito
literario, al tiempo que incursiona en diferentes territorios del saber y las
artes como el teatro, la música, el magisterio, ciencias jurídicas, el
periodismo, la promoción cultural, etcétera, conocimientos y habilidades que la
inteligencia de que está dotado y su prodigiosa memoria, le propician acometer
sin aparente esfuerzo. Desde 1979 reside en la Capital del país, lo que
le permitirá relacionarse con poetas e intelectuales de toda la nación, con
representantes de los medios académicos, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y otros
sectores del arte y la cultura. Tal acumulación y una rica experiencia vital le
han facilitado encontrar las esencias, aquellas motivaciones imprescindibles
para trazar las coordenadas de una existencia ligada de modo indisoluble a la
poesía, al ejercicio riguroso de la palabra impresa, al desarrollo armonioso de
su personalidad. En ese primer libro, su
instinto poético estará firmemente adherido a un entorno inmediato, a su
tierra, a la historia, a la mujer amada, a su vástago, al universo candente
que le rodea. Todo un reflejo identitario, exteriorista, de encontradas
impresiones; gestos o palabras empeñadas en aprehender una realidad que lo
trasciende y al mismo tiempo lo ata a
sus orígenes, a sus aguas prístinas, al mar, a su topografía...
La presencia de determinados elementos de
fijeza y continuidad, atributos de naturaleza reiterativa y raigambre feliz,
que proliferan en su obra literaria, que le harán volver una y otra vez sobre
meandros de un río conocido, estaciones de recurrencia dentro del cauce
natural, de su creatividad, trazan ese decursar incesante de metáforas, de
angustiosas paradojas y reclamos de expansión y libertad; versos de enorme
aliento y mantenida inspiración, vertidos hacia el exterior como un cántico, un
leit motiv que lo conducirá al reencuentro consigo mismo, con
sus símbolos ancestrales y objetos de
confluencia: las aguas, el mar, el amor, las palabras...
Yo te amo palabra
eres mi carga de
asombros frente a la vida
La arboleda gigante
de mis montes sin tala
el primer compromiso
que contraje
antes de hacer poesía.
Cuando se hurga de algún
modo en antecedentes, episodios de su vida e
infancia, se constatará que ha nacido en un hogar distante, cálido, no
desprovisto de amoroso entorno ni exento de una
nostálgica evocación:
Yo
nací en un hogar
donde la luz bajaba temblorosa
Un grupo de hermanos
llenaban el coro familiar
donde cada palabra
era un signo de amor
o un canto a la esperanza...
A “Decir
la palabra”, le seguiría “Prontuario
de la inocencia” en la propia década
de los ochenta y luego “Poemas para la
cara de una muchacha que me espera del otro lado de la mañana”, al tiempo que incursiona como profesor en las
cátedras de Derecho, Filosofía, Historia del Arte y en la Escuela de Periodismo. La Universidad de la Habana—en la que dirige el
Departamento de Divulgación y Ediciones— le franqueará sus puertas, lo dotará
de conocimientos, de la imprescindible madurez y confianza para acceder al
ancho mundo y adentrarse, a posteriori,
por senderos inexplorados. De este modo, en 1985 viajará como miembro de una
itinerante embajada cultural que lo llevará a Venezuela, a Argentina y México y
sobre todo a Centroamérica, estableciéndose luego en la Nicaragua sandinista de
la primera etapa. Tras su regreso a Cuba, a partir de 1992, Ogsmande
Lescayllers formará parte de la enorme diáspora que habrá de alejarlo como a
tantos y tantos de las costas cubanas, trazando así el inicio y apogeo de una
extensa parábola que lo conducirá de un extremo a otro del planeta, aun cuando
España fuera su meta inmediata.
Hará cerca de veinte años, Ogsmande Lescayllers partió hacia el viejo mundo y su horizonte cultural, intelectual,
introspectivo y creador, se ensanchó sensiblemente, herida su pupila por la
riqueza y complejidad de un universo que abría nuevas posibilidades a ese afán
insaciable de conocimientos, a su enorme júbilo de poeta; ser que anhela
abarcar todas las experiencias, habitado por esa ambición de plenitud, por ese Daimon
que gobierna las almas, a los espíritus de
la inconformidad y la búsqueda. Razón más que suficiente para atravesar
regiones ásperas, caminos tortuosos, en su anhelo de interpretar una realidad
objetiva, cruel la más de las veces; o bien otra región más pura e idealizada,
realidad soñada, que trasciende todo
propósito de interpretación, en medio de
ese interregno casi desconocido... ¿Y el hombre que es él? ¿Permanecerá
confinado, solitario frente a la hostilidad y la esperanza? Todo ello ¿no lo
llevará a preguntarse cuál es la causa de tanta hostilidad? ¿A reafirmarse en
lo auténtico, en ese condominio representado por la luz, el amor y la presencia
del mar como un espejo?
¿Quiénes
son esos que ni tú ni yo identificamos?
¿Por qué han
venido a empujarme la puerta,
A romper cerrojos
y cristales?
Los pies del
mundo se mueven a mis pies,
Yo te acompaño
Nuestro reino es
pequeño,
En casa hay luz y
amor
Y un espejo para
ver el sueño de los hombres.
En la tuya el mar
se transparenta.
III
Uno de nuestros grandes problemas en discusión ha sido el tema de
la propia insularidad; la necesidad de
plantearnos desde distintos ángulos la perspectiva de una experiencia social,
cultural e histórica, a la luz que dimana de la misma insularidad y que apunta
hacia estos territorios como tierras de paso, de encuentro y desencuentro,
fundación y abandono entrañables... El viejo dilema del desarraigo del cubano,
del antillano en general, la añoranza y obligado retorno. Y de nuevo partir: la odisea interminable,
la búsqueda e improbables hallazgos. Trayectoria y aventura desde lo personal
hacia lo histórico-cultural, como en el presbítero Félix Varela, Heredia, Saco,
Manuel del Socorro, Merchán, Tristán de Jesús Medina, Zenea, Palma, José Martí,
Guillén, Piñera, Carpentier, Sarduy, otros...
¿A quién llamaríamos ahora
ciudadano del mundo? ¿Al que se marcha o a quien permanece? El Totius Civis Orbis, en tránsito
directo desde el Renacimiento hacia la Modernidad, ¿en qué escala lo situaríamos hoy, en
un mundo interconectado por computadoras y otros artilugios, incluso más
pequeños, pero igualmente efectivos y dinámicos? Ya ni se precisa viajar necesariamente como ha expresado
alguien. ¿Modificará esto de algún modo nuestra condición de cubanos, de
caribeños o antillanos, interesados en mantener nuestras costumbres, identidad
e idiosincrasia propia? ¿El poema, la novela, la escultura, el cuadro, el film, podrán continuar reflejando estas
realidades sin negarnos ni decretar con ello la extinción? Innegablemente el
mundo ha evolucionado de una manera sorprendente en los últimos cuarenta
años... Y con el número varían además conceptos estéticos, artísticos,
literarios, filosóficos... El prefijo post,
¿terminará por adueñarse de nuestras mentes e imponernos su impronta? ¿Un mito
del siglo XX? ¿Una entelequia caprichosa? ¿Una moda? He aquí algunos
cuestionamientos propios de la postmodernidad, vertidos por autores que
escriben para el actual siglo. Recuerdo
haber leído hace algunos años un
hermoso libro de Stefan Sweig, El mundo de ayer: En él deploraba su
autor, el derrumbe del viejo orden burgués de entreguerras. ¿Y ahora?
¿Asistiremos a la nostálgica evocación de un pasado no tan remoto y al
enfrentamiento de una realidad no imaginada antes de 1973? Mundo globalizado,
unipolar, con blindaje económico, recesión económica y sucesivas crisis. Las
nociones de futuro y progreso del viejo
orden burgués también caducaron. No olvidemos que la ideología postmoderna
irrumpió tras el shock petrolero, a
finales del XX.
Es inobjetable que nuestro
mundo ha cambiado y con él las complejas
relaciones dentro de la cuales ha venido desarrollándose. La economía se
desconecta de la geografía, de los recursos naturales. La historia está siendo
manipulada, desnortada de la geopolítica como era antes, mientras asumimos
nuevos periodos de la
Postmodernidad. ¿No ha definido Douglas Crimp el arte
postmoderno como “Ruinas del pasado”?
Un arte caracterizado por citas de un pasado identificable, nostálgico,
recurrente, entrevisto en ocasiones como fragmentación. Y por el tema del
simulacro desde luego, de la simulación, el camouflage...
Pérdida progresiva del contacto con la realidad, mientras la imagen simbólica
sustituye a la propia realidad. A partir de 1989, con la caída del muro de
Berlín sobrevendrá una segunda etapa que inaugura al menos en el plano
simbólico la globalización artística. Se anuncia como discurso no ideológico.
Una nueva configuración del pensamiento mediante la re-configuración de
archipiélagos: reagrupamiento voluntario de “islas”
en una red para constituir una entidad autónoma. Este archipiélago deviene
figura dominante de la cultura contemporánea. Fin de la cultura del Post. Altermodernidad,
altermundialización, con reposicionamiento respecto al hecho moderno, en el que se precisa profundizar
mientras se le considera como un espacio sin jerarquías, en tanto cultura
globalizada, preocupada por nuevas síntesis. El gesto emblemático de esta
modernidad otra es el éxodo, el desarraigo de las tradiciones, de las
costumbres, de todo cuanto enraíza al
individuo a un territorio...
IV
Tras asumir la faz de este
complejo universo y de haber viajado
extensamente por países de la vieja Europa, Europa del Este, Canadá y
los Estados Unidos de Norteamérica; de
haber desandado regiones tan dispares como Rusia, Siria, Irak, Arabia Saudita, Emiratos Árabes, Jordania, Líbano,
Israel, Palestina, Marruecos, Túnez, Argelia y otros; Ogsmande Lescayllers que
ha residido en España durante casi dos décadas y habitado en regiones tan diferentes
pero significativas para él como Madrid, Valencia, Barcelona y Canarias; que ha
laborado para empresas editoriales tan representativas como Espasa Calpe y la
Editorial Océano y ha impartido centenares de conferencias y recitales poéticos
en sitios tan emblemáticos como el Ateneo de Madrid, la Universidad Complutense
de esta ciudad; que ha participado en los Cursos de Verano de la Casa Real
“Reina Sofía” y se ha codeado con lo más representativo de las letras españolas
de hoy como, Manuel Caballero Bonald, Antonio Gamoneda, Ángel González, Hilario Rodríguez Nebreda, Teodoro Rubio,
Lucas de Tena, José Ramón Ripoll, Eladio Tundidor, Jaime Gil de Biedma, Andrés
Sorel, Luís García Montero y Luís de Cuenca, Aarón García Peña, Ildefonso
Ramiro Benito, María Teresa Díaz Merchams, Carlos Muquitay, por citar unos
cuantos; sin rendirse a la fatiga ni emitir un gesto de aburrimiento, sin
adoptar poses ni quejumbres de hombre hastiado por el éxito relativo y los
sabores diversos de añejos lares ni de tierras antípodas: Tiende sus ojos de
nuevo hacia horizontes y territorios que le resultan entrañables, insustituibles
dentro de una geografía íntima, poblada de vibraciones, de requiebros
inesperados, suaves y tajantes como la música ancestral; cuchicheos y
fricciones, leves choques de palmas, de las falanges sobre la superficie de las
tiernas maderas, el batir de sus aguas originales, ese tierno “glissando” de las manos sobre los
parches, bajo la atmósfera de los cielos purísimos y los sones nada adventicios
del Caribe...
En el poema II de su obra “Las Ruinas de Qunaitra”, dedicado a los
pueblos de Palestina y Siria, sojuzgados y agredidos por el sionismo, continúa
gravitando la certidumbre y vergüenza de un hombre que ha vivido y ha rodeado
el mundo con sus versos de largo aliento, sin rendirse a la maldad, a las
tentaciones ni las iniquidades que transitan de un cuadrante a otro del
universo como canes rabiosos. Veintiséis años después de la publicación de su
primer libro, Ogsmande Lescayllers volverá a reiterarnos su amor
indeclinable y su confianza en la
palabra del hombre:
“Abrigo de mi ser es la palabra.
Ella,
Que acaba
de nacer en estas voces
Me llega
hasta la piel,
Se me
intercala
Me anuncia nombres que estaban
olvidados.
. “Entre los bordes
del mar y de la tierra.
Soy también, fragmento de la luz
Hecho palabras,
Diálogo incidental de los objetos”.
En su Prólogo magnífico para este libro
de redención y confianza en el género humano, Lescayllers, sea como profesión
de fe o como definitiva concreción de su ideal supremo de concordia y amor
distribuido entre todos los exponentes de una humanidad amenazada, ha
expresado:
“Yo
solo quiero que mis versos sean el testimonio de un hombre que anhela la paz
para todos los pueblos. Un hombre cuya única religión es el amor, que no milita
en ningún partido y que solo y
únicamente está comprometido con la paz,
la razón y el derecho a la libertad de todos los habitantes del planeta. Por ellos y para ellos canto,
con la convicción de que en nuestra casa, la tierra, hay espacio para todos y
que la convivencia pacífica nos dará
mejores cosechas que las que producen
las discordias y las guerras”.
Cuando concluí la lectura
de este poemario solamente se me
ocurrieron dos palabras alrededor del mismo; no tuve otra opción que callar,
enmudecí, sometido a la lógica convincente de un veredicto apenas insinuado por
el calor y la exactitud de sus imágenes sobrecogedoras para expresar
dolorosamente: Conmovedor, eficaz...
Cuánta razón le asiste a
quien emergió de las islas y se aventuró al ancho mundo para encontrar una
realidad otra, absolutamente diferente, sin asomos de perplejidad. Hay una raíz
candente, nostálgica, en la inclinación reflexiva de su poética dada a la
evocación y la melancolía, tanto como puede ocurrir en todo buen poeta, cuando
parte de sus orígenes, desde su niñez sumergida, para anunciarnos:
“No era mi
casa
sino una
sombra extraña rodeada de silencio.
Las noches y
los días
entraban a mi puerta como frágiles perros moribundos.
Empapados los
pájaros en sus cantos sin alas
iban a llanto
vivo por el bosque...”
Iba intuyendo desde temprano su futuro de
poeta solitario y peregrino, cuando escribía sobre las paredes del mundo y
procuraba lo cierto y lo incierto de una realidad desconocida, tajante, y para
contrarrestarla colocaba sus zapatos en cruz frente a la cama y destripaba
sueños indefinidos que lo transportaban a la alienación, a los contrastes y
desavenencias de ese universo díscolo, hostil, aun cuando encontrara
determinado encanto en esa suerte de demencia y hasta le atemorizara trocar
aquellos sueños abismales por una realidad más tortuosa y avasalladora. Lo ha
dicho hermosamente en su poema “Júpiter y
yo”:
“Yo
permanezco aquí, frente a los hombres,
De pie, como
un patriarca,
Frente a los
muros de la nada.
Frente al
Gólgota
Áspero en
mis dolores colectivos,
Sembrador de
ansiedad,
Creador de
lumbres,
Hechizo de
la muerte,
Sin hechizos”.
V
Y he aquí que Ogsmande Lescayllers retorna a
sus islas, a su archipiélago, a su tierra ancestral, su Bayamo entrañable, como
quien regresa de un extraño
Mediterráneo, ajeno o mal habido, a sus
Antillas, a su Caribe fosforescente. Nuestro Mediterráneo americano, crisol de
mestizajes que nos aproxima y nos integra a otros pueblos y culturas, sin
segregarnos. A una voz de timbre continental se encuentran otras islas de paso,
territorios del eterno reencuentro, de la diáspora y la nostalgia. ¿Habrá llegado de nuevo a sus costas para deleitarse en el
encanto y misterio del Mare Nostrum?
¿para restaurar los atributos, sus íconos, las piedras fundacionales de una
ciudad heroica que lo acoge sin denotar
su ausencia?
Existe una constante elegíaca en determinados
poetas y en determinados pueblos que poseen el sentido de la evocación y la
capacidad de percibir el extrañamiento de los perdidos lares, casi desdibujados
en un entorno de cenizas y añoranzas perennes. En el inconsciente colectivo y
en la memoria de esos poetas se empozan las vivencias, las escenas de una
infancia, de una juventud transcurrida o
desplazada hacia la majestad de un ayer cuajado de paisajes, de episodios;
testimonios de vida adheridos a lo más trascendente y vívido de sus
conciencias. Pienso en Heredia, en Martí, en Juan Clemente Zenea, en tanto y
tanto cantor de un redescubrimiento. Ocurre con el mexicano Ramón López Velarde
y su inefable composición “Para el
zenzontle impávido”:
“He vuelto a
medianoche a mi casa, y un canto
como vena de
agua que solloza, me acoge...
es el músico
célibe, es el solista dócil
y experto, es el
zenzontle que mece los cansancios
seniles y la
incauta ilusión con que sueñan
las damitas...”
Ocurre en otras latitudes mucho más
distantes en los planos geográficos, que no en los de la poesía genuina y
raigal, como acontece con Rainer María Rilke
y sus célebres Elegías de Duíno,
en donde a la riqueza y complejidad del entramado poético, se añade el enorme
júbilo de su autor, la plenitud y esplendor de la obra de arte definitiva, la
grandeza de una interpretación majestuosa del mundo y del hombre empeñado en
trascender. Escuchemos a Rilke:
“No sólo la
unción de estas fuerzas desplegadas,
no sólo los
caminos, no sólo las praderas a atardecer,
no sólo la
claridad que se respira tras la rezagada tormenta,
no sólo el sueño
que se acerca, y su presentimiento anochecido...
Sino las noches.
Sino las altas noches del estío,
sino las
estrellas de la tierra”.
De manera que Lescayllers
le dedica a Bayamo sus elegías. Siete elegías en verso libre y anchuroso,
versos desplegados como velámenes frente a los vientos rumorosos de su tierra:
alisios y contralisios grávidos, suaves brisas costeras, terrales venturosos,
corrientes preñadas de polen y energías...
“Ay, sofocante tierra,
Mapa indemne,
Vengo de ti al lugar de los sucesos
No para verte arder desde la historia,
Sino para ofrecerte mis dominios
Como el amante que penetró en tus fábulas.”
Síntesis proteica, creación empinada que se
yergue desde las aguas marineras y las ensenadas, hasta el pozo familiar y la
estancia del abuelo; por la mediatriz de las corrientes, sobre un plano de
estelas y arcabuces, hasta bañar de murmullos los acentos, a un compás de
guitarras, entre el hueso del aire y las preguntas...
“Ser desde el agua y en el agua
La clara fiebre que nos da la vida;
La transparencia que nos invita al gozo.
El gozo salmodiado,
Tejido con las mismas suturas del milagro...”
Tal como anuncia tempranamente la Primera Elegía.
O Bayamo dentro del perímetro, como enuncia la Cuarta:
“Bayamo de perfil.
Bayamo
al centro;
Entro
por la derecha o por la izquierda.
Entro por las terrazas de mi padre,
Por la
plaza mayor
O
por los cuatro puntos cardinales”.
Bayamo multiplicado, enhiesto y sonoro como
en la Quinta Elegía:
“De
miel y terciopelo,
Líricas notas dejó correr Fornaris,
Híbrido en la estación de las plegarias,
Puso
José Joaquín en el albur del viento.
“Fidelia al filo frigio del destierro,
De
pasamanos buscó desde el calvario,
Juan Clemente Zenea,
Estética
respuesta,
Al
palmeral que sueña en las arcadas.
“Brisas
nietas de Dios y de los hombres;
Palomas
que al volar forman escarchas.
Entrecortado el vuelo de mi
nombre,
Bayamo en
la estación de una guitarra”.
Una tesitura de sueños, luces, paisajes,
recuerdos y atributos, nos propone la Sexta
Elegía, bajo el trinar de los pájaros silvestres y un vuelo
de murciélagos:
“Tierra,
agua, sonidos de la selva,
Venían
de sotavento a barlovento,
Teñidos de
caguamas y lechuzas
Sobre la costa del Guacanayabo.
“Bayamo
entretejido sacó un brazo,
Puso sus
comisiones en la brecha,
Entre una
palma real y una yagruma:
Mil perros
mudos ladrando por las noches.
Mil colmenas
sacadas de la tierra
Entre yareyes
y hojas de tabaco.
“La luz de
nuevo, volvió a palpar la idea,
Desde las
claraboyas del recuerdo”.
Tierna y frutal como una
amanecida se torna la voz del hombre cuando accede o entreabre los ventanales de la tierra, de su propia
tierra, vestido de cocuyos y polvo cenital como un aborigen mientras duerme. Es
el momento de despedirse y Ogsmande Lescayllers no sabe como hacerlo desde el
pórtico mismo de su Séptima Elegía:
“Las despedidas nunca tienen nombre.
No existe
una razón para nombrarlas;
A veces
sin querer hacen de fuga,
Otras veces
queriendo se deshacen.
“Era la hora de partir y el tiempo
Con sus
flautas de aguas navegables,
Se fue a los ríos para mojar los
sueños
Sobre la eternidad de los caminos.
...............................................................................................................................
“Cuesta
entender a veces las razones
Por las que un corazón se vuelve templo.
Cuesta entender que un muerto salga andando,
Y tras él vaya un pueblo en pos del viento”.
Acompañemos al poeta en su
páramo real, transitando este angosto sendero trazado por termitas. Todos
sabrán que un aluvión del sur lo trajo al centro, que un fino aliento de aguas
abisales rozará su frente a la postre,
requisito esencial para que Bayamo, la Ciudad invicta—Bayamo al flexo—, resurja una vez más del incendio, bajo el conjuro
mágico de estas elegías. LAS ELEGÍAS DE
BAYAMO. Elegías de soles y clamores, como exige la patria.
ARSENIO J. ROSALES MORALES
Bayamo MN. 13 de octubre de 2012.
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