C IN EXTREMIS.
Estiro el brazo para alcanzar el índice
y llenarme de aquello que habita la otra orilla.
Apuro, como es lógico,
todas mis añoranzas.
Con gran impulso
vengo, me levanto,
construyo puentes
sobre gigantes planos
y configuro espacios en la tierra.
Hay poco verde aquí;
todo está muerto.
Veo que pasan insectos voladores,
hombres armados,
que de pronto han dejado de ser hombres;
animales de guerra con fusiles al hombro.
No digo adiós,
para que nadie sepa si marcho o si regreso.
Y si es posible,
me aparto del concierto
donde premian a los bufones de la feria;
tal como son,
seres vacíos,
injertos de estos tiempos.
Sólo sé que estas son mis luminarias:
un pedazo de luna en cada brazo,
una estrella adyacente en cada mano,
un pecho que nos guarda de los truhanes,
una estación que asume todo el humo
de esas calaveras ambulantes.
Hay que esperar.
Después pasará el tiempo
cuando el olvido llegue y tome el reino
y esas voces que fueron elegidas,
sigan sin levantarse o sin hacerse,
sin una esquela, en los estercoleros.
Sentir como te agotas viendo al muerto,
oyendo a los premiados
y a los jueces,
en un panel de súbita ignorancia
al margen de las voces,
que la vida,
pone a crecer a lo ancho del camino
sin que nadie le ofrezca una limosna.
De ofrendas y ofendidos los galantes,
pájaros a la altura de los buitres,
fiebres de la pleamar a media noche,
cuando se conjuraron las raíces
para forjar un nuevo plenilunio.
No habrá más ni será;
sólo el comienzo
del que aspira nacer fotografiado,
fotostáticamente revestido
de ideas intemporales
bajo el yugo,
de su misión de esclavo ante los hombres,
que van sin laminar sus días de alientos.
Mal el detrás,
que pisotea al de adelante,
el que viene lanzando sus corcovos
sobre esa línea donde el sol no llega
y pasa deslizándose por dentro.
Del taco al tenedor,
la lengua inserta,
como un guiñapo
que sube a los estrados,
a salmodiar su última conquista
como todo bufón caído en suerte,
confiado de sus dotes acrobáticas.
Nada hay de más,
cuando salen los menos
a refrescar el sitio de partida,
donde todos debían grabar sus nombres,
o despejar, antes que sea la vida,
quien le traiga la cuenta y los impuestos.
Todo reino en el fondo es algo irreal.
Se vive muy de prisa
y es por eso,
que se premian a necios y tarados,
que otros necios,
más necios
que esos necios,
van de jurados sin juramentarse.
A veces sin saber se oye un disparo,
después, queda un silencio manifiesto;
tras el silencio, suele ladrar un perro
y luego,
cuando la tierra queda en vilo,
salta un relámpago detrás de la frontera
para decir que aún hay esperanzas.
A partir de ese instante;
el hombre árbol
cansado de ser árbol,
sale volando o se lanza al mar,
allí, sin más,
se hace una semilla,
porque anhela saber que es mundo.
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