CUBA: LA ESENCIA DE LA TIERRA.
Por: Ogsmande Lescayllers.
“De altar se ha de tomar la patria y no de pedestal para erigirse sobre ella”. Dijo José Martí, el hombre de la Edad de Oro.
A los que, por una u otra circunstancia nos ha tocado vivir fuera o lejos de la patria que nos vio nacer, si retornamos a ella sentimos en nuestra mente el peso de las voces y la fuga de un tiempo que ya no volverá. A partir de entonces hay que reencontrarse con uno mismo y con los demás, porque es muy importante para todos, no sentirnos excluidos ni exiliados de uno mismo.
Podemos o no, los unos y los otros, los de adentro y afuera, tener o no razón en cuanto a las ideas o ideales que cada cual profesa. Para mí, desde siempre, lo que importa es la patria. En mi acción por identificarme con ella o defenderla, radica mi soberanía. Soberanía es derecho; razón más que suficiente para sentirnos comprometidos a evitar con nuestra acción cívica y democratizante, que la patria enferme, viva y muera, sin que seamos capaces de curar sus males.
Los enfrentamientos, padres e hijos de la violencia jamás nos conducirán a un buen puerto, porque las piedras nunca dejaran el camino expedito al libre tránsito de las cosas. “Trincheras de ideas pueden más que trincheras de piedras”. Nuestra acción consciente, en todo momento ha de hacerse con arreglo a la lógica y a la razón, porque la fuerza no es el modo de erigirnos en hombres civilizados, sino, y eso sin mucho andar, en bestias de cargas.
Pienso que Cuba nos duele a todos y, lo que pasa allí tiene y debe ser siempre, si realmente queremos resolver el conflicto que nos separa, un asunto de todos los cubanos.
La mano o la idea externa pueden ayudar, por ende, no deben ser rechazas, sino puestas en la suma de nuestros intereses y en las cosas grandes, útiles y provechosas que debemos hacer.
Un arreglo civilizado siempre es el resultado más oportuno para los que desean justicia, libertad, derecho, democracia o amor, la fina tela que se teje con la lana gruesa, jamás deja de ser de lana, sencillamente su grosor es distinto.
Los que vemos o sentimos desde afuera las cosas que están ocurriendo adentro, no tenemos por qué ser amigos o enemigos, de los que, desde adentro, o viceversa, llevan sus modas y sus modos. Lo cierto es que, como tenemos una patria compartida, tan de ellos como nuestra, tenemos derecho a criticar, sin zaherir a nadie, sobre todo, cuando lo que se quiere, pensamos nosotros, y es lo que necesita la nación, hacer juicios de valores.
Cuba es un paraíso verde, aunque algunos la ven, quizás por sus miopías o falta de visión, como un desierto. Pero en honor a la verdad, cada uno ve lo que ve y siente lo que siente, suponemos que tendrán o no sus razones para ello.
Hablo de Cuba, mi patria, “la tierra más fermosa que ojos humanos hayan visto”, al decir del gran navegante genovés, Cristóbal Colón.
Hablo de la patria de todos los nacidos en Cuba, estén adentro o afuera, por que la patria no es un pedestal sino el altar de todos. Y, a ese altar debiéramos ir y estar todos, sin distinción, a la hora de orar o defenderlo. Defenderlo con ideas nobles hijas del corazón. Con palabras limpias hijas de la fertilidad transparente de la imaginación, sin el más mínimo signo de engaño, apropiación o tozudez, porque la voz de un hombre, o un grupo de ellos, jamás puede ser más limpia que la voz de un pueblo.
Yo quiero, a todos los nacidos en Cuba llamarles hermanos; no obstante conocer la leyenda de Caín y Abel. Creo que nosotros, los cubanos, hombres civilizados, estamos y debemos estar por encima de esas miserias humanas y vivir con arreglo a nuestros tiempos, en la idea de la fraternidad, el respeto mutuo y el encuentro.
Sabemos que no es fácil luchar contra molinos de viento, como tampoco se le hace fácil al viento derribar los molinos. Mejor es ir sin iras hacia las cosas. Mejor será, para la patria, acariciarla que empujarla, construirla que destruirla.
Hasta que Cuba no sea un sueño compartido por todos los cubanos; hasta que todos los cubanos no dejemos a un lado nuestros odios y miedos y, nos sintamos servidores y no apoderados. Hasta que no olvidemos, unos y otros, que la patria es un altar y no un pedestal para erigirnos sobre ella en amos y señores, hasta entonces y no antes, no veremos ni sentiremos que existen días y noches y que el único y verdadero sacrificio que tenemos que hacer para unirnos, es entender y comprender nuestras diferencias, porque para bien o para mal, cada palmo de la tierra que nos vio nacer, como nosotros, los nacidos allí, también tiene sus contrastes. Sin embargo, ella nos da, sin guerrear con nadie, un espacio de vida, identidad, sustento y alimento.
A los que, por una u otra circunstancia nos ha tocado vivir fuera o lejos de la patria que nos vio nacer, si retornamos a ella sentimos en nuestra mente el peso de las voces y la fuga de un tiempo que ya no volverá. A partir de entonces hay que reencontrarse con uno mismo y con los demás, porque es muy importante para todos, no sentirnos excluidos ni exiliados de uno mismo.
Podemos o no, los unos y los otros, los de adentro y afuera, tener o no razón en cuanto a las ideas o ideales que cada cual profesa. Para mí, desde siempre, lo que importa es la patria. En mi acción por identificarme con ella o defenderla, radica mi soberanía. Soberanía es derecho; razón más que suficiente para sentirnos comprometidos a evitar con nuestra acción cívica y democratizante, que la patria enferme, viva y muera, sin que seamos capaces de curar sus males.
Los enfrentamientos, padres e hijos de la violencia jamás nos conducirán a un buen puerto, porque las piedras nunca dejaran el camino expedito al libre tránsito de las cosas. “Trincheras de ideas pueden más que trincheras de piedras”. Nuestra acción consciente, en todo momento ha de hacerse con arreglo a la lógica y a la razón, porque la fuerza no es el modo de erigirnos en hombres civilizados, sino, y eso sin mucho andar, en bestias de cargas.
Pienso que Cuba nos duele a todos y, lo que pasa allí tiene y debe ser siempre, si realmente queremos resolver el conflicto que nos separa, un asunto de todos los cubanos.
La mano o la idea externa pueden ayudar, por ende, no deben ser rechazas, sino puestas en la suma de nuestros intereses y en las cosas grandes, útiles y provechosas que debemos hacer.
Un arreglo civilizado siempre es el resultado más oportuno para los que desean justicia, libertad, derecho, democracia o amor, la fina tela que se teje con la lana gruesa, jamás deja de ser de lana, sencillamente su grosor es distinto.
Los que vemos o sentimos desde afuera las cosas que están ocurriendo adentro, no tenemos por qué ser amigos o enemigos, de los que, desde adentro, o viceversa, llevan sus modas y sus modos. Lo cierto es que, como tenemos una patria compartida, tan de ellos como nuestra, tenemos derecho a criticar, sin zaherir a nadie, sobre todo, cuando lo que se quiere, pensamos nosotros, y es lo que necesita la nación, hacer juicios de valores.
Cuba es un paraíso verde, aunque algunos la ven, quizás por sus miopías o falta de visión, como un desierto. Pero en honor a la verdad, cada uno ve lo que ve y siente lo que siente, suponemos que tendrán o no sus razones para ello.
Hablo de Cuba, mi patria, “la tierra más fermosa que ojos humanos hayan visto”, al decir del gran navegante genovés, Cristóbal Colón.
Hablo de la patria de todos los nacidos en Cuba, estén adentro o afuera, por que la patria no es un pedestal sino el altar de todos. Y, a ese altar debiéramos ir y estar todos, sin distinción, a la hora de orar o defenderlo. Defenderlo con ideas nobles hijas del corazón. Con palabras limpias hijas de la fertilidad transparente de la imaginación, sin el más mínimo signo de engaño, apropiación o tozudez, porque la voz de un hombre, o un grupo de ellos, jamás puede ser más limpia que la voz de un pueblo.
Yo quiero, a todos los nacidos en Cuba llamarles hermanos; no obstante conocer la leyenda de Caín y Abel. Creo que nosotros, los cubanos, hombres civilizados, estamos y debemos estar por encima de esas miserias humanas y vivir con arreglo a nuestros tiempos, en la idea de la fraternidad, el respeto mutuo y el encuentro.
Sabemos que no es fácil luchar contra molinos de viento, como tampoco se le hace fácil al viento derribar los molinos. Mejor es ir sin iras hacia las cosas. Mejor será, para la patria, acariciarla que empujarla, construirla que destruirla.
Hasta que Cuba no sea un sueño compartido por todos los cubanos; hasta que todos los cubanos no dejemos a un lado nuestros odios y miedos y, nos sintamos servidores y no apoderados. Hasta que no olvidemos, unos y otros, que la patria es un altar y no un pedestal para erigirnos sobre ella en amos y señores, hasta entonces y no antes, no veremos ni sentiremos que existen días y noches y que el único y verdadero sacrificio que tenemos que hacer para unirnos, es entender y comprender nuestras diferencias, porque para bien o para mal, cada palmo de la tierra que nos vio nacer, como nosotros, los nacidos allí, también tiene sus contrastes. Sin embargo, ella nos da, sin guerrear con nadie, un espacio de vida, identidad, sustento y alimento.