BAYAMO, 500 AÑOS DESPUÉS DE LA CONQUISTA/COLONIZACIÓN.
Por Ogsmande Lescayllers.
Bayamo es un libro de historia y, como todo libro, tiene capítulos de luces y de sombras. Luces y sombras hay en todas partes, pero la luz siempre preside. De ahí que, Bayamo, la Ciudad Cubana, Monumento Nacional, sea una antorcha perpetua en la memoria de sus moradores.
Ser bayamés es un orgullo nacional. Se es bayamés por naturaleza o por opción. Bayamo se vive. No en balde allí la historia de Cuba inició su trayecto y los hechos que la significaron en el Nuevo Mundo ahí y no en otra parte, echaron sus raíces. Las crónicas de la época colombina dan fe de ello.
La fundación del poblado Taíno que encontraron los conquistadores europeos, en lo que era entonces la región o cacicazgo de Maca, se pierde en la noche de los tiempos. Bayam era el nombre del cacique y no el de ningún árbol. Ese árbol no existe ni existió. En la grafía castellana, tanto la ciudad como su río homónimo fueron transcriptos con el patronímico de Bayamo, nombre ilustre y glorioso por su significación.
La arqueología cubana no ha hecho un estudio de campo serio para ubicar el sitio exacto donde estuvo el poblado aborigen. Más que investigadores han aparecido varios especuladores, incluso, entre ellos, algunos mal intencionados, que sin la más mínima idea, han cambiado los linderos. En esos tiempos no existía el poblado de Manzanillo, que fue fundado en el siglo XVIII por oriundos bayamés obligados a emigrar por las autoridades coloniales. Bayamo tenía su salida al mar, desde la época aborigen a través de su río, afluente del Cauto, que desemboca en el mar, a la altura del Golfo de Guacanayabo.
Varios libros narran la historia de la ciudad: origen, evolución y desarrollo, así como la vida de sus actores fundamentales y los hechos que han cifrado y enmarcado a esta región del oriente cubano en el crisol de la historia nacional y universal.
La bibliografía más importante es el libro Bayamo, del historiador José Maceo Verdecia, es una crónica viva, amena y audaz que va desde los orígenes hasta la república. Las lagunas que encontramos en esas páginas, son propias de la época, pero el esfuerzo bien valió la pena. Ramiro Matayzán, en su Bayamo, pintoresca y sentimental, hace una pintura colorista de la ciudad y no ahonda en los hechos que pinta descafeinadamente, como si maquillara a una dama centenaria y arrugada con pinceles de pajas. Al historiador Enrique Orlando Lacalle, la historiografía bayamesa le debe mucho, aunque su libro, Cuatro siglos de Historia de Bayamo, es un cronicón donde están reflejadas, por encima de todas las cosas, las familias de la alta sociedad bayamesa que eran las que dominaban el entramado político, económico y social de entonces. Entre sus páginas se mezclan relevantes hechos históricos con otras frivolidades de la época. Las Crónicas de Bayamo, de José Carbonell Alar, en realidad no son ni eso, son meros apuntes que en manos de un buen cronista a lo mejor, dado el punto de referencia indicado por él, pudieran servir para algo. Todos los demás textos, de momento, sólo son apuntes, que más que historiar se dedican a especular y a querer demostrar quién es el que sabe más sobre el asunto. Este tipo de proceder no ayuda ni aporta nada a los estudios sobre la verdadera historia de nuestra centenaria ciudad.
En los archivos de Simancas, en Valladolid y en los de Las Indias, en Sevilla, España, está sepultada, entre miles de legajos de un valor incalculable la historia de la Villa de San Salvador de Bayamo, aquí debían venir los historiadores e investigadores de esa, para contrastar la veracidad de las historias que nos cuentan y a dar cumplidos de autenticidad a sus fantasías.
El 5 de noviembre de este 2013, se cumplirán 500 años desde que los colonialistas europeos colocaran sobre el viejo poblado aborigen de Bayamo la nueva población mixta: nativos bayameses, africanos, y españoles.
Desde entonces hasta hoy han transcurrido cinco siglos que en vez de envejecer la ciudad, la han rejuvenecido y ha convertido en matriz de hechos patrios tan interesantes como los de ser cuna de la nacionalidad cubana, la independencia y la cultura nacional. Aquí nació, gústeles o no a los que así no lo creen, la Patria Cubana; lo dicen las notas de nuestro Himno nacional, “Al combate corred bayameses/ que la patria os contempla orgullosa”. La palabra “patria” en aquellos momentos borraba de una vez y por todas, el nombre de “colonia” con el que nos habían acuñado los españoles, hacía tres siglos antes.
Los cultores de aquella heroica hazaña tenían rostros y nombres propios. Eran el producto del mestizaje, en cuyas venas corría no sólo la sangre, sino la esencia de la tierra. Los héroes y los poetas, o los poetas convertidos en héroes diseñaron con sus obras perfectas, el pensamiento y el perfil del bayamés, hombres cultos, educados, indoblegables, brillantes, sabios y optimistas. La patria que fundaron era el destinatario final de todas sus acciones.
Sus hazañas fueron cantadas por Silvestre de Balboa en el Espejo de Paciencia, donde se abre para la leyenda de la nación cubana, los primeros surcos de su historia. Luego lo resalta Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria en su alegato del 10 de Octubre 1868 en Lademajagua y su ulterior profecía en Yara. Lo patentiza el 10 de Octubre en la toma de la ciudad y la creación de la República en Armas desde donde son anunciadas al mundo en las notas del Himno de Bayamo, hoy Himno Nacional. Esa misma idea se asienta en el corazón de los cubanos, bayameses todos, en las llamas y el humo del Incendio el 12 de enero de 1869. Lo dijo uno de sus mayores próceres, el general Francisco Vicente Aguilera, “Nada tengo si no tengo patria”.
Muestras vivientes de esa epopeya fueron el padre Baptista, Tristán de Jesús Medina, Céspedes, Aguilera, Perucho, Maceo Osorio, Luz Vázquez, Adriana del Castillo, José Antonio Saco, Zenea, José Joaquín Palma, José Fornaris, Manuel Izaguirre, Manuel Socorro y una lista interminable que viene, del ayer hasta este instante, entre esos lirios que produce esta tierra, donde late en el corazón de cada uno de nosotros la idea que “Morir por la patria es vivir”.
Pero el hoy, que es lo que importa en mi recetario personal, veo como los que tienen el deber y la obligación de no dejar caer los anhelos de la patria, ajenos a la patria, van de patrioteros mirando hacia otro lado, perdidos en su ignorancia, haciendo galanura de sus necedades. Esos “dirigentes” acomodaticios colocados a dedos porque tienen un carné en el bolsillo, piensan que cultura es poner cuatro músicos en una esquina y dos pipas de cerveza en una bocacalle, y que la gente salte. No se percatan que 500 años de historia marcan una distancia tan larga como viajar de una galaxia a otra, y que multiplicada en generaciones, hacen un número casi infinito de anhelos y deseos, que como la fundación originaria de nuestra ciudad, se pierde en la noche de los tiempos.
Sea el pueblo pues, quien diga y haga, como la noche del Incendio, donde se ponen las antorchas para conmemorar lo que es de todos, orgullosos de nuestro pasado y llenos de optimismos por el presente que vivimos y el futuro que nos aguarda a todos.